Capítulo 4 4

¿Qué opinas tú, Josías? (así le dije a ellos que me llamaba. Ese fue el nombre que escogí para mí con la única finalidad de tratar de parecer más adaptado a la situación). Realmente es eso lo que nos hemos venido preguntando unos a otros todos estos días. Mientras tanto, Jesús llegó a Betania seis días antes de la Pascua, que cae el 14 de Nisán (Desconocí plenamente lo que significaba en ese momento aquello de Nisán. Luego lo pude averiguar plenamente) según nuestro calendario. Jesús llegó al anochecer del viernes, que es al principio del 8 de Nisán.

No pudiera haber hecho el viaje a Betania el sábado, porque la ley judía limita el viajar durante el día de descanso, es decir, desde la puesta de sol del viernes hasta la puesta de sol del sábado. Jesús fue al hogar de Lázaro, como lo ha hecho antes, y pasó allí la noche del viernes". Me di perfecta cuenta que asi como Josafat, todos estaban muy enterados de los pasos dados por Jesús. Incluso de los pasos que iba a dar, ya que él mismo los profetizaba.

Llegó el día 9 de Nisán. Sábado por la noche. Me había ocultado en mi nave tratando de asimilar ese mi primer encuentro con el pasado. ¡Y vaya qué pasado! Sentí una enorme felicidad y a la vez una honda pena. En primer lugar mi euforia era lógica. Allá afuera estaba en pleno apogeo mi señor Jesucristo. No podía creerlo, no daba crédito a lo que estaba vivenciando. Ningún mortal podía hacerlo, llegado desde una época futura. Y yo, Adelis, éste humilde pecador estaba en el preciso instante de la vida de mi señor Jesús. Mi Dios, a quien desde siempre he adorado. Particularmente siempre ha sido grande mi fe. Por otra parte, tristeza, al saber como sería su final.

Uno de los pasajes más fantásticos. Tristemente desde mi personal punto de vista es precisamente éste al que hago reseña. Se trató del momento en que María ungió a Jesús con nardo. Para éste humilde pecador, mi fe ha sido extrema. Adoro a mi señor Jesucristo y todo lo que hace referencia a él. Desde niño, en ocasión de la semana mayor, siempre me encantó contemplar las producciones cinematográficas que hacían alegoría a la vida de Jesús. Siempre fui feliz al saber de su inmensa obra y desfallecí de hondo pesar al sentir su gran sufrimiento. Desde toda mi vida, siempre en la época de semana santa, transmitían los filmes donde se escenificaban las vivencias de Jesús. En una ocasión, en la oportunidad de la visita del ahora San Juan Pablo II a nuestras tierras, se anunció y presentó una serie que relataba la vida de nuestro señor Jesucristo. "Jesús de Nazaret", de un extraordinario director italiano, "Franco Zepirelli", y ofrezco disculpas si no es esa la forma correcta de escribirla o lo que es peor, que no sea él su director. Total, la intención es mucha. Y en realidad la parte en que María lavaba los pies de él me pareció un noble gesto. ¡Como adoro a mi Dios!

Me comentó Josafat que muchas personas acudían desde Jerusalén para ver y escuchar a Jesús. Sin embargo, otro residente de Betania invitó a Jesús y sus acompañantes a cenar el sábado por la noche. Este era Simón, quien había sido leproso y quien quizás fue sanado por Jesús algún tiempo antes. Marta estaba ministrando a los invitados, conforme a su carácter industrioso. Pero, como de costumbre, María prestaba atención a Jesús y esta vez lo hacía de una manera que agitaba una controversia. María abrió un estuche que contenía cerca de medio kilogramo de óleo aromático. Alguien disertó que se trataba de "nardo genuino". Según pude inquirir con algunas personas que estaban cercanas a mí, éste era muy oneroso. En realidad, ¡casi equivalía al estipendio de un año de arduo trabajo!, me dijo Josafat. De tamaña curiosidad que me embargaba me aproximé lo más que pude. No podía creerlo, estaba a menos de medio metro de mi señor Jesucristo. Nada menos. Mi emoción nacía a medida que se enaltecía mi fe.

