Capítulo 6 6

No había terminado de "vivir" aquella experiencia fantástica en esa especie de hechizo del amor, cuando comenzó otra perspectiva, otra realidad llegaba a mí en esa especie de atrapamiento en el que quedé sumergido luego de aquel derroche que hiciera al sacrificar un sentimiento. Estaba como en una primera fila presenciado una historia que estaría colmada de barbarie, una historia perdida en el tiempo; pero que yo presenciaba sin poder intervenir. No me miraba por ninguna parte, solo eran aquellos retazos de barbarie en una época que ciertamente dudo que haya existido.

Tal vez sí, eso se lo dejaré a la imaginación. "¿Qué pasaría si alguien afirmara que no todo lo que está escrito en los libros de historia es del todo cierto? ¿Qué ocurriría si se menciona que existe un fragmento de ella, que por vergüenza o temor simplemente, los historiadores decidieron omitir; creyendo que habría sido mejor ocultar los acontecimientos para que con el tiempo nadie lo supiera? Pues eso es lo que sucede con nosotros y nuestra cultura, nadie la conoce, es como si no hubiera existido. Si a continuación esperan leer una semblanza inspiradora de hechos, cuyas acciones trilladas de heroísmo y gente perseverante determinada a vencer los obstáculos alcanzan la gloria, entonces hasta acá debería llegar su lectura; porque eso no pasará, de haber sido así, yo no hubiese escrito esta semblanza estando sumido en una laguna de temores, esperando que alguien abriera la puerta y me asesinara.

El año 2014 fue un año icónico, pues se llevaron a cabo las excavaciones arqueológicas en la provincia Sharqiya, situada al norte de Egipto. Las colosales pirámides, insignias de dicha civilización, adornaban, como siempre; el horizonte en la cálida tarde de un soleado día de agosto. Decenas de lugareños esparcidos en la llanura, trabajaban tirando carretillas llenas de arena y moviendo, con un cuidado más que especial; rocas dentro del campamento. A pesar del calor, los obreros no se quitaron los turbantes, parecían haberse resignado a su nuevo tono de piel; ennegrecido como consecuencia de la enorme exposición a los rayos del sol, sin importar que se trataran de jóvenes delgados o de adultos de barbas tupidas y canosas.

La Colina Bubastis, afamada por contener los yacimientos más antiguos del imperio egipcio, ubicada al noroeste del Cairo, fue el epicentro de un júbilo imposible de describir para la arqueóloga Alemana Helga Rohmer, quien junto a un grupo de científicos húngaros y austriacos, trabajaba de la mano con representantes del Ministerio Egipcio de Antigüedades en unas excavaciones cerca del santuario de la diosa Bastet. Aquel inolvidable día se produjo el memorable hallazgo. La alegría y la excitación se podían contemplar irradiadas en sus rostros. Las estatuas encontradas se creían que habían pertenecido a la dinastía XIX, cuya existencia data entre 1186 a 1295 A.C. Dichas piezas, de incalculable valor, medían 2.1 metros de largo por 1.7 metros de ancho. Estaban fabricadas de granito rojo y en la parte superior de cada estatua, se mostraba una inscripción jeroglífica del Faraón Ramsés II.

El descubrimiento de las figuras resultó muy especial, tanto para los arqueólogos nacionales, como para los egiptólogos de la comunidad europea. Sin embargo, para Helga Rohmer, de cuarenta y tres años, una arqueóloga de cuarta generación; el crédito por los hallazgos fue aún más emotivo, puesto que a lo largo de los años ella se había enfrascado en la búsqueda de dichas reliquias. Maravillada y sin poder apartar la vista de las esculturas, Helga había exclamado:

― ¡Son hermosas!

