-Ana, ¡la mesa tres! -gritó su jefe, sacándola de su ensoñación.
Ella se apresuró a atender a los clientes, pero su mente seguía en otro lugar. Cada vez que pensaba en el futuro, un recuerdo del pasado la golpeaba como una ola inesperada. Martín. Ese nombre seguía rondándola, como un fantasma que nunca terminó de marcharse. ¿Y si lo volvía a ver? ¿Y si estaba en esa empresa? La posibilidad era remota, pero no podía evitar preguntárselo.
Mientras tanto, Martín había llegado a la ciudad para supervisar los preparativos de la nueva sucursal de Eminence Group. Aunque solía delegar tareas como esa, algo en su interior le había impulsado a viajar personalmente. Tal vez era la nostalgia que, en momentos de debilidad, lo hacía mirar hacia atrás, hacia un lugar y una vida que había dejado atrás hacía mucho tiempo.
El ajetreo de la oficina temporal era palpable cuando Martín llegó. Los empleados se movían de un lado a otro, ajustando detalles para las entrevistas, organizando documentos y asegurándose de que todo estuviera en orden. Martín no solía quedarse mucho tiempo en estos lugares; prefería entrar, revisar lo necesario y salir rápidamente.
Tras una breve reunión con el equipo, decidió recorrer las instalaciones. Caminaba con la mirada fija al frente, sus pasos firmes resonando en los pasillos, cuando, al girar una esquina, chocó con alguien.
El impacto fue lo suficientemente fuerte como para que la otra persona dejara caer los papeles que llevaba en las manos.
-¡Perdón! -dijo Ana, agachándose de inmediato para recogerlos.
Martín también se detuvo, pero no para ayudarla. Solo la observó por un momento, con una mirada fría y distante. Para él, era solo una más entre tantas personas con las que interactuaba diariamente.
-Ten cuidado la próxima vez -fue todo lo que dijo antes de seguir caminando.
Ana levantó la mirada justo a tiempo para verlo marcharse. Algo en su postura, en la firmeza de su voz, le resultó extrañamente familiar, pero no logró identificar qué era. Se quedó allí, paralizada, sintiendo que había algo importante en aquel breve encuentro, algo que no podía comprender del todo.
Martín, por su parte, no volvió a pensar en la chica con la que había chocado. Estaba demasiado concentrado en las responsabilidades que lo esperaban. Sin embargo, mientras se dirigía a su coche, una punzada de inquietud lo atravesó. No entendía por qué, pero había algo en esos ojos que lo había hecho sentir una incomodidad que no había experimentado en años.
Una noche de preguntas
Esa noche, mientras Ana se recostaba en su cama, no podía dejar de pensar en el hombre con el que había chocado. ¿Por qué le resultaba tan familiar? Cerró los ojos, intentando recordar, pero los recuerdos del pasado seguían siendo un rompecabezas incompleto.
Al mismo tiempo, en una suite de hotel de lujo, Martín miraba por la ventana, con la ciudad extendiéndose ante él. Su mente, por un momento, dejó de lado los negocios y volvió al barrio donde todo había comenzado. Aunque no quería admitirlo, algo en él deseaba regresar, pero el miedo a lo que podría encontrar lo mantenía a distancia.
El destino, sin embargo, parecía decidido a reunirlos.