Perversos Deseos: Poder y Lujuria
img img Perversos Deseos: Poder y Lujuria img Capítulo 8 Episodio 07
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Capítulo 8 Episodio 07

El aula quedó vacía, y Sean se permitió un momento para respirar profundamente, tratando de asimilar todo lo que acababa de descubrir.

Reflexionando sobre su falta de obligaciones en el bar esa noche, sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y rápidamente envió un mensaje a Zoe: "Llegaré tarde a casa, tengo que corregir exámenes".

Lo guardó de nuevo y salió apresuradamente del salón, esperando que James no se hubiera marchado aún. El pasillo estaba casi vacío, salvo por algunos estudiantes rezagados, y su corazón latía con fuerza mientras se apresuraba hacia la salida.

Al llegar al estacionamiento, sus ojos buscaron frenéticamente a James. Para su alivio, lo vio subirse a su moto, ajustándose el casco con un aire despreocupado. Sean alzó la voz, intentando llamar su atención antes de que arrancara.

- ¡James! -gritó, caminando rápidamente hacia él-. ¿Quieres ir a un café conmigo? Me gustaría continuar la conversación.

James detuvo su movimiento y lo miró con una mezcla de sorpresa y desdén, jugueteando con el piercing en su labio. Sus ojos brillaban con una chispa de desafío mientras consideraba la propuesta de Sean.

- Profesor, no intente jugar un rol de padre porque no lo es - respondió James con un tono cortante-. Además, no podría ver al hombre que me encanta como esa figura paterna.

La confesión de James dejó a Sean atónito. Un escalofrío recorrió su columna mientras procesaba las palabras del joven. Respiró hondo, intentando mantener la compostura.

- Mira, no quiero ser tu padre, James -dijo Sean con firmeza, aunque su voz contenía un matiz de ternura-. Pero soy tu profesor, y me preocupo por ti. Si no quieres...

James lo interrumpió antes de que pudiera terminar la frase.

- Está bien, dígame en qué café y lo sigo en mi moto -dijo James, cediendo un poco de su actitud desafiante.

Sean sintió un alivio mezclado con nerviosismo. Le indicó un café cercano, uno que solía frecuentar por su ambiente tranquilo y discreto. Ambos montaron en sus respectivos vehículos y se dirigieron hacia el lugar acordado, el sonido del motor de la moto de James acompañando el camino de Sean en todo momento.

Llegaron al café en cuestión de minutos. Sean estacionó su coche y esperó a que James hiciera lo mismo con su moto. El joven se bajó con un movimiento ágil, quitándose el casco y sacudiendo el cabello. Sean observó sus movimientos, intentando leer lo que pasaba por su mente, pero James mantenía su expresión enigmática.

Entraron al café, y el aroma a café recién hecho y pasteles caseros los envolvió. Encontraron una mesa en una esquina, alejada del bullicio. Sean se sentó primero, dejando su maletín a un lado, mientras James tomaba asiento frente a él, aún jugueteando con su piercing.

- Gracias por venir -comenzó Sean, sin saber muy bien cómo iniciar la conversación-. Realmente me importa saber cómo estás, no solo como estudiante, sino como persona.

James lo miró, sus ojos mostrando una mezcla de curiosidad y escepticismo.

- ¿Por qué te importa tanto, profesor? -preguntó, su tono menos desafiante pero aún cauteloso.

Sean suspiró, eligiendo cuidadosamente sus palabras.

- Porque veo potencial en ti, James. Eres inteligente, tienes una chispa que pocos tienen. Y, sinceramente, no quiero que te pierdas en un camino peligroso.

James bajó la mirada por un momento, luego volvió a mirar a Sean, su expresión suavizándose un poco.

- No es fácil, profesor. Mi vida... es complicada.

- Lo sé, James. Pero quiero que sepas que no estás solo. Estoy aquí para ayudarte en lo que necesites.

James asintió lentamente, pareciendo considerar las palabras de Sean. La conversación continuó, profundizando en temas que ambos habían evitado hasta ahora. Sean sintió que, por primera vez, estaba rompiendo las barreras que James había construido a su alrededor, y aunque el camino sería largo y difícil, estaba decidido a ser un apoyo constante en la vida del joven.

El café se convirtió en un refugio, un lugar donde las máscaras caían y las verdaderas personalidades emergían. Sean y James compartieron más que palabras; compartieron una conexión que, aunque nacida de circunstancias inusuales, se fortalecía con cada momento que pasaban juntos.

