El vestíbulo era más grande que cualquier departamento en el que hubiera vivido. Techos altos, pisos de mármol reluciente y una iluminación que lo hacía parecer un maldito museo. La recepcionista sonrió con cortesía cuando Isabella pasó frente a ella, pero su expresión cambió al notar a Adrián.
Sabía exactamente lo que estaba pensando. Él no encajaba en ese lugar.
-Espero que no esperes que me quite los zapatos al entrar a tu casa -soltó en un tono burlón cuando llegaron al ascensor.
Isabella ni siquiera lo miró.
-Haz lo que quieras.
El ascensor subió hasta el último piso y se abrió directamente en la sala de su penthouse. Adrián parpadeó. No era una casa, era una maldita obra de arte. Ventanales de piso a techo con vista a la ciudad, muebles modernos que probablemente costaban más de lo que él ganaría en una década y una decoración tan elegante que daba miedo tocar algo.
-Bienvenido a tu nuevo hogar -dijo Isabella, dejando su bolso sobre una mesa de vidrio.
Adrián dejó escapar un silbido.
-No está mal. Pero falta un poco de caos.
-No pienso permitir el caos en mi casa.
-No pareces una mujer divertida.
Isabella lo ignoró y caminó hasta la cocina, sacando una copa de vino.
-Mañana tendremos que aparecer en público juntos.
Adrián se apoyó en la encimera, cruzándose de brazos.
-¿Para qué?
-Para que mi padre vea que esto es real.
-Y supongo que quieres que me vista como un príncipe para la ocasión.
-Quiero que no parezcas un indigente.
Adrián se rió con burla.
-Dices eso como si no supieras exactamente a quién estabas eligiendo cuando me encontraste en ese bar.
Isabella tomó un sorbo de su vino antes de responder.
-Sé exactamente a quién elegí. Pero eso no significa que no puedas hacer un esfuerzo.
Adrián la observó por un momento. No era la típica mujer de negocios fría e imperturbable. Había algo más en ella, algo que la hacía diferente. No era solo ambición, era rabia contenida.
-¿Por qué odias tanto a tu prometido?
Isabella bajó la copa lentamente y lo miró por primera vez con una expresión más seria.
-Porque es un hombre al que no confiaría ni por un segundo.
Adrián arqueó una ceja.
-¿Tan malo es?
-Es el tipo de persona que cree que puede obtener todo lo que quiere solo por tener poder.
-¿Y tu padre?
Isabella dejó la copa sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.
-Mi padre es exactamente igual.
Adrián se quedó en silencio. No había esperado una respuesta tan directa.
-Entonces no solo estás evitando un matrimonio -dijo él finalmente-. También estás desafiando a tu padre.
-Estoy tomando el control de mi vida.
Adrián sonrió de lado.
-Tienes agallas, Moretti.
Ella le lanzó una mirada fría.
-Lo sé.
Adrián se rió por lo bajo y se dejó caer en el sofá, sin importarle si su ropa arrugada arruinaba la estética impecable del lugar.
-Entonces, ¿cómo vamos a hacer esto? ¿Duermo en el sofá o tienes una habitación para mí?
Isabella tomó su copa y comenzó a caminar hacia su habitación.
-La puerta al final del pasillo.
-¿Nada de compartir cama para hacer esto más creíble?
Ella se detuvo y giró la cabeza solo lo suficiente para mirarlo por encima del hombro.
-Prefiero no asesinarte en tu primera noche como mi esposo.
Adrián rió entre dientes mientras la veía desaparecer en su habitación.
Había sido un día extraño. Un día en el que su vida había cambiado de forma drástica.
Pero lo que más le inquietaba no era el matrimonio en sí.
Era la mujer con la que se había casado.
Había algo en Isabella Moretti que lo intrigaba. Algo que iba más allá del dinero, el poder y su batalla con su padre.
Y eso solo hacía que esta farsa fuera aún más peligrosa.