Daniel parpadeó, sorprendido por la oferta.
-¿De verdad? Señor, eso... eso sería increíble, pero... ¿por qué yo?
Ramírez dejó escapar una leve risa al otro lado de la línea.
-Eres un buen empleado, Daniel. Y sé que esto te dará un respiro. ¿O acaso prefieres quedarte aquí con toda la presión encima?
Daniel se pasó una mano por el cabello, claramente considerando la propuesta. Sofía, por otro lado, sintió cómo la sangre se le helaba en las venas.
Ramírez quería que Daniel se fuera. Quería dejarla sola.
-No sé qué decir, señor... -murmuró Daniel-. La verdad, nos ayudaría mucho.
Sofía sintió que su garganta se secaba.
-Tómalo como una oportunidad. Te mando los detalles por correo. Saldrás en dos días -finalizó Ramírez antes de colgar.
Daniel soltó un suspiro y miró a Sofía con una sonrisa cansada.
-Parece que, por primera vez en meses, tenemos un poco de suerte.
Pero Sofía no podía sonreír. Su mente estaba atrapada en una sola idea: Ramírez la quería sola. Y ahora, no había escapatoria.
Sofía sintió un vacío en el estómago, pero fingió una sonrisa para no levantar sospechas.
-Sí... suerte -susurró, aunque la palabra le supo amarga.
Daniel se levantó del sofá con más energía de la que había tenido en semanas.
-Voy a empezar a empacar. No quiero dejar todo para última hora -dijo, y se dirigió a la habitación.
Sofía lo vio desaparecer por el pasillo. Apenas escuchó el sonido de la puerta cerrándose detrás de él, se dejó caer en la silla, sintiendo que el aire en la habitación se volvía pesado.
Ramírez había planeado esto. No podía ser coincidencia.
El pensamiento la llenó de un temor profundo. ¿Cómo había llegado a este punto? Hace solo unos meses, su mayor preocupación era juntar dinero para pagar el alquiler y hacer crecer su negocio. Ahora, estaba atrapada en una situación que la asfixiaba, con una deuda que no desaparecía y una sombra cada vez más grande cerniéndose sobre ella.
El teléfono vibró sobre la mesa, haciéndola dar un pequeño salto. Miró la pantalla. Un mensaje.
Ramírez: Ahora sí, podremos pasar más tiempo juntos. No olvides lo que te dije, Sofía. Nos vemos pronto.
Sofía sintió náuseas.
Se llevó una mano a la boca y cerró los ojos con fuerza. Quería gritar, quería llorar, pero lo único que pudo hacer fue quedarse ahí, paralizada, mientras su mundo seguía desmoronándose.
Sofía sintió cómo su cuerpo se tensaba al escuchar el motor del auto apagarse frente a la casa. Se quedó de pie en la sala, mirando la puerta como si pudiera cerrarla con la mente y hacer que Ramírez desapareciera.
Pero eso no iba a suceder.
Unos segundos después, tres golpes secos resonaron en la madera.
Respiró hondo, obligándose a mantener la compostura, y caminó lentamente hasta la puerta. Su mano temblaba cuando giró la perilla.
Ramírez estaba ahí, con su postura relajada y una sonrisa apenas perceptible en los labios. Vestía un traje oscuro, elegante como siempre, y en su mano sostenía una pequeña caja envuelta en papel de regalo.
-Hola, Sofía -saludó con su tono pausado y seguro.
Ella tragó saliva y asintió.
-Hola.
-¿No me invitas a pasar?
Sofía sintió un nudo en el estómago, pero se hizo a un lado para que él entrara. Ramírez caminó con la seguridad de quien se sabe dueño de la situación. Se acomodó en el sofá como si estuviera en su propia casa y dejó la caja sobre la mesa de centro.
-Te traje un pequeño obsequio -dijo, dándole un leve golpecito al paquete.
Sofía cruzó los brazos, sin moverse de su sitio.
-¿Qué es?
-Ábrelo y verás.
Ella dudó, pero finalmente se acercó y deshizo el lazo con manos temblorosas. Levantó la tapa y encontró en su interior un elegante vestido de seda roja, acompañado de un frasco de perfume caro.
Sofía sintió el aire volverse más pesado.
-No puedo aceptar esto -murmuró, cerrando la caja de inmediato.
Ramírez la observó con una expresión divertida.
-Claro que puedes. Y lo harás.
Ella levantó la vista, encontrándose con sus ojos oscuros y calculadores.
-¿Qué quieres, Ramírez?
El hombre sonrió, apoyando un brazo en el respaldo del sofá.
-No hablemos como si no lo supieras, Sofía. Desde el primer momento en que aceptaste mi ayuda, sabías que esto no iba a terminar con una sola vez.
Sofía sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
-Dijiste que me darías más tiempo...
-Y te lo estoy dando. Cada semana, como acordamos -dijo él con un tono tranquilo, como si estuvieran discutiendo un simple contrato-. Pero ese tiempo tiene un precio.
Sofía apretó los labios, desviando la mirada.
-Daniel no tiene idea de esto -continuó Ramírez-. ¿Y sabes qué? No tiene por qué enterarse. Yo estoy siendo muy generoso contigo, Sofía. Te estoy dando algo que ningún otro prestamista te daría: tiempo, comodidad... incluso placer.
Ella cerró los ojos por un segundo, sintiendo una mezcla de rabia y vergüenza.
-Si intentas alejarte, si decides rechazarme, las cosas pueden volverse mucho más difíciles para Daniel.
Su mirada se clavó en ella con intensidad.
-Sería una pena que perdiera su trabajo. O que la deuda terminara en otras manos... manos menos pacientes que las mías.
Sofía sintió que la habitación se encogía a su alrededor. Sabía que Ramírez tenía poder. Si quería, podía hacerles la vida imposible.
-No tienes que decidir ahora -dijo él, poniéndose de pie y arreglándose el saco con calma-. Te dejaré pensar en ello.
Se acercó hasta quedar a solo unos centímetros de ella, inclinándose lo suficiente como para susurrarle al oído.
-Ponte el vestido esta noche. Quiero verte con él.
Sofía se quedó inmóvil mientras Ramírez caminaba hacia la puerta y la abría con la misma tranquilidad con la que había llegado.
-Nos vemos pronto, Sofía.
Y con eso, se marchó.
Sofía se quedó de pie en medio de la sala, con las manos apretadas en puños y el corazón latiendo con fuerza.
Sabía que estaba atrapada.
Sabía que, tarde o temprano, Ramírez volvería.