Cuando la camarera llegó hasta ellos, Sean levantó la mirada de su menú y pidió un café helado y una pequeña porción de tarta de chocolate. James, sin embargo, decidió cambiar la bebida y pidió un batido de chocolate, pero mantuvo la tarta. La camarera asintió con una sonrisa profesional y se retiró, dejándolos en su conversación.

El ambiente del café era acogedor, con una suave melodía de jazz de fondo y el murmullo de otros clientes llenando el espacio. Sean observó a James con interés, notando cómo el joven jugueteaba distraídamente con el piercing en su labio. Había algo en la actitud relajada de James que hacía que Sean quisiera conocerlo más allá de las paredes de la universidad y del bar.

- Cuénteme sobre usted, profesor -dijo James de repente, rompiendo el silencio con una pregunta directa-. Sé sobre su vida personal, pero me gustaría conocerlo más, sobre su vida como estudiante.

Sean lo miró, sintiendo una mezcla de curiosidad y precaución. Mordió sus labios, una señal de su nerviosismo, antes de responder.

- ¿Cómo sé qué lo que vaya a contarte no será luego usado en mi contra? -preguntó con una sonrisa medio burlona.

James sonrió ampliamente, reconociendo la verdad en las palabras de Sean. Era cierto que a menudo se comportaba de manera inmadura y que sus bromas a veces eran pesadas, pero esta vez, su interés era genuino.

- Estamos hablando solo usted y yo, nadie sabrá lo que salga de aquí -respondió James con un tono que, aunque despreocupado, llevaba una sinceridad subyacente.

Sean suspiró y se echó hacia atrás en su silla, contemplando la posibilidad de abrirse a este joven que, a pesar de todo, había captado su atención de una manera inesperada.

- Fui un estudiante muy complicado, James -comenzó Sean, sus ojos mirando un punto indeterminado en la distancia mientras recordaba su juventud-. Pertenecía a pandillas peligrosas y mi camino se estaba torciendo.

James levantó las cejas, sorprendido por la confesión.

- Vaya, el profesor recto, ¿quién lo pensaría? -dijo con un tono de asombro.

Sean sonrió levemente, continuando su relato.

- Me metí en muchos problemas. Peleas, vandalismo, incluso me arrestaron un par de veces. Mis padres estaban desesperados, no sabían qué hacer conmigo. Pero un día, un profesor, alguien como yo ahora, decidió que no me dejaría perder. Me tomó bajo su ala, me mostró que había otra manera de vivir.

James lo miraba fijamente, sin interrumpir, absorbiendo cada palabra.

- Ese profesor me introdujo a la literatura -continuó Sean-. Me mostró que los libros podían ser una salida, un escape. Empecé a leer, a interesarme por historias que nunca había imaginado. Shakespeare, por ejemplo. Sus obras me abrieron los ojos a un mundo de emociones y conflictos que resonaban con mi propia vida.

- ¿Así que fue la literatura lo que lo salvó? -preguntó James, con una genuina curiosidad en su voz.

- En gran parte, sí -asintió Sean-. Pero también fue la gente que creyó en mí, que vio algo más allá del joven problemático. Cambié mi vida, fui a la universidad, y decidí que quería hacer lo mismo por otros jóvenes que se encontraban perdidos.

James asintió, procesando la historia de Sean. Había algo en su mirada que sugería que estaba viendo a su profesor bajo una nueva luz, entendiendo un poco más sobre el hombre que estaba frente a él.

La camarera regresó con sus pedidos, interrumpiendo brevemente la conversación. Colocó el café helado y la tarta de chocolate frente a Sean, y el batido y la tarta frente a James, quien la agradeció con una leve inclinación de cabeza.

- Gracias por compartir eso conmigo, profesor -dijo James finalmente, mientras tomaba un sorbo de su batido-. No esperaba que tuviera un pasado tan... interesante.

- Todos tenemos nuestras historias, James -respondió Sean, tomando su café-. Y creo que las tuyas también son bastante interesantes, aunque quizás no tan diferentes de las mías.

- Dígame algo, profesor -inquirió James, sus ojos fijos en Sean, llenos de curiosidad y desafío-. Al igual que yo, ¿usted se sintió atraído por su profesor?

Sean tragó con dificultad ante la pregunta imprevista. El brillo en los ojos de James no le pasó desapercibido, y sabía que no podía evadir la conversación tan fácilmente. Sus dedos se tensaron alrededor de la taza de café, buscando una calma que no encontraba.

            
            

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