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La prisión de máxima seguridad donde Omar Vitale pasaba sus días era un lugar sombrío, pero eso nunca le había importado. En su mente, ese edificio gris y miserable era solo un campo de entrenamiento, un lugar en el que las reglas del mundo exterior ya no aplicaban. Allí, donde la mayoría de los hombres temblaban y cedían ante la adversidad, él se mantenía impasible, como una roca en medio de un mar de desesperación.
A pesar de estar entre rejas, su mente nunca estuvo más libre, porque, como siempre había dicho, la verdadera prisión no era el lugar donde te encerraban, sino la que te imponían en la mente.
La celda que ocupaba era austera, pero cómoda de alguna manera. Las paredes, de un color gris sucio, reflejaban la frialdad del ambiente. Poseìa un único ventanal, pequeño y lleno de barrotes, daba a un patio polvoriento, pero la visión de las aves que volaban más allá era suficiente para mantener su pensamiento en movimiento. Omar nunca había sido un hombre que se conformara con lo básico; su mente siempre estaba buscando el siguiente movimiento, el siguiente juego.
El hombre que entró en la celda en ese momento lo hizo con la silenciosa precisión de un espectro, sus pasos eran amortiguados por las gruesas paredes de concreto y el eco sordo del pasillo. No hacía falta anunciar su presencia, porque Omar Vitale ya lo reconocía antes incluso de que cruzara la puerta. Marcos, su mano derecha desde que todo había comenzado, era un hombre cuya presencia podía paralizar a cualquiera sin necesidad de levantar un dedo. Su figura alta y robusta era la primera advertencia de su poder: cerca de dos metros de altura, con músculos que no eran solo producto de la genética, sino también de años de disciplina y de trabajos pesados, siempre al lado de Omar, cumpliendo cada orden con una fidelidad y un cuidado extremo.
Marcos tenía el tipo de mirada que desnudaba el alma de cualquiera que se atreviera a mantenerle la vista. Sus ojos oscuros, profundos como pozos, reflejaban el peso de los años que había pasado en el negocio sucio de Omar, y también el vacío de quien ha aprendido a ver más allá de lo superficial. En su rostro, duro como una roca, no había espacio para las emociones superficiales, solo para una frialdad calculada que podía resultar casi aterradora. El contorno de su mandíbula era fuerte, como el de un guerrero, y su piel morena, curtida por el sol de muchas tierras, mostraba una serie de cicatrices que narraban historias que nadie se atrevía a escuchar. No solo su rostro era una muestra de su vida en la oscuridad; sus manos, grandes y firmes, estaban llenas de marcas, algunas de años de lucha, otras de trabajos que no necesitaban ser explicados.
La gente solía llamarlo "el perro guardián". La imagen de un perro que protege con lealtad y ferocidad lo hacía un apodo adecuado para alguien tan eficaz y despiadado. Pero Omar nunca había estado de acuerdo con esa descripción. Para él, Marcos era mucho más que eso. Lo veía como un león guardián: una extensión de su voluntad en el mundo físico, una fuerza bruta que no solo ejecutaba las órdenes, sino que las sentía y las vivía como si fueran suyas. Había algo primitivo en Marcos, algo que hacía pensar a Omar que, si bien su hombre era capaz de arrodillarse ante él, lo haría solo si fuera absolutamente necesario. Esa era la diferencia entre un perro y un león: el león podía ser leal, pero su lealtad no era ciega, sino sabia, calculada.
El vínculo entre ambos era tan estrecho que iba más allá de una relación de jefe y subordinado. Omar lo sabía: en el negocio turbio en el que se movían, la confianza no se ganaba fácilmente, y mucho menos se mantenía a través de palabras vacías. Lo que ellos compartían era una comprensión tácita de la vida y de la muerte, un pacto no dicho entre dos hombres que sabían que, en su mundo, no había lugar para los débiles ni para los que dudaban. No se trataba solo de dinero o poder; era una cuestión de supervivencia. El uno para el otro, en este mundo tan despiadado, representaban lo único en lo que podían confiar.
Las primeras veces que Omar había puesto a Marcos a prueba, fue en las mismas calles llenas de violencia y corrupción en las que él mismo había hecho su nombre. Juntos, habían manipulado mercados, eliminado competidores y corrompido autoridades. No había quien pudiera enfrentarse a ellos, no porque fueran invulnerables, sino porque, a diferencia de otros, siempre jugaban con una ventaja: conocían el juego mejor que nadie. Marcos no solo cumplía con los trabajos más sucios, sino que los hacía con una destreza implacable. Cada golpe, cada movimiento, estaba perfectamente calculado. No había margen para el error.
Y Omar, con su astucia, había aprendido a ver en Marcos algo más que un simple ejecutor. Había aprendido a leer en su mirada, en la manera en que su rostro se endurecía ante la tensión, lo que para otros era un simple instinto primitivo. Para Omar, Marcos representaba un equilibrio. Él controlaba la mente, pero Marcos controlaba el cuerpo. Juntos, eran imbatibles.
-Te estaba esperando -dijo Omar, sin levantar la vista del tablero de ajedrez que tenía frente a él, las piezas en medio de una partida silenciosa con el propio destino.
Marcos cerró la puerta tras de sí, la miró por un instante como si pesara las opciones y luego caminó hacia el banco de madera donde siempre se sentaba. No era necesario hacer preguntas, solo esperar.
-¿Cómo estuvo la reunión con la abogada? -preguntó finalmente Omar, su voz era profunda y calculada, como siempre. No había urgencia en sus palabras, solo una expectativa fría.
Marcos se acomodó en el banco y dejó escapar una risa baja, cruel. Sabía que la conversación de esa mañana no sería como las otras. No esta vez.
