Volvió a su lugar de trabajo y se sentó detrás de su escritorio, intentando mantener la calma mientras Greco Santoro llegaba a la empresa y se acercaba a ella. Su presencia allí la hacía sentir vulnerable, sus manos comenzaron a sudar y un tic nervioso se reflejó en ellas al comenzar a golpetear sus uñas sobre su escritorio.
Un aviso hizo que Jacob viniera a su encuentro de inmediato, encontrando a Greco atemorizando a su esposa tan solo con el mero acto de su presencia.
-Señor Santoro, no entiendo por qué ha venido -dijo Ana, intentando sonar firme-.
Greco soltó una sonrisa de enojo, una que tan solo ocultaba su desprecio.
-Ana, querida, sabes exactamente por qué estoy aquí -respondió.
-No es él momento, ni mucho menos el lugar para hablar de esto -interrumpió Jacob adentrándose abruptamente a la oficina.
-Tu hija ha cumplido dieciocho años, Smith. Es hora de cumplir nuestro pacto -sentenció Santoro y Jacob recordó algunos detalles de aquella reunión con Greco, que ahora tenían un significado siniestro.
Ana se estremeció al recordar la noche que se enteró de todo esto.
-No puedes hacer esto -dijo Ana con su voz temblando-. ¡Ella es solo una niña!
Greco soltó una risa malvada que expresaba la satisfacción que sentía por la desgracia de Jacob.
-No es una niña -respondió Greco con voz demandante-. Es una mujer. Y pronto será mi esposa.
Ana se sintió horrorizada al igual que Jacob.
-Nunca -respondió Jacob-. No te permitiré que le hagas daño.
Greco se acercó a Jacob, su voz amenazante lo hizo titubear, pero permaneció firme.
-No tienes opción -aseguró con frialdad-. Yo he protegido tu empresa, tu familia. Llego la hora de que paguen el precio.
Ana se levantó, intentando mantener la calma.
-No puedes llevarla contigo -afirmó Ana-. No permitiré que mi hija se case contigo.
Greco sonrió con sorna.
-No necesito el consentimiento de un cadáver -disparó en la frente de Ana y se dirigió hacia Jacob con tranquilidad-. Tú me lo prometiste. Y ahora, debes a cumplir tu parte del trato. Sino, te mataré a ti y nadie, escúchame bien, nadie podrá detenerme de hacer con ella lo que se me antoje, si quieres que sea un buen marido para tu hija, asegúrate de ser un suegro generoso.
Greco le entregó un contrato a Jacob, quien temblaba estupefacto al ver la línea de sangre en la frente de su esposa.
-Este es el contrato de matrimonio. Firmado por mí y tú vas a validar esto hoy mismo.
-No -respondió Jacob incapaz de formular una oración.
Greco frunció su entrecejo de inmediato, su paciencia estaba al borde del colapso.
-No tienes opción -gritó enrojecido de cólera-. ¡Voy a llevármela ahora mismo!
Jacob se sintió aterrorizado con todo lo que estaba sucediendo a su alrededor y quería proteger a su hija por sobre todas las cosas.
Greco se acercó a la puerta y advirtió que la llevaría consigo sin importar cuanto él se empeñe en ocultarla.
Este juego del gato y el ratón, comenzaba a tornarse siniestro y a su vez interesante para Santoro.
La vida continuó, pero aquella promesa hecha a Santoro prevaleció al pasar de los años.
...
Las puertas del jardín interior se abrieron, Alexander levantó la mirada del ataúd de su abuelo y observó con desprecio a Victoria, la viuda de su abuelo, mientras se abría paso hacia el funeral.
Su presencia fue como un golpe en el estómago. Alexander no había visto a Victoria desde hacía ya mucho tiempo, cuando tuvo algunas sospechas de que lo drogó para meterlo a su cama, misma que compartía con su anciano abuelo.
Le advirtió que no viniera en la llamada que Victoria le realizó para darle el pésame, pues su presencia allí era innecesaria y sabía que solo traería problemas.
