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Melani sintió cómo su corazón se aceleraba al ver, a lo lejos, la silueta de un hombre que le resultaba inconfundible. Su cabello corto y rubio, ligeramente despeinado, le otorgaba un aire relajado y natural, como si el viento hubiera jugado con él momentos antes. Vestía una camiseta blanca, simple pero elegante, acompañada de una chaqueta larga del mismo tono que le daba un porte sofisticado. Su pantalón azul claro complementaba su estilo desenfadado pero pulcro.
Ella, por su parte, llevaba un delicado vestido floreado en tonos rosados que se mecía suavemente con la brisa, resaltando su silueta con gracia. Unos zapatos beige completaban su atuendo, dándole un toque de elegancia sutil. Sus ojos brillaban con emoción mientras acortaba la distancia entre ambos, sintiendo cómo la alegría le llenaba el pecho.
Era Luis, de pie frente a ella, con la misma presencia que Melani recordaba tan bien. Habían pasado un par de meses desde su última conversación, pero en su mirada azul seguía brillando aquella calidez inconfundible, reflejando serenidad y confianza. Su expresión era tranquila, pero en sus ojos se asomaba una leve sorpresa, como si no esperara verla allí.
El destino, caprichoso como siempre, había decidido reunirlos nuevamente en una exposición de arte en la ciudad. El ambiente estaba impregnado del aroma a óleo y lienzos recién pintados, mientras el murmullo de los visitantes llenaba la sala con un fondo discreto. Por un instante, ambos se quedaron inmóviles, observándose como si el tiempo hubiera retrocedido al día en que se conocieron en la entrada de la facultad.
La misma sensación de asombro los envolvía, como si el universo les estuviera dando una segunda oportunidad.
-¿Melani? -preguntó Luis, con alegría en su voz.
-Sí -respondía ella, esbozando una sonrisa nostálgica-. ¡Cuánto tiempo ha pasado!
Ambos rieron nerviosamente y decidieron sentarse en un café cercano para ponerse al día. Mientras bebían sus tazas de té, los recuerdos comenzaron a fluir como un torrente imparable.
_La última vez que nos vimos, fue muy rápido. Solamente me hiciste varias preguntas y te marchaste.
_ Lo siento, si fui brusca en esa ocasión. Quedé un poco consternada.
_ Y... ¿Qué sucedió entre Fernando y tú? _ preguntó con un poco de timidez y nerviosismo.
_ Estamos separados, necesito un tiempo para organizar mis ideas y sentimientos.
Luis esbozó una pequeña sonrisa y sus ojos se iluminaron. Recobrando la esperanza que había perdido hacer cuatro años atrás.
El destino había decidido reunirlos nuevamente, esta vez en una exposición de arte en la ciudad. La sorpresa en sus rostros era evidente, como si por un instante el reloj retrocediera hasta aquel primer encuentro en la entrada de la facultad.
-Recuerdo la primera vez que te vi -dijo Melani con una sonrisa nostálgica-. Estabas en la entrada de la Facultad, tratando de equilibrar una pila de bocetos y libros.
Luis sonrió y, casi de manera inconsciente, inclinó ligeramente la cabeza.
-Y tú estabas corriendo porque llegabas tarde a clase. Chocaste conmigo y casi pierdo todos mis bocetos.
Ambos rieron al recordar aquel encuentro caótico pero significativo. Luis estudiaba Diseño, mientras que Melani se especializaba en Artes. A pesar de estar en diferentes disciplinas, habían coincidido en una clase optativa de Historia del Arte.
-Nunca olvidaré cómo llegaste tarde a esa clase también -bromeó Luis, con un brillo divertido en los ojos-. Y cómo te sentaste junto a mí porque no quedaban otros asientos.
-¡Fue tu culpa! -protestó ella, sonriendo-. Tu mochila ocupaba todo el asiento, y cuando me disculpé, me miraste como si fuera una intrusa.
Luis rio con suavidad, recordando la escena.
-Lo siento, no estaba acostumbrado a compartir mi espacio.
Poco a poco, su amistad había crecido de manera natural, como si el destino se empeñara en que sus caminos se cruzaran constantemente. En los almuerzos grupales después de clases, solían terminar sentados uno junto al otro en la mesa de la cafetería universitaria. Melani siempre pedía su café con leche bien caliente y una porción de pastel, mientras que Luis optaba por un té helado y un croissant. A veces, sin darse cuenta, terminaban intercambiando sus bebidas en medio de las conversaciones animadas sobre arte y diseño.