Había mucha gente, pero me las urdí para poder estar cerca de mi señor Jesús. Pude divisar sus finas facciones. Era un hombre alto, bello. No llevaba ni el cabello largo ni una barba desarreglada. Mucho menos vestía harapos. ¡Era bello caramba! Puede que así lo mirara yo. A la entera disposición de mi realidad. ¿Porqué no? Y pensar que doy mi vida por una figura femenina; pero mi Dios es mi Dios y mi alabanza sea para él. Sus pómulos eran sencillos. Sus labios finos como lo eran los de su raza parecían sonreír permanentemente. Sus ceños resultaban fruncidos como reflejo del quemante sol que permanentemente se hacía sentir sobre todos. Pero era su enorme dulzura lo que me cautivó. Tuve que vivir esa época de manos de la máquina del tiempo que mi viejo Zenón y yo ideamos, para palpar de cerca y en su medio ambiente la vida de aquellas personas en su tiempo. Incluyendo a nuestro señor Jesucristo. Verdaderamente Jesús resultó ser un hombre guapo. Lo digo yo que del presente he llegado. Sus ojos de un color verde denotaban una peculiaridad de la raza suprema que cobijaba esa época. Definitivamente descarté lo mirado en figuras e imagines dibujadas por las fantasías.

Mi señor Jesús resultó ser un hombre altivo, elegante. De caminar pausado y hasta pretencioso. Y diré algo que va a parecer vanidoso en extremo. Pienso que me parezco a él. Realmente lo adoro y añoro ser como él. Dios mío, cúbreme con tu bello manto y has de éste humilde pecador, lo más grande de la adoración. Era aquella benevolencia que me demostró que nunca pasarían los años y en una mirada, me expresó que sabía de mi origen y lo aprobó. Es más, lo adoró y me ayudó con una excelsa, si se le puede decir, complicidad. Dios estaba evidentemente a sabiendas de que venía yo de otra época para magnificar una verdad que era su verdad y que siempre la será, sin lugar a dudas. Sólo que quería con esa actitud, alimentar las inseguridades que eran lógicas, dado la enorme pérdida de la fe que últimamente se había producido.

Continúo con su bella descripción, ahora mucho más detallada. Era de facciones finas. Portaba un color especial. Medía aproximadamente un metro ochenta centímetros y era muy corpulento. Su fisionomía no era la que desde hace siglos se ha tratado de representar en dibujos. Lejos estaban todos los retratos, de una realidad. No era como se le delineó ni mucho menos. Era único. Realmente en éste instante no sabría describirlo, pero nunca he visto ni veré un rostro colmado de tanta magnificencia que más allá de una descripción física ha de denotar una belleza de alma, de pureza, de grandeza, de decoro y de lo más bello de llamarse hijo de Dios. Era ese algo que nunca podrá describirse con palabras, dibujos, nada material puesto que se trataba de un rostro colmado de todo el amor de la humanidad vertido para todos nosotros. Ese es mi señor Jesús. No era tal como se ha querido representar en los tantos films que se han realizado acerca de él. Su hablar meticuloso y pausado por si sólo era convincente. Acariciaba con sus miradas. Sus ojos intensamente verdes poseían un brillo muy particular. Gesticulaba cada palabra de manera fabulosa. Se hablaban en arameo. Lenguaje complicado; pero gracias al traductor que llevaba guindado al cuello podía entenderlo todo a la vez que era yo entendido. Cuando pude estar cerca de él; una extraña sensación me embargó y de inmediato me sentí realizado. Cuando María derramó el aceite sobre la cabeza y los pies de Jesús y le enjugaba los pies con sus cabellos, la fragancia aromática llenó toda la casa. Era un aroma cautivante, ensoñador, supremo; nunca podré olvidar ese exquisito olor a gloria.

