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Con la incomodidad que le provocaban las pruebas contenidas en la carpeta que le había entregado el hombre en el centro nocturno dos noches atrás, la abogada Navarro se dedicó a trabajar en el expediente de Omar Vitale. No lo hacía por sentirse intimidada, ni mucho menos por temor a lo que él pudiera hacerle. No. Su motivación era clara: ese caso representaba un reto, una oportunidad para demostrar que no había elegido a una abogada cualquiera. Quería dejarle claro que, a diferencia de él, con ella no había lugar para medias tintas ni amenazas. Era todo o nada.
Pasó horas analizando cada documento, cada testimonio, cada pieza de evidencia. El expediente parecía estar diseñado para hundir a Vitale sin piedad, pero entre líneas, en los pequeños detalles, Navarro encontró algo. Un error. Una grieta en la estructura del caso. Había pruebas que no encajaban del todo, omisiones que parecían demasiado convenientes, nombres que aparecían y desaparecían de los informes. Y entonces, lo encontró: una inconsistencia que podría ser la clave.
Actuó de inmediato. No perdió tiempo. Movió sus contactos, sin dudarlo solicitó la revisión del caso y la celebración de una audiencia para exponer sus alegatos y presentar sus pruebas. El tiempo que tardaron en aprobar su solicitud le dejó claro que alguien más estaba nervioso con la posibilidad de que removiera demasiadas aguas. Y así fue. Al día siguiente de haber consignado su solicitud, su teléfono sonó. En la pantalla, el nombre del fiscal Anaya apareció como una advertencia.
-¿Está segura de que vale la pena perder el tiempo en esa audiencia? -su voz sonaba relajada, pero su tono estaba impregnado de una clara irritación-. Recuerde que puede acarrearle una sanción si moviliza todo el aparato judicial por nada.
Navarro soltó una breve risa, seca y sin humor.
-No tengo por qué responder a su pregunta, licenciado Anaya -replicó con frialdad-. Y sí, claro que conozco mis recursos y las consecuencias de cada paso que doy. No por nada me mantengo firme en este medio.
El silencio que siguió fue denso, como si Anaya estuviera calibrando su respuesta, buscando una rendija por la que filtrarse.
-Vitale es un caso perdido, Navarro. No importa cuántas audiencias solicite, el resultado será el mismo. No deje que su reputación se manche por defender lo indefendible -insistió.
Navarro apretó los labios, conteniendo el impulso de reír. Era curioso cómo intentaban disfrazar las amenazas de consejos.
-Eso lo decidiré yo, fiscal -sentenció-. Nos vemos en el juzgado.
Colgó sin ceremonia.
Dejó el teléfono sobre la mesa y cruzó los brazos, permitiendo que la adrenalina se asentara en su cuerpo. Anaya estaba preocupado, eso era evidente. No la llamaría solo para advertirle si estuviera completamente seguro de su caso. Había algo más. Algo que no quería que ella descubriera. Y ella lo iba a encontrar.
Se recostó en la silla, observando los documentos esparcidos sobre su escritorio. La imagen de su padre estrechando la mano del padre de Omar Vitale seguía impresa en su mente, una sombra persistente que se negaba a desvanecerse. Tal vez este caso era más personal de lo que pensaba, pero eso no significaba que iba a retroceder. Todo lo contrario. Ahora, más que nunca, estaba dispuesta a llegar hasta el final. Culpable o no, Omar Vitale tenía derecho a que su caso se revisara con transparencia. Y para eso estaba ella ahí.
Finalmente, llegó el día de la audiencia. Desde el momento en que cruzó las puertas del tribunal, Endrys supo que no sería una audiencia sencilla. Afuera, la prensa se agolpaba como aves de rapiña, ansiosas por capturar cualquier gesto, cualquier indicio que revelara el desenlace de un caso que mantenía a la ciudad en vilo.
Justo cuando cruzó el umbral de la sala, por otra puerta ingresó Omar Vitale. Su andar era pausado, seguro, y esa calma brutal que parecía envolverlo como una segunda piel hacía que todos los ojos se fijaran en él. No había rastro de nerviosismo en su postura ni una sombra de incertidumbre en su rostro. No parecía un hombre a minutos de conocer su destino. O quizás, simplemente, sabía algo que ella no.
