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El sol se ponía lentamente, bañando el horizonte con una luz anaranjada que se deslizaba sobre las suaves colinas y los campos de trigo, mientras la brisa fresca de la tarde acariciaba las casas dispersas en el pueblo fronterizo de Verdansk. Era un lugar pequeño, humilde, donde la mayoría de sus habitantes vivían al margen de las grandes guerras y conflictos que arrasaban las tierras lejanas. Pero incluso aquí, en este recóndito rincón del mundo, los ecos de la oscuridad se sentían como un peso palpable en el aire.
Aiden observaba el cielo desde el taller de herrería que había heredado de su padre, un hombre duro y callado que había dejado este mundo sin pronunciar una palabra sobre su pasado. Era una herencia que Aiden nunca había cuestionado, un destino que había aceptado sin pensarlo demasiado. En sus manos, el hierro se transformaba en espadas, herraduras, y herramientas con la misma destreza que su padre, como si el metal tuviera vida propia en su toque. A sus 22 años, era conocido como el mejor herrero de la región, pero su vida parecía vacía. El trabajo duro no le daba paz, sino que lo sumía cada vez más en una sensación de vacío, como si estuviera destinado a algo más grande, algo que nunca lograría alcanzar.
Fue en una tarde como cualquier otra, cuando todo cambió.
El sonido de cascos golpeando el suelo polvoriento llegó hasta sus oídos, seguido de voces bajas y murmurantes. Aiden levantó la mirada, sus ojos fijándose en la carretera polvorienta que conectaba el pueblo con los dominios más allá de las colinas. Un grupo de viajeros se acercaba, pero no eran comerciantes ni turistas. Sus ropas oscuras y sus caballos veloces denotaban que no pertenecían a ese lugar. En la cabeza del grupo, un hombre mayor, de rostro cansado y ojos penetrantes, montaba un caballo negro, como si el mismo destino lo hubiera marcado para atravesar el mundo.
-Es hora -murmuró Aiden, aunque no sabía por qué.
El hombre desmontó y, al instante, se acercó a él, su mirada fija en los ojos del joven herrero. El aire parecía cargarse de una energía extraña, como si algo invisible hubiera tocado a ambos, conectándolos de alguna manera que ni ellos entendían.
-Eres tú -dijo el hombre en voz grave, sin rodeos-. El último heredero.
Aiden sintió una punzada en el pecho. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, como si esas palabras hubieran tocado un lugar profundo dentro de él, algo enterrado, olvidado.
-El último heredero de Eldoria -repitió el hombre, esta vez con un tono más firme, como si intentara que las palabras se grabaran en su mente-. Eres Aiden, hijo de la familia real. El rey de las sombras te ha estado buscando, y no tiene idea de que existes. Pero ahora, no puedes esconderte más.
El joven herrero se quedó paralizado. Su mente no podía procesar lo que acababa de escuchar. ¿Eldoria? La antigua tierra de magia y poder, destruida hace años por un rey oscuro que había sumido al mundo en las sombras... Se había convertido en una leyenda, un mito, un cuento de terror que los ancianos contaban a los niños. Nadie en el pueblo había hablado nunca de reyes, de tierras perdidas, o de magia oscura. La única vida que Aiden había conocido era la de la herrería, un destino de esfuerzo y sudor.
-¿Qué estás diciendo? No puedo ser... -empezó a decir, pero las palabras se ahogaron en su garganta.
El hombre asintió lentamente, su mirada sombría y grave.
-Sé que es mucho para asimilar, pero no hay tiempo. El rey de las sombras te busca. Debes venir conmigo, ahora.
Aiden dudó, mirando a su alrededor, buscando alguna señal de que esto no era más que un sueño o una cruel broma. Pero algo en los ojos del hombre le decía que no era así. Algo en su interior también le decía que no podía ignorarlo.
-¿Quién eres? -preguntó Aiden, por fin, con voz temblorosa.
-El último de los hechiceros de Eldoria. Mi nombre es Valin. Te protegeré hasta que puedas reclamar lo que te pertenece.
