Capítulo 10 Mentiras

En el camino de vuelta, Joyce parecía especialmente apática. Cerrando los ojos en señal de derrota, guardó silencio durante todo el trayecto.

Henrik había sido el médico de la familia Lu durante años, y sabía lo que sucedía entre ella y el hombre más rico de J City, Braydon.

Al ver lo angustiada que la mujer estaba, quiso decir algo, pero antes de que se lo ocurriera algo, Joyce se adelantó: "Henrik, estoy cansada. De verdad no quiero decir nada más sobre él".

Este suspiró y se tragó lo que iba a decir. "Vale, podemos dejar el tema".

Sin embargo, tras una pausa vacilante, añadió: "Pero como tu médico, debo decir algo por el bien de tu estado. Te aconsejo que resuelvas este asunto cuanto antes para disminuir tu nivel de estrés, lo que hará mucho bien a tu salud física y mental".

Joyce no dijo nada, solo miraba fuera de la ventana, trazando complicados patrones en el cristal distraídamente.

Pensando que no era nada, el doctor se dio la vuelta. Sin saberlo, ella estaba trazando las letras del nombre de una persona, una y otra vez.

Estas letras formaban "Braydon".

Se decía que el nombre de uno podía ser la maldición más corta. Hace tiempo, el nombre "Braydon" era música para sus oídos; pero ahora, no era más que una pesadilla.

Cada trazo que hacía era como un cuchillo que cortaba su corazón, dejando cortes ensangrentados.

Cuando llegaron a casa, la chica no estaba de humor para hacer nada, pues los acontecimientos del día la hicieron sentir completamente agotada.

Después del almuerzo era la hora de la siesta de Albert. Ella lo tomó en brazos y lo llevó al dormitorio del segundo piso.

Mientras lo arropaba en la cama, él la miró con curiosidad. "Mamá, ¿por qué el hombre malo del parque de diversiones se parecía tanto a mí?".

Ella se quedó paralizada.

Incapaz de inventar una excusa, repitió lo que le había dicho antes a Braydon. "Algunas personas se parecen, eso es todo".

Él, como niño inteligente, no se apaciguó fácilmente. "Estás mintiendo. Mi maestra dijo que no hay dos hojas iguales, ¿así que cómo puedo parecerme tanto a ese hombre? ¡Debemos ser parientes!".

Joyce prácticamente podía ver girando los pequeños engranajes del cerebro de su hijo.

"Nuestra maestra también dijo que padre e hijo se parecen. Mamá, ¿ese hombre es mi padre biológico?".

La mujer se quedó sin palabras.

¡Las cosas que se enseñaban en el jardín infantil eran tan profundas ahora! Y todo este tiempo, ella había pensado que no eran más que niños inocentes y adorables que solo comían bocadillos y jugaban.

Bajo la atenta mirada de su hijo, Joyce preguntó con obstinación: "¿No es Henrik tu padre? En cuanto al hombre del parque, su parecido es realmente una coincidencia".

"Henrik es mi padrastro. ¡Ustedes son pareja, pero no somos parientes de sangre!".

Ella casi se atragantó. ¿Qué le hacía pensar a este niño que había algo romántico entre ella y Henrik?

'¿Padrastro? ¿Que no es pariente de sangre?'. Los niños de hoy en día saben mucho, demasiado para su propio bien.

Joyce apretó sus delgados dedos contra sus sienes, incapaz de lidiar con la inteligencia de su hijo. "Albert, en primer lugar, Henrik y yo no somos pareja. Él es mi médico personal, pero solo somos amigos. Eso es todo".