La investigadora no pudo contener la emoción y sonrió como una niña. Su entusiasmo contagió a sus colegas, a tal punto que surgió una amena conversación, en la cual todos querían compartir su punto de vista, alzando sus voces con tanta propiedad; como si se tratara de una cátedra universitaria. Sin duda aquel fue un día muy especial, tanto en el campamento como en sus vidas profesionales. No obstante, el estupor del día estaba lejos de finalizar; un descubrimiento de mayor relevancia estaba a punto de salir a la luz. El mismo consistió en el develamiento de pequeños objetos que describían la vida de una antigua civilización que la humanidad desconocía hasta entonces, la cual ningún libro de historia había escrito y que los grandes imperios decidieron olvidar. Lo insólito del hallazgo fue que no resultó de importancia para sus descubridores y nadie se emocionó por ello.

Catorce millas al norte, otra excavación estaba en proceso a los pies de un hilera de montañas rocosas, sin embargo el ánimo de los expertos difería del júbilo de sus compañeros en la colina Bubastis. En aquel lugar no había emoción, todo lo contrario, existía un temor bien fundamentado por los ingenieros que coordinaban la excavación; quienes aseguraban que la montaña podría ceder en cualquier momento, bloqueando la entrada hacia su interior.

Los ingenieros, pese a sus esfuerzos, no habían logrado reforzar los daños que hubo sufrido la montaña, durante una excavación clandestina llevada a cabo por saqueadores; cuya repercusión por el pésimo trabajo de ingeniería, había conducido a la detonación de dinamita en sitios no apropiados para ello. Con sus acciones, no solo provocaron cuantiosos daños en la riqueza arqueológica, sino que también debilitaron las bases de la montaña, destruyendo cualquier posibilidad de realizar un trabajo de excavación apropiado.

Por desgracia, los saqueadores habían tenido buen olfato en su búsqueda, la montaña albergaba bajo su capa; la antigua construcción de un templo sagrado con un sinfín de pasadizos y cámaras repletas de reliquias, entre las cuales destacaban: ídolos, estatuillas, figuras de granito, sarcófagos y diversos jeroglíficos en las paredes; todas ellas, en perfecta conservación. A decir verdad, se trató de una riqueza desmedida vista por pocas personas, dada la inestabilidad de la montaña; ya que hasta la fecha no se habían hecho estudios ni tomado fotografías. Lo que se sabía del interior de los pasadizos, provenía de los registros realizados por un artefacto electrónico, manejado a control remoto desde el exterior de la excavación. Para los ingenieros, el colapso de la montaña era inminente, así que la decisión de las autoridades locales no fue sencilla.

― ¿Cuánto tiempo nos queda? ―preguntó Helga visiblemente consternada. La idea de que todas aquellas reliquias quedaran enterradas, había cambiado su estado de ánimo.

―No tengo respuesta todavía, doctora. ―respondió el ingeniero en jefe, un viejo canoso y bigotón que usaba gafas oscuras y un casco, ―La montaña se vendrá abajo hagamos lo que hagamos.

― ¿No hay algo que se pueda hacer? ―refutó Helga, ― ¡Vamos!, su equipo cobra una fortuna por estar acá. ―añadió la arqueóloga Alemana, quien se expresaba siendo más emotiva que sensata.

Por su parte, el ingeniero se mostraba comprensivo, entendía su preocupación.

―Entiendo su frustración, créame que la comprendo, pero así como su trabajo es velar por los hallazgos de la excavación, el mío es velar por la seguridad de mis hombres y la viabilidad del proyecto. Me temo que no podemos seguir.

―Señor, hay mucha historia bajo esa montaña. ―volvió a refutar Helga señalando hacia la pila de rocas.―Historia que nadie ha visto. No puede decirnos que renunciemos a ello, simplemente por seguir un protocolo de seguridad.

El ingeniero suspiró. El buen hombre solo quería hacerle ver a su interlocutora, que no se trataba de un simple protocolo, sino que podrían poner en riesgo muchas vidas, en caso de continuar con las excavaciones.

―Llevó 35 años en la profesión, he estado en excavaciones marinas, en fosos petroleros en Irak, Arabia Saudita y Nigeria; estuve en Chile en la crisis de los mineros y en los yacimientos de oro encontrados en Mali en el 96. Donde otros colegas han dicho que no se puede excavar, yo lo he hecho. ―miró a Helga, puso la mano sobre su hombro e intentó suavizarla.―Doctora, esta montaña se vendrá abajo y no hay nada que podamos hacer, lo sentimos; la excavación se suspende.

