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El taxi avanzaba mientras nubes grises comenzaban a cubrir el cielo y grandes gotas golpeaban el vidrio de las ventanas. Se deslizaban con un ritmo hipnótico, como si el cielo decidiera derramar las lágrimas que Melani estaba conteniendo. Su corazón estaba lleno de una mezcla de tristeza, ira y confusión. Abrazaba su abrigo con fuerza contra su cuerpo, intentando conservar algo de calor. Su cabello castaño, empapado por la humedad, se adhería a su rostro pálido y desencajado.
Cuando el trayecto terminó, la lluvia estaba cesando, aunque aún caían pequeñas gotas. El taxi se detuvo frente a un edificio gris donde vivía su amiga Abigail, su confidente, la única persona en quien sabía que podía confiar plenamente. Melani bajó con dificultad, sosteniendo su bolso con manos temblorosas, y caminó apresuradamente hasta la puerta. Su ropa estaba mojada y parte de la blusa se había pegado a su piel, aumentando la sensación de frío. Su respiración era errática cuando golpeó la puerta con fuerza.
Segundos después, la puerta se abrió y Abigail apareció en el umbral, su silueta iluminada por la luz cálida del interior. Vestía un kimono de seda en tonos carmesí con delicados bordados dorados, y su largo cabello negro azabache caía en una trenza perfecta sobre su hombro. Sus ojos rasgados, de un tono oscuro y profundo, se agrandaron con preocupación al ver el estado de su amiga.
-¡Melani! -exclamó Abigail, sin disimular su alarma. Su voz era suave pero firme, con un leve acento que acentuaba su elegancia natural.
Se inclinó ligeramente hacia adelante y tomó a Melani de los brazos con delicadeza, sintiendo lo fría que estaba. Sin esperar respuesta, la atrajo al interior y cerró la puerta tras ella. Melani se desplomó en el sofá de la sala, sin fuerzas para sostenerse en pie.
Abigail, con movimientos rápidos y precisos, se dirigió al baño y regresó con una toalla seca, envolviendo los hombros de Melani. Se arrodilló frente a ella y le apartó con dulzura los mechones mojados del rostro. Su mirada, serena pero inquisitiva, se posó en su amiga.
-Dime qué ha pasado -le pidió con voz baja, pero firme.
Melani cerró los ojos por un instante, tratando de encontrar el valor para hablar. Cuando finalmente lo hizo, su voz era apenas un susurro cargado de angustia.
-Abigail, ¡todo fue una mentira! -susurró con la voz quebrada, cubriéndose el rostro con las manos.
Abigail frunció el ceño y se sentó junto a ella en el sofá, tomándola de las manos con una suavidad reconfortante.
-Explícame todo, Melani. Estoy aquí para ti.
Días atrás, Melani le había confesado que había decidido separarse de Fernando, pero no le dio ninguna explicación. Abigail notó el temblor en su voz y la confusión en su mirada, como si su mente estuviera atrapada en un torbellino de emociones que aún no podía descifrar. No quiso presionarla; en ese momento, lo único que importaba era apoyarla. Le ofreció su casa, le pidió que se mudara con ella y trajera sus cosas. Melani aceptó sin dudarlo. Eran más que amigas, eran hermanas de vida, y Abigail sabía que, cuando estuviera lista, Melani le contaría todo.
Melani tomó aire, tratando de calmarse, aunque las palabras parecían atascadas en su garganta. Finalmente, logró hablar.
-Es Fernando. Él... él se hizo pasar por Luis. Todo este tiempo, ¡todo fue un engaño!
Los ojos de Abigail se agrandaron por la sorpresa. Sus labios se entreabrieron, pero no emitió palabra de inmediato. Su expresión pasó de la incredulidad a la indignación en cuestión de segundos.
-¿Qué quieres decir con que se hizo pasar por Luis? Explícame desde el principio.
Melani respiró profundamente y comenzó a relatar lo sucedido. Su voz temblaba, pero el enojo la impulsaba a continuar.
-Recuerdas el incendio de la universidad. Alguien me ayudó a escapar. En el hospital, cuando abrí los ojos, al único que vi fue a Fernando. Pensé que había conocido a un ángel. ¡Pero todo era una farsa!
Abigail la escuchaba con atención, sin interrumpir, pero su agarre en las manos de Melani se volvió más firme, transmitiéndole seguridad.
