Capítulo 3 3

El tráfico de la ciudad era un caos cuando Andrés regresó a casa. Había pasado todo el día en reuniones y llamadas interminables, y lo único que quería era una ducha caliente y un poco de silencio. Pero, al abrir la puerta de su apartamento, lo primero que percibió fue un delicioso aroma que provenía de la cocina.

Frunció el ceño. ¿Desde cuándo su casa olía a comida casera?

Dejó su maletín en el recibidor y avanzó con curiosidad. Al llegar a la cocina, se encontró con una escena que nunca habría imaginado en su hogar tan meticulosamente ordenado: Mariana estaba de espaldas a él, cocinando con una soltura natural, mientras Lucas estaba sentado en una silla alta, observándola con atención.

-Y ahora, el toque final... -dijo Mariana, espolvoreando un poco de queso sobre un plato de pasta humeante-. ¿Qué opinas, chef Lucas?

-¡Se ve delicioso! -exclamó el niño emocionado.

Andrés carraspeó, haciéndoles notar su presencia. Mariana se giró con una sonrisa, sin parecer sorprendida.

-Bienvenido, Andrés. Justo a tiempo para la cena.

Él arqueó una ceja y cruzó los brazos.

-No sabía que cocinar estaba dentro de tus responsabilidades.

-Técnicamente no lo está -admitió ella con un encogimiento de hombros-. Pero cuando vi lo que había en la nevera, me di cuenta de que Lucas no tenía muchas opciones saludables. Pensé que un plato casero no haría daño.

Andrés miró a su hijo, quien lo observaba con ojos brillantes, claramente esperando su reacción. Sus planes de encerrarse en su oficina y trabajar hasta la medianoche se tambalearon un poco.

-Espero que te guste la pasta -añadió Mariana, sirviendo otro plato y colocándolo en la mesa.

Andrés dudó. No estaba acostumbrado a este tipo de dinámica. Su cena usual consistía en algo rápido, muchas veces traído por su asistente, y rara vez comía con Lucas porque solía llegar tarde. Pero algo en la escena lo hizo sentir... en casa.

Sin decir nada más, se sentó en la mesa.

Lucas sonrió y Mariana pareció satisfecha mientras servía su propio plato.

-Entonces, dime, Lucas -dijo ella mientras tomaba su tenedor-, ¿cómo le fue a Max en su misión espacial hoy?

Los ojos de Lucas se iluminaron.

-¡Descubrió un planeta nuevo! Es de colores y todo el mundo allí come helado en el desayuno.

Andrés escuchaba la conversación con atención, sorprendiéndose a sí mismo al sonreír. Mariana tenía una habilidad especial para hacer que Lucas se abriera, algo que a él le costaba mucho.

Después de unos minutos, Andrés probó la pasta. Para su sorpresa, estaba deliciosa.

-Esto... está muy bueno -admitió con cautela.

-¿Eso es un cumplido? -bromeó Mariana, arqueando una ceja.

Él sonrió apenas.

-Es una confirmación objetiva de calidad.

Mariana rió y continuaron comiendo en una atmósfera relajada, algo que Andrés no recordaba haber experimentado en mucho tiempo.

Cuando terminaron, Mariana y Lucas comenzaron a recoger los platos mientras Andrés observaba en silencio. Se dio cuenta de lo diferente que se sentía su hogar con Mariana allí. No era solo que se ocupara de Lucas; era la calidez que traía, la facilidad con la que llenaba los espacios vacíos.

Cuando Lucas se fue a dormir, Andrés se quedó en la sala con Mariana.

-Te agradezco lo de la cena -dijo él finalmente-. No era necesario.

-Lo sé -respondió ella, mirándolo con una sonrisa-. Pero a veces lo necesario y lo importante no son lo mismo.

Andrés la observó por un momento, sintiendo que, por primera vez en años, alguien lo veía más allá de su título de CEO o su fachada de hombre inquebrantable.

-Descansa, Andrés -dijo Mariana antes de dirigirse a su habitación.

Él se quedó en la sala un rato más, mirando la mesa vacía, preguntándose por qué esa noche se sentía diferente.

Y por qué, después de tanto tiempo, no le molestaba.

            
            

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