Victoria se acercó al ataúd lentamente, con su rostro pálido y sus ojos llenos de lágrimas. Vestía un hermoso vestido negro ceñido al cuerpo, tacones altos y un sombrero con malla que cubría parte de su rostro.
Su comportamiento era calmado, a pesar de que sabía como demostrar el dolor que fingía sentir en ese momento.
«¿Qué está tramando esta mujer? Estoy seguro que más que por el sepelio, vino para obtener información sobre la lectura del testamento. No debe estar enterada de que el abuelo la había sacado de su testamento»
Alexander se sintió incómodo, sin saber cómo reaccionar. Siempre había marcado una distancia con Victoria, quien había sido la segunda esposa de su abuelo, y no conforme a ello, había intentado seducirlo a él infinidades de veces.
Victoria se detuvo frente al ataúd, levantó el pequeño velo negro que cubría su rostro y besó la frente de su esposo fallecido. Luego, se volvió hacia Alexander y lo miró con una mezcla de tristeza y determinación.
-Lo siento mucho Alex -dijo Victoria con su voz temerosa-. ¡Tu abuelo siempre te quiso mucho!
Alexander se sintió desconcertado por las palabras de Victoria. ¿Por qué decía eso? ¿Qué quería decir con "siempre te quiso mucho"? ¿Acaso no sabía que su abuelo planeaba dejarla en la calle por ambiciosa?
-Gracias, Victoria -se limitó a decir, intentando mantener la calma-. Sin gentilezas, ni diminutivos. No me interesa ni quiero ser tu amigo.
Victoria se acercó a él y lo abrazó sorpresivamente. Alexander se sintió incómodo con el abrazo, pero no quería ser descortés delante de sus allegados.
-Estoy aquí para ti, Alex -aseguró Victoria en un murmullo cerca de su cuello que hizo arder de rabia a ese hombre por dentro-. Tu abuelo siempre quería lo mejor para ti. Y sabes que lo mejor para ti es casarte con una mujer que te ame y esté a tu altura.
Alexander se sintió confundido, iracundo y asqueado, no quería sentir los brazos de esa mujer tocando su cuerpo un segundo más.
¿Acaso estaba hablando de ella misma?
La apartó de su lado con sutileza y sentenció cerca de su oído que si volvía a colocarle una mano encima, él mismo se encargaría de contársela.
Victoria tomó uno de los primeros asientos en las filas que correspondía a la familia, aceptó con gentileza las condolencias de los amigos más cercanos e ignoró que la familia entera hubiera hecho como si ella no existiera.
La misa continuó y Alexander seguía ajeno a lo que sucedía a su alrededor, su mente estaba absorta en sus propios problemas y el dolor causado por la muerte de su abuelo.
Horas más tarde, había llegado el momento de llevar los restos de Jasson al campo santo.
La luz del sol se filtraba a través de los árboles del cementerio, proyectando sombras sobre la multitud de personas reunidas para despedir a Don Jasson.
La familia Thompson estaba presente, con Alexander a la cabeza, quien mantenía su rostro serio y compungido.
El padre pronunciaba palabras de consuelo, mientras que Alexander recordaba momentos felices con su abuelo. Su madre, Elizabeth, lloraba silenciosamente a su lado, mientras que James, su padre trataba al igual que él, ocultar su dolor.
Ver como colocan aquellas láminas de concreto sobre el féretro de su abuelo y no derramar una sola lágrima era un nivel extremo de autocontrol y frialdad.
Después del servicio, la familia se dirigió hacia la sala de recepción para recibir las condolencias de los asistentes. Alexander se sintió abrumado por la cantidad de personas que querían expresar su pésame.
-Alex, hijo. Lo siento mucho -dijo uno de los amigos de su abuelo-. "Tu abuelo fue un gran hombre."
-Gracias -respondió Alexander, tratando de mantener la compostura-.
La fila de personas parecía interminable. Alexander se sentía cada vez más sofocado y agobiado.
Finalmente tuvo que salirse de la recepción para tener más espacio personal, sentia que lo estaban asfixiando y se dirigió nuevamente a la tumba de su abuelo, encontrando allí la paz que tanto anhelaba.