Pude entonces, observar una reacción que me extrañó en demasía. Los discípulos se encolerizaron y preguntaron: "¿Para qué este desperdicio?". Entonces comprobé lastimosamente una verdad que siempre me pareció absurda. Un proceder errado que siempre me descompuso. Sólo al pensar que alguien pueda actuar de esa forma tan mezquina me hiela la sangre. Judas Iscariote dijo: "¿Por qué no se vendió éste aceite perfumado por trescientos denarios y se dio a los pobres?". Pero de verdad comprobé con lo que a mis oídos llegaba, que a Judas no le interesaban realmente los pobres, pues ya era del dominio público que había estado hurtando de la caja del dinero de los discípulos. Era ese tipejo un vulgar bandido, un mísero ladrón. Un ser despreciable y ruin.

Mi señor Jesús hizo un alto en sus tantos compromisos. Se detuvo firmemente frente a mí y me regaló una mirada tierna. Una mirada extremadamente extraña, como si me conociera de toda la vida. En efecto, lo era. Evidentemente que me conocía. Con esa mirada estoy seguro de que aprobó mi presencia en ese sitio. Se me acercó y me acarició el rostro. Debió haberse dado cuenta de mí. Me sonrió como nunca podré olvidarlo. Esa deferencia que me regaló mi amado señor Jesús me hizo sentir el hombre más feliz de todos. Luego continuó en lo suyo. Noté que estaba enfadado por la reacción de sus pupilos. Salió en defensa de María.

_ "Déjenla. ¿Por qué tratan de causarle molestia? Excelente obra ha hecho ella para conmigo. Porque siempre tienen a los pobres con ustedes y cuando quieran pueden hacerles bien, pero a mí no siempre me tienen. Ella hizo lo que pudo; se anticipó a ponerme aceite perfumado sobre el cuerpo en vista del entierro. En verdad les digo: "Dondequiera que se prediquen las buenas nuevas en todo el mundo, lo que hizo ésta mujer también se contará para recuerdo de ella." Esas palabras hermosas de mi señor me hicieron recordar que cuando aprendí a leer apenas y pude estudiar la biblia, ese pasaje me encantó desde un principio y creo que fabricó los cimientos de ésta gran fe que existe en mí. Que bella lección nos dio Jesús a todos.

Nuestro señor había estado en Betania ya por más de 24 horas y la noticia de su presencia se había esparcido notablemente. Por eso, muchas personas se acercaron a la casa de Simón para verle, pero también iban para ver a Lázaro, quien estaba allí también. Lo decían a viva voz. Esa noche nos quedamos acampando a la intemperie. Mis ropas eran resistentes y aislantes, como las que llevaban todos; asi que no sentí tanto frio. El viento soplaba muy enérgico y la arena parecía castigar las pieles como pequeñas lanzas. El cielo estaba estrellado y una tímida luna adornaba el firmamento. Se tejían diversos comentarios en torno a Jesús. Pretendí mezclarme con la gente y enterarme de los detalles.

Era muy probable que con el paso de los siglos, las tergiversaciones hayan podido hacer creer realidades que nunca hayan sido tal o que, por el contrario, se hayan ocultado sucesos, bien sea de manera fortuita o con intencionalidad. Había mucha gente incrédula, pero la mayoría veían a nuestro señor como la salvación. En realidad era ese su propósito entre los mortales. La mañana siguiente, el domingo 9 de Nisán, Jesús salió de Betania con sus discípulos y subió por el monte de los Olivos camino a Jerusalén. En poco tiempo se acercaron a Betfagué, en el monte de los Olivos. Viví de manera gozosa el glorioso momento que nos ha llevado desde ese entonces a conmemorar el domingo de ramos. Glorifico, como siempre lo he hecho, el momento de la entrada de Jesús cabalgando sobre el lomo de un jumento.

Fui testigo de que Jesús dio la siguiente instrucción a dos de sus discípulos:

_ "Pónganse en camino a la aldea que está a su vista y enseguida hallarán una asna atada, y un pollino con ella; desátenlos y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, tienen que decir: 'El Señor los necesita'. Con eso él los enviará inmediatamente". Aunque al principio los discípulos no vieron la conexión entre estas instrucciones y el cumplimiento de la profecía bíblica, después se darían cuenta de ello. Era cuestión de tiempo para que pudiesen entender todo lo que nuestro señor expresaba mayormente por medio de parábolas. El profeta Zacarías había predicho que el Rey prometido de Dios entraría en Jerusalén cabalgando sobre un asno.

