Los hombres se acercaron a la barra y pidieron bebidas, sus voces eran firmes y autoritarias. Mientras preparaba sus pedidos, Sean no pudo evitar notar que estaban armados. Las armas eran visibles, asomando de sus chaquetas de cuero, un recordatorio constante del peligro que representaban. El bar, que momentos antes parecía un refugio seguro, se convirtió en un escenario cargado de tensión.
El sonido de las bolas de billar cesó y las conversaciones se apagaron gradualmente. Sean entregó las bebidas a los hombres con manos firmes, tratando de no mostrar el nerviosismo que sentía. A su alrededor, el aire se cargaba de una tensión palpable, como la calma antes de una tormenta. Sean sabía que en cualquier momento, todo podría descontrolarse.
Uno de los hombres se dirigió a Sean, su mirada fría y evaluadora recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Era un escrutinio incómodo, casi degradante. El hombre tenía una cicatriz profunda que le cruzaba el rostro y ojos oscuros que parecían perforar el alma de Sean.
-Oye, tú, putito -dijo el hombre con una voz rasposa y burlona-, ¿por qué no le dices a tu jefe Arón que necesito hablar con él?
Sean tragó saliva, sintiendo un nudo formarse en su garganta. La palabra "putito" resonó en su mente, una etiqueta despectiva que no merecía. Él no era un prostituto, pero ¿cómo podría explicarle a ese matón que él era un profesor de literatura que, debido a circunstancias desesperadas, necesitaba el dinero y por eso trabajaba allí? No había tiempo ni lugar para justificarse, y sabía que cualquier intento sería inútil frente a alguien que no le importaban sus razones.
Tratando de mantener la calma y dejar a un lado las explicaciones que no le interesarían a ese tipo, Sean asintió con la cabeza. Se dio la vuelta, dispuesto a buscar a Arón, cuando sintió una mano firme agarrándolo del brazo, impidiéndole avanzar.
Era James. Con un movimiento decidido, lo sujetó, su mirada desafiante y llena de furia dirigida al hombre que lo había insultado.
- Él no es ningún puto -dijo James con una voz clara y firme-. Deberías saber que en este bar no se estilan ese tipo de servicios, como tampoco es tu recadero. Mueve tu gordo trasero y busca al jefe por tu cuenta.
El hombre, que fácilmente doblaba en tamaño a James, se puso de pie abruptamente. Sus movimientos eran torpes pero llenos de fuerza bruta. La atmósfera en el bar se volvió aún más tensa, como una cuerda a punto de romperse.
-Mide tus palabras, muchachito -gruñó el hombre, su voz resonando con un peligro palpable-. Te puedo romper la cara con solo un dedo.
James comenzó a reírse, una risa que cortó el aire como un cuchillo. Sean sintió el corazón acelerarse, la tensión era palpable, y cada segundo se sentía como una eternidad. Se acercó al oído de James, con la esperanza de que sus palabras calmarían la situación antes de que se saliera de control.
-Ya deja eso, James, no busques problemas -susurró, esperando que su voz no fuera escuchada por nadie más.
-Deberías hacerle caso a tu puto, muchacho -replicó el hombre, con un tono cargado de desprecio.
James apretó la mandíbula, la furia visible en sus ojos. Sin contenerse por más tiempo, agarró un taburete de la barra y lo estrelló con fuerza contra la cabeza del hombre, haciéndolo caer al suelo con un estruendo sordo.
El caos estalló en un instante. Los hombres que acompañaban al caído se lanzaron sobre James, sus intenciones claras en sus ojos llenos de odio. James, con una mezcla de agilidad y fuerza, comenzó a defenderse, sus puños y movimientos rápidos golpeando a los atacantes. Sean observaba, paralizado por la sorpresa y el miedo, mientras James peleaba con una ferocidad impresionante, recibiendo golpes pero siempre manteniéndose de pie, ileso en su determinación.
