Virginia Lackander
De regreso a mi depa, voy manejando suavemente, aún es temprano y hay varios autos en las avenidas. En la radio suena OMG de Ava Max y voy tarareando la letra mientras bailo levemente.
Si mi madre me viera, conociéndola como la conozco me mata. Sonrío internamente, estoy rompiendo las reglas de seguridad. Niego divertida ante mis pensamientos y continúo con mi camino. Veo la hora en el celular mientras espero en un semáforo. Aún es muy temprano. Tras pensarlo unos pocos segundos decido desviarme del camino a casa. Me daré una vuelta.
Corto en una esquina y llego al súper, camino hasta la división de dulces y compro unos cuantos chocolates y caramelos, algunas galletitas y más golosinas. Paseo entre los estantes del gran mercado y veo un hermoso peluche de oso panda.
A Matteo le va a encantar. Sonrío emocionada y pago todo en la caja.
Camino de regreso a mi coche con mis compras y veo de lejos una mata de pelo color miel que reconozco de algún lado. Entrecierro mis ojos caminando en su dirección y me doy cuenta de que es el mismo chico de la otra noche. Otra vez, cerca de mi bebé.
- ¿Qué haces? - lo sorprendo - ¿es en serio?
Se gira y me da la cara, puedo notar que está levemente sonrojado, lo que lo hace lucir más tierno aún. Se ve muy guapo.
- ¿Pretendes seguirme a todas partes? ¿Robarme? ¿O qué? - inquiero algo rápido y en un tono de voz elevado.
- Tranquila, tranquila - hace un gesto con sus brazos aplacando la situación- solo observaba, me pereció conocido.
- Ya sabes de dónde- le digo de mala manera - Ahora niñito, apártate.
Lo empujo levemente de un hombro y veo como fija su mirada en el oso que llevo en la mano. Me mira burlón y sonríe.
Endemoniada sonrisa que me distrae.
¿Qué diablos pasa conmigo? Ni que nunca hubiera visto un hombre apuesto, o bueno, un chico.
- ¿No estás un poco grande tú para esas cosas? - me saca de mis pensamientos y regreso mi mirada a él. Noto que se encuentra viéndome divertido.
- ¿A ti que más te da? - me defiendo
- No respondas a una pregunta con otra
- No me molestes - le paso por un lado - anda, vete.
Hago señas con mis manos como si estuviera apartando a un cachorro.
- La calle es totalmente libre - ruedo mis ojos ante su estupidez.
- Se nota que es un chiquillo - digo para mí misma.
- Te he escuchado - me dice y comienza a agotar mi paciencia.
- Me vale mil hectáreas de porquería lo que hayas escuchado.
Le doy la vuelta a mi coche murmurando groserías. Ya demasiado molesta con la presencia de este muchachito.
- Eres una amargada - me grita y le saco el dedo del medio. Si, muy madura.
- Y tú un chiquillo.
Me subo a mi auto y arranco rumbo a la casa de mi hermanito.
Imbécil.
.....
Al llegar al barrio de la amante de mi padre suspiro antes de salir del coche con mis cosas. Este lugar es de mala muerte la verdad. El vandalismo en este sitio es extremadamente peligroso. Me percato de dejar bien asegurado mi coche y camino rumbo a la casa de esa mujer.
Me adentro por un estrecho pasillo que lleva hasta un pequeño vecindario. Las paredes están llenas de grafitis, la verdad se ven bonitos pero no es muy mi estilo, me da un poco de inquietud. Camino lo más rápido posible al pasar junto a un grupo de jóvenes que se encuentran dibujando en la pared.
- Mira, la princesita se ha perdido de regreso a casa.
Escucho a mis espaldas, seguido de risas y lo ignoro completamente, no es necesario buscar problemas. Muchos de estos chicos tienen un gran talento, lo que pasa es que no tienen las posibilidades ni los recursos para salir de la mala vida y emprender un exitoso camino. Pocos son los que logran salir de este lugar y hacer su vida. La verdad lamento mucho las diferencias sociales de este mundo, a veces no es justo.
Llego frente a la casa de Mónica, la amante de mi padre. Toco el timbre y espero pacientemente. Luego de unos minutos, que se me hacen eternos, ella me abre. Como siempre, su expresión al verme es una aburrida.
- Buenas tardes - saludo cortésmente.
- Pasa - me dice y me adentro en el lugar.
Siempre me causa algo de inquietud esta chica, la verdad es muy joven. Tiene casi mi edad, se siente raro que mi padre se metiera con ella, pues pudiera ser su hija.
