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El reloj marcaba las nueve y cuarto de la noche cuando Alexander Prescott cerró el último informe de su escritorio con un suspiro. Había sido un día largo en el Senado, lleno de reuniones, discursos y negociaciones políticas, pero su jornada aún no terminaba.
Se levantó de su silla de cuero negro y caminó hacia la ventana de su oficina en Boston, observando la ciudad iluminada bajo la noche. Desde ese despacho en el piso más alto de un edificio histórico, podía ver el Capitolio del Estado de Massachusetts, un recordatorio constante de su carrera en ascenso.
Joven, apuesto y con una inteligencia afilada como una navaja, Alexander lo tenía todo: un apellido influyente, una educación impecable y una trayectoria que lo había convertido en el senador más joven del estado. Pero también tenía una vida que no le pertenecía del todo.
La puerta se abrió sin previo aviso, y Mark Lawson, su jefe de campaña, entró con una expresión tensa.
-Tenemos que hablar.
Alexander se giró, cruzándose de brazos.
-Déjame adivinar. ¿Es sobre el compromiso?
Mark asintió y arrojó un expediente sobre el escritorio.
-Los Whitmore hicieron el anuncio oficial hace una hora. Está en todos los medios.
Alexander tomó el expediente y lo abrió. En la primera página, había una foto de él junto a Charlotte Whitmore, probablemente editada para hacerlos parecer la pareja perfecta. Ella lucía impecable en un vestido de gala, con esa belleza clásica que la prensa adoraba, mientras que él mantenía su expresión inquebrantable de siempre.
-Se mueven rápido -murmuró.
-Porque es lo que les conviene -replicó Mark-. Y a ti también.
Alexander cerró el expediente con un golpe seco y se apoyó en el escritorio.
-No me hagas ese discurso, Mark. Ya lo sé.
Mark suspiró, cruzando los brazos.
-Alex, tú y yo sabemos que este matrimonio no es solo una formalidad. Es el trampolín que necesitas. Te hace ver estable, tradicional, el candidato perfecto para la presidencia en unos años.
Alexander sintió una punzada de frustración.
-Soy el candidato perfecto sin necesidad de una esposa.
-No para los votantes.
Alexander apretó la mandíbula. Sabía que Mark tenía razón. La política no se trataba solo de habilidades o de méritos, sino de percepciones. Un hombre casado inspiraba confianza, especialmente si su esposa era la hija de una de las familias más ricas y respetadas del país.
Pero eso no significaba que le gustara.
-¿Has hablado con ella? -preguntó Mark, alzando una ceja.
Alexander negó con la cabeza.
-Aún no.
-Pues más te vale hacerlo pronto. No pueden fingir que son la pareja perfecta si ni siquiera se conocen.
Alexander soltó un suspiro, pero antes de que pudiera responder, su teléfono sonó. Miró la pantalla y su expresión se endureció al ver el nombre de su padre.
Mark vio su cambio de semblante y se dirigió a la puerta.
-Me avisas cuando la llames.
Alexander esperó a que Mark saliera antes de contestar.
-Hola, padre.
-Alexander. -La voz de Thomas Prescott era grave, autoritaria, acostumbrada a dar órdenes-. ¿Ya viste las noticias?
-Sí -respondió con sequedad.
-Bien. Porque no hay vuelta atrás.
Alexander apretó los dedos alrededor del teléfono.
-¿Y si no quiero casarme con ella?
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
-No seas infantil, Alexander.
Él cerró los ojos por un instante, conteniendo la irritación.
-No se trata de ser infantil. Se trata de que me estás pidiendo que ate mi vida a alguien que no conozco, solo para seguir un plan que no diseñé yo.
-Es el mismo plan que te ha llevado hasta aquí -respondió su padre con frialdad-. ¿O acaso crees que has llegado solo?
La sangre de Alexander se enfrió.
-He trabajado más que nadie para estar donde estoy.
-Eso no lo discuto. Pero no seas ingenuo. Todo en la política es una negociación. Y este matrimonio es la pieza final que necesitas para asegurar tu futuro.
Alexander dejó caer la cabeza hacia atrás, mirando el techo de su oficina.
-¿Y qué hay de Charlotte? ¿También espera que esto sea un sacrificio honorable para ella?
Su padre soltó una risa breve.
-Charlotte hará lo que se espera de ella, igual que tú.