-Descubrí la verdad -continuó Melani, apretando los puños-. Fernando admitió que él estaba allí ese día, pero no como un salvador. Fue otra persona quien realmente me ayudó, Luis. ¡Incluso le hizo creer que estábamos juntos como pareja! Él... él manipuló todo para separarme de Luis.
Abigail estaba horrorizada. Se llevó una mano al pecho, tratando de asimilar las palabras de su amiga.
-¿Por qué haría algo tan cruel? -preguntó, intentando entender las motivaciones de Fernando.
Melani sacudió la cabeza, como si estuviera luchando por comprenderlo también.
-No lo sé, Abigail. Dice que estaba enamorado de mí y que no podía soportar la idea de que estuviera con otro. ¡Pero eso no justifica lo que hizo! Jugó con mis emociones, con mi vida. Y ahora... no sé qué hacer.
Abigail la abrazó de nuevo, su mano acariciando con suavidad la espalda de Melani en un intento por calmarla.
-Lo primero que debes hacer es respirar, Melani. Tienes que calmarte para poder pensar con claridad. Esto es muy grave, pero no tienes que enfrentarlo sola. Estoy aquí contigo.
Melani asintió, aunque las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas. Abigail, con su temple sereno y decidido, le transmitía la certeza de que, a pesar del dolor, podría seguir adelante. Aún quedaban muchas preguntas sin respuesta, pero al menos, en ese momento, no estaba sola.
La noche fue un tormento interminable para Melani. Se revolvía en la cama, incapaz de encontrar descanso. Sus ojos ardían de tanto llorar, y su mente no dejaba de reproducir cada mentira, cada engaño que había descubierto. El dolor en su pecho era insoportable, como si algo dentro de ella se hubiera roto sin posibilidad de repararse. Cuando el amanecer asomó por su ventana, no se sintió aliviada; el peso de su angustia seguía ahí, oprimiéndola.
Pasaron dos días en los que apenas comió o habló con alguien, pero finalmente, con el alma aún herida, tomó una decisión. No podía seguir huyendo de la verdad. Con manos temblorosas, marcó el número de Fernando.
El teléfono sonó varias veces antes de que Fernando finalmente contestara. Su voz sonó cautelosa, como si ya esperara lo peor.
-¿Melani...?
-Necesito verte -dijo ella sin rodeos. Su voz era firme, aunque el nudo en su garganta amenazaba con traicionarla.
Hubo un silencio incómodo antes de que él respondiera.
-¿Cuándo?
-Mañana. En el parque cerca de tu casa.
Fernando suspiró al otro lado de la línea.
-Melani, quiero decirte...
-No hay nada más que hablar, Fernando. Solo quiero dejar las cosas claras. ¿Vendrás o no?
Otro silencio. Luego, su respuesta, resignada:
-Estaré allí.
Melani colgó sin despedirse. No quedaban palabras innecesarias entre ellos.
Al día siguiente, Melani acompañada de Abigail se dirigieron a un parque.. La tarde estaba nublada y el viento frío agitaba las hojas secas en el suelo. Melani vestía un suéter beige de lana gruesa, jeans ajustados y botas negras de tacón bajo. Su cabello, suelto y ligeramente revuelto por el viento, enmarcaba su rostro tenso. Caminaba con los hombros rígidos, tratando de controlar los temblores que la traicionaban.
Abigail, siempre impecable y elegante, llevaba un abrigo azul marino ceñido a la cintura, bufanda gris y pantalones oscuros que resaltaban su figura esbelta. Su piel tersa y sus rasgos asiáticos destacaban bajo la luz difusa de la tarde. A pesar de su expresión serena, sus ojos oscuros reflejaban la preocupación que sentía por su amiga. Con un leve apretón en la mano de Melani, intentó transmitirle fuerza.
Cuando llegaron, Fernando estaba allí, apoyado contra el tronco de un árbol alto. Vestía una chaqueta negra de cuero, camiseta gris y jeans oscuros. Sus manos permanecían en los bolsillos, y su postura tensa revelaba la inquietud que trataba de ocultar. Su mirada iba de Melani a Abigail, deteniéndose en la primera con un dejo de ansiedad.
Mientras Melani se acercaba, su expresión se debatía entre la tristeza y la determinación. Sus labios temblaron por un instante antes de apretarlos con fuerza. Fernando, por su parte, tragó saliva y trató de sonreír, pero solo logró un gesto tenso y torpe. Sus profundas ojeras bajo sus ojos eran un reflejo de las largas noches sin descanso, evidenciando el peso de su angustia y desvelo.
