La despedida fue breve. Tres ataúdes, muchas lágrimas, y un vacío que parecía consumirlo todo. Pero lo que más le dolió a Ana fue mirar hacia la entrada del pequeño cementerio y no encontrar el rostro de Martín entre los asistentes. Lo había esperado. Había rezado por verlo aparecer, por sentir su abrazo, por oírle decir que no estaba sola. Pero Martín no llegó.
Durante semanas después del funeral, Ana se negó a llorar. Pensaba que si lograba mantenerse fuerte, todo volvería a la normalidad, o al menos algo parecido a ello. Sin embargo, la realidad se impuso rápidamente. Sin su familia, tuvo que abandonar la escuela para buscar trabajo. Empezó como mesera en un pequeño café cerca del centro, donde las propinas apenas le alcanzaban para pagar el alquiler de un cuarto modesto y una comida al día.
Las noches eran lo peor. En la soledad de su habitación, se preguntaba una y otra vez qué había sido de Martín. Recordaba la promesa bajo el árbol de mango, las palabras que le habían dado esperanza en aquellos días felices. "Voy a volver por ti." Pero esas palabras ahora le parecían un eco lejano, casi irreal.
Lo que Ana no sabía era que, a miles de kilómetros de distancia, Martín había dejado de ser el muchacho soñador que conoció.
El barrio seguía igual, pero Ana había cambiado. La sonrisa fácil y los ojos brillantes de su juventud se habían desvanecido, reemplazados por una mirada cansada y unos labios que rara vez esbozaban algo más que una mueca de resignación. Después del accidente que le arrebató a su familia, su vida se había reducido a sobrevivir. Trabajaba largas horas como mesera en un café modesto del centro, donde las mesas chirriaban y las propinas eran escasas.
A pesar de todo, Ana seguía soñando. En las noches silenciosas, mientras intentaba conciliar el sueño en su cuarto alquilado, recordaba aquel árbol de mango y las promesas que alguna vez se hicieron. Pero la ausencia de Martín en el funeral de su familia había sido una herida profunda, una que nunca terminó de cerrar.
Una tarde cualquiera, mientras limpiaba una mesa cerca de la ventana, escuchó un fragmento de conversación que le hizo detenerse.
-Dicen que Eminence Group está buscando personal para su nueva sucursal aquí en la ciudad. Están ofreciendo buenos sueldos y beneficios.
Ana apenas podía evitar que se le cayera el trapo al escuchar ese nombre. Sabía de Eminence Group, por supuesto. Todo el mundo lo sabía. Era una de las empresas más poderosas del país, mencionada en las noticias con regularidad. Lo que no sabía -lo que no podía haber imaginado- era que detrás de esa empresa estaba Martín, el chico que había prometido volver por ella.
Pero Martín ya no era un chico. Se había convertido en un hombre poderoso, alguien cuyo nombre parecía estar rodeado de misterio y temor. A Ana, sin embargo, no le interesaba el poder ni los rumores. Para ella, Eminence Group representaba algo más sencillo: una oportunidad de escapar de la monotonía, de cambiar su vida.
Esa noche, en la tranquilidad de su cuarto, Ana se sentó en el borde de su cama y miró fijamente la hoja de periódico donde anunciaban las vacantes.
"Eminence Group: Contratación abierta para diversas posiciones. No se requiere experiencia previa. Oportunidades de crecimiento."
Las palabras parecían llamarla. Por primera vez en años, sintió un pequeño destello de esperanza, una emoción que no recordaba haber experimentado desde hacía mucho tiempo.
-Es ahora o nunca -murmuró para sí misma.
Al día siguiente, Ana usó sus ahorros para comprar ropa más formal. No era mucho, solo un pantalón negro y una blusa blanca sencilla, pero esperaba que fuera suficiente para causar una buena impresión. El café en el que trabajaba había accedido a darle un día libre, aunque con desgana, y Ana se presentó en las oficinas temporales que Eminence Group había establecido en un edificio del centro.
La fila para las entrevistas era larga, llena de hombres y mujeres de todas las edades, algunos vestidos con trajes impecables y otros con ropas gastadas pero limpias. Ana esperó pacientemente, sintiendo que cada minuto que pasaba aumentaba la presión en su pecho.
Cuando finalmente llegó su turno, entró a la sala con las manos ligeramente temblorosas. Al otro lado del escritorio, un hombre de mediana edad con una sonrisa cortés hojeaba su currículum, que apenas consistía en su nombre, dirección y experiencia como mesera.
-¿Por qué quieres trabajar en Eminence Group? -preguntó él, mirándola por encima de las gafas.
Ana se aclaró la garganta.
-Creo que es una oportunidad para aprender y crecer. He trabajado duro toda mi vida, y estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para cumplir con las expectativas de la empresa.
El hombre asintió, sin mostrar ninguna emoción en particular.
-No tienes experiencia en oficinas ni estudios completos. ¿Qué crees que podrías aportar?
Ana sintió un nudo en la garganta, pero no permitió que la duda se apoderara de ella.
-Tal vez no tenga experiencia en oficinas, pero sé lo que significa trabajar bajo presión y con clientes exigentes. Aprendo rápido y no tengo miedo de esforzarme.
El entrevistador la observó durante un momento que pareció eterno antes de esbozar una pequeña sonrisa.
-Muy bien, Ana. Por ahora no puedo garantizarte un puesto, pero has dejado una buena impresión. Te avisaremos en unos días.
Cuando salió de la oficina, Ana sentía una mezcla de alivio y nerviosismo. Había hecho todo lo que estaba en sus manos; ahora solo quedaba esperar.
El hombre tras el imperio
A cientos de kilómetros de distancia, Martín se encontraba en una sala de juntas imponente, rodeado de directores y ejecutivos que esperaban su aprobación para el próximo movimiento de la empresa. Vestido con un traje impecable, con el cabello perfectamente peinado y una expresión impenetrable, parecía el epítome del éxito.
Pero mientras los demás discutían cifras y estrategias, Martín se permitía un breve momento de distracción. Su mente volvía al pasado, al barrio que había dejado atrás, al árbol de mango donde había prometido volver.
-¿Señor Salvatierra? -la voz de uno de los directores lo sacó de sus pensamientos.
Martín se aclaró la garganta.
-Adelante con la propuesta.
La reunión continuó, pero en el fondo de su mente, Martín no podía evitar preguntarse si había tomado las decisiones correctas. Había construido un imperio, pero el precio había sido alto.
No sabía que, en ese preciso momento, el destino comenzaba a mover sus piezas para un reencuentro que ninguno de los dos había anticipado.