![El juego De Dios [BL]](https://cos-spres.cdreader.com/site-375(new)/0/15772/coverbig.jpg?v=41fd4fe94951d32bf34a855128b5578c)
La quietud de la sala en la que los dioses observaban se rompió por una presencia diferente. El aire se volvió denso, como si el espacio mismo temiera la llegada del ser que cruzaba la dimensión. De las sombras, un nuevo dios apareció, imponente, pero con una calma que contrastaba con la inquietud del dios de la dimensión. Era el primer dios, el padre de los dos que ya se encontraban allí.
Su figura era majestuosa, pero su mirada reflejaba una sabiduría ancestral, mucho más antigua que la de sus hijos. No era un dios de los misterios de la dimensión ni de las raíces del árbol. Era el dios primordial, el que había observado el mundo mortal en toda su complejidad. Sus ojos eran profundos, como abismos infinitos, y al posarse sobre la escena que sus hijos observaban, un destello de comprensión cruzó su rostro.
-¿Qué tienes ahí, hijo mío? -preguntó con una voz que retumbó en el vacío de su reino.
El dios de la dimensión, aún absorto por la imagen del cazador, no respondió de inmediato. El peso de la mirada de su padre lo hizo sentir incómodo, pero no podía apartar sus ojos del joven humano. La fascinación crecía, y él mismo no entendía qué lo atraía tanto. El cazador había luchado con fiereza, algo primitivo y puro que lo embriagaba, pero también había algo más... algo que se tejía lentamente en su pecho.
El dios del árbol, que ya conocía las complicaciones de las emociones humanas (y divinas), suspiró al ver lo evidente. No hacía falta decir nada más. El amor que su hermano sentía por el cazador era claro, y no lo juzgaba. Sabía que los sentimientos no podían controlarse, ni siquiera por seres tan poderosos como ellos.
Pero el primer dios, el padre de ambos, observaba en silencio. Sabía lo que su hijo menor estaba sintiendo, porque había experimentado lo mismo una vez, hacia la madre de ambos, en los días en que el mundo mortal aún era joven. La sensación de deseo inmediato, ese anhelo profundo que los arrastra, algo que no se puede detener ni comprender completamente en el momento.
-Ah... -murmuró, como si entendiera por completo lo que estaba sucediendo-.
El dios de la dimensión no respondió, pero su mirada vaciló, como si finalmente se estuviera dando cuenta de que no solo era curiosidad lo que lo mantenía enfocado en el cazador, pero al final siguió sin darse cuenta de que aquel sentimiento era algo más allá de lo que realmente conocía.
El dios del árbol sin dejar de observar a su hermano, sabiendo que, aunque el joven cazador lo fascinara, aún no podía comprender completamente la profundidad de sus propios sentimientos. No era solo un juego, y sin embargo, aún estaba en las primeras etapas de comprender lo que realmente sentía.
-No es tan simple como crees, hermano -dijo con tono calmado, simplemente haciendo notar la complejidad de la situación.
El dios de la dimensión no contestó. Su mente estaba atrapada en los pensamientos del cazador, en la imagen de Lyon enfrentándose a las bestias, su determinación, su rabia contenida. Aquel joven humano estaba marcando algo en su alma inmortal, algo que no entendía pero que no podía ignorar.
Mientras tanto, en el mundo de los mortales, Lyon seguía mirando la ventana de estado que le había aparecido ante sus ojos. Lo primero que vio fue el aumento de sus capacidades, algo que ya había notado en su lucha. Sus reflejos, su fuerza, su resistencia, todo parecía estar mucho más allá de lo que había sido antes. Cada movimiento suyo ahora era más preciso, más enfocado.
No entendía del todo cómo funcionaba este sistema que aparecía ante él, ni mucho menos cómo había comenzado a obtener esas habilidades tan misteriosas. Pero no tenía tiempo para preguntarse sobre ello. Las bestias aún rondaban, y su prioridad seguía siendo una: proteger a su familia.
-Ventana de estado -susurro, para si mismo.
[Ventana de Estado de Lyon Artemis]
Nombre: Lyon Artemis
Clase: Cazador
Raza: Humano
Nivel: 8
Habilidades:
Espada de Dos Manos (Nivel 4)
Defensa (Nivel 3)
Estadísticas:
Fuerza: 10
Agilidad: 12
Resistencia: 12
Inteligencia: 11
De repente, escuchó el grito de su hermana y su nombre se estampó en su mente. Su corazón latió más rápido, y sin pensarlo, comenzó a correr hacia el lugar donde había escuchado su grito. Pero mientras avanzaba, algo extraño ocurrió: no había más puertas abriéndose, como al principio. Las criaturas que atacaban no parecían venir de nuevas dimensiones; eran las mismas bestias que habían surgido con la apertura de la primera puerta.
Eso lo confundió aún más. ¿Por qué aún no habían acabado ya con todas las bestias o se les escapó algunas? Las puertas ya estaban cerradas, eso era lo que el sistema había indicado. Pero no había tiempo para buscar respuestas ahora.
Siguió corriendo al refugio improvisado que habían organizado los militares, su mente centrada únicamente en llegar a su familia. El poder que había despertado dentro de él parecía ser solo un eco lejano frente a su único objetivo: salvar a los que amaba.
Desde lo alto, el primer dios observaba en silencio. Había dado espacio para que su hijo reflexionara sobre los sentimientos del más joven, pero no podía evitar reconocer que algo estaba cambiando. Su hijo menor, el dios de la dimensión, había tocado un rincón de su ser que solo había conocido en sus días de juventud, cuando se había encontrado con la mortal que había sido su esposa.
El padre de los dioses comprendió la gravedad de la situación. Su hijo menor aún no sabía qué hacer con lo que sentía, pero sabía que, de alguna manera, Lyon había tocado su alma. Como cuando uno ve la primera chispa del amor: inesperada, pero imparable.
No dijo nada más. Se quedó observando. Los mortales, sus hijos, sus sentimientos... todo era parte del ciclo eterno, y esta fase de su existencia, como tantas otras, pasaría como una nube ante la lluvia.
Pero incluso los dioses no podían evitar que algunas cosas cambiarán. Y por el momento, el dios de la dimensión, que había sido tan seguro de sí mismo durante este tiempo, ahora debía enfrentar un dilema mucho más humano que divino.
Su fascinación por Lyon no haría más que crecer.