Capítulo 4 4 | Un encuentro poco amistoso

El auto negro se detuvo frente a un restaurante privado en el Upper East Side. Charlotte miró por la ventana con el ceño fruncido, reconociendo el nombre en la fachada dorada. La Fontaine, un lugar exclusivo donde solo la élite de Nueva York cenaba sin preocuparse por la prensa o los curiosos.

-¿Qué hacemos aquí? -preguntó con desconfianza.

Su madre, sentada a su lado en la limusina, alisó su vestido de seda y respondió con su habitual tono frío y calculador.

-Tienes una cena.

Charlotte sintió una punzada de irritación.

-No recuerdo haber aceptado ninguna.

-No hace falta que aceptes, querida. Ya está decidido.

Charlotte cerró los ojos y exhaló lentamente, intentando controlar la ira que burbujeaba en su interior. Desde que su madre le confirmó el compromiso, la habían tratado como si su vida ya no le perteneciera.

La puerta del auto se abrió y el chofer esperó pacientemente. Charlotte no tenía escapatoria. Apretó los labios y salió con paso firme.

Cuando entró en el restaurante, una recepcionista la guió a un salón privado. Al cruzar la puerta de madera tallada, sus ojos se encontraron con la figura de un hombre sentado en una mesa elegante, con una copa de vino en la mano.

Alexander Prescott.

Él se puso de pie al verla entrar, manteniendo una expresión neutral. Era tan impecable como en las fotografías: alto, de porte distinguido, con un traje a medida y el cabello perfectamente peinado. Tenía una presencia calculadora, como si cada movimiento estuviera ensayado.

-Charlotte -dijo con voz suave, inclinando ligeramente la cabeza.

Ella se cruzó de brazos y lo miró con desdén.

-Así que el senador Prescott finalmente ha decidido honrarme con su presencia.

Alexander esbozó una sonrisa, pero no llegó a sus ojos.

-Dado que nuestros padres han decidido nuestro destino, pensé que sería cortés conocernos antes de la boda.

Charlotte soltó una risa sarcástica.

-Qué caballeroso de tu parte.

Sin esperar invitación, se sentó frente a él. Un mesero apareció de inmediato, sirviéndole una copa de vino sin preguntar. Charlotte apenas tocó la copa, manteniendo la mirada fija en el hombre que tenía delante.

-Voy a ser clara, Prescott -dijo con frialdad-. No pienso casarme contigo.

Alexander inclinó la cabeza levemente, evaluándola con una mirada indescifrable.

-¿Y qué piensas hacer al respecto?

Charlotte lo miró con incredulidad.

-No sé, tal vez decir que no.

Alexander sonrió con ironía.

-¿Crees que eso importa?

Charlotte apretó los puños.

-¿Para ti no?

Él dejó la copa sobre la mesa con calma.

-La vida no siempre permite elecciones, Charlotte.

Ella se inclinó hacia adelante, sin apartar la mirada desafiante.

-Eso lo dices tú, el hombre perfecto, el político ideal. Debe ser fácil justificar todo con palabras bonitas cuando nunca has tenido que luchar por nada.

Por un instante, algo cruzó la mirada de Alexander. Un destello de molestia, o quizás algo más profundo.

-Si crees que mi vida ha sido fácil, es porque no sabes nada de ella -respondió con voz más baja, pero firme.

Charlotte entrecerró los ojos.

-Y si crees que voy a ser una esposa sumisa, es porque no sabes nada de mí.

Se mantuvieron en silencio por un largo momento, midiéndose mutuamente.

El mesero llegó con los primeros platillos, pero ninguno hizo el esfuerzo de comer. La tensión en la mesa era palpable, como si la guerra ya hubiera comenzado.

Charlotte finalmente apartó la mirada y se recargó en su silla con los brazos cruzados.

-Debió ser agradable para ti, crecer con todo en bandeja de plata. Dinero, poder, conexiones... Debe ser tan fácil manipular a las personas cuando naces en una familia como la tuya.

Alexander la observó por unos segundos antes de responder.

-No es tan diferente de la tuya, ¿o me equivoco?

