Abbigail había regresado al país sin informarle a su padre, quería averiguar quién fue el responsable de ese acto tan inescrupuloso que le cegó la vida para siempre a su madre y se juró a sí misma que le haría justicia a los restos de Ana Lucía, así eso implique vender su propia alma.
Aprovechó la hora de la tarde para acudir al cementerio esperando que a esa hora se encontrase totalmente vacío y de esta forma permanecer alejada del peligro, ya que debía mantenerse oculta sin siquiera saber de quién. Sentía que la ignorancia del verdadero problema la hacía más vulnerable.
Justo este día se cumplían cinco años de la trágica muerte de su madre y no hubo nada que le impidiese llevarle su primer ramo de flores.
A lo lejos vio a un hombre hablando con una rosa blanca que traía en su mano.
Se veía alto, caucásico, cabello castaño... Un verdadero adonis que parecía haber sido tallado a mano por los mismísimos Dioses.
Pero algo más llamó su atención. En su rostro se marcaba un profundo dolor que se le hizo familiar con aquel sentimiento que llevó guardado en todo este tiempo.
Alexander se había quedado inmóvil, las palabras ya no le salían de su boca, su mirada fija en la tumba de su abuelo atrapaba por completo su atención que no se dio cuenta de cuando llegó una joven rubia a su lado.
Se miraron fijamente unos segundos, Abbigail podía notar el dolor y la tristeza en sus ojos, y se sintió conmovida.
-Lo siento mucho -habló con voz temblorosa-.
-Gracias -respondió Alexander finalmente con su voz baja y ronca-. ¡No necesito consuelo!
Abbigail retrocedió dos pasos, respetando su espacio. Pero no se fue.
-Entiendo -musitó la joven-. Pero a veces, hablar ayuda.
Alexander se volvió hacia ella, su mirada intensa la hizo temblar.
-¿Qué sabes tú de dolor? -preguntó con ironía.
Abbigail se sintió un poco herida por su tono, pero no se ofendió. Ella también había enfrentado una noticia devastadora estando completamente sola.
-Sé cuanto duele -respondió suavemente-. Sé que no hay palabras para aliviar el dolor, pero a veces, solo necesitamos alguien que escuche.
Alexander la miró fijamente, como si buscara algo en sus ojos. Luego, asintió lentamente.
-Gracias -repitió.
Abbigail sonrió débilmente ante la evasiva de mirada que le dio el hombre.
-No hay de qué -respondió la chica regalándole una sonrisa de boca cerrada-.
Hubo un silencio absoluto entre ellos durante algunos segundos, mismo que se sintió como si hubieran sido horas, pero Abbigail no se sintió incómoda. A cambio sintió una extraña conección con Alexander que no había sentido por nadie.
-Me llamo Abby -dijo finalmente.
Alexander asintió serio sin ánimos de seguir con esta aburrida charla.
Lo único que llamó irreparablemente su atención, fue ese par de orbes azules en esos hermosos ojos rojos e hinchados debido a exceso de llanto, mismos que lo detallaban a él de pies a cabeza sin disimulo.
-Alexander -contestó dejando la mano de la chica extendida hacia él.
Abbigail sonrió ligeramente, su completa arrogancia comenzaba a incomodar.
-Lo sé, ya debo irme -respondió dándole la espalda.
Alexander levantó una ceja.
-¿Cómo dices? -hizo un intento por no dejar morir la conversación.
Abbigail se encogió de hombros.
-Mi madre me habló de usted. Hace mucho tiempo.
Alexander frunció el ceño de inmediato.
-¿Qué dijo? -preguntó con curiosidad-.
Abbigail se sintió un poco nerviosa al ver la mirada gélida que le dedicó ese hombre, casi pudo oír el sonido de sus muelas rechinando de impotencia.
Una actitud bastante exagerada, para ser cierto.
-Nada malo -respondió rápidamente queriendo salir del problema, no sería apropiado decirle que su madre le confesó que él era el único hombre que podría protegerla, sería raro si se lo dijera y de paso, no quisiera tenerlo cerca un día mas-. ¡Solo que eres un hombre muy exitoso!