-Melani, no esperaba que me llamaras y menos que quisieras verme tan pronto... -comenzó a decir, con un intento de suavidad en la voz.
-Fernando, ¿Cómo pudiste? -Melani lo interrumpió, su tono cargado de dolor y rabia contenida-. ¡Me mentiste todo este tiempo!
Fernando suspiró profundamente, pasando una mano por su cabello oscuro en un gesto de frustración.
-Melani, por favor, déjame explicarte. Todo lo que hice fue porque... porque te quiero.
Melani apretó los puños a los costados y sus ojos se llenaron de lágrimas que se negaban a caer.
-¿Quererme? ¡Esto no es querer! -espetó, dando un paso hacia él. Su voz tembló, pero no por miedo, sino por la intensidad de sus emociones-. Te hiciste pasar por Luis, sabiendo lo importante que era para mí, lo que hizo por mí. Y luego, ¡hasta dijiste que éramos novios! ¡Nunca te di ese derecho!
Fernando bajó la mirada, su mandíbula se tensó. Sus dedos salieron de los bolsillos y se crisparon levemente, como si tratara de aferrarse a algo invisible.
-No sabía cómo acercarme a ti, Melani. Siempre estabas tan lejos, tan enfocada en Luis. Pensé que si creías que yo era el que estuvo allí para ti... podría tener una oportunidad.
Melani se cruzó de brazos y dejó escapar una risa amarga.
-¿Y qué ganaste con todo esto? ¿Crees que una relación basada en mentiras puede significar algo? -Sus ojos brillaban con decepción-. ¡Me traicionaste, Fernando! Me hiciste dudar de mí misma, de mis recuerdos, de todo.
Fernando levantó la mirada, sus ojos oscuros reflejaban una mezcla de culpa y desesperación.
-Tienes razón, Melani. Lo que hice estuvo mal, y no hay excusa para ello. Estaba desesperado. Te amo tanto que no pensé en las consecuencias. Solo quería estar cerca de ti, ser alguien importante en tu vida.
Melani sacudió la cabeza lentamente, su rostro endurecido por la decepción. Abigail, a pocos metros, mantenía una postura alerta, con los labios apretados y los brazos cruzados sobre su pecho. Observaba cada reacción, lista para intervenir si era necesario.
-Fernando, el amor no es egoísta. No se trata de manipular o engañar para conseguir lo que quieres. Lo que hiciste no es amor, es traición.
Fernando cerró los ojos un momento, dejando escapar un suspiro tembloroso. Luego los abrió de nuevo y dio un paso hacia ella, con la esperanza reflejada en su mirada.
-Lo siento. Siento todo el dolor que te causé, Melani. Si pudiera retroceder el tiempo, haría las cosas de otra manera. ¿Puedes perdonarme? Haré lo que me pidas para compensarte.
Melani lo miró fijamente, sus labios entreabiertos en un intento por contener su dolor. Finalmente, tomó aire y, con una voz firme, pronunció las palabras que cambiarían todo.
-No sé si puedo, Fernando. Ahora mismo, todo lo que siento es dolor y decepción... -sus ojos brillaron con determinación- ¡Quiero el divorcio!
Fernando se tambaleó ligeramente, como si esas palabras hubieran sido un golpe directo a su pecho. Su rostro perdió color y sus manos se cerraron en puños involuntarios.
-Entiendo que necesites espacio... -dijo, dando un paso atrás-. Haré lo que sea necesario para enmendar esto, pero el divorcio no... eso no.
Melani apartó la mirada, tratando de recomponerse, mientras las lágrimas amenazaban con caer.
-Eso ya está decidido.
El silencio que siguió fue espeso, cargado de emociones no dichas. Fernando se quedó inmóvil, sin creer lo que acababa de escuchar. Miró a Melani una última vez, como si esperara encontrar en su expresión alguna señal de duda, pero solo encontró determinación.
Sin decir nada más, Fernando se alejó lentamente, con los hombros caídos y la mirada fija en el suelo.
Melani se quedó allí, viendo cómo su figura se perdía entre los árboles. La brisa fresca agitó su cabello, y por un instante, sintió que algo dentro de ella se desmoronaba y se reconstruía al mismo tiempo. Abigail se acercó y la abrazó con fuerza, sin decir nada.
Había cerrado un capítulo doloroso de su vida, pero aún quedaban muchas preguntas sin respuesta.