Cuando Daniel se presentó ante el señor Ramírez, se sintió como un condenado a punto de escuchar su sentencia.
-Señor Ramírez... -tragó saliva y bajó la mirada-. No tengo el dinero este mes. Ha sido difícil, pero le prometo que voy a pagar. Solo necesito un poco más de tiempo.
El empresario lo observó en silencio durante unos segundos. Su expresión era dura, pero finalmente suspiró y cruzó los brazos.
-Te di este préstamo porque confiaba en ti, Daniel. No quiero ser injusto, pero debes entender que esto es un negocio.
-Lo sé, lo sé -asintió con desesperación-. Solo... denos unas semanas más. Se lo ruego.
Ramírez lo miró con cierta piedad y asintió.
-Te daré un poco más de tiempo, pero espero que esto no se vuelva costumbre.
Daniel regresó a casa esa noche con una mezcla de alivio y culpa. Sofía lo esperaba con una taza de té en la mesa, su rostro tenso por la preocupación.
-¿Qué te dijo? -preguntó de inmediato.
Daniel se dejó caer en la silla con un suspiro.
-Nos dio más tiempo. Pero no sé cuánto más podremos estirar esto, Sofía.
Ella bajó la mirada y apretó los labios. Sabía que su negocio aún no era suficiente, que por más que se esforzaran, el dinero simplemente no alcanzaba.
Pero lo peor aún estaba por venir.
Mes tras mes, las excusas dejaron de ser suficientes. Aunque al principio Ramírez mostraba comprensión, con el tiempo su paciencia se agotó. Seis meses habían pasado sin que Daniel lograra abonar ni un solo dólar a la deuda, y los intereses seguían acumulándose.
Una tarde, Daniel recibió una llamada mientras estaba en el trabajo.
-Se acabó el tiempo, Daniel -dijo la voz grave de Ramírez al otro lado de la línea-. Ya esperé demasiado. O empiezas a pagar, o habrá consecuencias.
El estómago de Daniel se hundió.
-Por favor, señor Ramírez. Estoy haciendo todo lo posible, se lo juro.
-Lo siento, pero ya no puedo esperar más. No me obligues a tomar otras medidas.
El tono de su jefe fue suficiente para helarle la sangre. Esa noche, cuando llegó a casa, encontró a Sofía sentada en el sofá, sus manos entrelazadas sobre su regazo.
-Daniel... recibí una visita hoy -susurró.
Daniel sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
-¿Quién?
-Unos hombres... preguntaron por ti. Dijeron que venían de parte del señor Ramírez.
El silencio que siguió fue abrumador. Daniel sintió que el mundo a su alrededor se desmoronaba. No solo estaban endeudados. Ahora, estaban en serios problemas.
-El jefe está perdiendo la paciencia, Valdés -dijo uno de ellos, cruzándose de brazos-. Han pasado seis meses sin un solo pago.
Daniel tragó saliva, sintiendo el sudor frío resbalar por su espalda.
-Lo sé... pero estoy intentando conseguir el dinero. Solo necesito un poco más de tiempo.
El otro hombre soltó una carcajada seca.
-Eso mismo dijiste hace tres meses.
Daniel sintió cómo su estómago se revolvía cuando el primer hombre se acercó un paso más y lo miró directo a los ojos.
-Tienes cinco días, Daniel. Ni uno más. Si no tienes el dinero, Ramírez vendrá personalmente a buscarte. Y créeme, no quieres que eso pase.
Sin esperar respuesta, ambos hombres se dieron la vuelta y se marcharon, dejándolo allí con un nudo en la garganta y las piernas temblorosas.
Sofía notó al instante su expresión pálida.
-Daniel, ¿qué pasó?
Él dejó caer su bolso sobre la mesa y se pasó una mano por el cabello, exhalando con frustración.
-Nos dieron cinco días. Si no pagamos algo, Ramírez vendrá por nosotros.
Sofía sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.
-Dios mío... Daniel, ¿qué vamos a hacer?
-No lo sé -respondió él, con los ojos llenos de cansancio-. No sé qué más hacer, Sofía.