Cuando los discípulos entraron en Betfagué y se apoderaron del pollino y la asna, algunos de los que estaban de pie allí dijeron: "¿Qué están haciendo?". Pero cuando se enteraron de que los animales eran para el Señor, los hombres dejaron que los discípulos los llevaran a Jesús. Me sorprendió la manera como el sólo hecho de mencionar el propósito de llevar el animal a Jesús, convencía de manera inmediata. Los discípulos pusieron sus prendas de vestir exteriores tanto sobre la asna como sobre el pollino, pero Jesús se sentó sobre el pollino. Mientras Jesús cabalgaba hacia Jerusalén, la muchedumbre aumentaba. La mayoría de la gente tendió sus prendas de vestir exteriores en el camino, incluyéndome por supuesto. Pero otros tendieron ramas que cortaron de los árboles. Todos absolutamente clamábamos:

_ "¡Bienaventurado es el que viene como Rey en el nombre de Dios! ¡Paz en el cielo, y gloria en los lugares más altos!".

Me detuve ante una situación que me llamó poderosamente la atención. Algunos fariseos que estaban en la muchedumbre se molestaron por estas proclamaciones y se quejaron así a Jesús: "Maestro, increpa a tus discípulos". Pero Jesús respondió:

_ "Les digo: Si estos persistieran enmudecidos, las piedras clamarían".

Al acercarse Jesús a Jerusalén, vio la ciudad y empezó a llorar por ella, diciendo:

_ "Si tú, aun tú, hubieras discernido en este día las cosas que tienen que ver con la paz..., pero ahora han sido escondidas de tus ojos".

Esa exclamación lastimera de nuestro señor me consternó a tal extremo que no pude evitar llorar. Por su desobediencia voluntariosa, Jerusalén tuvo que rendir cuentas, como predijo Jesús con su suave voz muy característica en él, voz que acusaba su magna sabiduría:

_ "Tus enemigos construirán en derredor de ti una fortificación de estacas puntiagudas y te rodearán y te afligirán de todos lados, y te arrojarán al suelo, a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra".

Me contó Josafat conjuntamente con dos hermanos suyos que se nos unieron, que tan sólo unas semanas atrás, muchos de la muchedumbre habían visto a Jesús resucitar a Lázaro. Ahora estos seguían contando a otros ese milagro. Por eso, cuando Jesús entró en Jerusalén toda la ciudad se puso en conmoción. La gente preguntaba: "¿Quién es éste?". Y las muchedumbres seguían diciendo: "¡Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea!". Al ver lo que sucedía, los fariseos se lamentaban de no estar logrando absolutamente nada, pues, como dicen: "El mundo se ha ido tras él".

Jesús, como acostumbraba hacer cuando visitaba Jerusalén, según me comentó Josafat, fue al templo a enseñar. Allí se le acercaban ciegos y cojos, ¡y él los sanaba! Cuando los sacerdotes principales y los escribas vieron las cosas maravillosas que Jesús hacía, y cuando oían a los muchachos en el templo clamar: "¡Salva, rogamos, al Hijo de David!", se encolerizaban. Protestaban: "¿Oyes lo que estos están diciendo?". Jesús respondía: "Sí. ¿Nunca leyeron esto?: 'De la boca de los pequeñuelos y de los lactantes has proporcionado alabanza'. Me pareció una actitud mezquina la de esos señores petulantes. De esos hombres bien ataviados de lo que se denominaba finas ropas. De esos caballeros de larga barba y según escuché de ellos mismos sin ningún dejo de modestia, de caballeros que provenían de envidiables estirpes. La noche terminó en una sucesión de dimes y diretes entre esos señores arrogantes que criticaban todo cuanto hacía y decía mi señor Jesús. Me retiré a dormir. Me pareció excelente un rincón que me pareció acogedor. Me acurruqué en el mismo y sin pensarlo dos veces, me dispuse a dormir aunque fuese unas dos horas, tal vez menos. Con tal de recuperar energías, esas energías que secuestraba el momento glorioso que estaba viviendo.

