Capítulo 4 3

Adrián despertó antes del amanecer. No era algo nuevo. Estaba acostumbrado a dormir poco y mal, pero esa vez, más que el insomnio, fue la incomodidad lo que lo hizo abrir los ojos.

El colchón era demasiado blando. Las sábanas olían a perfume caro. La habitación era más grande que algunos apartamentos en los que había vivido.

Nada de eso le pertenecía.

Se levantó con un suspiro y caminó descalzo hasta la enorme ventana que daba una vista privilegiada de la ciudad. Las luces seguían encendidas en algunos edificios, pero el amanecer empezaba a teñir el cielo de un azul pálido.

-¿Siempre madrugas tanto?

La voz de Isabella lo tomó por sorpresa. Se giró y la vio de pie en el umbral de la puerta, con una bata de seda que apenas rozaba sus rodillas y el cabello suelto cayendo en ondas perfectas sobre sus hombros.

-Costumbre -murmuró él-. No me gusta quedarme en la cama demasiado tiempo.

Ella asintió, sin darle mayor importancia.

-Vístete. Vamos a desayunar fuera.

Adrián arqueó una ceja.

-¿No tienes comida en esta mansión?

-No lo suficiente para hacer una escena pública -respondió con calma-. Y es justo lo que necesitamos.

Él soltó un bufido.

-No pierdes tiempo, ¿eh?

-No. Y tampoco lo desperdicio.

Adrián la miró por unos segundos antes de soltar una carcajada baja.

-Está bien, jefa. Pero si voy a jugar a ser tu esposo perfecto, al menos necesito algo que ponerme.

Isabella hizo un leve gesto con la mano.

-Te mandé a comprar ropa. Está en el vestidor.

Adrián frunció el ceño y se asomó al enorme armario junto a su habitación.

No esperaba mucho, pero se encontró con un montón de trajes perfectamente colgados, camisas sin arrugas y zapatos de marca alineados en estantes de madera pulida.

Chasqueó la lengua.

-Debería sentirme insultado por esto.

-Deberías sentirte agradecido -replicó Isabella, impasible.

Adrián negó con la cabeza, pero tomó la primera camisa que vio. No estaba acostumbrado a ese tipo de ropa, pero si quería que esta farsa funcionara, tendría que jugar bien su papel.

Treinta minutos después, estaban en un restaurante exclusivo en la terraza de un hotel de lujo.

Las miradas los seguían, curiosas. No era para menos. Isabella Moretti era una de las mujeres más influyentes de la ciudad. Y él... bueno, él no era nadie.

Pero ahora era su esposo.

Adrián intentó ignorar la incomodidad mientras revisaba el menú. Los precios lo hicieron resoplar.

-¿Realmente la gente paga estas cifras ridículas por un desayuno?

-No pienses en el precio -dijo Isabella sin levantar la vista de su café-. Piensa en lo bien que se ve que estemos aquí.

Adrián sonrió con burla.

-Lo dices como si fuera mi primera vez en un lugar caro.

Isabella alzó una ceja, escéptica.

-¿Lo es?

Él sostuvo su mirada sin responder. No tenía por qué explicarle nada de su pasado.

Antes de que pudiera seguir con la conversación, una voz interrumpió su momento.

-Isabella.

Adrián vio cómo el rostro de su "esposa" se tensaba por un instante antes de recomponerse.

Un hombre alto, de traje impecable y expresión altiva, se acercó a su mesa. Sus ojos oscuros se clavaron primero en Isabella, luego en él.

Adrián lo reconoció de inmediato.

Matteo De Luca.

El prometido que Isabella había rechazado.

La tensión en el aire se hizo palpable.

-Matteo -respondió Isabella con una sonrisa fría-. No esperaba verte aquí.

-No tenía idea de que te habías casado -dijo él, ignorando su comentario-. Y mucho menos con... él.

Adrián se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.

-Supongo que no fuiste lo suficientemente importante como para recibir una invitación.

Matteo lo miró con desdén, pero Isabella intervino antes de que la conversación escalara.

-Mi matrimonio no es asunto tuyo, Matteo.

-No lo sería, si no estuvieras jugando con el legado de tu familia -replicó él con un tono calculado-. Tu padre no va a dejar que esto pase sin consecuencias.

Isabella no parpadeó.

-No me interesa lo que mi padre piense.

Matteo la observó con una sonrisa cínica.

-Veremos cuánto tiempo mantienes esa postura.

Adrián sintió el impulso de golpearle esa expresión arrogante de la cara, pero Isabella se levantó con elegancia.

-Hemos terminado aquí.

Adrián la siguió sin decir nada. Pero mientras salían del restaurante, no pudo evitar notar la sombra de preocupación en el rostro de Isabella.

No había sido solo un encuentro casual.

Matteo había lanzado una advertencia.

Y si Isabella Moretti estaba preocupada... entonces significaba que la tormenta apenas estaba comenzando.

            
            

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