Helga no pudo ocultar su consternación. Hacía apenas un rato, sus lágrimas habían sido de felicidad, entonces se hacían presente por lo que siempre ha sido más usual en el ser humano; por la tristeza sentida, consecuencia inequívoca de su gran consternación. Resultaba infame, sin lugar a dudas, que de repente un día tan bello se transformara en una pesadilla, ya que estaba enteramente segura de que en poco tiempo; un tesoro arqueológico se iba a perder.

―Acompáñeme doctora, quiero que vea algo ―Insistió el experto.

Minutos después, los técnicos trasladaron a los arqueólogos a los sitios donde se había evidenciado la fragilidad de la montaña. Les mostraron cómo las marcas de pintura que habían sido aplicadas en varias paredes rocosas, indicaban el deslizamiento hacia abajo. Les explicaron, igualmente, cómo el mismo había evolucionado en apenas 5 días. Luego los condujeron hasta la entrada de las cuevas y les revelaron cómo las filtraciones de agua y las grietas, daban cuenta del colapso inminente que se produciría en la montaña. El excesivo uso de dinamita y el método de perforación que los saqueadores habían empleado, debilitaron de tal modo la montaña, que extinguieron de manera definitiva, la posibilidad de extraer y estudiar; uno de los yacimientos arqueológicos más abundante descubierto en los últimos cien años.

Luego de avizorar el riesgo que implicaba seguir con la excavación, los arqueólogos avalaron el cese de la actividad. No obstante, tenían que convencer al Ministro Egipcio de Antigüedades y al ingeniero líder a cargo de la excavación, para que permitieran el descenso a los túneles, a un pequeño grupo compuesto por cuatro arqueólogos y un grupo de ayudantes; con el firme propósito de rescatar las estatuillas y los ídolos que se encontraban en dichas galerías.

Finalmente al anochecer, el pequeño grupo conformado por los arqueólogos, el ingeniero y solo dos ayudantes, atravesaron el túnel dotados solo de oxígeno y cascos mineros; suficiente equipo para una incursión que duraría, a lo sumo, un par de horas. No obstante, la curiosidad congénita de los arqueólogos, en contraposición a las más elementales normas de seguridad, los condujo a explorar una serie de pasadizos oscuros cada vez más angostos, aunque rebosantes de escrituras antiguas; de las cuales tomaron, raudos, algunas muestras fotográficas. Concomitantemente, embargados cada vez más de honda sorpresa, avistaron un grupo de grandes figuras (estatuas) que por su gran tamaño, resultaba imposible ser removidas en ese momento. Con gran impotencia, los egiptólogos tuvieron que dejarlas allí, a sabiendas de que el inminente derrumbe terminaría por destruirlas.

Después de varias horas, la exploración llegó a un punto estéril, pues ningún artículo había podido ser extraído, dada la envergadura de los tesoros arqueológicos encontrados hasta el momento. Y para aumentar la enorme sensación de pesadumbre, a medida que iban adentrándose al lugar, contemplaban más de aquellas enormes y pesadas estatuas imposibles de cargar. Consecuencia de ello, un manto desolador comenzó a revestirlos, ya que el destino había sido benevolente y cruel a la vez con ellos, llevándolos al paraíso y al infierno el mismo día.

― ¡Dechamps, el sol está por salir! ―dijo una voz proveniente de la radio. ― ¡Es tiempo que salgan amigos!

―Aún no terminamos.―respondió uno de los arqueólogos. ― necesitamos más tiempo. Consíguelo y yo invitaré los tragos hoy.

―Negativo. ―expresó la voz procedente del aparato.― Tenemos órdenes. El Ministro quiere que salgan de inmediato.

Intentando disuadir a la persona con quien se comunicaba a través del radio transistor, la respuesta del arqueólogo fue: ― Pide solo unos minutos, no saldremos con las manos vacías.