-La abogada... Endrys Navarro. -La mención de su nombre parecía hacerle experimentar una leve mueca de desprecio, aunque la verdad era que Marcos siempre disfrutaba haciendo el trabajo sucio. No era algo que Omar necesitara pedirle, lo hacía por su propia naturaleza-. Se mostró dura. Arrogante, incluso. Pero la vi. Puedo decir que tiene algo en su mirada, algo que aún no entiendo del todo. Creo que está acostumbrada a intimidar, pero... esa vez, no pude evitar ver algo que no había visto antes.
Omar lo miró, levantando una ceja, en silencio, dándole espacio a su hombre para que continuara. La incomodidad de Marcos en cuanto a la situación le era evidente, y eso lo divertía. Marcos nunca era tan dubitativo, pero Endrys... había algo en ella que parecía romper la calma del hombre.
-¿Qué viste? -preguntó, ahora sí mirando fijamente a su hombre, con esos ojos azules que siempre parecían escrutar cada rincón del alma ajena.
Marcos apretó los dientes y respiró hondo.
-No sé cómo explicarlo. Cuando se enteró de que todo esto era más personal de lo que pensaba... su rostro cambió. Primero, vi un destello de sorpresa, como si pensara que era una jugada más, algo que podía controlar. Pero luego, cuando vio las fotos de tu padre, se le congeló el rostro. En ese momento, hubo algo en su mirada... Confusión. Miedo, aunque no lo mostró. Solo estuvo un segundo, pero fue suficiente para darme cuenta de que no todo estaba tan claro para ella como creía.
Omar sonrió, un gesto lento, malicioso. Se recostó en su silla de metal, sus ojos nunca perdiendo la intensidad.
-Interesante. -Su voz era baja, pensativa. En su mente, todo comenzó a encajar. La abogada había sido dura, confiada, pero ahora veía una grieta. Y eso le daba poder. Conociendo su naturaleza, él sabía que Endrys no permitiría que esa vulnerabilidad fuera evidente. Pero a Omar le bastaba con saber que había tocado un punto sensible. Eso cambiaría el juego.
-¿Qué opinas de ella? -preguntó Omar, mientras sus dedos jugaban con una de las piezas de ajedrez, moviéndola de un lado a otro como si en ese movimiento pudiera ordenar las piezas del mundo a su gusto.
Marcos frunció el ceño, mirando a su jefe con una mezcla de respeto y algo que bien podría haber sido temor.
-No me gusta que se crea tan segura. Tiene una actitud de superioridad, como si no existiera un hombre en el mundo que pudiera intimidarla. Pero, esa mirada... No me convence. Creo que lo que tiene es arrogancia, pero no es invulnerable. No como lo era su padre. Ella es más de lo que parece. Podría ser un desafío, no lo niego, pero...
Omar levantó la mano, interrumpiéndolo con un gesto, como si ya hubiera hecho los cálculos necesarios en su mente.
-Eso es precisamente lo que la hace interesante. -Una sonrisa sardónica se formó en sus labios-. La arrogancia es solo una fachada. Y la mejor parte es que no tiene ni idea de lo que está por venir. -Lo dijo con una seguridad tan absoluta que incluso el aire en la celda pareció volverse más denso, más peligroso.
Un silencio pesado se instaló entre ambos, mientras Omar pensaba en la próxima jugada. Lo que había comenzado como una simple estrategia para conseguir que Endrys tomara su caso ahora se había convertido en algo mucho más intrincado. No solo debía ganar el caso, debía hacer que ella estuviera de su lado, sin que siquiera lo supiera.
-Debemos seguir observándola, claro, -continuó, con su voz volviendo a ese tono frío y calculado-. Pero también, necesitamos saber qué está tramando. Si cree que porque estoy aquí, en prisión, ha bajado la guardia, está muy equivocada. Yo siempre estoy un paso adelante.
Marcos asintió, con una mirada que denotaba comprensión, pero también una pizca de cautela. Sabía lo que su jefe era capaz de hacer, pero también entendía la magnitud de lo que se estaba jugando.
-Voy a poner a alguien a seguirla. Alguien que no la sospeche. Ella es astuta, pero no está preparada para la clase de juego que estamos a punto de jugar. Lo sabrá cuando sea demasiado tarde.
Omar sonrió, y esta vez la sonrisa fue peligrosa, como un depredador que acaba de hallar su presa. Los ojos azules de Omar brillaron con un destello helado mientras se levantaba de la silla.
-No solo vamos a seguirla. Vamos a hacerla parte de este juego. De su propio juego. -Se levantó de su banco, dio un paso hacia Marcos, y su voz bajó a un susurro cargado de amenaza-. Si se va a convertir en mi peón, que no lo sepa. Vamos a darle las herramientas para que ella misma se convierta en su peor enemiga.
Marcos lo miró fijamente, la comprensión cruzó su rostro mientras asentía.
-¿Y qué pasa con el resto? ¿El enemigo? -preguntó, su voz más grave.
Omar volvió a sonreír, esta vez con una sonrisa completamente diferente. Su mente ya estaba en marcha, moviendo piezas con la misma destreza que alguien jugando ajedrez, sabiendo perfectamente que cada paso que daba los acercaba más a la victoria.
-El enemigo subestima mi posición. Piensan que, porque estoy aquí dentro, pueden relajarse. Que mi influencia se ha desvanecido. Pero, Marcos... eso es precisamente lo que ellos no entienden. -Se acercó más a él, sus palabras llenas de veneno y control-. Esto es solo el comienzo.
Marcos lo observó, y una sombra de admiración se dibujó en su rostro. No había dudas: Omar Vitale nunca había perdido el control. Y este juego, como todos los anteriores, iba a ser suyo.