/0/15858/coverbig.jpg?v=3cab08b751f8651bed16f8642f31fed3)
-Si este es otro de tus comentarios escandalosos disfrazado de broma, Raúl, ¡no me parece gracioso! -dijo secamente.
-No es broma. Es verdad. Ha habido un accidente. Román ha muerto -afirmó, con sus brillantes ojos oscuros clavados en el rostro.
Ella lo miró con incredulidad, y se puso pálida. -¿Un accidente? -repitió Clara como un loro. Sin duda había ocurrido un accidente y ella lo llevaba encima. Nerviosa, se lamió los labios secos. ¡Román había muerto! Era impensable y, llevándose el vaso a la boca, se bebió el resto del zumo.
Apenas notó el "Gracias a Dios por las pequeñas misericordias" del Mayor Orbert antes de que la oscuridad la envolviera y por primera vez en su vida se desmayara.
Sus ojos se abrieron de golpe minutos después; no estaba segura de dónde estaba o de qué había pasado, solo era consciente del fuerte brazo alrededor de sus hombros y de la sensación reconfortante del amplio pecho sobre el que descansaba su cabeza.
Entonces su memoria volvió a inundarla. Alguien había dicho que Román estaba muerto, pero no podía ser así; ella estaba embarazada de él. Se puso rígida, culpable. Horrorizada por su pensamiento puramente egoísta, levantó la cabeza y se soltó del abrazo protector de Raúl para sentarse tensa en el borde del sofá, con las manos entrelazadas en el regazo. Miró a su padre, que estaba sentado a su lado, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. Se volvió hacia Raúl. No necesitaba hacer la pregunta. La respuesta estaba allí, en la compasión que se reflejaba en sus ojos oscuros.
-¿Es cierto? -preguntó ella con voz entrecortada.
Raúl le cubrió las manos con su propia mano grande y las apretó suavemente mientras respondía: "Lo siento, Clara, lo siento mucho, pero sí".
Ella quería llorar, debía llorar, pero las lágrimas no salían, todavía no...
-¿Cómo sucedió? -logró preguntar casi con normalidad y, encogiéndose de hombros, se sentó más derecha, sorprendida de su propio control.
-No pienses en eso ahora, Clara. ¿Estás bien? Eso es lo importante -la animó.
-Sí. Sí, estoy bien, pero, por favor, quiero saberlo -exigió, mientras su mirada se deslizaba de un hombre a otro en su agitación. El mayor Orbert estaba sentado en la silla de respaldo duro detrás de su escritorio, mientras que Raúl, su padre y ella estaban sentados en fila en el sofá... como Los Tres Chiflados, pensó desesperadamente, antes de que sus ojos se fijaran de nuevo en el rostro de Raúl, esperando su respuesta.
-Creo que debería dejar que mi padre te lo explique. Estoy seguro de que él puede contarte la historia correcta mucho mejor que yo -dijo Raúl con cinismo, reclinándose contra el apoyabrazos, su largo cuerpo inclinado hacia ella, sus ojos oscuros recorriendo lentamente su pequeño rostro y bajando por su esbelto cuerpo encaramado en el borde del asiento.
Clara sintió que se ruborizaba y por un instante recordó la última vez que había visto a Raúl. Pero no era el momento de dejarse llevar por la vergüenza y deliberadamente dirigió su atención al Mayor. Luego escuchó con creciente horror cómo éste confirmaba la muerte de Román.
Dos días antes, mientras viajaba en un jeep, Román había pasado por encima de una mina terrestre sin señalizar. Murió en el acto. La familia había sido informada a la hora del almuerzo, pero como Clara no había estado trabajando toda la tarde no habían podido ponerse en contacto con ella.
Un nudo se le alojó en la garganta y amenazó con ahogarla. Sus hermosos ojos brillaban con lágrimas contenidas mientras la voz del Mayor seguía hablando.
"Era el camino que él hubiera querido seguir. En servicio activo con su regimiento. Era un héroe".
Clara escuchó las palabras, pero lo único en lo que podía pensar era en el pobre Román. Todas sus dudas sobre él se disiparon cuando el horror desesperado de su muerte la golpeó. Román, el rubio, guapo y de ojos azules, estaba muerto. Era increíble. Estaba tan abrumada por la enormidad de lo que había sucedido y todas sus ramificaciones, que no vio nada extraño en las siguientes palabras del Mayor y le respondió sin pensar.
-Dime, Clara, ¿es cierto? ¿Estás embarazada de Román? ¿Está confirmado?
-Sí, estuve en la clínica esta tarde, por eso no me pudiste encontrar -explicó mientras sus lágrimas se desbordaban y corrían lentamente por sus suaves mejillas.
-¡Dios mío! Padre, ¿no ves que la niña está en estado de shock? -le insistió Raúl con tono mordaz-. ¿De verdad estás tan desesperado como para tener que interrogar a la pobre niña en un momento como este?
¡Pobre chica! El comentario de Raúl era justo lo que necesitaba para dejar de revolcarse en la autocompasión. Quizá hubiera perdido a su novio y estuviera embarazada, pero nadie la iba a llamar "pobre chica", y mucho menos un demonio arrogante como Raúl.
-Me la llevo a casa -la voz de Raúl penetró en sus caóticos pensamientos. Levantó la cabeza y vio la mirada despectiva que le lanzó a su padre antes de añadir-: Es su hija, señor Bedec. En lugar de quedarse sentado allí como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros, podría intentar cuidarla. Seguro que necesita a alguien que lo haga.
-No, no. -Clara finalmente encontró su voz y, poniéndose de pie de un salto, se secó las lágrimas de los ojos con el dorso de la mano.
Era una niña pequeña, de apenas un metro y medio de altura, pero perfectamente proporcionada. Su pelo negro azulado colgaba en una profusión de rizos hasta más allá de sus hombros. Sus ojos violetas eran grandes y estaban delineados por espesas pestañas negras como el hollín, su nariz era pequeña y recta, su boca era de labios gruesos y suavemente curvada. Vestida con un sencillo suéter de cachemira azul, una falda corta recta del mismo color que terminaba unos diez centímetros por encima de sus rodillas y sus pies calzados con unos clásicos zapatos de tacón alto de color azul marino, no tenía idea de lo hermosa que se veía, o lo valiente, a los ojos de los tres hombres cuyas miradas sorprendidas estaban fijas en ella.
-Estás en estado de shock, Clara. -Raúl desplegó su impresionante cuerpo desde el sofá y, con un paso ágil, se colocó a su lado-. Déjame llevarte a casa; tu padre no está en condiciones de conducir.
Puede que su padre no lo fuera, pero de ninguna manera iba a dejar que Raúl la llevara a casa. Recordaba con mucha claridad la última vez que la había llevado a la granja. Había dejado muy claro que no aprobaba su relación con Román y ella no necesitaba su falsa compasión.
-No, gracias. Soy perfectamente capaz de conducir. -Se volvió para mirar a su padre y añadió-: Vamos, papá. Te llevaré a casa.
Una mano grande se curvó alrededor de su brazo. -No seas estúpida, Clara; estás en estado de shock. Déjame...