Capítulo 4 La Sombra del Árbol

El dios del árbol observaba desde su morada, las ramas de su reino, que se extendían más allá de la realidad misma. Su mirada se posó en su hermano, el dios de la dimensión, que estaba sentado en su trono, inmóvil como siempre. Pero hoy, algo había cambiado. Algo en su mirada, en la manera en que observaba el mundo por debajo. No era indiferencia, ni siquiera curiosidad distante. Había algo más.

El dios del árbol suspiró con una calma que solo él poseía. Sabía que su hermano, siempre obsesionado con el control y el poder, rara vez se dejaba afectar por lo que pasaba abajo. Pero hoy, no era así. El cazador, ese joven humano, había captado su atención, y eso no era algo que ocurriera con facilidad.

-Tu fascinación por este mortal... ¿Por qué? -la voz del dios del árbol retumbó en el aire, y aunque su tono era suave, estaba lleno de una pregunta que no podía dejar ir.

El dios de la dimensión no respondió inmediatamente. En lugar de eso, permitió que el silencio se alargara, sus ojos fijos en el cazador que corría por las ruinas de la ciudad. Algo lo frenaba, algo lo inquietaba. Esa sensación extraña que nunca había experimentado, ese interés por alguien tan insignificante en su vasta creación.

-No lo sé -dijo finalmente, su voz grave y fría como el viento que soplaba entre las ramas del árbol. Su mirada permaneció fija en el joven, como si esperara una respuesta de él mismo, algo que nunca llegaría.- No es solo curiosidad. Hay algo más, algo que no logro entender.

El dios del árbol se acercó lentamente a su hermano, su presencia tranquila pero firme.

-Tal vez no necesites entenderlo. Tal vez solo sea el principio. La conexión con el mortal ha comenzado, pero como siempre, no comprenderás el propósito hasta que se revele. - El dios del árbol sonrió suavemente, como si él ya supiera algo que el otro no. En sus ramas, un murmullo de hojas agitadas se escuchó, como un presagio de algo que estaba por venir.

Mientras tanto, el cazador, con su corazón acelerado, finalmente llegó a la zona donde había oído los gritos de su madre. Su cuerpo estaba agotado, su mente llena de angustia. No importaba cuántas veces cayera, se levantaba. Pero lo que más le quemaba por dentro era la necesidad de encontrarla, de asegurarse de que estaba bien.

De repente, entre los escombros, vio una figura que reconoció al instante. Su madre, cubierta de polvo, luchando por levantarse. El cazador no podía permitir que las criaturas se la llevaran. Con un rugido de furia, se lanzó hacia ella, empujando a las criaturas que intentaban devorarla. Su cuerpo estaba cansado, pero su determinación lo mantenía en pie.

En el momento en que sus manos alcanzaron a su madre, ella lo miró, sus ojos llenos de desesperación y miedo. Pero antes de que pudiera decir algo, la voz de su hermana resonó en el aire, fuerte, clara, desesperada.

-¡Lyon! ¡Lyon, corre!

El nombre de su hermano atravesó el aire, y como un latigazo, atravesó la conciencia del dios de la dimensión, que escuchó, sin querer, la llamada. El cazador, Lyon, aún no sabía que algo más estaba observando, que su vida y su lucha no eran solo parte de un simple destino, sino que había fuerzas más allá de su comprensión que ya se habían interesado por él.

Pero por ahora, Lyon no podía pensar en nada más que en proteger a su madre y hermana. Sin embargo, su mente se detuvo un momento, como si el grito hubiera tenido un peso diferente para él. Algo en su interior se agitó, pero se concentró de nuevo en su familia, empujándolas hacia el refugio más cercano, luchando con lo último de sus fuerzas.

Desde su trono, el dios de la dimensión no podía dejar de pensar en lo que había escuchado. Lyon. Ese nombre resonaba en su mente, se le pegaba como una melodía pegajosa. Algo en esa llamada, algo en la forma en que había sido pronunciado, lo había hecho dudar por un momento.

Un eco en la vasta extensión de su poder. Algo había despertado en su interior al escuchar su nombre. Algo que no podía reconocer. Algo que nunca había experimentado.

El dios del árbol, con su mirada eterna, seguía observando a su hermano con una sonrisa contenida. Sabía que el tiempo de su revelación llegaría. Que su hermano, el dios de la dimensión, sentiría algo que jamás había experimentado. Porque lo que estaba ocurriendo no era solo fascinación. Era algo más profundo. Algo que se parecía peligrosamente a un enamoramiento a primera vista.

-Lo has oído, ¿verdad? -preguntó el dios del árbol, suavemente, mientras su mirada seguía fija en su hermano.

El dios de la dimensión no respondió de inmediato. Su mirada seguía al cazador, y un leve rubor, apenas perceptible, comenzó a teñir sus mejillas. Algo en su pecho se agitaba con fuerza.

-¿Por qué me miras así? -respondió, esta vez sin esconder su confusión.

El dios del árbol solo sonrió, dejando que el misterio siguiera su curso.

-Porque es fascinante, hermano. Pero es aún más fascinante lo que aún no entiendes de ti mismo.

El dios de la dimensión se giró, sus ojos fijos en el joven cazador. No sabía qué sentía exactamente, ni por qué sentía que esa conexión no era solo curiosidad, ni por qué su corazón latía de una manera diferente. Solo sabía que no podía apartar la mirada.

El juego había comenzado. Y ahora, la conexión con el cazador se sentía más inquebrantable que nunca. Pero por ahora, el dios de la dimensión no comprendía que estaba siendo arrastrado por algo mucho más allá de su control. Algo tan antiguo y tan nuevo que jamás había imaginado.

            
            

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