Finalmente, el cansancio comenzó a hacer efecto, y Sean se sumió en un sueño inquieto. Las imágenes de James seguían presentes, mezclándose con sueños confusos y fragmentados. Zoe seguía durmiendo a su lado, ajena al conflicto que desgarraba a Sean desde dentro. Y en la quietud de la noche, Sean se dio cuenta de que su vida nunca volvería a ser la misma, no después de lo que había pasado esa noche.
Sean tenía clases a primera hora de la mañana y, para evitar encontrarse con Zoe y responder a las preguntas que seguramente tendría sobre su llegada tardía, decidió salir de casa sin desayunar y dirigirse directamente a la universidad. El amanecer aún teñía el cielo de tonos naranjas y rosas, creando un contraste con las calles grises de Roma que ya comenzaban a llenarse de tráfico. Condujo por las arterias principales de la ciudad, donde los coches avanzaban lentamente, formando una serpiente de metal que parecía no tener fin.
Cuando llegó a un semáforo, Sean detuvo su coche y suspiró con resignación. La congestión vehicular era terrible esa mañana y no le quedaba más remedio que tener paciencia y esperar. Observó el cambio de colores en el semáforo, intentando mantener la calma. De repente, un sonido de golpeteo en su ventanilla lo sobresaltó. Giró la cabeza rápidamente y, al bajar la ventana, se encontró con un motociclista cuya figura le resultaba vagamente familiar. El motociclista levantó el cristal del casco y Sean reconoció de inmediato a James.
- ¿Si tiene coche para qué va al bar sin él? -preguntó James con una sonrisa traviesa.
Sean frunció el ceño y respondió con un tono serio, intentando no dejar traslucir su cansancio
- El bar está en un barrio de mala muerte y podrían dejarme sin vehículo.
James rió suavemente ante la comparación y replicó: - Pudo dormir, ¿no?
Sean negó con la cabeza, su expresión se tornó sombría:
- No, no dormí bien. No estoy acostumbrado a la violencia, James. Anoche fue muy intensa.
El semáforo cambió a verde y los vehículos comenzaron a moverse. James siguió de cerca a Sean, ambos se dirigían hacia el mismo destino. El tráfico continuaba denso y cada parada en los semáforos parecía alargar la distancia entre ellos y la universidad. A pesar del bullicio de la ciudad despertando, Sean no podía evitar que sus pensamientos volvieran a la noche anterior. La imagen de la pelea en el bar, los gritos y el caos lo perseguían, afectando su concentración.
Finalmente, llegaron a la universidad. Sean estacionó su coche en el aparcamiento habitual y escuchó el rugido de la motocicleta de James deteniéndose justo detrás de él. Salió del vehículo y esperó a que James hiciera lo mismo.
- ¿Estás bien? Tu mano debe doler -dijo Sean, preocupado, mientras observaba a su alumno quitarse el casco y los guantes.
James mostró sus nudillos quebrados, revelando los moretones y heridas que la noche anterior había dejado como recuerdo. Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y dolor, pero también con una extraña satisfacción.
- No es nada, profe. He tenido peores -respondió James con una sonrisa forzada, aunque el dolor era evidente en su voz.
Sean no pudo evitar sentir una punzada de culpabilidad. A pesar de la fachada despreocupada de James, sabía que la violencia no debía ser parte de la vida de ninguno de sus estudiantes. Intentó ofrecerle una palabra de aliento, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. En su lugar, se limitó a poner una mano en el hombro de James, transmitiéndole todo el apoyo y la comprensión que no podía expresar con palabras.
- Vamos, tenemos clase que atender -dijo finalmente, intentando sonar más firme.
Ambos caminaron hacia el edificio principal de la universidad. Sean sentía una mezcla de agotamiento y responsabilidad, consciente de que no solo debía enseñar literatura, sino también ser una figura de apoyo para sus estudiantes. Mientras recorrían los pasillos, el bullicio de los demás estudiantes se convertía en un telón de fondo lejano, y el día prometía ser largo y complicado.
Al llegar al aula, Sean tomó una respiración profunda antes de abrir la puerta. Los estudiantes ya estaban sentados, conversando entre ellos, pero el silencio se hizo cuando el profesor entró. Sean dejó su maletín en el escritorio y comenzó a preparar el material para la clase, tratando de dejar atrás los eventos anteriores. Sentía la mirada de James sobre él, pero evitó cualquier contacto visual para no distraerse.
