Capítulo 2 2 | La noticia inesperada

La mansión Whitmore se alzaba imponente en la Quinta Avenida, una obra maestra de la arquitectura clásica que había pertenecido a la familia por generaciones. Desde la escalinata de mármol hasta los candelabros de cristal que iluminaban el gran vestíbulo, todo en ella reflejaba poder y prestigio. Pero para Charlotte, aquella casa no era más que una prisión disfrazada de lujo.

Subió las escaleras de dos en dos, su vestido de gala aún ondeando tras ella, hasta llegar a las puertas de la biblioteca de su padre. No se molestó en llamar. Empujó la puerta con fuerza, sin importarle la falta de etiqueta.

Eleanor Whitmore estaba sentada con una copa de vino en la mano, su postura elegante y serena como siempre. Su padre, William, revisaba unos documentos en su escritorio de caoba, sin levantar la vista cuando su hija irrumpió.

-¿Es cierto? -La voz de Charlotte cortó el silencio de la habitación.

Eleanor suspiró y dejó la copa sobre la mesa de cristal con un gesto pausado.

-No hagas una escena, Charlotte.

-¡No me digas que no haga una escena! -exclamó ella, con la rabia vibrando en cada palabra-. Acabo de escuchar a papá discutiendo mi matrimonio con Alexander Prescott. ¿Es cierto o no?

William finalmente levantó la vista, sus ojos grises reflejaban una calma calculada.

-Sí, es cierto.

Charlotte sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. Sabía la respuesta antes de escucharla, pero una parte de ella había querido creer que se trataba de un malentendido, que su padre no la vería como una simple ficha en su juego político.

-¿Y ni siquiera pensaban decirme? -preguntó con amargura-. ¿Iba a enterarme el día de mi boda?

-No exageres, Charlotte -dijo Eleanor con un tono condescendiente-. Íbamos a hablar contigo en el momento adecuado.

-¡No hay un momento adecuado para decirme que han vendido mi vida!

Eleanor se puso de pie con la misma gracia con la que siempre se movía. Caminó hasta Charlotte y la miró con esa mezcla de desaprobación y frialdad que había perfeccionado con los años.

-Eres una Whitmore. Esto no es una venta, es un deber.

-¿Un deber? -Charlotte soltó una risa incrédula-. ¿Desde cuándo casarme con un hombre que ni siquiera conozco es mi deber?

William se levantó con un suspiro y caminó hacia ella con la misma autoridad que usaba en las reuniones de negocios.

-Desde el momento en que naciste en esta familia -dijo, con voz firme-. Charlotte, este matrimonio no es solo para ti. Es para todos nosotros. Para nuestra familia.

-¿Y qué pasa conmigo? ¿Con lo que yo quiero?

Eleanor se cruzó de brazos.

-No siempre se trata de lo que quieres.

Charlotte sintió un nudo en la garganta.

-Entonces dime, madre, ¿qué gano yo con esto?

Su madre sonrió, como si la respuesta fuera obvia.

-Poder. Seguridad. Una posición privilegiada como futura Primera Dama.

Charlotte se quedó en silencio. ¿Futura Primera Dama?

William tomó la palabra.

-Alexander Prescott es el candidato perfecto para el Senado, y eventualmente, la presidencia. Un matrimonio con él fortalecerá nuestra posición en Washington y consolidará una alianza entre nuestras familias.

Charlotte lo miró con incredulidad.

-Esto no es un matrimonio. Es una estrategia política.

-Exactamente -asintió William, sin una pizca de vergüenza-. Tu matrimonio con Alexander Prescott es una estrategia política.

Charlotte apretó los puños.

-No lo haré.

La sala quedó en un silencio tenso.

Eleanor suspiró, como si su hija fuera una niña caprichosa que se negaba a comer sus vegetales.

-Charlotte, no seas dramática.

-No soy dramática -espetó ella, con el corazón martillándole en el pecho-. Estoy diciendo que no. No me casaré con Alexander Prescott y no pienso volver a repetirlo.

William exhaló con paciencia forzada y se acercó a su escritorio, apoyando ambas manos sobre la madera oscura.

-No estás entendiendo la magnitud de esto -dijo con voz contenida-. No es solo una boda. Es el futuro de nuestra familia.

Charlotte sintió cómo la ira ardía en su interior.

-¿Y mi futuro qué? -preguntó, mirándolo fijamente-. ¿No les importa lo que yo quiero?

Su madre la observó con una mezcla de fastidio y desaprobación.

-Eres una Whitmore. No tienes el lujo de pensar solo en ti misma.

Charlotte soltó una risa amarga.

-Eso es gracioso, porque parece que ustedes sí lo tienen.

William entrecerró los ojos.

-Mira, Charlotte. Sé que esto es repentino para ti, pero debes comprender que no hay mejor opción. Alexander es joven, brillante, tiene ambición y una imagen impecable. Es un hombre con un futuro prometedor, creo que no hay un mejor candidato para ser tu esposo.

