Capítulo 3 Situación comprometedora

-¡Suéltame! -gritó, y con violencia liberó su brazo del agarre de Raúl, tambaleándose ligeramente al hacerlo-. No necesito tu ayuda. -Se volvió de nuevo hacia donde su padre seguía sentado y añadió-: Por favor, papá. Quiero irme. El trauma de las últimas semanas, la confirmación del embarazo por parte del médico esa tarde y la ironía máxima -la muerte de Román- amenazaban con hacerla derrumbarse por completo. Tenía que alejarse de Bylard Find y, lo que era más importante, tenía que alejarse de Raúl.

Afortunadamente su padre, percibiendo finalmente su verdadera necesidad de irse, accedió.

Nunca sabría cómo había llegado a casa conduciendo el viejo Ford. Las lágrimas le nublaban los ojos, pero no estaba completamente segura de si eran por ella o por Román.

Más tarde esa noche, Clara yacía en su pequeña cama, incapaz de dormir. Los acontecimientos de las últimas semanas pasaban por los molinos de viento de su mente en una serie de breves imágenes, que terminaban con la trágica muerte de Román Orbert. Su compromiso se suponía que se haría oficial este fin de semana. Pero Clara sabía, si era honesta consigo misma, que había tenido toda la intención de cancelar el acuerdo. A los pocos días de la partida de Román, se había dado cuenta de que no lo amaba. Como miles de chicas antes que ella, había sido cegada por un ideal romántico y había cometido un estúpido error. Fue solo cuando comenzó a sospechar que podría estar embarazada que se dio cuenta de la enormidad de su error. Aun así, decidió que no había forma de que se casara con Román. Su plan había sido explicárselo a Román en persona cuando llegara mañana, el viernes, y esperar que lo entendiera. Pero ya no. Estaba muerto... Pero desde lo más profundo de su subconsciente surgió una pequeña sensación diabólica de alivio. Se había ahorrado las discusiones que habría provocado su negativa a casarse con Román. Y habría habido discusiones, simplemente porque su padre y el Mayor eran amigos desde hacía años.

Román y su padre vivían en Bylard Find House, no lejos del pueblo de Bylard, en el corazón de los Cotswolds. Después de la muerte de la madre de Clara, su padre se había mudado de Londres y había alquilado la casa de campo de Low Beeches al Mayor. Los ancianos jugaban al ajedrez todos los martes y Clara conocía a Román desde hacía mucho tiempo.

Clara llevaba casi 10 años enamorada de él y llevaba casi el mismo tiempo enamorada de una colegiala. No pasaba mucho tiempo en casa, pero había vuelto durante un mes en verano antes de ser destinado al extranjero. Había invitado a Clara a salir tres veces en total, y ella suponía que se podía decir que habían estado cortejándose, pero por poco tiempo. Hasta la noche fatal de su fiesta de despedida en Find House...

Clara se movió inquieta en la cama y gimió en voz alta cuando el recuerdo volvió para atormentarla. Había sido la experiencia más humillante de su vida.

La idea de que Román se fuera la había entristecido, pero no le había roto el corazón. Pero todo eso había cambiado cuando él había bailado con ella, la había inundado de bebidas y le había jurado que la amaba, que quería estar con ella, para después llevarla a su dormitorio y, finalmente, a su cama.

Después le dio una palmadita en el trasero, saltó de la cama diciendo: "Necesito un trago" y salió de la habitación murmurando: "Quédate aquí; vuelvo en un minuto".

Había sido la primera vez para Clara, y si no hubiera bebido tanto, nunca habría sucedido. Hacer el amor no fue nada como ella esperaba; de hecho, se había sentido terriblemente decepcionada. Pero lo peor estaba por venir.

De repente, la puerta del dormitorio se abrió y la luz del pasillo iluminó un camino que atravesaba la habitación. Se incorporó rápidamente y se envolvió con la sábana, deseando haberse vestido y haberse ido. Miró hacia la puerta y jadeó, con la boca abierta de asombro.

-Muy bonito, una broma de Román sin duda, pero no estoy de humor esta noche. Ve a vender tus productos abajo, cariño -dijo una voz cínica y burlona.

No era Román, sino un completo desconocido, aunque la voz le había sonado vagamente familiar. Pero Clara no estaba dispuesta a quedarse allí para averiguar quién era. Bajó los pies al suelo, desesperada por esconderse en cualquier lugar lejos del hombre moreno que estaba de pie en la puerta. Entonces se encendió la luz del dormitorio.

-¡Tú! -exclamó-. ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -preguntó furioso. Sus ojos oscuros observaron la ropa de cama arrugada y el evidente estado de desnudez de Clara debajo de la sábana que había envuelto torpemente a su alrededor.