La lección comenzó, y Sean se sumergió en las palabras de Shakespeare, encontrando en ellas un refugio temporal de la realidad. Pero la presencia de James, con sus nudillos heridos y su actitud desafiante, le recordaba constantemente que su responsabilidad como profesor iba más allá de los libros y las aulas.
Cuando la clase llegó a su fin, Sean recogió sus apuntes y observó cómo los estudiantes abandonaban el aula, conversando animadamente entre ellos. La atmósfera de la sala se fue calmando gradualmente, y el gentío exterior se convirtió en un murmullo lejano. Sean, con el ceño ligeramente fruncido por la preocupación, llamó a James.
- James, ¿puedes esperar un momento? Necesito hablar contigo.
James, siempre dispuesto a seguir cualquier indicación del profesor Dante, asintió con una sonrisa juguetona en sus labios. Observó cómo los últimos estudiantes salían del aula, hasta que finalmente se quedaron solos. Sean se aproximó a él con pasos medidos, llevando una silla consigo y colocándola justo enfrente de James. El ambiente se tornó más íntimo y cargado de tensión contenida.
Sean, sin saber exactamente por qué había llevado una pomada para heridas en su maletín, la sacó y la dejó sobre la mesa. Luego, con una suavidad inusitada, tomó las manos de James. Los nudillos del joven estaban hinchados. Con movimientos delicados, Sean comenzó a aplicar la pomada, sus dedos extendiendo el ungüento con cuidado sobre las heridas.
- James, vives con tu madre, ¿cierto? -preguntó Sean, intentando iniciar una conversación que le permitiera conocer más sobre la vida de su estudiante.
James, sin apartar la vista de Sean, asintió lentamente.
- Sí, vivo con ella.
Sean, sintiendo la necesidad de entender más sobre el joven que tenía enfrente, continuó.
- ¿Y tu padre? ¿Dónde está?
La pregunta hizo que James tragara saliva. Sus ojos, que hasta ese momento habían mostrado una mezcla de desafío y diversión, se oscurecieron con una sombra de melancolía.
- Mi padre es Vittorio Carbone, profesor Sean.
La confesión cayó como un peso sobre los hombros de Sean. Parpadeó, asimilando lo que acababa de escuchar. Vittorio Carbone.
¿Quién no conocía ese nombre?
El despiadado líder de la mafia italiana, un hombre cuyo nombre infundía terror y respeto a partes iguales. De repente, muchas cosas comenzaron a cobrar sentido. La actitud desafiante de James, su capacidad para enfrentar situaciones violentas sin parpadear, todo encajaba en un cuadro que ahora Sean podía ver con claridad.
- No esperaba eso, James -dijo Sean, todavía aturdido por la revelación. Continuó aplicando la pomada, pero su mente estaba en torbellino de pensamientos.
James observaba cada movimiento de Sean con una mezcla de curiosidad y aprehensión, como si tratara de descifrar qué pensaba realmente su profesor. El silencio entre ellos se llenó de una tensión palpable, cargada de palabras no dichas y entendimientos tácitos.
- Ahora entiendo muchas cosas -murmuró Sean finalmente, levantando la mirada para encontrarse con los ojos de James.
James se encogió de hombros, como si la revelación no fuera tan impactante para él como lo había sido para Sean.
- Es solo parte de mi vida, profesor. No puedo cambiar quién es mi padre.
Sean asintió, comprendiendo la resignación en las palabras de James. Terminó de aplicar la pomada y soltó las manos del joven, aunque el gesto de cuidado y preocupación permaneció en su mirada.
- Gracias, profesor -dijo James, esbozando una sonrisa que no llegó a sus ojos.
- Cuida tus manos, James. No quiero verte herido así de nuevo -respondió Sean, intentando transmitir un poco de la protección que sentía hacia su estudiante.
James asintió y se levantó de su asiento, dispuesto a dejar el aula. Sean lo observó mientras salía, sintiendo una mezcla de preocupación y responsabilidad. Sabía que la vida de James estaba lejos de ser sencilla, y su papel como profesor ahora se sentía aún más crucial. Tenía que ser una guía, una figura de apoyo, alguien en quien James pudiera confiar, a pesar del oscuro legado que cargaba sobre sus hombros.