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Al día siguiente, Melani aún en su pijama de seda negra, se despertó sintiéndose relajada. Revisó su teléfono y vio el mensaje de Fernando. Dudó durante varios minutos antes de decidir que no respondería. No estaba lista para enfrentarlo nuevamente.
En cambio, decidió llamar a Luis. Necesitaba una distracción, algo que le recordara que no todo en su vida estaba envuelto en sombras.
-Hola, Melani -contestó Luis, su voz cálida al otro lado de la línea.
-Hola, Luis. ¿Tienes tiempo hoy? Me encantaría volver a verte.
-Claro, ¿te parece si nos encontramos en el parque cerca de la Universidad? -le propuso.
-Perfecto. Nos vemos allí. -Melani colgó, sintiendo una mezcla de nervios y emoción.
Cuando llegó al parque, Luis ya estaba allí, apoyado contra un árbol, con una sonrisa tranquila que le devolvió la calma. Vestía una camisa azul claro de lino, con las mangas remangadas hasta los codos, dándole un aire relajado pero elegante. Su pantalón beige y sus zapatos marrón oscuro completaban su apariencia impecable, como si cada detalle hubiera sido escogido con naturalidad.
Melani, por su parte, llevaba un vestido blanco de tela ligera, adornado con pequeños detalles florales en tonos pastel. El diseño sencillo pero delicado realzaba su figura, unas sandalias beige con correas finas completaban su atuendo, mientras que su cabello, suelto y ligeramente ondulado, caía sobre sus hombros con naturalidad.
Caminaron juntos por el sendero cubierto de hojas secas, recordando momentos de su tiempo en la universidad y riendo por anécdotas que parecían pertenecer a otra vida.
-Me alegra que nos hayamos encontrado de nuevo -dijo Luis mientras se detenían frente a un estanque.
-A mí también, Luis. Creo que te necesitaba más de lo que me daba cuenta. -Melani lo miró a los ojos, sintiendo una conexión que creía perdida.
Mientras seguían caminando, la conversación fluía con naturalidad, hablaron de sus trabajos, de sus familiares, era como si el tiempo no hubiera pasado entre ellos. El viento mecía suavemente las hojas de los árboles, y el sol de la tarde teñía el cielo con tonos dorados. Luis, con un gesto espontáneo, tomó la mano de Melani, entrelazando sus dedos con los de ella.
Por un instante, Melani se quedó inmóvil. No era la mano de Fernando, la que había sostenido durante cuatro años, la que conocía cada línea y cada cicatriz. Esta era diferente: nueva, desconocida, con un calor que no sabía si le reconfortaba o la inquietaba. Su pecho se llenó de un torbellino de emociones contradictorias.
-¿Estás bien? -preguntó Luis al notar su breve rigidez.
Melani reaccionó, soltando su mano con suavidad y ofreciéndole una sonrisa temblorosa.
-Sí... solo que... -vaciló, sin saber cómo explicar el remolino en su interior- Aún estoy procesando muchas cosas.
Luis asintió con comprensión, metiendo las manos en los bolsillos.
-Lo entiendo. No quiero presionarte, Melani.
Ella le sostuvo la mirada por un momento y, en silencio, agradeció su paciencia. Luego, retomaron la caminata, esta vez sin tocarse, pero con una nueva sensación flotando entre ellos, algo que ninguno de los dos se atrevía aún a nombrar.
Pero en algún lugar cercano, alguien los observaba. Fernando, oculto tras el follaje de los árboles, mantenía la respiración contenida mientras sus ojos seguían cada uno de los movimientos de Melani y Luis. Su mandíbula estaba tensa, y sus manos se cerraban en puños dentro de los bolsillos de su chaqueta negra de cuero, la misma que Melani le había regalado en su segundo aniversario. Llevaba un pantalón oscuro y una camisa negra, pero el frío que sentía no tenía nada que ver con la temperatura de la tarde, sino con la escena que se desplegaba frente a él.
Lo que vio hizo que su corazón se estremeciera. Luis, con un gesto natural, tomó la mano de Melani, aunque fueron unos segundos. Una sensación de impotencia y celos lo invadió. Durante cuatro años, esa mano había sido suya, la había sostenido en los momentos felices y también en los difíciles. Ahora, verla enredada con la de otro hombre era como una puñalada directa al alma.
