Capítulo 2 La desconocida

Capítulo 2

Esa persona frente a mí no era yo.

Pelo castaño y largo, pestañas rizadas, labios carnosos, piel clara y ojos verdes que brillaban bajo la tenue luz de la habitación. Un pequeño lunar junto a la boca completaba el rostro desconocido que me devolvía la mirada.

Mi corazón latía con fuerza.

Me alejé del espejo de un salto.

-No... no, esto no está pasando...

Extendí las manos con desesperación, examinándolas. Eran más delicadas de lo que recordaba, más pequeñas. Mi altura también había cambiado. Estaba atrapada en un cuerpo ajeno.

-¡Esto tiene que ser un sueño! -reí, pero mi risa sonó temblorosa y rota.

No podía procesarlo.

Mis piernas flaquearon y me desplomé sobre la enorme cama, tapándome con la cobija hasta la cabeza. Cerré los ojos con fuerza.

"Esto no es real. Solo tengo que dormir, y cuando despierte, todo volverá a la normalidad. Sí, solo es un mal sueño..."

Pero aunque mi mente lo negaba, el miedo y la angustia se aferraban a mi pecho.

Poco a poco, la fatiga me venció.

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Cuando desperté, me estiré instintivamente, esperando sentir la familiaridad de mi cuarto, el colchón gastado de mi cama, el frío de la mañana.

Pero no.

El colchón era demasiado blando. Las sábanas tenían una textura lujosa que no reconocía. Y el techo... no era el de mi departamento.

Mi respiración se aceleró.

Me incorporé de golpe y miré alrededor. La habitación seguía ahí: elegante, ajena, intimidante.

Corrí al espejo con el corazón desbocado.

No.

No podía ser.

Pero ahí estaba ella... esa desconocida que ahora era yo.

El sonido de la puerta abriéndose me sobresaltó.

La mujer de antes entró con una expresión tranquila.

-Señorita, ya ha despertado. Por favor, venga a comer.

Ni siquiera pensé en lo que hacía. Me lancé hacia ella con desesperación.

-¡Pellízcame!

La mujer parpadeó, desconcertada.

-¿Perdón?

-Pellízcame. Necesito saber si esto es real.

Sus manos temblaron ligeramente.

-Señorita, ¿se encuentra bien...?

-¡Solo hazlo! -insistí, agarrándola por los hombros.

Su incomodidad era evidente, pero finalmente asintió. Subí la manga de mi brazo y extendí la piel hacia ella.

La sirvienta tragó saliva y me pellizcó suavemente.

El dolor fue real.

Un escalofrío me recorrió.

Mi cuerpo se tensó y un nudo se formó en mi garganta.

-No... no puede ser... -murmuré, llevándome una mano al pecho.

Me tambaleé hacia atrás hasta chocar contra el espejo. Ahí seguía ella, la chica de ojos verdes que no conocía.

Esa era yo ahora.

-¡Perdóneme, señorita! -La mujer se arrodilló de inmediato, asustada.

Caí al suelo, llevándome las manos a la cabeza. Mi mente era un torbellino de preguntas sin respuestas.

Las sirvientas empezaron a murmurar entre ellas, pero no les presté atención. Mi cabeza estaba llena de dudas que giraban sin control.

"¿Qué hago en este mundo? ¿Cómo llegué aquí? ¿Será que estoy en coma y esto es un sueño?"

Las preguntas se acumulaban hasta que una de las sirvientas habló con urgencia:

-¡Llamen al doctor! La señorita Celeste se siente mal.

Me congelé.

"¿Celeste?"

Ese nombre... lo había escuchado antes.

-¿Celeste? -repetí en un susurro, sintiendo un escalofrío recorrerme.

Antes de poder procesarlo, dos sirvientas me ayudaron a levantarme y me guiaron hasta la cama. Al poco tiempo, trajeron un vaso de jugo de naranja y un pan con queso.

-Aquí tiene, señorita.

-Ah... gracias -murmuré, tomando un sorbo.

El sabor era real. Demasiado real. Sentía la acidez del jugo, la textura del pan en mi boca. Nada de esto se sentía como un sueño.

Mientras comía en silencio, las sirvientas me observaban con miradas furtivas, susurrando entre ellas. La puerta se abrió nuevamente y un hombre de edad avanzada entró con una bolsa de cuero.

-Con su permiso, voy a examinarla -dijo el doctor, acercándose con calma.

Me revisó varias veces. Pasó su dedo frente a mis ojos y lo seguí con la mirada. Escuchó mi respiración, tocó mis muñecas y tomó mi pulso.

Finalmente, guardó sus instrumentos y me miró con seriedad.

-No tiene nada. Todo está perfectamente bien en usted.

Lo miré, incrédula.

-No puedo estar bien. ¡Estoy en un mundo que no conozco!

Las sirvientas intercambiaron miradas de preocupación.

-Así ha estado desde que despertó, doctor -susurró una de ellas.

Mordí mis uñas, un viejo hábito que tenía en mi vida real, pero una de las sirvientas me dio un leve manotazo para detenerme.

-Quizás es solo confusión -dijo el doctor con tranquilidad-. Después de todo, ha estado inconsciente durante dos meses.

Mi corazón se detuvo.

-¿Qué... qué ha dicho?

-Usted despertó después de dos meses en coma, señorita Celeste.

Todo el aire pareció salir de mis pulmones.

Dos meses.

Dos meses en coma.

Mi mente se quedó en blanco

            
            

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