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En los brazos de la bestia

IrlyWriter
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Capítulo 1 Prologo

La primera vez que Endrys Navarro vio a Omar Vitale no fue en un despacho elegante ni en la quietud de una oficina rodeada de poderosas ventanas. No. La primera vez que sus caminos se cruzaron fue en el una sala gris y sombría de una prisión de máxima seguridad, donde el eco de los pasos resonaba con una dureza que no dejaba espacio para la duda: allí, todo estaba en manos de la fuerza, la intimidación y, sobre todo, la desesperación.

Era un lugar donde las paredes parecían susurrar historias de hombres rotos, donde las miradas se volvían cuchillos y el tiempo se desangraba lentamente, como el sol que nunca se dejaba ver a través de las rejas. La luz era escasa, y la humedad, constante. Sin embargo, para Endrys, era solo otra de las tantas visitas que había hecho a ese tipo de lugares. La defensa de clientes con historias turbias formaba parte de su trabajo, de su carrera.

Sin embargo, nada la había preparado para conocer a Omar Vitale en ese entorno.

La abogada había recibido una llamada urgente esa mañana, mucho antes de que el sol llegara a iluminar la ciudad. Vitale había solicitado una reunión, y tras mucho insistir, se había logrado obtener el permiso para su visita. Aquel hombre, conocido en el bajo mundo y en las altas esferas por igual, estaba recluido en una prisión de máxima seguridad acusado de un crímen que pesaba más de los que muchos aseguraban tenía en su haber. Nadie en su sano juicio habría aceptado un caso como el de él. Pero Endrys no era una mujer que creyera en las advertencias. Sabía que cada caso ofrecía una oportunidad, y ella no desperdiciaba oportunidades.

Cuando entró en la prisión, el aire ya era denso, cargado de esa tensión que se siente en los sitios donde la libertad es un concepto lejano. El guardia la condujo a través de un pasillo oscuro, las luces parpadeaban levemente y las sombras parecían moverse por sí mismas. Endrys mantuvo la mirada fija, sin dejar que la inquietud se colara en su mente. Era una profesional, y los profesionales no se dejaban influenciar por la atmósfera.

Finalmente, la dejó a mitad de camino para que avanzara hacia la siguiente reja, la entrada de la sala de visitas, aislada, con enormes ventanales como permitían la visión a ningún lugar solo paredes había a su alrededor. Apenas un par de sillas enfrentadas, una mesa metálica entre ellas. Estaba allí, sentado en una silla, con la mirada fija en ella. Omar Vitale no parecía tener el aspecto de un hombre que había sido detenido. No había señales de derrota en su postura, ni en su rostro, a pesar de la camiseta de prisionero que llevaba puesta.

Omar Vitale era imponente, incluso en prisión.

Sus ojos grises la observaban con una intensidad que la hizo sentir vulnerable, aunque intentó disimularlo. Su rostro, afilado como un cuchillo, estaba tan imperturbable como el entorno en el que se encontraba. No había rastro de estrés, de miedo. Solo esa calma aterradora que parecía rodearlo.

Apenas Endrys estuvo cerca, su voz resonó en la habitación, pese a ser casi un susurro por lo pausado de su sonido.

-Señorita Navarro -dijo él, su voz profunda, controlada, casi un susurro que se sentía como una orden-. Qué gusto que haya venido.

Endrys no mostró expresión alguna, aunque en su interior la tensión crecía. Sabía que estaba frente a un hombre peligroso. Había escuchado los rumores, las historias susurradas entre abogados y fiscales. Un hombre que se había ganado el respeto de todos a su alrededor, pero también el temor. Nadie sabía con certeza de lo que era capaz. Nadie, excepto él.

-Señor Vitale -le respondió ella.

Omar dejó escapar una ligera sonrisa, como si su estancia allí fuera la más cómoda, y eso lo divertía. No dijo nada más. Simplemente la observó, como si estuviera analizando cada detalle de su rostro, de su postura.

Endrys se obligó a mantener su compostura, a no ceder ante esa mirada que sentía penetrar en su alma. No era la primera vez que se encontraba con un hombre intimidante, pero había algo en la presencia de Vitale que no podía ignorar. Algo que la hacía sentirse pequeña, insignificante. Un escalofrío recorrió su columna, pero lo reprimió rápidamente.

La tercera vez que se vieron fue en su despacho, al entrar en él, solamente con la esperanza de firmar un contrato más oneroso que el primero que había firmado delante de sus familiares, nunca imaginó que su vida cambiaría para siempre.

La oficina era amplia y fría, con ventanales imponentes que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. Todo en ese ambiente reflejaba poder, precisión... peligro. Un hombre como Omar Vitale no necesitaba amenazas para infundir miedo; su sola presencia bastaba.