Aiden miró sus manos, las mismas manos que habían trabajado durante años la forja, que habían dado forma al hierro y al acero, pero nunca a su propio destino. ¿Cómo podría él, un simple herrero, ser el heredero de un reino perdido?
-¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? -preguntó, confundido.
Valin suspiró, como si ya estuviera acostumbrado a hacer la misma pregunta una y otra vez.
-La magia oscura ha estado tomando fuerza. El rey de las sombras ha comenzado a destruir todo a su paso para asegurarse de que nadie desafíe su dominio. El último de la línea real ha estado oculto por generaciones, protegido por un hechizo que te mantuvo a salvo. Pero la protección está terminando. Es hora de que tomes tu lugar, antes de que sea demasiado tarde.
Aiden, con la mente hecha un torbellino, miró al hombre que lo había llamado heredero. No sabía si debía sentir miedo, incredulidad o incluso ira, pero una cosa estaba clara: su vida había cambiado para siempre.
-¿A dónde vamos? -preguntó finalmente, decidido.
-Al Reino de las Sombras -respondió Valin, su voz firme-. Y allí, comenzará tu verdadero viaje.
El viento comenzó a soplar con más fuerza, llevándose consigo las últimas sombras de la tarde, mientras la quietud del pueblo se disolvía en el bullicio de los viajeros. Aiden permaneció inmóvil, aún procesando lo que acababa de escuchar. Las palabras del hechicero resonaban en su mente con un eco persistente. "El último heredero... de Eldoria..." Cada vez que las repetía, la realidad de lo que le había sido revelado parecía más lejana, como un cuento de hadas o una fantasía delirante. Pero la mirada de Valin, fija y decidida, lo mantenía anclado en la verdad brutal de la situación.
-¿Qué debo hacer? -preguntó, su voz vacilante, pero determinada.
Valin observó al joven con una expresión que mezclaba sabiduría y pesar. No era la primera vez que se encontraba con alguien que dudaba del destino que le había sido impuesto, pero sabía que Aiden, en el fondo, entendía que no había vuelta atrás. El viento seguía soplando con fuerza, como si el mundo mismo estuviera preparado para el cambio. El futuro de Eldoria dependía de ello.
-Tienes que venir conmigo, Aiden. No tenemos tiempo. El rey de las sombras está muy cerca, y sus emisarios ya deben haber comenzado a buscarte. -Valin señaló al grupo de viajeros, que ya se preparaban para partir.
Aiden miró hacia atrás, hacia el pueblo, donde las luces de las casas empezaban a brillar débilmente al caer la noche. No sabía si volver a su vida anterior era siquiera una opción. En su pecho, un sentimiento de desarraigo crecía, como si sus raíces hubieran sido arrancadas de la tierra en la que había crecido.
¿Qué pasaría si me quedo? pensó. ¿Si ignoro lo que me están diciendo y sigo siendo el herrero que siempre fui? Pero en lo profundo de su ser, sabía que esa vida ya no era suya. Ya no podría ser la misma persona, ni siquiera si lo intentaba.
-¿A dónde vamos? -preguntó, esta vez con más firmeza. La duda seguía flotando en el aire, pero había algo en su interior que lo empujaba a seguir adelante.
-Nos dirigimos a las Tierras de Sombras, al corazón de lo que queda de Eldoria. Ahí podrás entender lo que eres y lo que debes hacer. Es un largo viaje, pero no te preocupes, te enseñaré todo lo que necesitas saber. -Valin dio un paso atrás y agitó la mano hacia el grupo, señalando a los otros viajeros.
Aiden observó a los compañeros de Valin. Eran hombres y mujeres que no parecían comunes. Todos llevaban ropas oscuras, pero las suyas no eran de tela corriente. Estaban hechos de materiales resistentes, casi como armaduras ligeras. Cada uno portaba algún tipo de arma, y sus miradas eran agudas, como si siempre estuvieran alertas.
Uno de los viajeros, un hombre de piel oscura y ojos como carbón, caminó hacia Aiden con una mirada seria.
