Capítulo 2 La separación

La luna iluminaba suavemente el salón, mientras Melani sentada en el sofá esperaba que Fernando se calmara. El eco de sus pasos resonaba en el lugar, enmudecido caminaba de un lado a otro. No se atrevía a mirar a la que en ese momento era su mujer.

Melani sintió un nudo en el estómago y tomó valor. Había llegado el momento de revelar una verdad que había mantenido guardada durante algún tiempo.

-Fernando, ¿puedes sentarte? -dijo, haciendo un ademán hacia el sofá. -Tenemos que hablar.

Fernando se sentó frente a ella con una expresión de preocupación marcada en el rostro. Había notado la tensión en la voz de Melani. Su relación siempre había sido armoniosa, superando juntos las dificultades que habían surgido en el pasado. Durante sus tres años de matrimonio, todo parecía marchar bien, pero ahora había algo distinto en la mirada de ella, algo que no podía ignorar.

Melani inspiró profundamente y comenzó a hablar. Lo miró con una mezcla de frustración y tristeza mientras hablaba con voz temblorosa, pero firme:

- "Cuando el incendio estalló de repente en la universidad, quedé atrapada. El humo denso me envolvía, me quemaba la garganta y apenas podía respirar. Sentí que aquel sería mi final. Pero entonces, entre la oscuridad y las llamas, apareció una sombra, una presencia que me devolvió la esperanza. Alguien me rescató.

Me desmayé y, al despertar, estabas a mi lado. Vi las quemaduras en tus manos y, sin dudarlo, creí que tú habías sido mi salvador. Pero no fue así, Fernando. Fue Luis. Y tú nunca me lo dijiste."

El nombre de Luis cayó entre ellos como una losa, pesada e implacable. Su rival. Fernando sintió cómo el aire se volvía denso a su alrededor, como si de repente el incendio del pasado aún ardiera en su pecho. Se quedó inmóvil, con la mirada perdida, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

Luis.

Aquel nombre que nunca había dejado de acecharlo. Había sido el novio de Melani por un tiempo, un episodio que Fernando intentaba ignorar, pero que en el fondo siempre le pesó más de lo que estaba dispuesto a admitir. Nunca expresó en voz alta su inseguridad, pero ahí estaba, latente, como una sombra persistente. Siempre se preguntó si, en lo más profundo del corazón de Melani, aún quedaban rastros de aquel amor. Y ahora, la revelación lo golpeaba con la fuerza de un golpe certero.

-¿Luis? -murmuró .

-Visité a tu prima y estuvimos viendo fotos juntas. Entre ellas, encontré una de aquel día... una imagen de Luis con quemaduras en el brazo. En ese instante, todo cobró sentido. Los recuerdos que parecían difusos regresaron con fuerza, encajando como piezas de un rompecabezas. La duda se convirtió en certeza, así que decidí contactarlo. Cuando hablé con él, no hubo titubeos ni evasivas. Me lo confesó todo.

_¿Cuándo hablaste con él?

_Hace quince días.

Fernando se inclinó hacia adelante, con las manos entrelazadas y los codos apoyados en las rodillas. Su mente daba vueltas, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. La revelación lo dejaba atónito, como si de repente el suelo bajo sus pies hubiera desaparecido.

Había estado tan seguro de que lo sabía todo sobre aquella noche. Creía conocer cada detalle, cada recuerdo grabado en su memoria como una verdad inquebrantable. Pero ahora, esta nueva pieza lo cambiaba todo. Lo que pensaba que era una certeza se desmoronaba frente a él, dejando un vacío que no sabía cómo llenar.

-Melani, ¿por qué no me lo dijiste antes? -preguntó finalmente.

-No podía procesar lo sucedido.

Melani levantó la mirada, luchando con las palabras que venían después. La parte más difícil aún no había sido dicha. Fernando bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de su culpa reflejado en los ojos de Melani. Su voz era baja, cargada de arrepentimiento:

-Siempre me habías gustado... Cuando ocurrió el incendio, yo ayudé a sacar a algunas personas y, por eso, me quemé las manos. Luego vi una ambulancia y ahí estabas tú, inconsciente en una camilla. Fui contigo al hospital, me quedé a tu lado todo el tiempo, esperando que despertaras. Cuando lo hiciste y asumiste que había sido yo quien te rescató... no pude corregirte. Decidí aprovechar la oportunidad porque te amaba, y quería estar contigo.

