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Negar lo que era evidente para ella sería engañarse. Endrys salió de esa prisión perturbada. La primera vez que se enfrentó a la oscuridad y frialdad de la mirada de Omar Vitale la dejó marcada de una manera que no podía explicar del todo. No era solo la forma en que él la observaba, que de por sí era como si pudiera ver más allá de lo evidente, como si pudiera desarmarla con un solo vistazo, había algo en él que le intrigaba. Era la ausencia de todo en sus ojos. Un vacío inquietante, profundo, que no transmitía ni miedo ni desesperación.
Lo que había en su mirada era una calma brutal, una certeza absoluta de su posición en el mundo, algo tan definitivo que nadie más parecía poseer. Ese hombre no solo causaba temor, sino también una extraña y peligrosa intriga.
¿Qué se escondía detrás de esa imperturbabilidad? ¿Era realmente indiferente a su destino, o simplemente era un jugador experto que sabía que nunca debía mostrar sus cartas? Endrys había visto a muchos criminales arrogantes, a hombres desesperados y a otros que fingían un temple que no poseían. Pero Vitale era distinto. No había súplica en su expresión, ni desafío, ni resignación. Solo una presencia imponente que desafiaba la misma idea de vulnerabilidad.
Le costó reconocerlo, pero en lo más profundo, una parte de ella deseaba saber qué lo motivaba, qué fuego, si es que había alguno, que ardía detrás de esa máscara de piedra. No era simple curiosidad. Era una necesidad casi estratégica. Si aceptaba ese caso, tendría que descifrarlo, entender su mente antes de que él pudiera comprender la suya.
Segura de que debía analizar a fondo la decisión que tomaría, Endrys no podía evitar sentirse atrapada en la red de su propia mente. Porque, sea cual fuera la elección, tendría la espada de Damocles suspendida sobre su cabeza, amenazando con atravesar su pecho. Y lo peor de todo, era que quizás esa espada ya había comenzado a caer.
La defensa de Omar Vitale no era un desafío pequeño. Había pasado la noche revisando cada documento, cada testimonio, cada pedazo de evidencia que la fiscalía tenía en su contra. No era un caso sencillo, ni mucho menos seguro, pero tampoco era imposible. Para alguien más, representar a un hombre como él significaba jugar con fuego. Para Endrys, significaba algo más. Un reto. Un nuevo peldaño en su carrera. La oportunidad de demostrar, una vez más, que no había territorio en el que no pudiera moverse con absoluta autoridad.
El despacho estaba en silencio, como si la misma ciudad que se extendía ante sus ojos desde los ventanales de cristal de su oficina estuviera aguardando algo. Su oficina, ubicada en lo alto de un rascacielos en Manhattan, le daba una vista completa de la ciudad, un mar de luces que parecía latir con vida propia, imponente y despiadado. Era todo lo que el mundo de Endrys representaba: poder, control, y, a veces, una amenaza velada.
Cuando el reloj marcó las siete de la mañana, tomó el teléfono y marcó el número que le habían dado. El teléfono sonó solo una vez antes de que una voz masculina, grave y sin rastro de cordialidad, respondiera:
-Navarro.
-Acepto el caso -dijo, sin rodeos.
Un breve silencio se coló al otro lado de la línea, seguido de una risa seca, casi burlona.
-Bienvenida al infierno, abogada.
Colgó sin más. Esa respuesta no produjo gran efecto en ella. No era la primera vez que alguien intentaba intimidarla con advertencias veladas. Sin embargo, cuando se puso de pie para recoger sus cosas e ir a su departamento, una extraña sensación la invadió. Un escalofrío recorrió su espalda, como si una sombra se hubiese deslizado en su oficina sin que ella la viera.
Decidió tomarse la mañana para descansar un par de horas antes de llamar a su madre, a quien tenía abandonada. Lo hizo cerca del mediodía, cuando ella se disponía a almorzar para volver al despacho. Apenas contestó, su madre le dijo, acusadora:
-Pensé que te habías olvidado que tienes madre.