― ¡Negativo! ―replicó el hombre a través de la radio. ―Suban ahora. Los egipcios no querrán tener que explicar la muerte por negligencia de arqueólogos de la unión europea.

Dechamps sabía que tenía que cumplir la orden dada. Instintivamente desvió su mirada a la líder de la delegación, Helga Rohmer, esperando que fuera ella quien tomara la decisión. Helga asentó con un movimiento de su cabeza, dando la señal a su colega. La arqueóloga estaba muy consternada, al igual que lo estaba el resto de la improvisada expedición, por el hecho ineludible de tener que suspender la misma.

―Copiado. ―respondió el arqueólogo, ―Vamos de salida.

La mirada de Helga se evidenciaba colmada de una mezcla de tristeza y desencanto. La fatiga y el desvelo no le importaban, lo único que la atormentaba, era aquel sentimiento de frustración anclado en su pecho.

―En todas mis expediciones jamás miré algo parecido, ―exclamó Helga. ―Saqueadores usando este equipo y detonando dinamita.

Otro de los arqueólogos coincidía con ella.

―No es usual. Los saqueadores son lugareños con palas y picos que buscan cosas pequeñas que vender.

Helga también conocía el comportamiento de los contrabandistas, por ello discrepaba con el método que habían usado los profanadores en el lugar. A simple vista, se notaba la gran inversión realizada, para poder llevar a cabo una excavación de tal magnitud.

―Creo que los saqueadores sabían lo que había acá.―dijo otro de los arqueólogos

― ¿Por qué lo crees? ―interrogó Helga.

―Doctora, la inversión realizada en este sitio, solo se podría justificar, al tener conocimiento acerca de la gran cantidad de tesoros.

Otro arqueólogo intervino.

―Aun así, el olfato que debieron tener para saber dónde buscar, tuvo que ser impecable.

― ¡Quizás tenían un mapa! ―mencionó otro investigador. ―O tal vez permanecieron por años trabajando en esta montaña.

Luego de un corto silencio, Helga dijo algo que despertó intrigas.

―O quizás las reliquias egipcias no era lo que buscaban.

Los tres arqueólogos miraron a su homóloga y con sus ojos cuestionaron su razonamiento. Pero antes de que la controversia entrara en debate, una voz fuerte que provenía de una cámara contigua llamó a los arqueólogos; al parecer, alguien había encontrado algo. Presurosos, los tres expertos se apersonaron al sitio y para beneplácito de todos, el mal augurio que habían advertido durante toda la noche se revertió; el egiptólogo también alemán, Christoph Meller, había encontrado, en una cámara arenosa y cubierta de telarañas; innumerables estatuillas, vasijas de barro, urnas de incienso y varias tablas con representaciones pictóricas de flores de loto; entre otras cosas.

Del mismo modo, en la cámara se divisaba un enorme sarcófago que tenía incrustada una máscara funeraria de la cultura egipcia y al costado, descansaba una prominente escultura que no podía pasar desapercibida; cuya forma humana con cabeza de perro despertaba su fascinación. La pose de aquella escultura, daba la impresión de que un hombre con cabeza de animal custodiara el sepulcro, ya que sus brazos sostenían una lanza y un escudo. Christoph estaba totalmente seguro de haber realizado un hallazgo importante y, aunque no existía forma de determinar a qué Faraón, sacerdote o noble pertenecía aquella cripta o con qué dinastía podría vincularse; todos estaban felices. Aquella placidez estaba más que justificada, ya que en el aposento habían tantos tesoros, que podría tomar varios años evaluarlos a todos.

― ¡Hermoso Christoph! ―enunció Helga, mostrando una gran sonrisa y con la piel erizada de emoción. ―No saldremos con las manos vacías.