Las palabras de Fernando no hicieron más que intensificar el dolor de Melani. Se levantó de su asiento y lo enfrentó, sus ojos reflejaban una mezcla de enojo y decepción.

-¿Cómo pudiste mentirme de esa forma? Una relación no puede basarse en mentiras ni engaños, Fernando. ¿Fue esto lo único que me ocultaste?

Fernando tragó saliva, sintiendo cómo su mundo tambaleaba. Sabía a lo que ella se refería. Por un momento, el silencio fue insoportable. Finalmente, levantó la mirada y confesó con voz quebrada:

-No. Hay algo más. Supe que Luis estuvo inconsciente durante días por haber inhalado tanto humo. Cuando empezó a recuperarse, llamó para saber de ti. Respondí el teléfono y le mentí. Le dije que ya tenías novio, que su relación había quedado en el pasado... ¡No podía soportar que estuvieras con otro que no fuera yo! Quería proteger lo que habíamos empezado a construir...

Melani retrocedió, como si las palabras de Fernando la hubieran golpeado físicamente. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero ella no las dejó caer.

-Le negaste la verdad, Fernando. No solo me mentiste a mí, también le arrebataste a Luis la posibilidad de cerrar ese capítulo de su vida con honestidad. ¿Te das cuenta del daño que causaste?

Fernando asintió lentamente, con los hombros caídos, derrotado por la verdad que ahora pesaba sobre ellos.

-Lo sé. Y no puedo disculparme lo suficiente. Cometí un error por miedo, por egoísmo... por amor. Pero estoy dispuesto a hacer lo que sea para arreglar esto, para no perderte.

Melani lo miró fijamente, tratando de descifrar si sus palabras eran sinceras, pero la herida que había dejado esta revelación era profunda.

-No sé si esto se puede arreglar. No después de todo lo que ocultaste.

Fernando permaneció en silencio, sabiendo que cualquier palabra en ese momento sería insuficiente. Melani, con una mezcla de dolor y determinación, se levantó y se dirigió a la habitación.

-Necesito tiempo para pensar -dijo antes de salir, dejando a Fernando solo, sumido en la culpa y el remordimiento.

Melani se despojó del vestido rojo con un movimiento brusco, dejando que la tela resbalara por su cuerpo hasta caer en un montón sobre la cama. Sin detenerse a mirarlo, estiró la mano hacia la silla donde había dejado un pantalón de mezclilla y una blusa holgada, y se los puso rápidamente. Luego, tomó un suéter grueso y se lo envolvió alrededor del cuerpo, como si pudiera protegerse del frío que sentía en el alma más que en la piel.

Con la determinación que había cultivado en los últimos días, se inclinó sobre la maleta gris de ruedas y comenzó a guardar las pocas cosas que aún quedaban en la habitación. Había planeado su partida con cautela desde el momento en que Luis le reveló la verdad. Durante días, había trasladado discretamente la mayoría de sus pertenencias a casa de su amiga Abigail, asegurándose de que Fernando no lo notara. Solo había dejado a la vista aquellas prendas y objetos que él veía a diario, para no levantar sospechas. Ahora, con cada prenda que doblaba y cada accesorio que guardaba, sentía que cerraba un capítulo de su vida.

Se detuvo de repente, con una blusa entre las manos, y se quedó mirando el vacío. Su mente comenzó a llenarse de recuerdos. Tres años de matrimonio desfilaban frente a sus ojos como una película de momentos felices, risas compartidas, abrazos en la madrugada... pero también de mentiras, de silencios pesados, de verdades ocultas. Un nudo se formó en su garganta, y por un instante, el deseo de quedarse la golpeó con fuerza. ¿Realmente quería marcharse? ¿No era más fácil fingir que nada había pasado?

Pero entonces recordó a Luis. Recordó las mentiras. El dolor le atravesó el pecho como un puñal y sintió que le faltaba el aire. Instintivamente, bajó la vista y sus dedos encontraron la pulsera que Fernando le había regalado horas antes. La acarició por un momento, dejando que la culpa y la nostalgia la consumieran. Luego, en un arrebato de rabia y tristeza, se la quitó de la muñeca y la lanzó al suelo.