-Soy Raleth, -dijo con voz profunda-. Te entrenaré en el uso de tus habilidades. Lo que eres no es solo sangre de realeza, sino también un guerrero nacido de la magia. Todo lo que creías saber sobre ti mismo está a punto de cambiar.
Aiden asintió, aunque el miedo y la incertidumbre lo embargaban. Había oído historias de guerreros y hechiceros, de magia y batallas épicas, pero nunca imaginó que esas historias fueran sobre él.
El otro miembro del grupo, una joven con cabellera roja y ojos verdes brillantes, lo observó con una sonrisa enigmática, aunque sus ojos mostraban un atisbo de preocupación.
-Soy Elyra, -dijo con voz suave-. Te ayudaré a comprender la magia que corre por tus venas. No te preocupes, no todo será inmediato. Aprenderás poco a poco, pero en cuanto tu poder se despierte, no habrá vuelta atrás.
La mujer parecía delicada, pero algo en su postura y en su tono de voz dejaba claro que era una luchadora. Su mirada no se apartaba de Aiden, y había algo en su expresión que no dejaba de inquietarlo. ¿Quiénes eran realmente estas personas? ¿Por qué lo habían encontrado?
Antes de que pudiera hacer más preguntas, Valin lo llamó.
-Vamos, Aiden. El viaje será largo, pero tienes mucho que aprender antes de que podamos enfrentarnos al rey de las sombras. -Dijo el hechicero, su tono serio, casi urgente.
Aiden sintió que, por primera vez, el peso de su vida le caía sobre los hombros. A partir de ese momento, no volvería a ser un simple herrero. En su interior, algo comenzaba a despertar, y la responsabilidad de un reino caído le apretaba el pecho. ¿Estaba preparado para lo que vendría?
No tuvo tiempo para pensarlo. El grupo comenzó a moverse, y Aiden, con el corazón acelerado, se unió a ellos. La noche se cerró sobre el pequeño pueblo, y por primera vez en mucho tiempo, Aiden se sintió como parte de algo más grande. Aunque las dudas seguían, un sentimiento persistente de determinación lo invadió.
Valin lideraba el grupo, guiando a los demás con una seguridad que parecía provenir de una vida de secretos y luchas antiguas. Elyra y Raleth seguían a su lado, mientras Aiden, con el paso inseguro de un hombre que aún no entendía su destino, caminaba detrás, sin más elección que avanzar.
A medida que se adentraban en el bosque que bordeaba el pueblo, el aire se volvía más denso, como si la misma naturaleza hubiera sido corrompida por el mal que acechaba. Las sombras parecían alargarse, como si los árboles y las rocas pudieran cobrar vida en cualquier momento. Aiden, sin embargo, no podía quitarse de la cabeza lo que había aprendido de Valin. El rey de las sombras. ¿Qué clase de poder podía poseer un ser capaz de arruinar un reino tan vasto como Eldoria?
El silencio era profundo, solo interrumpido por el crujir de las ramas y el susurro del viento entre los árboles. Aiden miró hacia atrás una última vez, hacia el pueblo que dejaba atrás. Los rostros familiares, las casas pequeñas... todo eso ya era parte de un pasado que comenzaba a desvanecerse. Ahora, el futuro lo esperaba con las puertas abiertas, y aunque el miedo le mordía el corazón, una chispa de esperanza brillaba en su interior.
-¿Qué será lo primero que aprenderé, Valin? -preguntó, finalmente rompiendo el silencio.
El hechicero, sin volverse, respondió con voz profunda:
-A enfrentar lo que eres. Primero, deberás aceptar tu magia. Sólo entonces podrás comenzar a reclamar lo que es tuyo por derecho.
Aiden asintió, y aunque no entendía completamente lo que significaba, sabía que este viaje marcaría el comienzo de una nueva vida. El destino le había sido revelado, y con ello, la verdad de su linaje. Sabía que no habría marcha atrás.
Mientras avanzaban hacia las profundidades del bosque, el sonido de los cascos de los caballos se fue desvaneciendo, pero la sensación de ser perseguido nunca lo dejó. Algo oscuro los observaba, y Aiden sentía que el verdadero desafío recién comenzaba.