Alexander sintió una extraña punzada en el pecho. No conocía a Charlotte Whitmore más allá de lo que la prensa decía, pero algo en esa respuesta lo incomodó.
-Si ella se niega, ¿qué pasa entonces?
Thomas Prescott bufó.
-No se negará.
Alexander no respondió.
-Escucha, hijo -continuó su padre-. Sé que esto no es lo que imaginaste, pero créeme cuando te digo que lo necesitas. Tu vida privada debe ser impecable si quieres llegar a la Casa Blanca algún día.
Alexander cerró los ojos por un momento.
-Entendido.
-Espero que sí. Y Alexander... -Thomas hizo una pausa-. No me hagas quedar en ridículo.
La línea se cortó.
Alexander bajó el teléfono con un peso en el pecho.
Se quedó en silencio unos instantes, observando la ciudad iluminada desde la ventana.
Sabía que su destino ya estaba escrito.
Pero por primera vez, no estaba seguro de querer seguir el guion.
Alexander dejó el teléfono sobre su escritorio y pasó una mano por su rostro, sintiendo el peso de las palabras de su padre. Todo en su vida había sido meticulosamente planeado, desde su educación en Harvard hasta su entrada en la política. Cada paso, cada decisión, cada relación había sido calculada para llevarlo hasta donde estaba. Pero el matrimonio... eso era diferente.
Se dirigió a la barra de su oficina y se sirvió un vaso de whisky, dejándolo reposar entre sus dedos. Su padre hablaba como si Charlotte no tuviera voz en todo esto, como si fuera un simple peón en su juego político. Pero Alexander sabía que las personas no eran fichas de ajedrez.
Tomó un sorbo de su whisky y volvió a mirar la foto en el expediente. Charlotte Whitmore. Siempre había oído su nombre en círculos de la alta sociedad, pero nunca había prestado demasiada atención. Ahora, se veía obligado a compartir su vida con ella.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
-Adelante -dijo con voz firme.
La puerta se abrió y Mark asomó la cabeza.
-¿Vas a llamarla?
Alexander exhaló pesadamente.
-Sí.
Mark asintió.
-Bien. Hazlo pronto. Si este compromiso va a funcionar, al menos deben aparentar que se toleran.
Alexander esperó a que Mark saliera antes de tomar su teléfono.
Buscó el número de Charlotte en sus contactos. Su padre se había asegurado de que lo tuviera. Miró la pantalla por un momento, su dedo suspendido sobre el botón de llamada.
Finalmente, presionó el botón.
El tono de marcación sonó una, dos, tres veces antes de que alguien contestara.
-¿Quién es? -La voz de Charlotte sonaba tensa, como si ya supiera quién llamaba.
Alexander apoyó el codo en el escritorio y suspiró.
-Soy Alexander Prescott.
Hubo un largo silencio.
-Así que finalmente te dignaste a llamarme -respondió Charlotte con frialdad.
Alexander sonrió con amargura.
-Supongo que es lo mínimo que debemos hacer, considerando que vamos a casarnos.
Charlotte soltó una risa sarcástica.
-Eso todavía no está decidido.
Alexander entrecerró los ojos.
-Creo que nuestros padres piensan lo contrario.
-Pues no me importa lo que piensen nuestros padres.
Había fuego en su voz, un desafío que Alexander no esperaba. La mayoría de las personas con las que trataba en la política eran sumisas o calculadoras, pero Charlotte no sonaba como ninguna de esas cosas.
-Déjame adivinar -dijo él con calma-. Tampoco tuviste elección en esto.
-Por supuesto que no. ¿Tú sí?
Alexander hizo una pausa antes de responder.
-No del todo.
Charlotte exhaló, y por primera vez, su voz sonó un poco menos hostil.
-Entonces supongo que ambos somos prisioneros de esta situación.
Alexander apoyó la cabeza contra su silla de cuero.
-Sí. Pero si vamos a estar atrapados en la misma jaula, tal vez deberíamos conocernos.
Charlotte no respondió de inmediato. Cuando lo hizo, su voz era más contenida.
-No prometo ser una prisionera fácil.
Alexander sonrió levemente.
-Nunca lo imaginé.
Silencio.
Finalmente, Charlotte dijo:
-Nos vemos pronto, entonces, senador.
Y colgó.
Alexander se quedó mirando su teléfono, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, algo en su vida no estaba bajo su control.