Tom.
Una semana antes de mi encuentro con uno de mis amigos de la preparatoria, tuve un destello de realidad.
-¡Un segundo más Tom! -ordenaba mi esposa con voz autoritaria-. Oh vamos, Tom. ¿Es todo lo que tus inútiles manos pueden resistir?
Mis manos temblaban de dolor cuando las saqué al aire. Alcé la vista hasta su rostro frío, sin el más mínimo rastro de arrepentimiento, compasión o empatía. Mis ojos se llenaron de lágrimas, e intenté con todas mis fuerzas que no salieran; porque si una pequeña lágrima se deslizaba, empeoraría la situación.
Con el ardor extendiéndose por cada parte de mi cuerpo, aunque las perjudicadas solo eran mis manos, seguí su orden. Volví a meter mis manos en la olla con agua a punto de hervir, y entonces grité, sin poder contener el dolor que invadía mi ser porque la herida anterior en mi palma aún no había sanado.
-¡Ahhhh! ¡Seraphine! -sollocé, devastado, ahora sin poder despegar mis manos porque ella las tomaba con fuerza hasta hacerme tocar el metal de la olla-. ¿P-Por qué...? Me haces... esto...
Perdí el conocimiento por el dolor.
Mis pesadillas eran mucho peor que mi realidad. En ellas, perseguía a mi esposa y hacía cosas horribles mientras le gritaba todo lo que me había hecho sufrir estos años. Y despertaba, como siempre, siendo atendido por el doctor de confianza.
Mis lágrimas salieron mientras giraba la cabeza. Que otro hombre me viera en estas condiciones me humilla. Sabía que pensaba que era un débil estúpido por no defenderme, por no acusarla con la policía, o por no ser capaz siquiera de alzarle la voz. Pero resulta que mi esposa es una mujer millonaria, y yo soy un hombre que corrió la mala suerte de conocerla.
Seraphine Kane es, ante el mundo, una mujer rica de cuna con un corazón bondadoso que ayuda a los niños y madres solteras, un icono de la moda que tiene una familia hermosa, y un esposo bastante despistado y bruto que le encanta hacer todas las tareas domésticas, lastimándose en el proceso. Eso es lo que todos piensan.
Pero nuestra realidad era esta. No sabía por qué, cómo ni cuándo empezó, pero, cuando hago algo que la moleste, mi esposa me maltrata, castiga y humilla hasta hacerme sentir como en ese momento al despertar: solo, abandonado, triste, perdido.
La única cosa que me mantiene vivo es...
-¡Papá! -gritó mi hijo, lanzándose en la cama.
Rápido dejé de llorar y le di una mirada al doctor Noir para que me ayudara.
-Hola Tommy, ¿podrías ir con tu madre un momento? Aún no termino de curar a tu padre...
-¿Pero qué te pasó? -preguntó Tommy con inocencia, viendo con el rostro arrugado mis manos.
-Y-Yo...
¿Cómo le decía que su madre es una psicópata que disfruta del control, y del dolor ajeno? ¿Cómo le decía que la razón por la cual dejo que ella haga esto es porque quiero protegerlo? Quería encontrar la manera de buscar ayuda, de saber que podía huir de esta loca con mi hijo.
La puerta se abrió y cerré los ojos unos segundos por el miedo.
-Ohh, tu padre... Se cree el mejor cocinero, mi niño hermoso -su voz me llenó de pánico.
Apenas tuve voluntad para verla a la cara, pero ella dibujó esa falsa sonrisa hacia nuestro hijo. Y lo peor de todo es que... Él la ama. Tommy ama a su madre con locura, como si no pudiera percibir la maldad en ella.
-Siempre intento ser el mejor -seguí su mentira con un nudo en la garganta-. Ahhh.
El doctor Noir terminó de poner las vendas en mis manos y suspiró al verme. Él lo sabía, lo sé, ¿por qué no hizo nada para ayudar?
-En una semana estarán bien las quemaduras recientes, pero debe tener cuidado con la anterior.
-¿La que te hiciste con el clavo? -preguntó Tommy, viéndome como si papá fuera "un despistado.
-Sí, hijo, esa... -Seraphine besó su coronilla y me dio una mirada fría-. Gracias por venir cada vez, Doctor Noir. Será muy bien recompensado.
El doctor no dijo más, apenas sonrió y abandonó la habitación. De inmediato, me sentí más desprotegido, como si en cualquier momento ella pudiera hacerme algo delante de nuestro propio hijo.
Pero entonces ella le susurró algo a Tommy y este asintió con una risita y se fue. El ambiente se cerró sobre mí, mi pulso se aceleró. El terror que le tengo a esta mujer no lo había sentido nunca por nada.
-Tom... -Caminó hasta rozar la cama, y con cautela se sentó a mi lado. Tragué hondo porque no pude dejar de verla a la cara. ¿Cómo puede ser tan hermosa con un corazón tan horrible? -. ¿Te estás excitando, querido esposo?
Mi respiración se trancó cuando sentí mi masculinidad doler. Mis mejillas se llenaron de calor y las lágrimas corrieron. Es también su forma de hacerme sentir horrible. Sabe que aún, a pesar de todo, la deseo como una droga, y ella juega con eso. Por eso estaba allí inclinada sobre mí con su escote pronunciado, y esa sonrisa seductora que, por un momento, me hizo olvidar lo que hizo esa madrugada.
¿Cómo puedo ser tan imbécil?
Sus labios se acercaron a mi boca y como un necesitado por su cariño me incliné para atajarla. Su beso mojado, me estremeció. Sus manos delicadas en mi pecho desnudo y marcado por ella, me derritió. Es la hija de satán, una perdición imposible de desviar.
Cerré los ojos cuando su cuerpo se subió al mío y mi miedo desapareció. Cuando estamos así, mis ilusiones crecen. ¿Podremos algún día ser una familia feliz? ¿Esta es su forma de asegurarse de que no le diga a todo el mundo como me trata? Haciéndome el amor con pasión, encargándose de que me alimente de ella, mi mayor adicción.
No pude sostenerla porque mis manos ardían, pero ella fue excelente cabalgándome hasta que nuestro clímax nos alcanzó. La vi, con el cabello castaño oscuro y ondas rubias, mirada miel, sudada y cansada por su esfuerzo físico sobre mí. Y entonces mi corazón bombeó con fuerza.
¿La amo?
-Hoy tengo una conferencia importante, Tom... -susurró mientras se recostaba en mi pecho, sin aún salirse de mí-. Puedes salir con Tommy un rato... Bobby se quedará con ustedes para llevarlos al lugar que deseen. Ten un lindo día, ¿sí?
Asentí, sin poder creer que estuviera haciendo eso. Me sentí tan confundido y abrumado.
¿Qué era lo que pasaba por su jodida cabeza? Siempre es como si tuviera dos personalidades.
-D-De acuerdo...
Su mirada se clavó en la mía. Jadeé cuando su intimidad me abandonó y se inclinó para besar mi frente.
Mi corazón bombeó confundido.
-No hagas ninguna estupidez, Tom...
Su advertencia hizo eco en la habitación mientras ella volvía a ponerse la ropa, y me dejó allí. Entonces miré mi masculinidad flácida llena de nuestros jugos, y mis manos envueltas por vendas. Dos pruebas de su capacidad. Dos pruebas de su dominio sobre mí.