Pasaron los días y la presión aumentó. Sofía intentó vender más repostería, Daniel trabajó horas extras donde pudo, pero el dinero simplemente no alcanzaba. La fecha límite llegó como una sentencia, y al quinto día, cuando Daniel salió temprano en un último intento desesperado por conseguir ayuda, el destino llamó a su puerta de la peor manera posible.
Cuando Sofía abrió, se encontró con el señor Ramírez en persona.
-Buenas tardes, Sofía -saludó con voz tranquila, aunque su mirada era implacable-. Vine a buscar a Daniel.
-No está -respondió ella, sintiendo el miedo instalarse en su pecho-. Salió a trabajar.
Ramírez la miró en silencio durante un momento antes de suspirar.
-Una lástima. Porque ya se le acabó el tiempo.
Sofía sintió la garganta seca cuando él dio un paso más hacia ella.
-Pero... hay una forma de conseguirle más tiempo -dijo con una media sonrisa.
El aire pareció desaparecer de la habitación.
-¿A qué se refiere? -preguntó Sofía, aunque temía la respuesta.
Ramírez inclinó la cabeza y la observó con una mirada que la hizo estremecer.
-Podemos renegociar la deuda... si estás dispuesta a hacerme un favor.
El estómago de Sofía se revolvió. Sabía que esa propuesta no tenía nada de inocente.
-Creo que será mejor que se vaya -dijo, esforzándose por mantener la voz firme.
Ramírez sonrió con calma, como si ya supiera que su respuesta no significaba el fin de la conversación.
-Piénsalo, Sofía. Porque cuando vuelva, ya no habrá más opciones.
Y con eso, se marchó, dejando tras de sí un silencio aterrador y a Sofía con el corazón latiendo con fuerza.
Sofía pasó el resto del día en un estado de ansiedad constante. Sus manos temblaban mientras intentaba concentrarse en su trabajo, pero su mente volvía una y otra vez a la conversación con Ramírez. La propuesta implícita en sus palabras la hacía sentir sucia, como si el aire en la casa se hubiera contaminado con su presencia.
Cuando Daniel regresó esa noche, exhausto y sin buenas noticias, Sofía lo recibió con una sonrisa forzada.
-¿Tuviste suerte? -preguntó, aunque en su interior ya conocía la respuesta.
Daniel se dejó caer en la silla con un suspiro de derrota.
-No... Nadie quiere prestar dinero sin garantías, y tampoco puedo conseguir otro trabajo con el tiempo tan corto.
Sofía sintió su corazón encogerse al verlo así, tan derrotado. Daniel siempre había sido un hombre fuerte, pero esta situación lo estaba quebrando.
-¿Y aquí? ¿Pasó algo?
Ella apartó la mirada por un segundo, luchando consigo misma. No podía contarle lo que Ramírez le había insinuado. Daniel estallaría, lo sabía, y no tenían margen para enfrentarse con alguien como él.
-Ramírez vino a buscarte, pero como no estabas, dijo que volvería otro día -respondió con naturalidad.
Daniel se frotó el rostro con ambas manos.
-Maldita sea... -murmuró.
Sofía le sirvió un poco de té, tratando de hacer algo para calmarlo. Mientras él bebía en silencio, ella evitó mirarlo directamente. Su mente estaba en guerra consigo misma.
¿Y si aceptaba la propuesta de Ramírez?
La idea la llenaba de repulsión, pero al mismo tiempo, la desesperación era un peso que no podía ignorar. Si accedía, quizás podrían salir del problema. No solo ganarían tiempo, sino que podrían reducir la deuda. Daniel podría respirar tranquilo, podrían empezar de nuevo sin esa sombra oscura sobre ellos.
Pero... ¿podría vivir consigo misma después de eso?
Sofía apretó los labios, sintiendo su estómago revolverse. Solo el hecho de considerarlo la hacía sentir como si estuviera traicionando todo lo que era.
Daniel no se merecía eso. Pero tampoco se merecía esta vida llena de deudas y amenazas.
Esa noche, mientras él dormía a su lado, ella permaneció despierta, con los ojos fijos en el techo, debatiéndose entre su moral y su desesperación.
Sabía que tarde o temprano tendría que tomar una decisión. Y el tiempo se estaba acabando.