Helga tomó la radio y detalló el descubrimiento a las autoridades egipcias con tal elocuencia, que el mismísimo Ministro de Antigüedades decidió extender el permiso para que los arqueólogos pudieran permanecer en el interior del templo y a su vez, lograran llevar a cabo la extracción de la mayor cantidad de reliquias posibles; antes de que se produjera el colapso de la montaña. En las siguientes horas, ya con la luz del día calentando el ambiente, las labores de acarreo estaban a plenitud en un entorno mucho menos rígido, con la tranquilidad de que aquella cuantiosa cantidad de tesoros no se iba a dilapidar. A los ayudantes se les veía emerger de los túneles en grupos de dos o cuatro, según el peso de los artefactos que cargaban, usando para ello; una especie de camilla, donde eran depositadas las esculturas más pesadas, siendo las mismas recibidas a su vez por tres personas, quienes con sumo cuidado; desmontaban dichas efigies, colocándolas luego en carretones para ser sacadas en ellos.

La joven científica veía con entusiasmo, cómo los tesoros arqueológicos eran extraídos de la montaña. Aquella sensación agridulce que la embargaba, le impedía ser un miembro del equipo que tendría que llevar a cabo una labor específica, así que solo se limitaba a contemplar cómo las reliquias eran acomodadas, fotografiadas e inventariadas, para posteriormente ser depositadas en cajas plásticas, listas para el traslado a su destino final; el Centro de Estudios Arqueológicos de El Cairo. La experta todavía no lograba digerir aquella sensación agridulce que la embargaba; lo dulce provenía de la certeza de que al menos, una parte de las reliquias había sido rescatada; la sensación agria derivaba de la incertidumbre de saber cuán grande podría resultar la pérdida de todo lo que resultara sepultado cuando la montaña se derrumbara.

De todas maneras y a pesar del cúmulo de emociones, ella recibía sonriente a cada trabajador que emergía de los túneles, le daba las gracias en su lengua y con agrado, observaba cómo las piezas se colocaban sobre una manta. Helga también sonreía a los colaboradores que tomaban fotos y a los miembros de su equipo quienes usaban guantes y una escobilla, para remover la tierra adherida a los tesoros. Para entonces, un sinnúmero de aquellas piezas yacían en orden, a la espera de ser limpiadas e inventariadas. Aquellos hermosos vestigios de toda una civilización que añoraba contar su historia, estaban justo frente a sí, lo que la emocionaba tanto; que no lograba contener las lágrimas de alegría. Estaba segura de que su padre estaría orgulloso de ella, además; podría presumir aquel triunfo en su alma mater junto a sus colegas y profesores. Sin duda, el hallazgo iba a laurear su carrera, pero lo más importante resultaba ser, aquel incalculable valor histórico que obsequiaría a la humanidad.

No obstante, entre tanto regodeo hubo algo que llegó a capturar la atención de Helga; algo que su instinto le decía que no encajaba. La arqueóloga había visto entre los objetos alineados, un utensilio que contrastaba con las piezas sustraídas; una cubeta metálica ordinaria sucia y oxidada. Desde luego el balde no era una antigüedad, así que pensó que el mismo había sido colocado por equivocación, por lo que al acercarse; se percató de que en la cubeta había varias piezas sucias, las cuales, por su aspecto, podrían considerarse también parte del hallazgo.

― ¿Qué hace esto acá? ― Preguntó, señalando el balde.

Uno de los peritos a cargo de limpiar las piezas le respondió.

― Encontraron esa cubeta en la cámara y los muchachos la subieron.

― ¿Vieron las cosas que hay adentro? ―volvió a preguntar la arqueóloga.

―Seguro. ―replicó el perito, minimizando la importancia del contenido de aquel utensilio. ―Dudo que sean cosas antiguas.

Aún sin entender por qué esos objetos estaban dentro de la cubeta, Helga deseó saber.

―Pero ¿Que hacen en el balde?

El perito subió los hombros y mientras seguía tomando notas, respondió la pregunta, tratando de determinar si aquellos objetos en la cubeta tenían algún valor.

―Quizás los que saquearon el templo las pusieron allí y olvidaron llevárselas.―Luego sonreía mientras bromeaba acerca del tema, ― O quizás se dieron cuenta de que esas baratijas no las podrían vender y las dejaron.

― ¿Lo crees? – cuestionó Helga con una pizca de escepticismo.

Sonriendo el perito se aferró a su versión.

