Capítulo 9 Malherida

Braydon agarró a Joyce por la barbilla y la miró fijamente. Ella, con lágrimas en los ojos, le dijo en voz baja: "Verdaderamente, una perra como yo no merece dar a luz a su hijo, señor Huo".

Albert, al ver a su madre en peligro, quiso protegerla, así que levantó su manita y golpeó al hombre, gritando: "¡Deja de intimidar a mi mamá! ¡Hombre malo, déjala ir!".

Los puñetazos del pequeño se sentían como ráfagas de viento para este, pero al final, aflojó su agarre sobre la mujer.

El pequeño lo miró con rabia, decidido a defender a su madre. Su rostro, que Joyce había hecho todo lo posible por ocultar, ahora estaba a la vista de todos.

El hombre y el pequeño se parecían, ambos tenían abundantes cejas y ojos profundos. Aparte de su cara de niño, Albert parecía una versión en miniatura de Braydon.

Sintiéndose como si estuviera mirando un espejo, la mente de este se quedó en blanco durante un segundo, pero una furia le invadió de inmediato.

Entonces se volvió hacia Joyce y la miró con tal odio que ella pensaba que se la comería viva.

Apretando los dientes, él le preguntó: "Si este niño no es mío, ¿puedes explicarme por qué se parece tanto a mí?".

El corazón de la mujer se aceleró y sintió un nudo en la garganta. Con Braydon mirándola tan ferozmente, casi tuvo ganas de ceder y contarle todo.

Pero entonces recordó que su hijo estaba presente. Dispuesta a calmarse, dijo con voz tranquila: "Es solo una coincidencia, algunas personas se parecen. No hay nada raro en eso".

Aunque su rostro consiguió permanecer inexpresivo, su tembloroso labio inferior delató sus emociones.

Los ojos del hombre brillaron peligrosamente, y justo cuando estaba a punto de arremeter con rabia, su asistente se le acercó corriendo. "Señor Huo, la señorita Wen se desmayó".

La expresión del rostro de Braydon cambió completamente, y en lugar de preguntar por el niño, pasó junto a Joyce y se acercó a Maranda. Tomó a la frágil mujer en sus brazos y se fue.

Todo había sucedido tan rápido que Joyce apenas tuvo tiempo de orientarse.

Antes de irse, él se dio la vuelta para mirarla a los ojos una vez más. "Tienes medio día para darme una explicación".

Luego se fue apresuradamente con la chica inconsciente en sus brazos.

Aunque era verano y el sol brillaba intensamente, Joyce se estremeció, se sentía como si un viento frío hubiera soplado y le helara hasta los huesos.

Bajó la cabeza y hundió su cara en el cuello de Albert. Al cabo de un rato, alzó la vista, tenía los ojos enrojecidos. "Bebé, déjame llevarte a casa, ¿vale?".

Su voz era suave, como si temiera molestar a alguien o a algo.

Parecía frágil, como si una oleada de viento fuera suficiente para arrastrarla.

Su hijo era un niño perspicaz, por lo que supo inmediatamente que su madre estaba triste. Él envolvió sus regordetes brazos alrededor de su cuello con fuerza, y respondió: "Está bien, vayamos a casa".

De alguna manera, estas simples palabras le hicieron sentir calidez en su corazón, y las lágrimas comenzaron a correr por su rostro.

El niño extendió su manita y se las secó. "Mamá, no llores. No tengas miedo. He ahuyentado al hombre malo. Él ya no te hará daño".

Sus palabras resonaron en la mente de ella, pero no respondió. Con amargura, pensó para sí misma: '¿Cómo es posible? El que ama primero, pierde. Braydon solo va a herirme de nuevo'.