El bar entero parecía un campo de batalla, con sillas y mesas volcadas, gritos de los clientes intentando alejarse del conflicto y el sonido de los golpes resonando en el aire. Sean sabía que debía intervenir, hacer algo, pero se encontraba atrapado en el borde de la acción, su mente trabajando a mil por hora pero su cuerpo incapaz de moverse.
En medio del tumulto, los ojos de Sean se encontraron con los de James. Había una determinación feroz en su mirada, una promesa silenciosa de protegerlo a toda costa. Y en ese momento, a pesar del peligro que los rodeaba, Sean sintió una oleada de gratitud y algo más profundo, una conexión que no podía ser ignorada.
El escándalo afuera de la oficina de Arón era inconfundible. Los gritos, el sonido de vidrios rotos y el estruendo de los golpes eran demasiado para ignorar. Con una expresión de preocupación y furia mezcladas, Arón salió de su oficina. Su figura imponente se abrió paso a través de la multitud. La luz tenue del bar reflejaba en su cara, destacando sus rasgos duros y determinados. En un movimiento fluido y entrenado, sacó su arma, una pistola negra y reluciente, y sin vacilar, disparó al techo.
El sonido de los disparos resonó como un trueno, haciendo que todos se detuvieran en seco. Los clientes, aterrorizados, comenzaron a dispersarse, algunos corriendo hacia la salida mientras otros se agachaban buscando cobertura. La escena era un caos de sillas volcadas, mesas derribadas y bebidas derramadas.
Arón, con una expresión de pura autoridad, se acercó al centro del conflicto. Vio al hombre herido, Román, levantarse del suelo tambaleante, su rostro una máscara de sangre y furia. Los otros hombres que lo acompañaban estaban en un estado similar, con rostros sangrando y miradas de derrota. James, en contraste, tenía solo un rasguño visible, aunque sus puños estaban manchados con la sangre de sus oponentes. Se mantenía de pie, su pecho subiendo y bajando con la respiración acelerada, pero su expresión mostraba una mezcla de orgullo y desafío.
-Te voy a pedir que te largues de mi bar, Román -dijo Arón, su voz firme y llena de desprecio-. Nunca fuiste bienvenido aquí.
Román se tocó la cabeza, su mano regresó manchada de sangre. Con una mirada cargada de amenaza, dirigió sus ojos a James.
-Esto no se acaba aquí -gruñó, cada palabra impregnada de promesa de venganza.
Con esas palabras, Román se dio la vuelta y, junto con sus compañeros heridos, salió del bar. La puerta se cerró detrás de ellos con un estruendo, dejando un silencio tenso en su estela.
Arón se volvió hacia James, sus ojos llenos de una mezcla de enfado y preocupación.
-¿Qué te pasa, James? -demandó, su voz temblando ligeramente de ira contenida-. ¿Por qué sigues buscando peleas en mi bar? Esos tipos no se andan con rodeos. ¿Acaso sabes disparar para defenderte?
James, sin decir una palabra, se adelantó y le arrebató el arma de las manos a Arón con un movimiento rápido y decidido. Se giró hacia el estante de copas detrás del barman y, con una precisión asombrosa, disparó varios tiros. Cada bala rompió una copa con una exactitud letal, los fragmentos de vidrio volando en todas direcciones. El bar quedó en un silencio sepulcral, todos los ojos fijos en James.
-Me sé defender -dijo finalmente, devolviendo el arma a Arón con una mirada intensa.
Arón lo miró, asimilando lo que acababa de presenciar. James había demostrado no solo su valentía, sino también su habilidad para manejar situaciones peligrosas con una calma inquietante. Sean, observando todo desde un rincón, sintió una mezcla de admiración y temor. Había mucho más en James de lo que parecía, y esa noche había revelado solo una pequeña parte de su verdadera naturaleza.