Otro de sus encuentros más memorables ocurrió en un restaurante de comida asiática donde el grupo decidió cenar después de una jornada de estudios. Luis, siempre curioso, se atrevió a probar un plato picante sin medir las consecuencias, y terminó con los ojos llorosos y pidiendo desesperadamente agua. Melani, entre risas, le ofreció su propio vaso y, desde entonces, no dejaba pasar la oportunidad de recordarle aquel incidente cada vez que salían a comer juntos.
Cada una de estas vivencias fue tejiendo un lazo especial entre ellos, un vínculo que, sin que lo notaran en ese momento, se estaba convirtiendo en algo más profundo.
-Recuerdo cómo me ayudaste con aquel proyecto de diseño -dijo Luis con gratitud-. No habría podido terminarlo sin tus consejos sobre colores.
-¡Fue divertido! -respondió Melani, sus ojos brillando con el recuerdo-. Aunque también recuerdo cómo me hiciste un boceto improvisado para mi pintura. Fuiste muy detallista.
Luis sonrió, inclinando levemente la cabeza mientras sus dedos dibujaban círculos sobre la mesa, como si en su mente aún estuviera trazando aquel boceto.
-Quería que quedara perfecto para ti -confesó, mirándola con ternura.
Melani sintió un leve rubor subir a sus mejillas, recordando la noche en que él le entregó aquel boceto. Habían estado en la biblioteca, rodeados de libros y papeles, con el reloj marcando casi la medianoche. Todos los demás se habían marchado, pero ellos seguían allí, absortos en su trabajo.
-Te has esforzado demasiado hoy -había dicho Luis en aquel entonces, dejando su lápiz sobre la mesa y estirando los brazos-. Creo que mereces un descanso.
-Aún me falta perfeccionar esta parte -respondió Melani, señalando su pintura inacabada.
Luis sonrió con picardía, sacó su libreta de bocetos y, sin decir nada, comenzó a trazar líneas con precisión. Melani lo observó fascinada, viendo cómo, en cuestión de minutos, él lograba capturar la esencia de su idea en un simple dibujo.
-Aquí tienes -susurró, girando la libreta hacia ella.
Melani tomó el boceto con delicadeza, impresionada por la precisión y el cariño en cada trazo. Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Luis, tan cercanos, tan llenos de calidez.
El silencio entre ellos se volvió denso, cargado de una emoción que ambos habían ignorado hasta ese momento. Luis tragó saliva, su respiración se tornó más pausada, y sin apartar la vista de ella, se inclinó lentamente.
Melani sintió su corazón latir con fuerza, pero no se alejó. En cambio, cerró los ojos cuando los labios de Luis rozaron suavemente los suyos. Fue un beso tímido al principio, como si ninguno quisiera romper la magia del momento. Pero luego, con una dulzura cautivadora, Luis profundizó el beso, dejando que la calidez de sus sentimientos se reflejara en cada roce.
Cuando se separaron, Melani abrió los ojos, encontrando la mirada de Luis brillando con la misma emoción que sentía en su pecho.
-Creo que esto también era parte del proyecto -bromeó él, con una sonrisa traviesa.
Melani rio suavemente, aún sintiendo el cosquilleo en sus labios.
Aquella noche, entre bocetos y confesiones silenciosas, supieron que ya nada volvería a ser igual.
Con el tiempo, su relación evolucionó. Luis finalmente reunió el valor para confesar sus sentimientos. La llevó a uno de los jardines que rodeaba la universidad y, bajo la sombra de un árbol, le pidió que fuera su novia.
-Ese día estaba tan nervioso -admitió Luis, riendo-. Tenía miedo de que dijeras que no.
-¿Decir que no? ¡Nunca! -exclamó Melani con emoción-. Fui la persona más feliz del mundo.
Pasaron seis meses inolvidables juntos. Después de clases, iban a comer helado y hablaban durante horas sobre sus sueños y planes para el futuro. Querían viajar juntos, abrir un estudio de Arte y Diseño, y construir una vida llena de creatividad y amor.
Melani sintió un leve cosquilleo en el pecho al escuchar esas palabras. Su corazón latía más rápido de lo que le hubiera gustado admitir. ¿Realmente el tiempo había cambiado algo entre ellos? ¿O solo les había dado una pausa antes de reencontrarse?
Pero no todo fue perfecto. Elizabet, la prima de Fernando, comenzó a acercarse a Luis de una manera que hizo que Melani se sintiera incomoda.