Los observó caminar juntos, ajenos a su presencia, mientras su mente se llenaba de recuerdos y su corazón latía con furia contenida. Sabía que había perdido a Melani, pero aceptar esa realidad era un tormento que no estaba dispuesto a enfrentar.
Después de un largo paseo por el parque, Luis insistió en llevar a Melani a casa. Subió con ella al auto, encendiendo la radio con una melodía suave que acompañó el trayecto en silencio, pero un silencio cómodo, sin presiones ni expectativas.
Al llegar a su destino, Luis apagó el motor y giró levemente hacia ella.
-Me alegra mucho haber pasado este día contigo, Melani -dijo con una sonrisa sincera.
-A mí también -respondió ella, sintiendo un cálido cosquilleo en el pecho-. Hacía mucho que no me sentía así... relajada, tranquila.
Luis sonrió y, sin pensarlo demasiado, se inclinó hacia ella para desatar el cinturón de seguridad. Sin querer, rozó con sus labios la mejilla de Melani. Este gesto hizo que su corazón diera un pequeño brinco. Un leve rubor subió a su rostro, y apartó la mirada con una sonrisa nerviosa.
-Descansa, Melani -murmuró él antes de apartarse.
-Tú también, Luis. Gracias por todo.
Bajó del auto y caminó hacia su casa, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, había tenido un día verdaderamente alegre.
Mientras tanto, esa noche, Fernando se dejó caer pesadamente en el sofá, con la espalda hundida en los cojines y la cabeza echada hacia atrás, mirando fijamente el techo. Sus piernas estaban ligeramente abiertas, una de sus manos colgaba inerte sobre el reposabrazos, mientras que la otra aferraba con fuerza una botella de whisky a medio consumir. El cristal frío de la botella contrastaba con el ardor de sus emociones, y sus dedos temblaban ligeramente cada vez que la levantaba para dar otro trago.
Llevaba la camisa desabrochada en el cuello y arrugada, como si la hubiera llevado todo el día sin preocuparse por su aspecto. Su pantalón de mezclilla oscuro tenía las rodillas levemente desgastadas, y los zapatos que aún no se había quitado estaban polvorientos, como si hubiera caminado sin rumbo antes de regresar a casa.
La sala, antes ordenada y acogedora, ahora reflejaba el caos de su mente. En la mesa de centro había un par de botellas vacías y un vaso con restos de licor, sucio y olvidado. En el suelo, cerca del sofá, yacían desparramadas algunas fotos de Melani.
La luz tenue de una lámpara en la esquina apenas iluminaba la habitación, proyectando sombras alargadas en las paredes desnudas. El aire olía a alcohol y a la ausencia de Melani. Por más tragos que diera, el vacío seguía allí, más pesado que nunca.
Los recuerdos lo inundaron:
_"¿Cómo llegamos a esto?" murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro quebrado.
Recordaba el día en que se había atrevido a mentir, a manipular la relación de Melani y Luis para acercarse a ella. En aquel entonces, estaba convencido de que lo hacía era lo correcto. Pero ahora sabía que estaba equivocado y estaba pagando su error.
Colocó la botella en la mesa, se levantó tambaleándose y tomó una foto vieja que aún colgaba en la pared. Era de él y Melani en una excursión a la montaña, poco después de que empezaron a salir. Ella sonreía, su cabello alborotado por el viento, y él la abrazaba como si temiera que pudiera desaparecer.
_"Ella era feliz conmigo", pensó, golpeó la mesa con el puño, haciendo caer la botella.
Mientras un dolor repentino y agudo en el estomago lo paralizó, casi al punto de desmayarse. Con las pocas fuerzas que tenía decidió escribirle a Melani, aunque sabía que probablemente lo ignoraría.
Melani se encontraba en su cama, intentando dormir. Fue un día lleno de emociones; reencontrarse con Luis había removido recuerdos que llevaba años enterrados.
De repente, el pequeño resplandor de la pantalla iluminaba la oscuridad. Extendió la mano con pereza hacia la mesita, tomó el teléfono y vio el nombre que apareció en la pantalla: Fernando.
Su corazón dio un vuelo y comenzó a latir fuertemente. Dudó en desbloquear y ver el mensaje. Con un suspiro, deslizó:
"Melani, sé que no merezco decirte esto, pero me siento muy mal. No sé qué hacer. Necesito tu ayuda. Por favor."
