-Claudia, consígueme el expediente de una de las nuevas empleadas. Ana Martínez, la que está asignada para el último piso -ordenó, manteniendo la voz firme, pero con una sombra de duda en su tono.
Claudia, su asistente personal, asintió de inmediato y salió de la oficina. Martín comenzó a dar vueltas en su silla, mirando por la ventana, intentando ordenar sus pensamientos. Los recuerdos de su infancia eran confusos, como fragmentos de un sueño lejano, pero el sonido de ese nombre lo había despertado.
En el fondo, sabía que las probabilidades de que fuera ella, la misma Ana, eran bajas. Después de todo, años habían pasado, y la vida de ambos había tomado caminos completamente diferentes. Pero algo dentro de él le decía que debía verificarlo.
Revisión del expediente
Claudia regresó poco después, con el expediente de Ana Martínez en las manos. La mirada de Martín se volvió más intensa cuando vio el nombre en la carpeta.
-¿Qué tenemos? -preguntó, abriendo el expediente con una rapidez apenas contenida.
Claudia comenzó a leer las primeras líneas en voz baja, repasando los detalles.
-Ana Martínez, 25 años, originaria de la ciudad. Asignada como personal de limpieza para el último piso. Ingresó hace poco, y no tiene antecedentes previos en trabajos de oficina, solo experiencias laborales en el sector de servicios.
Martín frunció el ceño mientras seguía leyendo, pero no encontró nada en los documentos que lo sorprendiera a primera vista. Sin embargo, cuando llegó a la parte donde se detallaban los antecedentes familiares, algo en su interior dio un vuelco.
-Accidente fatal de tráfico. En el expediente, se mencionan sus padres y hermana, fallecidos en un accidente cuando Ana tenía 20 años -leyó Claudia, sin darse cuenta de la tensión creciente en la oficina.
Martín se quedó en silencio, mirando los documentos en sus manos, pero su mente ya estaba viajando de vuelta a ese momento, hace más de una década, cuando Ana había desaparecido de su vida. Los recuerdos de su infancia, de sus promesas, comenzaron a arremolinarse en su mente con una fuerza renovada.
El dolor que había sentido al irse de la ciudad, sin poder cumplir con lo que le había prometido, regresó con más intensidad. Y ahora, encontrarse con ella, en ese entorno, en circunstancias tan distintas... le resultaba abrumador.
Sin decir nada más, Martín se recostó en su silla y cerró los ojos por un momento. Necesitaba procesarlo. Necesitaba entender si era el destino lo que los había reunido nuevamente o si simplemente su pasado le estaba jugando una mala pasada.
-¿Está todo en orden con el expediente? -preguntó Claudia, aún sin entender del todo la razón detrás de su repentina preocupación.
-Sí, está bien. Gracias, Claudia -respondió Martín, ya en control de sus emociones, aunque su mente seguía agitada. -Llama a Ernesto, quiero hablar con él.
La llamada y la decisión
Poco después, Ernesto llegó a la oficina. Al entrar, vio que Martín se encontraba inmerso en sus pensamientos, mirando el expediente de Ana. Su expresión era seria, lo que no pasó desapercibido para su asistente.
-¿Algo pasa, jefe? -preguntó Ernesto, con cautela.
Martín no respondió de inmediato. En su lugar, levantó la mirada hacia Ernesto y, con una decisión firme, dijo:
-Quiero que ella vuelva a mi oficina. Llámala, dile que la necesito aquí, inmediatamente.
Ernesto asintió, aunque no pudo evitar sentirse intrigado por el cambio repentino en la actitud de su jefe. Pero no cuestionó sus órdenes. Salió de la oficina y, unos minutos después, Ana estaba de regreso en el pasillo, esta vez con una sensación de nerviosismo más profunda que antes.
Cuando Ernesto la condujo hasta la puerta de la oficina de Martín, el corazón de Ana latía a mil por hora. No sabía qué esperar. Todo en ese edificio se sentía como un universo lejano, como un lugar al que no pertenecía. Pero el simple hecho de estar frente a la puerta de su oficina le producía una sensación de incertidumbre y miedo. ¿Qué quería de ella?
El segundo encuentro
La puerta se abrió y Ana entró lentamente, sin saber exactamente qué esperar. Martín estaba de pie, mirando por la ventana. No dijo nada en un principio, y por unos segundos, Ana pensó que lo mejor sería irse de allí. Pero cuando Martín se giró hacia ella, su expresión era distinta. Ya no estaba molesto, ni tan distante. Su rostro, aunque serio, mostraba algo que Ana no pudo identificar.
-Ernesto, puedes irte -ordenó, sin apartar la vista de Ana.
Ernesto, aunque sorprendido por la orden, asintió y salió de la oficina sin decir palabra alguna, cerrando la puerta tras de sí.
Ana quedó sola con Martín, sintiendo la presión de la situación. El silencio entre ellos era casi palpable. Finalmente, Martín rompió el silencio, su voz firme y directa.
-Ana, ¿eres tú? ¿La misma Ana Martínez? ¿Mi Ana? -preguntó, sin ocultar la intriga en su tono.
Ana lo miró fijamente, sintiendo cómo el peso de la pregunta caía sobre ella. La incomodidad en la habitación aumentaba, y el corazón de Ana latía fuerte en su pecho.
-No le pertenezco a nadie, señor -respondió ella, con voz clara y fría, sin dejar que sus emociones se filtraran-. Yo soy sola, y no tengo a nadie más.
Martín se quedó callado por un momento, sus ojos fijos en ella. La respuesta de Ana lo dejó desconcertado, como si sus palabras le hubieran golpeado con fuerza. No había reproche en su voz, ni resentimiento, solo una calma que no esperaba.
Ana lo miró sin inmutarse, consciente de que las emociones que él estaba tratando de esconder también se estaban reflejando en su propio interior. Pero ella no estaba dispuesta a revivir el pasado. La promesa rota, las ilusiones perdidas, todo eso ya era parte de un capítulo cerrado en su vida.
Martín intentó decir algo, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. Era como si la respuesta de Ana hubiera cambiado la dinámica de todo lo que había pensado hasta ese momento.
Sin saber cómo reaccionar, finalmente hizo un gesto hacia la puerta.
-Puedes irte -dijo, su voz más baja, como si hubiera perdido la firmeza que lo caracterizaba.
Ana, sin decir nada más, dio media vuelta y salió de la oficina. El sonido de sus pasos se desvaneció en el pasillo, mientras Martín permanecía en su lugar, con la mente enredada en pensamientos que no conseguía ordenar.
El cambio en la respuesta de Ana, su independencia, lo dejó marcado. Mientras ella salía de su oficina, algo en él comenzaba a cambiar, aunque no sabía aún cómo enfrentarlo.