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Los días siguientes trajeron una serie de pequeños cambios en la vida de Andrés Villaverde, cambios que, aunque sutiles, fueron imposibles de ignorar.
Por las mañanas, ya no salía apresurado de casa mientras Lucas desayunaba solo con su niñera. Ahora, al entrar en la cocina, lo recibía el aroma a pan tostado y café recién hecho, y más sorprendente aún, la risa de su hijo.
-¡Papá, mira! -exclamó Lucas un jueves por la mañana, sosteniendo un panqueque con forma de estrella-. Mariana me enseñó a hacerlos así.
Andrés tomó asiento con cautela, observando la escena. Mariana, con el delantal puesto y un mechón de cabello suelto sobre su rostro, le sonrió con esa naturalidad que ya empezaba a resultarle familiar.
-Lucas tiene talento para la cocina -comentó ella mientras servía más panqueques-. En unos años, puede que abra su propio restaurante.
-O una panadería espacial -bromeó Lucas-. Para que los astronautas también tengan desayuno.
Andrés tomó su taza de café y se encontró sonriendo sin darse cuenta.
Era extraño, esta sensación de hogar.
Desde la muerte de su esposa, la casa había sido un espacio funcional, nada más. Pero ahora, con Mariana allí, parecía cobrar vida de nuevo.
Un Encuentro Inesperado
Esa tarde, Andrés salió antes de la oficina para sorprender a Lucas y recogerlo del parque donde Mariana lo había llevado a jugar. No era algo que hiciera a menudo, pero la voz de su hijo por teléfono sonó tan emocionada cuando le contó sobre su día que sintió el impulso de estar allí.
Al llegar, los vio a lo lejos. Lucas corría con otros niños mientras Mariana lo vigilaba desde una banca, con una expresión serena y atenta.
Cuando Andrés se acercó, ella lo notó de inmediato.
-¿Hora de volver? -preguntó con una sonrisa.
-Decidí pasar por aquí antes -admitió él, metiendo las manos en los bolsillos.
Mariana asintió, sin sorpresa.
-Me alegra que lo hayas hecho. Lucas se ha divertido mucho hoy.
Andrés la miró de reojo mientras ambos observaban al niño.
-No sé qué hiciste, pero él está diferente. Más... animado.
Mariana giró el rostro hacia él, y por un instante, Andrés sintió que ella lo analizaba más de lo que debería.
-Solo le di un poco de atención -respondió con simpleza-. A veces, eso es lo único que los niños necesitan.
Andrés no respondió de inmediato. En cambio, siguió observando a su hijo, sintiendo una punzada de culpa por todas las veces en las que había priorizado su empresa por encima de momentos como ese.
Mariana no presionó. En cambio, cambió de tema con su tono ligero de siempre.
-¿Sabes que Lucas dice que eres un "trabajador de la luna"?
Andrés arqueó una ceja.
-¿Cómo?
-Dice que trabajas tanto y llegas tan tarde que seguro tu oficina está en la luna.
Andrés dejó escapar una risa baja y genuina.
-Eso explica muchas cosas.
-Yo le dije que no creo que sea cierto -añadió Mariana con fingida seriedad-. La NASA nunca mencionó que hubieran CEOs en la luna.
Andrés negó con la cabeza, divertido. Por primera vez en mucho tiempo, la conversación con alguien no giraba en torno a contratos, fusiones o negocios.
Era refrescante.
Lucas corrió hacia ellos en ese momento, con la cara llena de sudor y una sonrisa enorme.
-¿Podemos quedarnos un rato más?
Andrés miró su reloj, y en lugar de decir que era tarde, miró a Mariana.
-¿Tienes prisa?
Ella negó con la cabeza.
-No.
Andrés se encogió de hombros y se sentó en la banca.
-Entonces, quédate un poco más, campeón.
La sonrisa de Lucas valió cada segundo extra que pasó en aquel parque.
Y mientras Mariana y él lo observaban jugar, Andrés se dio cuenta de algo.
Estos pequeños momentos con su hijo, esta rutina diferente que Mariana había traído a sus vidas... le gustaban más de lo que estaba dispuesto a admitir.