La mansión en la que vivíamos era inmensa, desproporcionada para una persona como yo, acostumbrada a espacios pequeños y llenos de ruido. Mi habitación estaba en un ala completamente separada de la casa, lejos de la de Ethan. Aunque compartíamos un techo, nuestras vidas eran independientes, casi como si fuéramos extraños.
Por las noches, después de trabajar, cenaba sola en mi habitación. La comida llegaba a mi puerta como parte de una rutina preestablecida. Los empleados mantenían la distancia y parecían haber sido instruidos para no hablar conmigo más allá de lo estrictamente necesario. No me molestaba; de hecho, apreciaba el silencio. Era un eco de mi infancia, aunque aquí al menos nadie me ordenaba guardar silencio ni me gritaba por hacer algo mal.
Ethan estaba siempre ocupado. Su presencia en casa era intermitente, y cuando estaba allí, pasaba la mayor parte del tiempo en su oficina o atendiendo llamadas interminables. Nuestros encuentros eran casuales y breves, como dos líneas que apenas se cruzan antes de seguir caminos separados.
Una tarde, mientras revisaba unos materiales para mis clases, alguien tocó a mi puerta. Al abrirla, me encontré con Ethan.
-¿Puedo pasar? -preguntó, aunque ya estaba entrando.
Lo miré, sorprendida, y me hice a un lado para dejarlo entrar. Era la primera vez que venía a mi espacio desde que nos habíamos casado. Observó la habitación con atención, sus ojos recorriendo los detalles: los libros sobre la mesa, la manta doblada sobre la cama, los materiales de enseñanza que siempre llevaba conmigo.
-¿Todo bien aquí? -preguntó finalmente.
Asentí, moviendo las manos para formar la frase: "Todo está bien".
Ethan frunció ligeramente el ceño, como siempre que intentaba interpretar mis señas. Aunque había mencionado en alguna ocasión que quería aprender mi lenguaje, parecía que nunca encontraba tiempo para hacerlo.
-Quiero que me acompañes a un evento el próximo fin de semana -dijo de repente.
Levanté una ceja, intrigada. Moví las manos nuevamente: "¿Por qué?"
-No como mi esposa -aclaró rápidamente, como si anticipara mi reacción-. Necesito a alguien que actúe como mi traductora. Habrá un cliente extranjero que solo conoce lenguaje de señas, y pensé que podrías ayudarme con eso.
Sus palabras me desconcertaron. Era la primera vez que me pedía algo directamente, y la forma en que lo hizo fue casi... educada. Asentí, indicándole que aceptaba.
-Perfecto -dijo, y su rostro adoptó esa expresión neutral que parecía ser su estado natural.
Se giró para salir, pero antes de cruzar la puerta, se detuvo.
-Gracias, Lía.
Fue un gesto simple, pero me dejó pensando mucho después de que se fue.
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Los días siguientes transcurrieron en una calma tensa. Mientras preparaba mis clases, no podía evitar pensar en el evento. Era la primera vez que Ethan me incluía en algo relacionado con su vida profesional, aunque fuera en un rol puramente funcional.
El sábado llegó rápidamente, y un chofer me llevó a la dirección indicada. El lugar era un lujoso hotel en el centro de la ciudad, con salones repletos de personas elegantes que conversaban entre risas y copas de vino. Al entrar, me encontré con Ethan, impecable como siempre, con un traje oscuro que parecía hecho a medida para resaltar su porte magnético.
-Por aquí -dijo en cuanto me vio, guiándome hacia una mesa donde esperaba un hombre de cabello canoso que se levantó al vernos.
Ethan hizo una breve introducción, explicando quién era el cliente y mi papel como traductora. Durante las siguientes horas, me dediqué a interpretar la conversación, transmitiendo las palabras de Ethan al lenguaje de señas y viceversa. Me concentré en mi tarea, ignorando las miradas curiosas que recibíamos.
-Eres buena en esto -comentó Ethan en un momento, inclinándose hacia mí mientras el cliente revisaba unos documentos.
Lo miré, sorprendida, y simplemente asentí. No estaba acostumbrada a recibir cumplidos, y menos de él.
Cuando el evento terminó, Ethan me acompañó hasta la salida.
-Hiciste un buen trabajo hoy -dijo mientras esperábamos al chofer-. Lo aprecio.
Moví las manos: "De nada".
Me observó por un momento, como si estuviera a punto de decir algo más, pero se detuvo. Finalmente, el auto llegó, y nos fuimos en silencio.
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El tiempo comenzó a pasar más rápido de lo que esperaba. La rutina se estableció, y aunque nuestras vidas seguían siendo separadas, empezaron a surgir pequeños momentos en los que nuestras interacciones parecían menos mecánicas.
Una noche, mientras revisaba materiales para mis clases, Ethan entró al salón principal, donde estaba trabajando. Se sentó en el sillón frente a mí, sosteniendo un vaso de whisky.
-¿Cómo estuvo tu día? -preguntó, rompiendo el silencio.
Levanté las manos y formé una respuesta: "Bien. ¿Y el tuyo?"
-Intenso, como siempre -respondió con un suspiro-. Pero menos complicado de lo que esperaba.
Esa fue la primera de muchas noches en las que compartimos conversaciones breves, aunque la mayoría de las veces yo me comunicaba con gestos y él interpretaba como podía. Poco a poco, comenzó a mostrar interés por aprender el lenguaje de señas, incluso llegando a pedirme que le enseñara algunas frases básicas.
Fue extraño, pero esos pequeños momentos empezaron a llenar los silencios entre nosotros. Aunque el matrimonio seguía siendo una fachada para el mundo exterior, dentro de la casa, algo estaba cambiando.
No podía evitar preguntarme cuánto tiempo podía durar esta tregua implícita. Pero por ahora, prefería no pensar en ello y simplemente disfrutar de las pequeñas conexiones que comenzaban a surgir en nuestra vida compartida.