El bar, ahora en un estado de desorden y tensión, comenzó a volver lentamente a la normalidad. Los clientes, aunque todavía aturdidos, retomaron sus lugares, algunos murmurando en voz baja sobre lo que acababan de presenciar. Arón, con una última mirada de advertencia hacia James, se giró y regresó a su oficina, dejando a Sean y James en el centro de la atención de todos.
El aire estaba cargado de una energía eléctrica, y Sean sabía que esa noche había marcado un antes y un después en su trabajo en el bar. Mientras observaba a James, con su postura firme y sus ojos aún llenos de desafío, no pudo evitar preguntarse qué más secretos ocultaba ese hombre y cómo su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
James observó a Sean con una intensidad que parecía atravesarlo, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de preocupación y determinación. Después del caos que había sucedido, el ambiente del bar se había vuelto tenso y cargado, pero James no podía ignorar la necesidad de hablar con Sean en privado.
-Profesor -dijo James, su voz grave y llena de sinceridad-, es necesario que usted deje de trabajar aquí. Este lugar es peligroso y su vida corre peligro. No se lo digo como el estudiante que lo jode a diario, sino como alguien que conoce esta vida.
Sean tragó saliva, sintiendo la gravedad de las palabras de James. Siempre había sabido que el bar no era el lugar más seguro, pero las circunstancias lo habían empujado a aceptar el trabajo. Necesitaba el dinero desesperadamente.
-Dentro de poco me casaré con Zoe, James -respondió Sean, su voz apenas un susurro-. Necesito el dinero para pagar los gastos de la boda. Ella quiere algo grande y yo quiero complacerla.
James soltó una carcajada burlona, su expresión cambiando a una mezcla de desprecio y diversión.
-¿Usted de verdad se va a casar con esa rata fea? -dijo James con tono burlón.
Sean sintió una punzada de rabia y dolor. Zoe era la mujer con la que había decidido pasar el resto de su vida, y no podía tolerar que alguien la insultara de esa manera.
-Deja de llamarla así, por favor -pidió Sean, tratando de mantener la calma.
-Es que es la verdad -insistió James-. Es fea, pero obviando eso, ¿usted no se da cuenta de que no le gustan las mujeres?
Sean se quedó helado. Las palabras de James resonaron en su mente, cada una de ellas tocando un nervio sensible que había intentado ignorar. James se acercó un poco más a él, su mano levantándose para acariciar suavemente su rostro. El toque era cálido y sorprendentemente tierno.
-Cualquier persona se daría cuenta de sus preferencias -continuó James, su voz baja y seductora.
-Te equivocas -replicó Sean, tratando de sonar firme-. Si estoy con Zoe es porque soy heterosexual.
James levantó una ceja, una sonrisa irónica curvando sus labios.
-¿Está seguro? -preguntó, y antes de que Sean pudiera responder, James lo atrajo hacia sí y le robó un beso en la boca.
El mundo de Sean pareció detenerse. El beso de James era urgente y lleno de pasión, algo que nunca había experimentado con Zoe. Su mente luchaba por procesar lo que estaba sucediendo, pero su cuerpo reaccionó instintivamente, respondiendo al beso con igual intensidad. Cuando finalmente se separaron, Sean estaba sin aliento, sus labios hormigueando por el contacto.
-¿Todavía está seguro? -preguntó James, su voz suave y desafiante al mismo tiempo.
Sean se quedó sin palabras, su mente un torbellino de emociones contradictorias. Todo lo que creía saber sobre sí mismo y sus sentimientos estaba siendo cuestionado en ese momento. La confusión y el deseo se mezclaban en su interior, dejándolo vulnerable y expuesto.
El bar, que había sido un lugar de trabajo y lucha, ahora se sentía como el escenario de un cambio profundo e inevitable en su vida. Mientras miraba a James, vio en sus ojos una verdad que no podía seguir negando. Su vida estaba a punto de tomar un giro inesperado, uno que no podía predecir ni controlar.