Endrys sintió el remordimiento subirle por la garganta. Sabía que tenía razón. En todo lo que iba del mes, no había ido a visitarla ni le había llamado. El trabajo la consumía, la absorbía por completo, alejándola de todo lo demás. A veces, incluso de su vida personal. Pero, ¿cómo podía esperar tener una vida normal en un mundo como el suyo? En su mundo, para vivir una vida "normal" tendría que blindarse, y Endrys no aceptaba la idea de tener escudos a cada lado. No le gustaba. Prefería vivir bajo perfil.
-Mami, disculpa. No había tenido tiempo. Prometo ir esta semana a cenar con ustedes -le dijo, casi en un tono de súplica.
Aunque no permitía que nadie influyera en su vida, le incomodaba que le hicieran ver que estaba fallando en alguna área importante. Y si bien en su trabajo todo iba como lo había proyectado, su vida familiar era un desastre. La había borrado por completo, casi sin darse cuenta.
-El próximo jueves es el cumpleaños de tu hermanita Erlenis. Tu hermana Elanis te iba a llamar, pero ya que lo hiciste, estás advertida. Debes venir, y ni se te ocurra fallarle. Erlenis tiene toda la ilusión de vernos a todos reunidos -dijo su madre, más como una orden que como una invitación.
-Tranquila, mami, cuenten con mi presencia. Ya le diré a mi secretaria que le compre un regalo inmenso para que no olvide que estuve ahí ese día -prometió.
Luego de hablar con ella durante unos diez minutos, colgó la llamada. Fue en ese momento cuando Ana, su ama de llaves, dejó el plato con el almuerzo frente a ella en la mesa.
-Carol, encárgate de comprar el mejor obsequio para Erlenis. El jueves está de cumpleaños, y si se me olvida, ya sabes lo que me pasará -le dijo a su secretaria apenas entró en su bufete.
Luego se metió de lleno en el trabajo y su primer paso después de aceptar la defensa de Omar Vitale fue reunirse con su gente. Esa misma tarde, recibió una notificación en su teléfono. No era el típico encuentro con clientes millonarios en sus oficinas de vidrio y cuero de primera. No. Esta reunión tuvo lugar esa noche en un club nocturno privado, uno de esos lugares donde el dinero y el peligro convivían sin problemas.
El interior estaba iluminado con luces bajas y un aroma a tabaco y whisky que impregnaba el aire. La música suave competía con el murmullo de las conversaciones. Un hombre corpulento, con cicatrices en los nudillos y una mirada que evaluaba cada movimiento que hacía, la recibió. La condujo a un salón privado donde, para su sorpresa, ya estaba esperando quien parecía ser la mano derecha de Vitale.
-Señorita Navarro -dijo el hombre, inclinando ligeramente la cabeza-. El jefe quería que tuviera acceso a información que el resto de sus abogados nunca obtuvo.
Eso llamó su atención. Endrys cruzó los brazos, evaluando al hombre con la misma desconfianza calculada que usaba en la sala de juicios.
-¿Por qué ahora? -preguntó, cortante-. ¿Por qué yo?
El hombre sonrió, pero sus ojos permanecieron fríos.
-Porque él cree que usted es la única que puede sacarlo de esto. Y porque, aunque no lo admita, le gusta jugar con fuego.
Endrys no respondió. Solo tomó la carpeta que le ofrecía y la abrió. Lo que vio dentro la dejó helada. Fotografías, transcripciones de llamadas interceptadas, documentos que no deberían existir en ningún expediente oficial. Y entre todo eso, una imagen en particular la hizo detenerse: una foto de su padre, tomada hace más de veinte años, estrechando la mano de un hombre que reconoció al instante. El padre de Omar Vitale.
Su garganta se secó. Cerró la carpeta con un chasquido seco.
-¿Qué es esto? -su voz no mostró el torbellino interno que sentía.
-La prueba de que este caso es más personal de lo que pensaba -respondió el hombre.
Un nudo se formó en su estómago, pero no permitió que la inquietud la dominara. Esto no cambiaba nada. O eso quería creer. Miró al hombre con la misma frialdad de siempre y se puso de pie.
-Dígale a su jefe que haré mi trabajo. Pero si intenta manipularme, será su peor error.
El hombre rió suavemente, como si supiera algo que ella no.
-Eso lo veremos, abogada.
Endrys salió de aquel lugar con la carpeta bajo el brazo, pero con algo más en el pecho: la sensación de que acababa de entrar en un laberinto donde cada camino ocultaba un peligro aún mayor que el anterior.