Soltó el teléfono, preguntándose si será una treta de Fernando. Luego lo volvió a tomar y lo llamó. Pero él no contestaba. Sintió como si su corazón se encogiera. Se levantó de la cama, se puso una chaqueta ligera y tomó las llaves de su casa. Con el teléfono en la mano, escribió un mensaje antes de salir.
-"Estoy en camino."
Melani llegó a la casa donde alguna vez compartió su vida con Fernando. La noche era fría y silenciosa, y el lugar parecía abandonado, como un reflejo del vacío que ahora sentía su relación. Abrió apresuradamente el portón, el corazón latiéndole con fuerza mientras se acercaba a su antiguo hogar. La puerta principal estaba entreabierta, y un escalofrío recorrió su espalda al notar el detalle. La empujó suavemente y entró.
El interior estaba sumido en penumbra, con un aire denso y cargado de un fuerte olor a alcohol y abandono. Sus ojos recorrieron el lugar, ahora irreconocible. Los muebles estaban cubiertos de polvo, y botellas vacías de licor estaban esparcidas por toda la sala. Su corazón se encogió al pensar en cómo Fernando había estado viviendo. De repente, lo vio.
Fernando estaba desplomado sobre el sofá, pálido y con una expresión vacía. Su cuerpo estaba flácido, y su respiración era apenas perceptible. Melani se acercó rápidamente, arrodillándose junto a él.
-¡Fernando! -exclamó, sacudiéndolo suavemente-. ¡Despierta! ¡Por favor, dime algo!
No hubo respuesta. Sus manos temblaban mientras lo tocaba, notando que su piel estaba fría. Desesperada, buscó su teléfono y marcó a emergencias, tratando de mantener la calma mientras explicaba la situación.
-Por favor, vengan rápido. No responde, pero sigue respirando. Creo que ha bebido demasiado.
El operador le aseguró que una ambulancia estaba en camino, pero esos minutos de espera se sintieron eternos. Dejó caer el teléfono al suelo, se sentó en el sofá y levantó con cuidado la cabeza de Fernando, colocándola sobre sus piernas y comenzó a acariciar su cabello y recorrer su rostro.
-Por favor, tienes que despertar. No puedes rendirte así... ¡No puedes dejarme, esposo!
Su voz estaba cargada de emoción, y mientras hablaba, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Lo abrazó, intentando transmitirle algo de calor, algo de vida.
El sonido de una sirena a lo lejos rompió el silencio de la noche, devolviéndola a la realidad. Se inclinó hacia él una vez más, acariciando suavemente su cabello.
-La ayuda está aquí. Aguanta un poco más, por favor.
Lo acomodó con cuidado sobre el sofá, asegurándose de que estuviera en una posición segura, y corrió hacia la puerta para recibir a los paramédicos.
-¡Aquí! -gritó, agitando los brazos mientras los veía llegar.
Los paramédicos, cargando una camilla y equipo médico, la siguieron al interior del apartamento. Melani se apartó ligeramente mientras ellos comenzaban a revisar a Fernando.
-Está inconsciente, pero tiene pulso -informó uno de los paramédicos a su compañero mientras le colocaban un oxímetro y revisaban sus signos vitales-. Hay un fuerte olor a alcohol.
Melani los observaba trabajar, incapaz de apartar los ojos de Fernando. Su mente estaba llena de pensamientos encontrados: preocupación, tristeza, pero también un sentimiento profundo de impotencia.
Cuando los paramédicos lo levantaron y lo colocaron en la camilla, ella no dudó en seguirlos.
-Voy con él, soy su esposa -dijo con firmeza.
-De acuerdo -respondió uno de los paramédicos, permitiéndole subir a la ambulancia.
Durante el trayecto al hospital, Melani se sentó junto a la camilla, sosteniendo la mano de Fernando con fuerza. Su mente se llenaba de recuerdos de lo que alguna vez fueron, de los momentos felices que compartieron, y de cómo todo se había deteriorado.
-Tienes que despertar. Esto no puede ser el final. Por favor, lucha...
El sonido constante del monitor cardíaco la mantenía al borde del pánico. Cada pitido era un recordatorio de que aún estaba vivo, pero también de lo frágil que era su situación.
Cuando llegaron al hospital, lo llevaron rápidamente a emergencias. Melani se quedó en la sala de espera, sola, abrazándose a sí misma mientras intentaba calmar sus nervios.
-Por favor, despierta... esposo -susurró una vez más, como si aún pudiera escucharlo.