Él estaba allí, tras su escritorio de madera oscura, tan pesado como su mirada. Llevaba un traje negro impecable, la corbata aflojada apenas, como si la formalidad fuera un juego del que él decidía cuándo participar. Sus dedos largos y firmes sostenían un vaso de whisky. Cuando sus ojos grises se clavaron en los de Endrys, su rostro permaneció impasible. No había rastro de interés ni impaciencia... solo una quietud que la inquietó.

-Señorita Navarro -dijo, su voz un murmullo profundo, casi una advertencia disfrazada de cortesía-, qué gusto volver a verla, y más aún tenerla aquí, en mi territorio.

Endrys no supo en qué momento el aire en la habitación se volvió más denso. No entendió por qué su pulso comenzó a martillar en sus sienes al acercarse a su escritorio y extender la mano. Quizá fue el modo en que esos ojos grises se clavaron en los suyos, impasibles, como si pudiera leerla antes de que pronunciara una palabra.

Cuando los dedos de Vitale rozaron los suyos, algo dentro de ella se quebró. Fue un contacto breve, insignificante en cualquier otra circunstancia. Pero con él... con él fue como si el mundo entero se inclinara a su favor.

Era imposible escapar de alguien como Omar Vitale.

Lo comprendió en ese mismo instante, cuando sintió cómo su piel irradiaba un calor que contrastaba con la frialdad de su mirada. Un escalofrío recorrió su espalda, pero se obligó a mantener la compostura. No era una mujer fácil de intimidar, no después de haber pasado años defendiendo a clientes en los tribunales más hostiles de la ciudad.

Pero Omar Vitale no era un cliente cualquiera.

-Sé que le han dicho cosas sobre mí -continuó él, sus ojos nunca apartándose de los suyos-. Probablemente, me ve como un monstruo. Un hombre capaz de todo. Pero la realidad, señorita Navarro, es mucho más compleja que los rumores.

Endrys frunció el ceño, sus dedos apretaron la carpeta con el expediente del caso. Había escuchado muchas veces esa misma historia, esa misma actitud, de tantos criminales en su carrera. Siempre era lo mismo: un hombre que se presentaba como víctima de un sistema corrupto, de las malas lenguas, de la mentira. Pero algo en la forma en que Vitale hablaba la hizo dudar.

-¿Qué quiere de mí, señor Vitale? -preguntó finalmente, decidida a cortar la conversación antes de que pudiera volverse un juego mental para él.

La sonrisa en los labios de Omar se amplió un poco, pero no respondió de inmediato. En lugar de eso, levantó la mano y tocó el cristal, justo donde ella estaba. El gesto, aunque simple, le transmitió un mensaje claro: el poder que él tenía sobre ella no se limitaba a este lugar. Era un poder que traspasaba los muros, que la rodeaba, que la acosaba desde el instante en que había decidido aceptar este caso.

-Quiero que me defienda -dijo él, al fin-. Y quiero que gane. Pero no me malinterprete, señorita Navarro. No estoy buscando un abogado común. Estoy buscando a alguien que sepa hasta dónde puede llegar... y que esté dispuesto a cruzar esa línea.

Endrys lo observó, sin apartar la mirada. Su corazón latía con fuerza, pero su mente, fría y calculadora, ya había comenzado a analizar cada palabra, cada movimiento, cada gesto. Lo que acababa de decirle no era simplemente una solicitud profesional. Era una amenaza, pero también una invitación.

-No soy una abogada que cruce líneas, señor Vitale. No soy como los demás.

Él se reclinó en su asiento, sin inmutarse.

-Lo sé -respondió, su voz baja y llena de una certeza que la desbordó-. Por eso la elegí a usted.

El caso era delicado, su reputación lo precedía. Se hablaba de él en susurros por los pasillos de los juzgados, se mencionaba su nombre en informes policiales que nunca llegaban a ninguna parte. Se le acusaba de muchas cosas, pero nunca se le había probado nada. Ahora, estaba sentado frente a ella, confiando su libertad a sus manos.

-Dígame, señorita Navarro... ¿hasta dónde está dispuesta a llegar para ganar? -preguntó con calma, inclinándose ligeramente hacia adelante.

Su garganta se secó. Cualquier otro cliente habría preguntado por estrategias, probabilidades, costos. Pero él no. Con esa simple pregunta, dejó claro que lo que estaba en juego iba mucho más allá de lo legal.

Desde ese momento, su destino quedó sellado.

Horas después, aún sentía el peso de su mirada sobre su piel.

Esa misma noche, mientras repasaba el expediente, su teléfono vibró sobre la mesa. Un mensaje sin número registrado iluminó la pantalla.

«Ten cuidado con Omar Vitale. Una vez que entras en su mundo, no hay salida».

Su estómago se contrajo. Miró alrededor de su departamento, sintiendo por primera vez que la seguridad de sus paredes era solo una ilusión.

            
            

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