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Capítulo 4: Las reglas de Gabriel
Las lágrimas caían silenciosas por el rostro de Isabela mientras sostenía la pluma entre sus dedos temblorosos. Su destino estaba sellado.
Gabriel seguía sujetándola del cabello, su agarre firme, dominante. Sus ojos oscuros no mostraban compasión.
-Fírmalo -repitió, su voz baja y amenazante.
Isabela tragó saliva con dificultad. Sus labios temblaron al abrir la boca, pero no pudo emitir ningún sonido. Sabía que no tenía opción.
Con un último suspiro tembloroso, deslizó la pluma sobre el papel y firmó su nombre. Apenas terminó, Gabriel le arrebató el documento y lo revisó con una expresión de satisfacción.
-Bien -murmuró, dejando el contrato sobre el escritorio.
Isabela sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Algo en su mirada oscura le advirtió que lo peor aún no había llegado.
Gabriel se cruzó de brazos y la miró fijamente.
-A partir de ahora, hay tres reglas que vas a seguir al pie de la letra -dijo con tono firme-. Y más te vale no desobedecerme.
Isabela permaneció en silencio, sin apartar la mirada de él.
-Primero -comenzó-, no saldrás de esta mansión sin mi permiso.
El estómago de Isabela se revolvió. La estaba encerrando.
-Segundo, no hablarás con otros hombres.
Su pulso se aceleró.
-¿Ni siquiera con los empleados? -se atrevió a preguntar, su voz apenas un hilo de sonido.
Gabriel sonrió con frialdad.
-No. Eres mía. No necesito que otros hombres te miren.
Isabela sintió náuseas. Lo que más le aterraba no era la regla en sí, sino la seguridad con la que él la decía. Como si realmente creyera que la poseía.
Pero lo peor vino después.
-Y tercero... -su mirada se oscureció mientras se acercaba a ella-. Si quiero tocarte, lo haré. No importa el lugar ni el momento.
Isabela retrocedió un paso, su respiración agitada.
-No puedes...
-Puedo -la interrumpió con una sonrisa torcida.
Antes de que pudiera reaccionar, Gabriel deslizó una mano por su cintura, acariciándola con lentitud. Isabela se estremeció y apretó los labios, negándose a darle la satisfacción de una respuesta.
Pero cuando su mano descendió y apretó con firmeza su trasero, sintió cómo la furia la invadía.
Sin pensarlo, levantó la mano y le propinó una bofetada.
El sonido resonó en la habitación.
Gabriel giró el rostro por el impacto. Su mejilla enrojecida fue lo único que delató el golpe, pero su expresión se mantuvo fría... hasta que su mandíbula se tensó con furia.
Isabela sintió el miedo recorrer su columna. Tal vez no debió hacer eso.
Con un movimiento brusco, Gabriel la sujetó del cabello y la obligó a mirarlo. Sus ojos eran puro fuego oscuro.
-Veo que necesitas aprender una lección.
Antes de que pudiera protestar, la arrastró por el pasillo. Isabela gritó, pataleó, pero él era demasiado fuerte.
Cuando llegaron a una habitación, Gabriel abrió la puerta de un golpe y la empujó dentro.
-Vas a quedarte aquí hasta que aprendas a comportarte -espetó.
Isabela se tambaleó y se giró justo cuando él cerraba la puerta con llave.
Antes de alejarse, Gabriel le dirigió una última mirada.
-Más te vale reflexionar antes de que te atrevas otra vez a levantarme la mano.
Y con esas palabras, la dejó encerrada en su nueva prisión.