Capítulo 7 Un hijo bastardo

Al día siguiente, Albert estaba inconsolable, así que Joyce le pidió de mala gana a Henrik que se encontrara con ellos en el M Amusement Park.

Una pareja guapa con un niño bonito siempre llamaba la atención. Mientras caminaban hacia el punto de encuentro de la guardería, los ojos de todos estaban puestos en ellos, y cuando llegaron, un grupo de niños los rodeó. Albert se apresuró a acercarse a sus amigos con entusiasmo e hinchó el pecho al presentarles con orgullo a Joyce y a Henrik. "Mis padres vinieron hoy conmigo".

Los niños tampoco podían resistir al encanto de las personas atractivas. "Guau, Albert, tu madre es muy hermosa".

"¡Tu padre también es muy guapo!".

"¡Tienes razón! ¡Tus padres son muy guapos!".

Albert asintió: "¡Claro que tenía razón, nunca les he mentido! Les dije que mis padres son los más hermosos del mundo. ¡Solo mírenlos!".

Al ver que su hijo sonreía con orgullo a sus amigos, ella no quiso aguarle la fiesta, por lo que decidió no explicar su relación con Henrik, pues no quería arriesgarse a que malinterpretaran a Albert.

Joyce y el médico intercambiaron miradas divertidas y sonrieron. De verdad parecían una familia feliz.

Ella se inclinó para saludar a los niños, pero antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, una voz sarcástica llegó desde no muy lejos.

"Vaya, vaya, vaya, parece que eres tan perra como hace siete años. Ayer me dijiste que querías casarte conmigo, pero hoy estás aquí con tu hijo bastardo".

La voz era bastante familiar.

La sonrisa en el rostro de la chica desapareció. Lentamente levantó la cabeza y vio que era Braydon, quien estaba de pie a un par de metros, sosteniendo a una chica que llevaba demasiadas capas de ropa para el verano. Él miraba con desprecio a la mujer que estaba arrodillada, con los ojos oscuros llenos de asco.

Ella sintió un dolor agudo en la palma de su mano. Al parecer, había estado clavando sus cuidadas uñas. Como si despertara de un sueño, ella atrajo rápidamente a Albert hacia sus brazos y le cubrió la carita que parecía una versión en miniatura de la de Braydon, quien la miró con frialdad, y le dijo: "Proteges muy bien a ese bastardo, ¿eh? ¿Por qué te decidiste a darlo a luz pero te negabas a que los demás lo vieran?".

'¿Bastardo?

¡Cómo se atrevía a llamarlo de esa forma!

¿Cómo puede hablar tan duramente de un niño?'.

Apretando los dientes, Joyce dijo en voz baja: "Braydon, puedes insultarme todo lo que quieras, pero no te atrevas a insultar a mi hijo".

"¿Insultar?", repitió este sarcásticamente. Entonces miró a la pareja como si estuviera viendo un montón de basura. "Joyce, no pienses demasiado en ti misma. ¿Quién te crees que eres? ¿Crees que tengo tiempo para insultar a una perra y a su hijo bastardo?".

La chica se quedó sin palabras. Siempre había pensado que estaba en deuda con él por lo que había hecho, por eso soportaba sus insultos una y otra vez.

Y aceptaba que él la llamara perra. Después de todo, se lo merecía, y ella lo admitía.

¿Pero cómo podía quedarse de brazos cruzados viendo cómo insultaba a su Albert?

Ella había estado enamorada de él por siete años, y había pasado por un sufrimiento inconmensurable. Hasta estuvo a punto de morir cuando tuvo a su hijo. Sin embargo, ahora, llamó a ese niño un bastardo.

Esta vez, Joyce sabía realmente cómo se siente un corazón roto.