Ella lo miró y gimió. Era el hombre de la fiesta de la iglesia. Eso era todo lo que necesitaba: un extraño sofisticado que presenciara su caída. No se detuvo a responderle, sino que, revolviendo frenéticamente su ropa en el suelo, la recogió y corrió al baño.

La muñeca de ella quedó atrapada y sujeta, y él la detuvo. -No tan rápido. Creo que me debes una explicación. Después de todo, no todas las noches un hombre entra a su habitación y encuentra a una jovencita que, obviamente, bueno... -Sus ojos oscuros se entrecerraron, su boca firme se torció en una mueca de desprecio-. Estoy seguro de que no tengo que explicártelo. -Su mirada desdeñosa la recorrió de pies a cabeza, deteniéndose en las suaves curvas de sus pechos y luego de vuelta a su rostro rojo brillante.

-¿Tu habitación? -gritó-. No seas ridículo; ¡ésta es la habitación de Román! ¿Quién diablos te crees que eres? -preguntó, y su miedo dio paso a la ira. Se sentía como si estuviera en una pesadilla y en cualquier momento se despertaría. Y ese tipo enorme y muy cachas no estaba haciendo nada por su tranquilidad.

-Román no te lo dijo. Eso no me sorprende. -Y, haciendo una ligera reverencia, añadió-: Permíteme que me presente. Soy Raúl Orbert, medio hermano de Román, a tu servicio. -Por el brillo cínico de sus ojos, ella supo que él disfrutaba de su incomodidad-. ¿Y tú eres? -Arqueó una ceja oscura con expresión interrogativa y esperó...

«Clara... Clara Bedec». ¿Por qué estaba hablando con él?, se preguntó un segundo después. «Hablando de que la hayan pillado en flagrante delito», pensó con una sonrisa sombría. Nunca se había sentido tan humillada ni tan pequeña en su vida. Pero no estaba dispuesta a demostrarlo.

-Bueno, Clara Bedec, estoy esperando tu explicación. ¿O tal vez debería preguntarle a Román...?

-Román y yo estamos comprometidos para casarnos, en realidad; no es que sea asunto tuyo -dijo, obligándose a mirarlo a los ojos-. Es perfectamente normal para las parejas comprometidas... -Se quedó en silencio, aturdida por la expresión atronadora de su apuesto rostro moreno.

-Pero ¿por qué aquí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué en mi cama? Quiero respuestas y tú me las vas a dar -exigió con arrogancia.

¿Era realmente su habitación? Ella estaba confundida; Román había dicho que era suya, pero ella no iba a decírselo a este hombre. Así que en lugar de eso dijo: '¿Y qué si usamos tu habitación? No la estabas usando'.

-Pero ahora lo hago, señorita, y sé que mi medio hermano nunca se pierde nada cuando se trata de mí -dijo secamente-. Pero ¿qué pasa con este compromiso? No puedes tener la intención seria de casarte con Román. ¿Qué edad tienes? ¿Dieciocho, diecinueve?

-Veinte años -dijo Clara indignada. Su altura y su aspecto juvenil eran la pesadilla de su vida.

-¡Dios mío! ¿Tienes idea de cuántos años tiene? Casi cuarenta. Podría ser tu padre -dijo con tono mordaz.

-Román me ama y nos vamos a casar. La edad no importa cuando estás enamorado -Clara pronunció esas palabras típicas, sin creerse en ellas. Sin embargo, se soltó de Raúl y corrió hacia el baño. Algo se enganchó en la sábana que la cubría y se quedó congelada por un segundo, completamente desnuda, con los ojos fijos en el hombre elegantemente vestido con el traje de tres piezas. El contraste no podía ser más sorprendente. Tragó saliva y corrió...

-Muy bien -la voz profunda de Raúl la siguió mientras ella continuaba su huida precipitada por la habitación y cerró de golpe la puerta del baño tras ella.

Se llamó a sí misma una tonta de todas las clases, se vistió de nuevo, se arregló y se preguntó todo el tiempo por qué Román no le había presentado a su medio hermano en la fiesta de la iglesia. Nunca se le había ocurrido que pudieran ser parientes, uno tan rubio y el otro tan moreno. Había pensado que el hombre moreno se veía bien, pero lo había descartado de su mente como un extraño que pasaba por el pueblo.

-Raul Orbert -pronunció el nombre en voz baja. Le venía bien. Esperaba que también le viniera bien haber desaparecido. No podía seguir escondida en el baño durante mucho más tiempo.

                         

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