Amaneció y el nuevo día me encontró presa de una modorra extrema. Apenas podía abrir los ojos. Desperté conmocionado debido a una alharaca que escuché. No sabía de qué se trataba. Varios hombres rudos discutían vehementemente, no supe por que motivo. Mis amigos me comentaron que eso pasaba frecuentemente. Desayunamos un pan que me pareció insípido. Tomamos leche de cabra y un guarapo que no quise preguntar el ingrediente del que estaba hecho, pero que sabía exquisito, aunque estaba desabrido. No usaban nada para endulzar. Ya llevaba tres días en ese sitio y si me había mantenido tranquilo era de puro milagro. Estaba yo presenciado en primera fila, aquellos momentos en la vida de nuestro señor Jesucristo. Para mí era el más grande privilegio que he podido experimentar en toda mi vida. Me considero por lo tanto, un ser extremadamente afortunado. Entretanto, Jesús y sus discípulos acababan de pasar en Betania su tercera noche desde su llegada de Jericó. Ahora, temprano por la mañana, el lunes 10 de Nisán, ya estaban de viaje a Jerusalén. Jesús tenía hambre, escuché decir a la muchedumbre. Por eso, cuando alcanzó a ver una higuera que tenía hojas, fue a ver si tenía higos.

A los ojos de mi amado señor según le pareció, ese árbol tenía frondosidad prematura, pues la época de los higos se esperaba en junio, y esto sucedió a fines de marzo. Sin embargo, parecía que Jesús pensaba que si el árbol tenía follaje precoz también pudiese tener higos tempranos. Pero quedó decepcionado. Me dio honda pena sentir que mi señor soportaba hambre. La frondosidad había dado al árbol un aspecto falaz. Entonces Jesús detractó al árbol así: "Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti". En un primer momento noté que nuestro señor estaba molesto. Había dicho que tenía hambre. Para haberlo dicho en ese tono tan determinante, debió haber sentido mucha hambre. Siempre pensé que dijo esa expresión contra aquel árbol, ofuscado por la desilusión; pero poco después lo entendí todo. Mis amigos despejaron mis dudas cuando me lo explicaron totalmente al día siguiente, cuando la cosa se había calmado un poco. Pasé toda la noche tratando de meditar entre esa dura prueba. Adorar mucho más a mi señor y tratar de asumir todo cuanto escuchaba.

Cuando Jesús partió de Jerusalén al anochecer del lunes, regresó a Betania, en la pendiente oriental del monte de los Olivos. Se habían completado dos días de su ministerio final en Jerusalén. Jesús pasó de nuevo la noche en la casa de su amigo Lázaro. Esa era la cuarta noche que había pasado en Betania desde que llegó de Jericó el viernes. Ahora, temprano por la mañana el martes 11 de Nisán, él y sus discípulos estaban de viaje de nuevo. Éste resultaba ser un día crítico en el ministerio de Jesús, el más ocupado hasta entonces. Era el último día en que se presentaba en el templo. Según la biblia, era el último día de su ministerio público antes de que se le sometiera a juicio y ejecutare. Jesús y sus discípulos tomaban la misma ruta sobre el monte de los Olivos hacia Jerusalén. En aquel camino desde Betania, Pedro notó el árbol que Jesús había maldecido la mañana anterior:

_"¡Rabí, mira!, la higuera que maldijiste se ha marchitado."

Quienes escuchamos la respuesta de nuestro señor quedamos boquiabiertos:

_ "En verdad les digo: Si sólo tienen fe y no dudan, no sólo harán lo que yo hice a la higuera, sino que también si dijeran a esta montaña: 'Sé alzada y arrojada al mar', sucederá. Y todas las cosas que pidan en oración, teniendo fe, las recibirán".