Charlotte sintió cómo su estómago se revolvía al escuchar a su padre hablar de Alexander Prescott como si fuera una inversión, un producto bien empaquetado y listo para ser exhibido.

-No me importa lo brillante que sea -dijo, con los dientes apretados-. No quiero casarme con él. No quiero casarme con nadie.

Eleanor dejó escapar un suspiro de exasperación y se llevó una mano a la sien, como si su hija estuviera comportándose de manera irracional.

-Charlotte, cariño, ¿cuándo vas a entender que el amor no tiene nada que ver con esto?

-¡Eso lo sé! -gritó ella-. No soy ingenua. Sé que en nuestro mundo los matrimonios no se hacen por amor, sino por conveniencia, por poder. Pero al menos quiero tener la libertad de elegir con quién compartir mi vida.

William la miró con severidad.

-No hay elección aquí. El acuerdo ya está cerrado.

Charlotte sintió que su respiración se volvía errática.

-¿Acuerdo? -susurró, casi sin aire-. ¿Cómo pueden hablar de mi vida como si fuera un simple negocio?

Su padre no se inmutó.

-Porque lo es.

La frialdad con la que lo dijo le heló la sangre.

-No, papá. No lo es -respondió con voz temblorosa-. Soy tu hija, no una empresa que puedes fusionar con otra para obtener ganancias.

William se acercó a ella, su expresión ahora más severa.

-Eres mi hija, sí, pero también eres una Whitmore. Y las Whitmore no rompen acuerdos.

Charlotte se sintió atrapada. Sus ojos volaron de su padre a su madre, buscando alguna grieta en su postura inquebrantable, pero no encontró nada. Eleanor tenía el rostro pétreo, la misma expresión que siempre usaba cuando cuando quería dejar claro que no habría más discusiones.

Charlotte sintió un nudo en la garganta. La desesperación empezó a filtrarse en su voz.

-Esto no es justo.

Eleanor arqueó una ceja, con una elegancia helada.

-La justicia no tiene nada que ver con esto, Charlotte. Es lo que debe hacerse.

Charlotte cerró los ojos por un momento, tratando de contener la oleada de emociones que amenazaba con ahogarla. No podía creer que estuviera pasando esto. No podía aceptar que sus propios padres la estaban condenando a una vida que no quería, a un matrimonio con un hombre al que ni siquiera conocía.

-No lo aceptaré -susurró finalmente, con un temblor en la voz-. No me casaré con él.

Su padre se cruzó de brazos, con una expresión de decepción.

-No tienes opción.

Charlotte apretó los puños.

-Claro que la tengo. No pueden obligarme.

Eleanor sonrió con una calma aterradora.

-¿No podemos?

Charlotte sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

-¿Qué significa eso?

Su padre volvió a su escritorio y tomó un sobre, extendiéndoselo.

-Si rechazas este matrimonio, Charlotte, deberás atenerte a las consecuencias.

Ella tomó el sobre con manos temblorosas y lo abrió. Sus ojos recorrieron el documento y el aire se atascó en su garganta.

Era una notificación legal.

-¿Están... desheredándome? -susurró, sin poder creerlo.

William asintió con frialdad.

-Si decides no casarte con Alexander, dejarás de ser parte de esta familia. Se congelarán tus cuentas, se anulará tu acceso a nuestras propiedades, y no recibirás un solo centavo más de los Whitmore.

Charlotte sintió como si el suelo bajo sus pies se desmoronara.

-No pueden hacerme esto... -susurró, con la voz rota.

Eleanor la miró sin rastro de piedad.

-Sí podemos.

Charlotte sintió un ardor detrás de los ojos, pero se negó a llorar delante de ellos. Respiró hondo, tratando de encontrar estabilidad en el torbellino de emociones que la consumía.

-Esto es cruel -murmuró-. No son mis padres. Son... mis carceleros.

Eleanor ni siquiera parpadeó ante la acusación.

-Llámalo como quieras. Pero la decisión está tomada.

Charlotte miró a su padre, esperando encontrar un atisbo de duda en su mirada, pero solo encontró determinación.

-Así que esas son mis opciones, ¿no? -preguntó con voz temblorosa-. O me caso con Alexander Prescott o pierdo todo.

William asintió.

-Exactamente.

Charlotte sintió que el aire se volvía denso en sus pulmones.

Se giró y salió de la biblioteca sin otra palabra, su vestido de gala aún ondeando tras ella.

Cruzó el pasillo con pasos frenéticos y llegó a su habitación. Cerró la puerta de golpe y apoyó la espalda contra ella, sintiendo su mundo derrumbarse.

La jaula dorada en la que había vivido toda su vida acababa de convertirse en una prisión de la que no había escapatoria.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022