Respiró hondo y se irguió. Tomó la maleta con decisión y se dirigió hacia la puerta. Antes de cruzarla, se giró una última vez para mirar la habitación. El lugar donde había compartido tantas noches con Fernando. El espacio que había sido su hogar y que, ahora, solo le parecía un sitio extraño, vacío de todo lo que alguna vez la hizo feliz.

Sin más, giró el picaporte y salió, dejando atrás no solo una habitación, sino una vida entera.

Luego de varias horas, Fernando yacía derrotado sobre el mueble, con la espalda hundida en el respaldo y la cabeza inclinada hacia adelante. Sus codos descansaban pesadamente sobre sus muslos, y sus manos entrelazadas colgaban entre sus piernas, como si todo el peso del mundo las arrastrara hacia el suelo. Llevaba la misma camisa blanca que había usado desde la mañana, ahora arrugada y con las mangas arremangadas hasta los codos. Su pantalón oscuro tenía marcas de pliegues tras horas de estar sentado sin moverse, sumido en sus pensamientos.

El silencio de la habitación fue interrumpido por el suave chirrido de una puerta al abrirse. Unos pasos se acercaban, rompiendo la quietud, y aunque no levantó la cabeza de inmediato, supo que el momento que había estado temiendo había llegado.

Incorporándose, exclamó:

-¡Cariño...yo!

Melani arrastraba una maleta, su rostro era serio. Fernando corrió hacia ella, la abrazó con mucha fuerza y le suplicó:

-No te vayas, hablemos...arreglemos esto.

-¡Suéltame, me estás asfixiando!- ella gritaba, mientras forcejeaba.

Fernando sentía que si la soltaba, la perdería para siempre. Ella con voz calmada dijo:

-Fernando, por favor, déjame... entiende, necesito tiempo.

Él poco a poco fue soltándola, ella se dio la vuelta. Avanzó un par de pasos mientras se dirigía a la salida y Fernando la abrazó de espalda tiernamente.

-Te estaré esperando- soltándola lentamente.

Espero unos minutos y la siguió hasta la calle. Observó en la distancia como subía a un taxi.

Al ver el vehículo alejarse, sintió un fuerte dolor en el pecho, lo presionó con una mano y pensó:

"Cuatro años juntos y no pude ganar tu corazón, Melani". Mientras una lágrima descendía por su rostro.

Fernando volvió a la casa con pasos pesados, sintiendo que cada rincón estaba impregnado de la ausencia de Melani. No se detuvo en la sala ni miró a su alrededor. Fue directamente hacia la habitación que habían compartido durante tres años, la misma que ahora se sentía fría y vacía.

Al cruzar la puerta, sus ojos se posaron en la cama. Allí, donde incontables veces habían hecho el amor, donde las risas se mezclaban con susurros en la madrugada, donde se prometieron amor eterno entre sábanas revueltas. Ahora, solo quedaban pliegues vacíos y un silencio sepulcral.

Con el corazón latiéndole en la garganta, se acercó al clóset y lo abrió de golpe. Vacío. Solo quedaban algunas perchas colgando, balanceándose levemente como si también lamentaran la pérdida. Abrió las gavetas una por una, revisando cada compartimento, cada rincón, esperando encontrar un rastro de ella. Pero no había nada. Ni su aroma, ni sus prendas, ni siquiera un pequeño accesorio olvidado.

Entonces, algo captó su atención. Un destello en el suelo, cerca de la cama. Frunció el ceño y se agachó lentamente. Era la pulsera. La misma que le había regalado unas horas antes, cuando aún creía que había esperanza.

La tomó con manos temblorosas y la llevó a su pecho, cerrando los ojos con fuerza. El peso de la realidad cayó sobre él como una ola implacable. Ya no estaba. Se había ido. Y esta vez, no había marcha atrás.

Sus piernas cedieron, y sin fuerzas, se dejó caer al suelo. Se hizo un ovillo, envolviéndose con sus propios brazos como un niño desprotegido. Su respiración se volvió entrecortada hasta que el llanto lo dominó por completo. No era un llanto silencioso ni contenido, sino uno profundo, desgarrador, el llanto de un hombre que acaba de perderlo todo.

            
            

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