Capítulo 3 El Deseo Peligroso

El aire frío de la mañana se colaba por las rendijas de la vieja ventana mientras Samuel se preparaba para salir. Su vida, que hacía apenas unos días se sentía estancada, había dado un giro inesperado. La piedra, ese pequeño y extraño objeto que había encontrado en la playa, estaba cambiando todo. Desde recuperar su apartamento hasta una pizza gratis, todo parecía moverse a su favor.

Sin embargo, una pequeña inquietud le rondaba la cabeza. Aún no había pagado un verdadero precio por sus deseos, o al menos eso parecía. Pero esa duda la acallaba con el brillo de la piedra, que guardaba en su bolsillo como un talismán secreto.

Al llegar al trabajo, Samuel intentó concentrarse, pero su mente divagaba constantemente hacia nuevos deseos. Trabajaba como cajero en un pequeño supermercado, un empleo que odiaba, pero que no podía permitirse perder. Todos los días eran iguales: clientes que lo ignoraban, el tedio de la rutina, y lo peor de todo, su total invisibilidad para las mujeres. Desde la secundaria, Samuel había sentido el peso del rechazo. Siempre había sido "el chico agradable" al que nadie prestaba atención. Las chicas lo miraban como si fuera parte del mobiliario, y eso le había hecho cerrar las puertas al amor por mucho tiempo.

Hasta hoy.

La idea le golpeó de repente, mientras organizaba unas latas en el estante. ¿Por qué no probar algo diferente? Algo que nunca había tenido: atención, interés... amor. La piedra había hecho magia antes, y esta vez, podría usarla para algo más grande. Algo que, en su mente, cambiaría su vida para siempre.

Samuel sonrió para sí mismo, mirando a su alrededor. El supermercado estaba tranquilo, con unos pocos clientes. En la caja, dos de sus compañeras de trabajo, Laura y Miriam, estaban charlando y riendo, como de costumbre. Laura era todo lo que Samuel alguna vez había deseado en una mujer: carismática, con una sonrisa contagiosa y ojos grandes y expresivos. Pero ella ni siquiera lo miraba. Miriam, por otro lado, era más seria, pero igual de inalcanzable. Siempre estaba ocupada con su trabajo, sin prestar atención a nada más.

Samuel respiró profundamente, deslizó la mano en su bolsillo y sintió el calor familiar de la piedra. Cerró los ojos, concentrándose en el deseo que había anidado en su mente:

-Quiero que se peleen por mí -susurró para sí mismo-. Que las chicas aquí luchen por mi atención, que me busquen, que quieran estar conmigo.

Al abrir los ojos, el día continuaba como cualquier otro. Nada parecía haber cambiado, y por un momento, pensó que la piedra no había escuchado su deseo. Pero entonces, Miriam, que nunca levantaba la vista de su trabajo, se giró hacia él con una sonrisa extraña, como si de repente lo hubiera notado por primera vez.

-Samuel -lo llamó con una voz suave, inesperadamente dulce-, ¿te gustaría salir a almorzar conmigo después del turno?

Samuel se quedó paralizado por un instante. Miriam jamás le había hablado de esa manera. De hecho, apenas intercambiaban palabras que no fueran sobre el trabajo. ¿Era posible que el deseo estuviera comenzando a cumplirse tan pronto?

-Ehm... Claro, sí. Eso suena bien -respondió Samuel, tratando de no parecer demasiado sorprendido.

Pero antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, Laura se acercó. Su habitual despreocupación había sido reemplazada por una expresión de preocupación. Se paró justo delante de Miriam, mirándola con los ojos entrecerrados.

-Oye, espera un momento, Miriam -dijo con un tono desafiante-. Yo iba a invitar a Samuel a almorzar. Deberías dejar que él elija con quién quiere ir.

Samuel tragó saliva, sorprendido por la súbita tensión entre ambas. Esto jamás había sucedido antes. Las dos chicas se ignoraban mutuamente la mayor parte del tiempo, y ahora, de repente, parecían estar compitiendo por su atención.