Aparto esos pensamientos, la verdad no entiendo muy bien a los hombres. Echo una mirada rápida a la casa. No quiero parecer descortés. Es un lugar pequeño pero bien organizado, al menos. Veo pequeños cuadros con fotos de Matteo y uno que otro con fotos de personas desconocidas para mí. En uno de ellos, el más grande, aparece mi padre muy sonriente junto a ella y mi hermanito. No recuerdo la última vez que vi a mi padre sonreír así. La foto parece que fue en el primer mes de vida de Matteo, se ve tan pequeño y frágil. En ese momento aún no se había detectado su condición.
De un pasillo sale Mónica con el niño en brazos. En su otra mano trae a rastras la pequeña silla de ruedas y mi pecho se aprieta al ver la pequeña sonrisa que se forma en los labios del niño al verme.
Estiro mis brazos para cargarlo y le doy un casto beso en su frente, luego le doy muchos otros besos en sus mejillas y él sonríe.
- ¿Como está el bebé más precioso de todos? - le hago cosquillas y suelta varias risitas.
Me pongo de pie y tomo el oso que le compré. Lo escondo tras mi espalda y me acerco nuevamente hasta donde está mi hermanito. Le muestro su regalo y estira sus bracitos para cogerlo. Lo beso en la cabeza y me siento junto a él para jugar un rato.
- ¿Cómo ha estado? - le pregunto a la madre mientras acaricio su mejilla.
- Bien - responde ella - a veces se despierta en la noche llorando.
- Debe ser por los dolores - comento
- Seguramente. Cada vez son peores, el médico dice que aún no se puede aumentar la dosis de medicamento porque está muy pequeño - puedo notar una pequeña nota de angustia en su voz.
Aunque esta mujer ha tenido una vida cuestionable, no recuerdo una sola vez que la haya visto despreocupada. Siempre está al pendiente, lo entiendo porque es su hijo, pero no cualquiera asume la responsabilidad de tener un hijo con esos problemas. Mi padre la ayuda económicamente pero no es nada respetable.
- ¿Aún no habla nada? - inquiero
- Si, ya dice mamá - su voz se rompe y la miro. Una lágrima rueda por su mejilla y no lucha por ocultarla - ya me preocupaba que no se comunicara - dice limpiando su rostro - pero aunque se ha demorado lo hizo, me dijo mamá.
- Es un niño muy fuerte - sonrío mirándolo - ¿No es así pequeño campeón?
Le hago cosquillas y lo beso varias veces. Los momentos que paso junto él son incomparables.
- Ya debo irme - comento poniéndome de pie - es un poco tarde y no quiero que me tome la noche - paso las manos por mi falda - vendré la próxima semana, en mi día de descanso - aseguro y tomo a Matteo en brazos.
Él estira sus manitas y me da un pequeño abrazo que estruja mi corazón. Le doy un beso en el lado de su cabecita y se lo paso a la mamá.
- Hasta luego - me despido con la mano y recojo mi bolso para irme.
Me apresuro hasta llegar a mi coche. No quiero toparme con nadie más, ni mucho menos. Saco las llaves en el camino y con el control a distancia le quito el seguro al auto.
- Hola - escuchó una voz infantil a mi lado y siento como agarran mi falda.
Miro hacia abajo y veo a una pequeña niña de grandes ojos azules. Está algo sucia y despeinada, pero es hermosa. Le dedico una sonrisa afectuosa y me agacho frente a ella.
- ¿Cómo te llamas?
- Mia - responde en un susurro y me mira con sus grandes ojos.
- Que bonito nombre - le sigo pellizcando su cachete - ¿quieres un dulce?
Ella asiente rápidamente y yo sonrío. Abro el asunto y tomo algunos que dejé en el asiento de copiloto. Se los entrego y me enaltece la gran sonrisa que me dedica. Mi corazón se calienta y me siento demasiado bien.
- Ve, anda a comerte todos esos dulces - le digo sonriente.
- Gracias.
Se aleja corriendo y noto como se los enseña a una señora bastante mayor. Le da algunos a otros niños y la imagen me causa demasiada ternura.
- Se te dan bien los niños - escucho a mis espaldas y me giro.
Me encuentro con un hombre, debe tener unos 40. Su cabello se ve adornado por algunas cañas y tiene una escasa barba que lo hace lucir bastante varonil. Para mi sorpresa esta vestido con un traje bastante elegante.
- ¿Gracias? - digo extrañada.
- Un gusto - estira su mano en mi dirección - Soy Federico Duarte.
Aprieto su mano y le dedico una sonrisa afable.
- Mucho gusto, Virginia Lackander.