El hombre que había visto en la prisión, con su uniforme de recluso y su imponente presencia, era un contraste con el que tenía ahora frente a ella. Vitale vestía un traje oscuro, perfectamente cortado a su medida, que parecía hecho para resaltar cada línea de su musculoso cuerpo. La camisa blanca que llevaba estaba impecable, al igual que la corbata que parecía elegida con precisión. No era el atuendo de un hombre desesperado por recuperar su libertad; era el atuendo de alguien que sabía que pertenecía a otro lugar. En ese momento, con su porte y presencia, Vitale irradiaba poder. No era solo su físico, sino la forma en que el poder parecía adherirse a su piel como un aura invisible, envolviendo a todos en la sala con su intensidad.
Endrys notó cómo las miradas se volvían hacia él con admiración y respeto, pero ella no cedió.
En medio del alboroto, llegó un momento en el murmullo de voces y el roce de telas al moverse, en el que el tiempo pareció detenerse solo para ellos dos. Fue un instante, una fracción de segundo que se alargó hasta convertirse en una eternidad invisible. La carga magnética de su mirada atrapó la de ella, como un anzuelo que se clava sin previo aviso. Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Endrys, era una sensación que no supo identificar en el momento. No era temor, no era admiración. Era algo más intrincado, algo peligroso en su sutileza.
Si hubiera tenido tiempo, tal vez se habría preparado para lo que estaba por venir, para la intensidad de esa presencia. Pero la oportunidad no daba espacio para distracciones ni superficialidades. Lo que sintió, se repitió a sí misma, era solo un estímulo pasajero, producto de la energía cruda y avasallante que emanaba de Vitale. Un recordatorio de que, en ese instante, él no era más que un cliente. Un cliente que, con su sola presencia, desafiaba la idea misma de control.
Cuando Endrys tomó asiento a su lado en la sala, sentía las miradas clavándose en ella. No solo la del juez, que hojeaba con expresión pétrea el expediente y la miraba de reojo, y la de la fiscal, cuyo gesto de desdén no se molestaba en ocultar. También estaban las miradas de los otros abogados, los periodistas en la última fila, y, sobre todo, la de Vitale y su familia. Todas fijas sobre ella. Indescifrable.
Endrys le dirigió una última mirada a Vitale, concentrándose en su papel, para convertirse en la abogada que él esperaba que fuera. No porque fuera lo que él esperara, sino porque era un reto personal demostrarle que no caminaba porque él lo oredenaba, sino porque era profesional en lo que hacía.
La audiencia comenzó con la fiscalía exponiendo las pruebas que, hasta hacía poco, parecían irrefutables: un rastro de llamadas, declaraciones ambiguas y la acusación de un testigo que, casualmente, había desaparecido semanas antes. Era apenas un recuento de las pruebas que sirvieron para hundirlo en esa prisión. Todo apuntaba a Omar Vitale, pero ella tenía algo más.
Cuando llegó su turno, Endrys se levantó con calma ensayada, planchó su falda tipo lápiz con las manos antes de acomodar sus lentes sobre el arco de su nariz y mirar fijamente al juez con la confianza que la caracterizaba.
-Su señoría, lo que se presenta aquí es un caso construido en suposiciones y, como demostraré a continuación, evidencia manipulada -en la sala se escuchó un murmullo-. En primer lugar, la fiscalía basa su acusación en pruebas circunstanciales y en la omisión de elementos clave que comprometen la integridad de la investigación.
El juez la observó con ojos afilados. Denotaba estar impactado por la osadia de su afirmación.
-Prosiga, abogada Navarro.
Respiró hondo y avanzó, entregando un documento al asistente del juez.
-He solicitado la revisión de una prueba omitida en la acusación. Aquí se demuestra que existen otros sospechosos con motivos y conexiones más directas con los hechos. Si la justicia es imparcial, ellos también deberían estar aquí sentados enfrentando este juicio.
Un murmullo recorrió la sala. La fiscalía intentó objetar, pero Endrys levantó la voz antes de que pudieran callarla. Hizo valer su turno, acalló a la fiscalía con su postura de autoridad.
