El supervisor asignado para su capacitación, Ernesto, era un hombre meticuloso que no dejaba nada al azar.
-Vas a trabajar en el último piso, donde están las oficinas de los altos ejecutivos -le explicó en la primera sesión-. Aquí, el más mínimo error no se perdona. Aprenderás a ser invisible.
Ana escuchó con atención. No le importaba quién estaba en el último piso; lo único que le importaba era cumplir con su trabajo y hacerlo bien.
Capacitación intensiva
Las dos semanas de capacitación fueron más difíciles de lo que Ana había anticipado. Ernesto le enseñó a limpiar de manera casi imperceptible, a moverse sin hacer ruido, a mantener la distancia con los ejecutivos. En todo momento, se sentía observada, presionada. Pero lo soportó. Sabía que este trabajo era su única oportunidad de escapar de la rutina que había quedado atrapada después de la tragedia.
En la última semana, Ernesto la llevó al edificio principal de Eminence Group. La magnitud del lugar la sorprendió. El vestíbulo era amplio y lujoso, con paredes de mármol y una arquitectura que respiraba poder. Aquel era el tipo de lugar en el que nunca imaginó estar.
Al llegar al último piso, Ana sintió una mezcla de respeto y temor. Las oficinas de los ejecutivos eran modernas y bien decoradas, con ventanales que ofrecían vistas panorámicas de la ciudad.
-Recuerden, este piso está reservado solo para los altos directivos -les advirtió Ernesto, señalando una puerta doble de madera maciza-. Nadie entra sin permiso.
Ana observó en silencio. Aunque estaba nerviosa, también sentía un curioso interés por lo que sucedía tras esa puerta. Pero rápidamente apartó esos pensamientos. Ahora, su objetivo era ser invisible, pasar desapercibida.
El primer día
Finalmente llegó el primer día de trabajo de Ana. Se despertó temprano, se vistió con el uniforme y tomó el autobús hacia Eminence Group. El edificio parecía aún más imponente de lo que había recordado, y al entrar al vestíbulo, la sensación de estar en un mundo completamente distinto la invadió.
El día comenzó con tareas simples: limpiar escritorios, vaciar botes de basura, asegurarse de que todo estuviera en orden. Aunque la presión era grande, Ana se concentró en su trabajo. Estaba determinada a no cometer errores, especialmente después de todo lo que había aprendido en la capacitación.
Pero cuando llegó al pasillo principal del último piso, las cosas cambiaron. Mientras empujaba su carrito de limpieza, al girar una esquina, chocó de lleno con alguien. El impacto fue suficiente para que ambos perdieran el equilibrio y los papeles que el hombre llevaba se cayeran al suelo, desparramándose por todo el pasillo.
Ana se agachó rápidamente para recoger los documentos, pero el hombre no pareció tan dispuesto a ayudar.
-¡Mira por dónde vas! -gruñó él, mirando a Ana con una mezcla de furia y frustración.
Ana, que había tropezado varias veces mientras recogía los papeles, intentó disculparse con rapidez.
-Perdón, de verdad... Fue un accidente -dijo, sin atreverse a mirarlo directamente.
Pero el hombre no mostró ni la más mínima compasión. Se agachó también, pero más rápido que ella, y comenzó a ordenar los papeles con una brusquedad que la sorprendió.
-Esto no es un juego. ¡Sé más cuidadosa! -ordenó, levantándose con los documentos en las manos.
Ana, atónita, miró cómo el hombre se incorporaba y comenzaba a caminar rápidamente, sin dirigirle una sola palabra de más.
-Vamos, levántate -le dijo él sin mirarla-. El supervisor debe venir aquí ahora. Te acompañará a mi oficina.
Ana no entendió completamente lo que sucedía. El hombre ya se alejaba, y ella quedó ahí, quieta, tratando de asimilar la situación.
Poco después, Ernesto apareció y la miró con severidad.
-Ana, ven conmigo. El señor Salvatierra quiere hablar contigo.
En la oficina
Ana siguió a Ernesto, todavía confundida, por el pasillo hasta llegar a una oficina grande con una puerta de madera oscura, similar a la que había visto antes. Ernesto llamó antes de entrar, y al recibir la respuesta, abrió la puerta.
Martín estaba de pie, con los papeles aún en las manos, observando por la ventana. Al oír la entrada, se giró, y sus ojos se encontraron con los de Ana.
Un silencio tenso se apoderó de la habitación. Martín la miró de arriba a abajo, como si estuviera evaluando algo más allá de su simple presencia. Su mirada era fría, severa.
-¿Cuál es tu nombre? -preguntó finalmente, su voz baja y autoritaria.
Ana respiró profundamente antes de responder, dispuesta a no dejar que sus nervios la traicionaran.
-Ana Martínez -dijo con firmeza, dejando que su apellido resonara en la habitación.
Martín se quedó paralizado, mirando a Ana como si hubiera recibido un golpe en pleno rostro. No dijo nada, pero sus ojos reflejaron algo que Ana no pudo descifrar.
El silencio se alargó, y finalmente, Martín pareció recobrar la compostura. Sin más palabras, hizo un gesto hacia la puerta.
-Puedes irte. Y asegúrate de no volver a cometer el mismo error.
Ana, con el corazón acelerado, dio un paso atrás y salió de la oficina sin decir una palabra más. Cuando la puerta se cerró tras ella, la sensación de vacío en su pecho se intensificó.
Lo que acababa de ocurrir había sido tan extraño, tan cargado de tensión, que Ana no podía dejar de preguntarse si algo de todo esto realmente tenía sentido.