El Esposo Comprado por la CEO
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Capítulo 2 1

El silencio se hizo pesado en la mesa. Adrián Torres observó a la mujer frente a él, intentando encontrar una grieta en su máscara de perfección. Pero Isabella Moretti no parpadeó ni un segundo. No parecía alguien que estuviera acostumbrada a recibir un "no" por respuesta.

Adrián soltó una carcajada seca y apoyó los codos en la mesa.

-Déjame ver si entendí bien -dijo, con voz arrastrada-. Me encontraste, entraste a este bar de mala muerte vestida como si fueras a una maldita gala y me pides, a mí, que me case contigo.

Isabella cruzó las piernas con elegancia, como si la escena no la incomodara en lo absoluto.

-Exacto.

Adrián negó con la cabeza, divertido por lo absurdo de la situación.

-¿Y por qué yo?

-Porque no tienes nada que perder.

La respuesta lo tomó por sorpresa. No por la crudeza, sino porque era verdad. Adrián no tenía una casa propia, ni familia que lo buscara, ni dinero suficiente para planear un futuro. Su vida se había reducido a trabajos temporales y noches de insomnio, recordando todo lo que había perdido.

-Suena bonito cuando lo dices así -respondió con sarcasmo-. Pero no creo en los cuentos de hadas, Moretti. No voy a casarme contigo por simple caridad.

Isabella no titubeó.

-Te pagaré.

Adrián soltó una risa amarga.

-Por supuesto que lo harás. La gran Moretti Enterprises no haría un trato sin sacar algún beneficio.

Ella deslizó una carpeta sobre la mesa. Adrián la miró con cautela antes de abrirla. Lo primero que vio fue un contrato. Lo segundo, una cifra.

Un número con demasiados ceros.

El aire se atascó en su garganta. Era suficiente para empezar de nuevo. Para alejarse de la vida miserable que llevaba.

Isabella notó su vacilación y aprovechó el momento.

-Casarnos nos beneficiará a ambos. Para ti, es dinero suficiente para borrar tu pasado y tener otra oportunidad. Para mí, es la única forma de evitar que mi padre me obligue a un matrimonio de conveniencia con un hombre que desprecio.

Adrián se recargó en su silla, observándola con cuidado.

-Y supongo que esto no será un matrimonio real.

-Por supuesto que no. No necesito un esposo. Solo un nombre en el acta de matrimonio.

Adrián tamborileó los dedos sobre la mesa.

-¿Y cuánto tiempo tendré que ser tu "esposo"?

-El tiempo suficiente para que mi padre entienda que no puede obligarme a nada.

-¿Y si se le ocurre otra jugada?

-Créeme, después de esto, sabrá que no tiene control sobre mí.

Adrián no respondió enseguida. Sabía que aceptar un trato con alguien como ella significaba meterse en un mundo que no le pertenecía. Un mundo donde la gente como él solo servía para limpiar los pisos o pelear en la clandestinidad por dinero.

Pero ese cheque en sus manos significaba mucho más que unos meses de teatro. Era un pase de salida.

-¿Cuándo? -preguntó finalmente.

-Hoy.

Adrián levantó una ceja.

-¿Hoy?

-No tengo tiempo para esperar.

Adrián soltó un bufido, pero miró de nuevo la cantidad en el contrato. Más dinero del que jamás había visto en su vida.

Respiró hondo.

-Está bien, Moretti. Tienes un esposo.

El matrimonio no fue un evento grandioso. No hubo una iglesia con vitrales ni una recepción lujosa. Solo un juzgado, dos firmas y un juez que no hizo preguntas innecesarias.

Isabella se veía imperturbable, como si estuviera firmando un simple acuerdo de negocios. Adrián, por otro lado, aún sentía que todo era un maldito chiste.

Cuando el juez les anunció que estaban oficialmente casados, Isabella solo asintió con la cabeza y guardó su copia del acta con la misma frialdad con la que cerraba contratos millonarios.

Adrián cruzó los brazos, observándola.

-¿Y ahora qué, esposa?

Ella le lanzó una mirada cortante.

-Ahora te mudas conmigo.

Adrián la miró incrédulo.

-¿Qué?

-Mi padre no es idiota. Si queremos que crea que esto es real, tenemos que hacerlo creíble.

Adrián resopló.

-¿Tengo que dejar mi casa para jugar a la pareja feliz?

-¿Tu casa? -Isabella le lanzó una mirada significativa-. Dudo que el motel barato en el que te estás quedando pueda llamarse hogar.

Adrián sintió una punzada de irritación.

-Qué lindo. Ni siquiera hemos pasado nuestra primera noche como esposos y ya me estás insultando.

-No te estoy insultando. Solo digo la verdad.

Adrián gruñó, pero no tenía argumentos en contra. Sabía que no tenía sentido pelear por algo que era cierto.

-Está bien, Moretti. Hagámoslo a tu manera.

Isabella ni siquiera le dedicó una sonrisa. Solo se giró con elegancia y salió del juzgado, como si no acabara de cambiarle la vida a un hombre en menos de vein

            
            

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