-Además, su señoría, alego el principio de igualdad ante la ley. Si Vitale sigue detenido con pruebas ambiguas, entonces exijo lo mismo para los demás sospechosos o, en su defecto, su liberación condicional bajo fianza, dado que no hay claras pruebas que sostengan su acusación y, por ende, su detención.
El silencio fue absoluto. El impacto era palpable. La fiscalía se removió en sus asientos y el juez se reclinó en su silla, calibrando las palabras de Navarro. Sabía que su argumentación no solo era válida, sino irrefutable. La justicia debía ser imparcial, y lo que había planteado dejaba a la fiscalía contra la espada y la pared.
El juez golpeó el mazo contra la madera.
-Concedo la libertad condicional al acusado bajo supervisión estricta y el pago de una fianza acorde a su situación. También
Omar Vitale giró apenas la cabeza y, por primera vez, Endrys vio un destello en su mirada: un destello de interés. No solo por lo que había hecho por él, sino por la forma en que lo había hecho. Era como si hubiera descubierto algo en ella que nunca antes había notado, algo que parecía desafiar la imagen que los demás tenían de ella.
La gente que rodeaba a su familia, sumida en la euforia de su reciente victoria, comenzó a murmurar y hacer preguntas insustanciales, como si de repente todo lo que importara fuera el espectáculo. Endrys, irritada por la hipocresía que colmaba la sala, comenzó a caminar hacia un rincón. Necesitaba alejarse del bullicio. Tomó sus pertenencias con prisa y sin mirar atrás, mientras su mente se nublaba por la incomodidad de sentirse observada, como un pez en una pecera.
«¿Por qué siempre tengo que ser la protagonista del circo?», pensó, apretando los dientes. Su mirada se desvió hacia el pasillo y vio que la prensa comenzaba a llenar el espacio. Un suspiro de frustración escapó de sus labios.
Decidió que no valía la pena intentar esperar en el caos. Se dirigió hacia la salida, buscando un poco de paz, pero un repentino peso en su brazo la detuvo. Al volverse, lo vio: Vitale, quien, con un leve movimiento, la había alcanzado.
-Te vi irte tan rápido... -su voz grave resonó, cargada de una intensidad que no podía disimular-. No pensé que fueras del tipo que huye.
Endrys intentó seguir su camino, ignorando el tirón en su muñeca, pero él no la dejó ir tan fácilmente. Sus pasos se sincronizaron mientras ella avanzaba con determinación hacia las escaleras.
-¿Qué quieres, Vitale? -su voz, era desafiante, mostró una pizca de irritación.
Él la observó, su mirada era incisiva, y dio un paso más cerca, tan cerca que pudo sentir su calor. La voz que pronunció luego fue baja, apenas un susurro, pero con un peso que la hizo detenerse en seco.
-Eres una mujer difícil de ignorar, Navarro. -Un pequeño silencio se extendió entre ellos, y Endrys sintió una corriente de tensión, como si cada palabra que él decía estuviera cargada de algo más.
-No busco llamar tu atención. -Endrys no quiso, pero se vio obligada a mirarlo directamente, a retar ese brillo que había visto antes en sus ojos.
-Lo sé. -Respondió él, sin inmutarse. El tono de su voz, sin embargo, parecía desafiante y curioso al mismo tiempo. Como si la palabra "ignorar" no estuviera en su vocabulario.
Endrys respiró hondo y comenzó a caminar de nuevo, esta vez con más rapidez, y Vitale, sin perder el ritmo, la siguió. Ambos subieron las escaleras en silencio, pero la tensión entre ellos era palpable. Endrys sabía que, aunque en ese momento parecía que se estaba escapando de todo, en realidad solo estaba comenzando a entrar en un juego mucho más complicado.
«Esto no ha hecho más que empezar», pensó mientras sus pasos resonaban en el pasillo vacío. Una sensación incómoda se instaló en su pecho, y aunque intentaba convencerse de que lo que acababa de ocurrir no era nada importante, no podía evitar sentir que las cosas entre ellos nunca serían las mismas.