-¿Recuerdas a Elizabet? -preguntó Melani, con un toque de amargura en su voz.
Luis asintió, su expresión ensombreciéndose.
-Sí. Nunca entendí por qué se empeñaba tanto en estar cerca de mí. Yo intenté mantener las cosas claras, pero parece que solo complicó todo entre nosotros.
-Fue difícil -admitió Melani-. Comencé a sentir que no confiabas en mí, y yo también me volví insegura. Las discusiones se hicieron más frecuentes.
Luis tomó un sorbo de su té, reflexionando.
-Lo peor fue aquella pelea, días antes del incendio. Dijimos cosas que nunca debimos decirnos.
Melani asintió, sus ojos llenos de tristeza.
-Y después vino el incendio. Todo cambió tan rápido. Apenas pude procesar lo que había pasado.
Ambos quedaron en silencio por un momento, dejando que los recuerdos se asentaran. Finalmente, Melani suspiró.
-A pesar de todo, siempre atesoraré los buenos momentos que compartimos. Me enseñaste a ver el mundo de una manera diferente, Luis.
-Y tú me enseñaste a valorar las pequeñas cosas -respondió él, sonriendo suavemente-. Lamento mucho todo lo que salió mal entre nosotros.
-Yo también lo lamento -dijo Melani, con un nudo en la garganta-. Pero quizá este reencuentro sea una oportunidad para cerrar ese capítulo de nuestras vidas de una buena manera.
Luis asintió.
-Tal vez. Pero también podría ser el comienzo de algo nuevo, ¿no crees?
Melani lo miró fijamente, viendo en sus ojos la misma chispa que había visto años atrás. Aunque no estaba segura de lo que el futuro les depararía.
El tiempo transcurrió sin que se dieran cuenta; las horas se deslizaron entre risas y conversaciones profundas. Cuando finalmente decidieron marcharse, él se ofreció a llevarla a casa. Sin embargo, Melani le pidió que la dejara unas cuadras antes; necesitaba caminar, despejar su mente y prolongar un poco más la sensación de aquella noche especial.
Cuando llegó a casa de Abigail, cerró la puerta con un leve temblor en las manos. Su corazón todavía latía acelerado después de la sensación incómoda de ser seguida. Aunque no vio a nadie al voltear, el malestar no se disipaba. Se dejó caer en el sofá y miró a su amiga, quien la esperaba con una taza de té.
_¿Qué te sucede?_ preguntó Abigail.
-Me asusté. No pude evitar sentir que alguien estaba detrás de mí, apresuré el paso, incluso tomé un desvío por una calle concurrida.
Abigail frunció el ceño mientras se sentaba frente a ella.
-No puedes seguir ignorando esto, Melani. No es la primera vez que sucede. Es necesario tomar precauciones. Tal vez deberías hablar con la policía.
-No estoy segura si sería de ayuda. No tengo pruebas, solo un presentimiento -Melani se llevó una mano a la frente, tratando de calmarse. Luego, con una ligera sonrisa, añadió- Pero, al menos, algo bueno pasó hoy.
Abigail arqueó una ceja, y preguntó:
-¿Luis? ¿El Luis?
Melani frunció el ceño.
-Si.
Abigail tomó un sorbo de té.
-Me alegro.
Melani comenzó a narrarle a su amiga lo bien que lo pasó con Luis.
Mientras tanto, Fernando estaba en su apartamento, rodeado de botellas vacías y con la cabeza apoyada contra la pared. Había salido en algún momento de la noche, incapaz de soportar los pensamientos que lo atormentaban, pero al final regresó sin rumbo y sin respuestas.
Su teléfono vibró en el suelo, iluminando la habitación. Era un mensaje de Elizabet:
"Fernando, ¿Qué estás haciendo? Te estás hundiendo. Esto no va a hacer que Melani vuelva contigo."
Fernando soltó una risa amarga al leer el mensaje. Elizabet tenía razón, pero eso no lo hacía sentir mejor. Sabía que había cometido errores, errores que ahora parecían insalvables. Había pensado que su plan funcionaría, que alejando a Melani de Luis, lo acercaría a ella. Pero todo se había desmoronado.
Decidió enviarle un mensaje a Melani, aunque sabía que probablemente no lo leería.
"Melani, necesito hablar contigo. Por favor, dame una oportunidad..."
Envió el mensaje y dejó caer el teléfono al suelo, cerrando los ojos con fuerza mientras trataba de ignorar el peso de la culpa que lo aplastaba.