Alexander se rió, una risa seca y sin humor.
-¿Exitoso?-repitió-. ¡Eso es un eufemismo!
Abbigail se sintió confundida.
-¿Qué quieres decir?
Alexander se volvió hacia la tumba de su abuelo.
-Nada -respondió dándole la espalda-. Olvídalo.
La mujer se marchó sin dejar rastros, dejando una sensación de intranquilidad en el pecho del hombre que ahora mismo le pedía a su guardaespaldas más información de ella. Obligándolo a encontrarla en las próximas horas.
...
Dos días pasaron luego del sepelio del abuelo. Verse vestido de luto definitivamente no ayudaba a mejorar el estado de ánimo de Alexander.
Cada día en esa casa era un recordatorio de que estaría solo el resto de su vida y lo odiaba.
Aparte de eso, no logró tener mas información sobre aquella mujer del cementerio que desapareció en la nada y sin dejar rastros.
Comenzaba a impacientarse, la curiosidad de saber que fue lo que le dijeron a esa chica sobre él parecía inusualmente importante.
Alcanzó a ver en sus ojos que estaba ocultando algo, pudo percibir que había algo más allá que no le quiso decir. Todo en ella fue un efímero misterio que le causó un impacto extraño dentro de sí.
La lectura del testamento de su abuelo se realizaría en una hora, el prepotente CEO de Thompson Corporations aprovechó ese corto tiempo libre para crear algunas estrategias funcionales para levantar la empresa de su abuelo y así cumplir con el juramento que le hizo aquel día. Su mente seguía analizando como salir de cuyos problemas económicos.
Se dirigió al estacionamiento y subió a su vehículo, condujo despacio hasta llegar al buró de abogados, en el cual ya estaba su familia reunida. Al entrar sintió la presión del ambiente pesado cayó sobre sus hombros, quiso salir de allí lo más rápido posible. Odiaría ver como su interesada familia se pelearía por recibir mayor cantidad de los bienes del abuelo.
Antes de abrir la puerta de la sala de reuniones, la voz de su padre lo saco por completo de sus pensamientos.
-Alex, hijo. Necesitamos hablar. ¿Me regalas unos minutos antes de entrar?
-Lo siento papá. Quiero salir cuanto antes de esto. Ya no soporto estar un segundo más en este lugar.
Respondió de manera severa y se adentró a la oficina donde pudo ver a su madre sentada en un amplio sillón de cuero marrón, su tío Jeremy junto a su esposa, sus primos Jhesua, Sarah, y Javier.
A un lado estaba Victoria.
«¿Qué diablos hace ella aquí?» pensó enojado.
Alexander tomó asiento en su lugar, rodeado de su familia y el abogado responsable de leer el testamento y cumplir con los reglamentos que se estipulaban en el mismo.
El abogado Johnson se puso de pie y saludó a la familia cordialmente. Comenzó a leer el testamento de su abuelo.
-Buenos días, por favor vuelvan a sentarse. Soy Lucca Johnson, Abogado personal de Don Jasson Thompson y su gestor patrimonial -echa un vistazo a todas las personas que lo rodean-. En vista de que estamos todos, voy a proceder con la lectura de su testamento, les pido de favor que respetemos lo que está aquí escrito, pues estas son sus últimos deseos.
-Pensé que era una lectura privada, ¿Qué diablos hace esa mujer aquí? -Alexander reclama señalando a Victoria y ella ladea una sonrisa satisfecha.
-Cada una de las partes debe estar presente este día -indicó Lucca-. Es una de las peticiones escritas por su abuelo.
La seriedad en el rostro de Alexander resultaba incómoda para sus familiares, su enojo por la presencia de esa mujer en el despacho de abogados era palpable.
Un remolino de emociones se forma irremediablemente en la mente de Alexander y siente como se sierra su garganta. Suspira profundo y se acerca a la ventana, escuchando en absoluto silencio mientras le daba la espalda a los presentes.