Capítulo 5 Tentación prohibida

Capítulo 5: Tentación prohibida

Gabriel Montenegro se apoyó contra la barandilla del balcón, observando los jardines de la mansión con el ceño fruncido. La noche anterior, había encerrado a Isabela en la habitación con la intención de castigarla, de enseñarle que no debía desafiarlo. Pero algo dentro de él no dejaba de molestarle.

No era culpa. No era arrepentimiento. Era un maldito fastidio.

Se pasó una mano por el cabello, frustrado. Isabela era un problema. No solo porque lo desafiaba cuando nadie más se atrevía, sino porque su presencia lo alteraba de una forma que no podía explicar.

Era hermosa. Imposible no notarlo. Su piel morena y suave, esos ojos azules que brillaban como cristales... Era un imán, y eso lo irritaba. No la quería, pero su cuerpo lo llamaba.

Con un suspiro, tomó una decisión.

-Ana -llamó a una de las sirvientas.

Una mujer de mediana edad apareció con la cabeza baja.

-Señor.

-Abre la habitación de Isabela -ordenó con sequedad-. Llévala a la habitación de invitados del segundo piso, al lado de la mía.

Ana levantó la mirada con sorpresa, pero no preguntó nada. Solo asintió y salió en silencio.

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Cuando Isabela despertó, la puerta de su prisión estaba abierta. Se levantó de golpe, sorprendida, y vio a una mujer esperándola con expresión neutral.

-Señorita, el señor Gabriel me pidió que la lleve a su nueva habitación -informó Ana.

Isabela dudó. No entendía qué estaba pasando.

-¿Por qué me deja salir?

-No lo sé, solo cumplo órdenes.

Isabela frunció los labios. Gabriel era un enigma. Pero no iba a quedarse en esa habitación más tiempo, así que la siguió sin discutir.

Al llegar a su nueva habitación, se sorprendió. Era enorme. Tenía una gran cama con sábanas suaves, un vestidor lleno de ropa nueva y un ventanal con vista a los jardines.

Pero lo que más la inquietó fue la proximidad con la habitación de Gabriel. Demasiado cerca.

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Esa noche, Isabela intentó conciliar el sueño, pero el insomnio la dominaba. Todo se sentía extraño.

Y entonces, la puerta se abrió con un leve chirrido.

Su cuerpo se tensó cuando una sombra se deslizó dentro.

Gabriel.

-¿Qué haces aquí? -susurró, sentándose en la cama con la respiración agitada.

Él no respondió de inmediato. Caminó lentamente hasta la orilla de su cama y, sin pedir permiso, se sentó.

-No podía dormir -murmuró, con una sonrisa arrogante.

Antes de que ella pudiera reaccionar, su mano se alzó y empezó a jugar con su cabello, enredando sus dedos en los mechones oscuros.

Isabela se quedó inmóvil. No esperaba esa cercanía.

-Eres terca -dijo Gabriel, con voz baja-. Pero también eres... Bella.

El apodo la hizo estremecer. Era la primera vez que él la llamaba así.

Ella apartó la mirada, nerviosa, pero Gabriel no se movió. Al contrario, dejó caer sus dedos sobre su brazo desnudo, recorriéndolo con lentitud.

Isabela sintió un escalofrío.

-No hagas eso... -susurró.

Gabriel sonrió levemente.

-¿Por qué?

-Porque no quiero.

Su mano siguió bajando, deslizándose por su cintura. Era un roce ligero, pero cargado de intenciones.

-No te voy a forzar, Bella -murmuró, acercando su rostro al de ella-. Pero tampoco me voy a apartar si no me das una buena razón.

Isabela tragó saliva. Sabía que él estaba jugando con ella. Pero lo peor era que su propio cuerpo respondía.

Con un esfuerzo, levantó las manos y lo empujó suavemente.

Gabriel la miró fijamente. No se apartó de inmediato, pero tampoco insistió.

Finalmente, suspiró y se levantó.

-Duerme, Bella -susurró antes de salir de la habitación.

Cuando la puerta se cerró, Isabela soltó un suspiro entrecortado.

Gabriel Montenegro era peligroso. Y no estaba segura de cuánto tiempo podría resistirse a él.

                         

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