―Son piezas sin valor doctora. Si las comparamos con el resto de los objetos, serán, por mucho, las piezas menos interesantes que evaluar. Es más, podría apostar que ni siquiera son antigüedades. Helga se inclinó para ver de cerca los objetos, entre estas cosas había un objeto que parecía ser una moneda grande, curtida y desgastada; con apenas un grabado que no se podía distinguir debido al polvo adherida a ella. También había una tela, un pesado de metal y un hueso, entre otras cosas. Ciertamente el perito tenía razón, no había algo que fuera de mayor vistosidad, en comparación con el resto de los artículos encontrados.

―Procura echarle un vistazo a estas cosas cuando termines. ―instó la doctora.

―Seguro jefa, ―dijo el perito, quien con una enorme sonrisa bromeó, ―Cuando acabemos de enumerar las cosas de valor, le echaré un vistazo a esas baratijas.

La doctora miró detenidamente cada pieza, añorando encontrar algo interesante que abriera su apetito por averiguar más sobre el tema, pero por más que buscó y buscó; no encontró nada peculiar que le incitara a invertir tiempo en averiguar algo sobre ellas, es más; parecía tener sentido lo afirmado por el perito, en relación a que aquellas piezas ni siquiera eran antiguas. Dejando a un lado aquel punto, ninguno de los objetos a simple vista despertaba el interés de ningún arqueólogo y eso se confirmó con Helga y su actitud desinteresada; quien no demoró en dejar de hacer preguntas sobre las supuestas piezas sin valor. Al final, aquel fallo la marcaría a perpetuidad, porque la empujaba a un mundo oscuro de asesinos despiadados, quienes no estaban dispuestos a que la historia que se hubo hundido en el océano; se podría divulgar en nuestra época.

Si la doctora tan solo hubiera echado un vistazo más detallado a aquellas piezas, se habría percatado de que la contextura de cada objeto, delineaba parámetros muy distintos a la artesanía egipcia y aquel detalle, posiblemente, habría despertado el interés que dichos objetos ameritaban. Pero en su defensa prevalecía el hecho de que el estado de aquellas cosas, distaba mucho del aspecto rustico de una antigüedad, es decir, que su conservación había sido bastante buena. Si no hubiese sido por la mugre, podría decirse que estaban casi intactas. Finalmente, luego de una corta reflexión, Helga apartó su mirada del balde y se concentró de nuevo en los objetos que estaban siendo extraídos del interior de la montaña.

― ¡Vamos señores, apresúrense, no tenemos todo el día! ―alentaba la doctora a sus colegas en voz alta.

Como lo revelé hace poco, aquellas piezas "irrelevantes", iban a abrir un vínculo ancestral que desembocaría en la reencarnación de un legado de hombres y mujeres, quienes milenios atrás, habían puesto de rodillas a los grandes reinos. Además, se convertiría en el primer hallazgo en nuestra época, de una cultura de la cual no se sabía nada y que había tenido un historial tan glorioso e inexpugnable; que los historiadores europeos y asiáticos habían decidido ocultarnos. Helga Rohmer y su grupo de arqueólogos habían hecho un gran descubrimiento, pero nunca se iban a enterar de que lo habían llevado a cabo, nunca.

¿Cómo era posible que yo, siendo un simple obrero, supiera del invaluable legado histórico detrás de aquellas piezas? Teniendo conocimiento de todo lo descubierto aquel día cuando las piezas fueron encontradas, pude haber dicho lo que sabía, pero opté por convertirme en un testigo silencioso, a quien le pagaban por mover la arena de un lugar a otro. Un par de años después, permanezco aquí en mi cuarto, a oscuras, con una lamparilla que ilumina el lápiz y el papel que he tomado para escribir lo que recuerdo. Me temo que no soy un gran escritor, ya incurrí en mi primer desacierto; escribiendo el relato justo donde debí concluirlo. Quizás tenía que haber comenzado mi libro, relatando quiénes éramos, solo que el día en que aquellas piezas fueron descubiertas, mi familia había sido sentenciada a morir.

Mis hermanos ahora están muertos. La fraternidad en la cual desde

            
            

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