Ahora si entendí perfectamente lo que quiso decir nuestro señor. No fue el hecho de lo que le sucedió a la planta. Fue un hecho aislado nada más. De hecho, siempre me han parecido exquisitas esas frutas que se dan en abundancia. Así, al hacer que el árbol se marchitara, Jesús dio a sus discípulos una lección práctica sobre lo necesario que era que tuviesen fe en Dios. Como declaró:

_ "Todas las cosas que oran y piden, tengan fe en que pueden darse por recibidas, y las tendrán". ¡Qué importante lección para ellos, especialmente en vista de las temibles pruebas que se avecinaban!, pensé.

Sin embargo Josafat me sacó de aquel letargo filosofal diciéndome:

_ "Pero hay otra relación entre el que se marchitara la higuera y la cualidad de la fe. La nación de Israel, tal como ésta higuera, presenta una apariencia engañosa. Aunque ésta nación está bajo pacto con Dios y aparenta observar sus reglamentos, no ha demostrado fe ni ha producido buen fruto. ¡Su falta de fe hasta la está llevando a rechazar al propio Hijo de Dios! Por lo tanto, cuando Jesús hace que la higuera infructífera se marchite, está demostrando claramente en qué irá a parar al fin esta nación infructífera y sin fe". Coincidí con mi amigo en lo que dijo. Yo había leído mucho sobre ese tema y esas lecciones aprendidas me condujeron a entablar un pequeño debate con Josafat respecto a la enseñanza que dejó nuestro señor sobre quienes le escuchábamos. Nunca pensé escuchar que alguien diera tremenda lección. Que gran hombre. En ningún tiempo habrá nadie como él.

Resultó que éste servidor estaba en presencia de la última vez que Jesús se presentó en el templo. De hecho, repito, estaba por terminar su ministerio público en la Tierra con excepción de los sucesos relacionados con su juicio y ejecución, que tendrán lugar tres días después, según lo que había leído con vocación de egregia fe en la biblia y hasta ahora, lo que había leído era reflejo exacto de lo que estaba presenciado en aquella bendición que propició mi viaje en la bendita máquina que mi querido bisabuelo me enseñó a fabricar. Te amo mi viejito. Volviendo a mi vivencia, entonces mi señor Jesús seguía censurando a los escribas y los fariseos. Otras tres veces exclamó:

_ "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!". Primero proclamaba un ay contra ellos porque limpian "el exterior de la copa y del plato, pero por dentro están llenos de saqueo e inmoderación". Así que aconsejaba: "Limpia primero el interior de la copa y del plato, para que su exterior también quede limpio".

Luego pronunciaba un ay contra los escribas y los fariseos por la podredumbre y la corrupción internas que trataban de ocultar tras su piedad externa. "Se asemejan a sepulcros blanqueados, que por fuera realmente parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicia." Finalmente, la hipocresía de ellos se hacía patente porque querían edificar tumbas para los profetas y adornarlas para llamar la atención a sus propias obras de caridad. Pero como revelaba Jesús, me decía Josafat, "son hijos de los que asesinaron a los profetas". Sí, ¡cualquiera que se atrevía a desenmascarar su hipocresía estaba en peligro!

Continuando, Jesús hacía su más vigorosa denuncia:

_ "Serpientes, prole de víboras, ¿cómo habrán de huir del juicio del Gehena?" _supe que Gehena era el valle que se usaba como el vertedero de Jerusalén. Lo que Jesús decía, pues, era que los escribas y los fariseos, por el derrotero inicuo que habían seguido, serían destruidos para siempre. Respecto a los que enviaba como representantes suyos, Jesús dijo: _ "A algunos de ellos ustedes los matarán y fijarán en maderos, y a algunos los azotarán en sus sinagogas y los perseguirán de ciudad en ciudad; para que venga sobre ustedes toda la sangre justa vertida sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien ustedes asesinaron entre el santuario y el altar. En verdad les digo: Todas estas cosas vendrán sobre esta generación".