Charlotte apretó los dientes.

-Al menos yo no acepto que me manipulen.

Alexander dejó escapar una risa breve y sin humor.

-Entonces dime, ¿qué haces aquí?

Charlotte abrió la boca para responder, pero se detuvo.

Él continuó, con la mirada fija en la suya.

-Si realmente fueras tan libre como dices, si realmente tuvieras control sobre tu vida, no estarías sentada en esta mesa.

Charlotte sintió una punzada en el pecho. Lo odiaba por tener razón.

Alexander tomó su copa de vino y bebió un sorbo antes de añadir, con una sonrisa ladeada:

-Nos vemos en la boda.

Charlotte sintió que la sangre le hervía. Sin pensarlo, tomó su copa y la dejó caer bruscamente sobre la mesa, haciendo que el líquido rojo salpicara el mantel blanco.

-No cantes victoria todavía, Prescott.

Se levantó de su asiento, giró sobre sus talones y salió de la habitación sin mirar atrás.

Alexander la observó marcharse con expresión imperturbable, pero en el fondo, no pudo evitar sentirse intrigado.

Charlotte Whitmore no sería una esposa dócil.

Y eso hacía todo mucho más interesante.

Alexander siguió con la mirada la silueta de Charlotte hasta que la puerta del salón privado se cerró tras ella. Luego, con una calma imperturbable, tomó su servilleta de lino y limpió una pequeña mancha de vino en la manga de su chaqueta.

-Se esperaba una reacción así -murmuró para sí mismo.

Charlotte Whitmore no era una mujer fácil de manejar, y aunque ya lo había supuesto, verla en acción era algo completamente distinto. Su furia no era solo caprichosa; era el reflejo de alguien que había vivido toda su vida dentro de una jaula y ahora estaba golpeando las rejas con toda su fuerza.

Alexander suspiró, dejó la copa en la mesa y se reclinó en su asiento. Sabía que esta alianza no iba a ser sencilla, pero tampoco se trataba de amor o simpatía. Era política.

Un discreto golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.

-Adelante.

La puerta se abrió y su jefe de campaña, Mark Bennett, entró con una expresión mezcla de curiosidad y diversión.

-Déjame adivinar. No fue bien.

Alexander soltó una leve risa sin humor.

-Digamos que no trajo flores ni confeti para celebrar el compromiso.

Mark se sentó frente a él y miró la copa de vino derramada sobre el mantel.

-Parece que te dejó una impresión duradera.

-Podría decirse.

Mark lo estudió por un momento antes de decir:

-Sabes que esto no es solo una formalidad, ¿verdad? Necesitas ganártela.

Alexander arqueó una ceja.

-¿Ganar qué exactamente?

-Su cooperación. Su lealtad, aunque sea de cara al público. Si esta chica decide arruinar el compromiso públicamente, nos hará la vida imposible.

Alexander tamborileó los dedos sobre la mesa, pensativo.

-Lo sé. Pero dudo que ceda fácilmente.

-Pues entonces te toca hacer lo que mejor sabes hacer -dijo Mark, apoyándose en el respaldo de la silla con una sonrisa-. Convencerla.

Alexander soltó un suspiro.

-Si fuera un votante, sería sencillo. Pero Charlotte... es distinta.

Mark se levantó y se acomodó el saco.

-Entonces empieza a conocerla. Aprende qué la motiva, qué la molesta. Encuentra su punto débil y úsalo.

Alexander no respondió de inmediato. Sabía que Mark tenía razón, pero una parte de él se preguntaba si Charlotte realmente tenía un punto débil.

Cuando finalmente salió del restaurante, la noche de Nueva York brillaba con luces y ruido. Se subió a su auto y le indicó a su chofer que lo llevara a casa. En el trayecto, sacó su teléfono y abrió un mensaje de su padre.

"Espero que la cena haya sido productiva. Recuerda, Alexander: esto no es un juego. Es el futuro."

Alexander apretó la mandíbula y cerró el teléfono.

No, no era un juego.

Pero Charlotte Whitmore no iba a hacer esto fácil.

Y, en el fondo, una parte de él lo prefería así.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022