-No creo que tú debas decidir por él -respondió Miriam, cruzando los brazos-. Samuel, ¿qué dices? ¿Te gustaría salir conmigo o con ella?

El corazón de Samuel comenzó a latir con fuerza. Apenas podía creer lo que estaba pasando. Había deseado atención, y ahora la tenía, pero la situación no era tan divertida como había imaginado. Algo en las miradas de Miriam y Laura parecía forzado, casi antinatural, como si una fuerza externa estuviera manipulando sus acciones. Pero, ¿y si eso era solo su imaginación?

Antes de que pudiera responder, Laura dio un paso adelante, acercándose más de lo que nunca lo había hecho. Su tono se volvió seductor, casi en un susurro.

-Samuel, siempre he pensado que eres interesante. No tienes que ir con ella. Puedes venir conmigo.

Miriam no perdió tiempo y lo tomó del brazo, tirando de él hacia su lado.

-No lo escuches, Samuel. Yo te he invitado primero, y sé que te divertirás más conmigo. Vamos, ¿qué dices?

Samuel estaba aturdido. Todo parecía ir demasiado rápido. Nunca antes dos mujeres se habían interesado en él, y mucho menos de esa manera tan intensa. Quería disfrutar el momento, pero en el fondo sentía que algo no estaba bien. Todo parecía demasiado perfecto... y artificial.

Finalmente, se liberó de ambas, dando un paso hacia atrás.

-Eh... creo que puedo almorzar solo hoy, chicas. No hay problema -dijo, tratando de sonar relajado.

Pero Laura y Miriam no parecían dispuestas a ceder.

-¿Solo? -preguntó Laura, con una risa nerviosa-. ¿Por qué estarías solo cuando tienes a nosotras?

-Podemos compartir, si quieres -sugirió Miriam, sonriendo-. No tenemos que pelearnos por ti.

El sudor empezó a correr por la frente de Samuel. No sabía cómo manejar la situación, y el comportamiento de ambas se estaba volviendo cada vez más extraño. Cada palabra, cada gesto, parecía impregnado de una intensidad que no había anticipado.

De repente, el jefe del supermercado, el señor Ortiz, apareció desde el fondo del pasillo, observando la escena con el ceño fruncido.

-¿Qué está pasando aquí? -preguntó con voz grave.

Laura y Miriam se giraron hacia él, pero en lugar de bajar la tensión, ambas continuaron discutiendo, ahora ignorando completamente a Samuel.

-Yo lo invité primero -insistió Miriam, en un tono que sonaba más a reclamo que a una simple invitación.

-¡No es verdad! -replicó Laura-. Samuel vendrá conmigo.

El señor Ortiz los miraba con incredulidad. Luego se giró hacia Samuel, que se encontraba al borde de la confusión total. El ambiente se había vuelto tan tenso que podía cortarse con un cuchillo.

-Samuel, ¿puedes explicarme qué demonios está pasando aquí?

Samuel tragó saliva, buscando desesperadamente una excusa.

-Yo... no estoy seguro, señor Ortiz. No sé qué les pasa a ellas.

Pero mientras hablaba, sintió la piedra en su bolsillo. Sabía que la respuesta estaba allí. Su deseo se había cumplido, pero el precio que comenzaba a pagar era más alto de lo que había imaginado. Lo que había comenzado como un simple juego para satisfacer su ego ahora se había convertido en una situación incómoda y fuera de control.

Miró a las dos chicas, aún discutiendo, incapaces de volver a ser las personas que conocía. Y en ese momento, se dio cuenta de algo: la piedra no solo concedía deseos; los retorcía, los distorsionaba, y quizás, cuanto más grande fuera el deseo, mayor sería el precio que tendría que pagar.

La emoción de tener el control se esfumó, reemplazada por una sensación de peligro. Necesitaba ser más cuidadoso, mucho más cuidadoso.

            
            

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