En esos menesteres, dando a conocer su ministerio estaba mi señor Jesucristo. El gran grupo de personas se hacía cada vez más numeroso. De repente Jesús se detuvo inesperadamente. Todos se detuvieron esperando su reacción ante su imprevista disposición de hacer un alto en su andar. Nunca imaginé que nuestro señor dirigiría unas palabras a éste humilde pecador. Me dijo esas frases mirándome fijamente. Con esa mirada me enterneció, me enmudeció. Pero resulté presa de lo que él siempre quiso, derramar la fe por toda la eternidad. Asi se hizo. Nuestro señor extasiado con mi presencia y a pesar del paso de los años, quiso probar mi fe. Resultaba yo una señal de más de dos mil años que le regalaba a mi Dios cuanto había crecido el cristianismo. Quiso decirme algo mi señor Jesús. De ello, me ha quedado éste presente, una parábola con la que quiso dejar en claro una posición.

_ "Un hombre tenía dos hijos. Dirigiéndose al primero, dijo: 'Hijo, ve, trabaja hoy en la viña'. En respuesta, éste dijo: 'Iré, señor', pero no fue. Acercándose al segundo, dijo lo mismo. En respuesta, éste dijo: 'No quiero'. Después le pesó, y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?", ¡Adelis, dime! Preguntó mi señor Jesús. "El segundo", contesté.

Por eso Jesús me explicó: "En verdad te digo que los recaudadores de impuestos y las rameras van delante de ustedes al reino de Dios. Se pudiera decir que al principio los recaudadores de impuestos y las rameras habían rehusado servir a Dios. Pero después, como el segundo hijo, se arrepintieron y le sirvieron. Por otra parte, los líderes religiosos, como el primer hijo, afirmaban que servían a Dios; sin embargo, Juan el Bautizante vino a ustedes en camino de justicia, pero ustedes no le creyeron. No obstante, los recaudadores de impuestos y las rameras le creyeron, y a ustedes, aunque vieron esto, no les pesó después, de modo que le creyeran". Dicho esto, me miró a los ojos y en voz baja, casi en un susurro me pidió que lo acompañara a un sitio cercano pero solitario ya que quería hablar a solas con éste humilde pecador. Al llegar a dicho sitio me dijo: "Nada sucede sino es con la anuencia de mi padre. Sé que mis actos y sacrificios no fueron en vano. Sé que has venido desde el futuro donde muchos me veneran; pero en esa tu época también se ha tergiversado el motivo de mi primera venida. Después de más de dos mil años de esto que está sucediendo y lo que sucederá dentro de poco, siento en mi corazón que no se me ha valorado vehementemente. Hay muchos que están contra mí; puesto que el pecado no ha dejado de existir y, contrariamente, la perdición de muchos en manos del demonio me demuestran que él, ese ser perverso está ganando cada vez más adeptos. Adelis, cuanto lamento que el libertinaje, la vida fácil, el destruirse por banalidades en guerras absurdas, la prostitución y la sodomía, el irrespeto y en fin; todo aquello que al venir al mundo en éste momento estoy tratando de evitar y por lo que daré mi vida, se que al parecer no valdrá la pena ni será adecuadamente valorado. Veo en tu mirada mucha fe, y no por lo que estas presenciando gracias a la máquina que fabricaste conjuntamente con tu bisabuelo; he visto tu gran fe desde siempre. Cuando eras niño te envié una señal Adelis, ¿Recuerdas que cada vez que mirabas la luna llena, observabas una cruz brillante detrás de ella?, pues, era esa la señal de que estarías en éste momento presenciando lo que ha sucedido y lo que sucederá. Serás testigo de mi ejecución. Entregaré mi vida por los pecados de la humanidad. Ve a tu época y cuenta todo cuanto has visto. Pero ten mucho cuidado como lo vas a contar, puesto que nadie creerá tu hazaña y eso podrá ser contraproducente y te llamaran fanático. Háblales de mí con esa gran fe que tienes en tu corazón. Te creerán, créeme. Serás mi nuevo discípulo. Prepara tu época para mi segunda venida. Te encomiendo esa sagrada misión y sé que la harás sabiamente. Muchos han perdido la fe, por ello prometo que haré en su debido momento otra llegada para salvar dicha fe. Te amo Adelis y se que tu me amas mucho más. Te bendigo al igual que a toda tu familia".

            
            

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