La rosa y el asesino
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Capítulo 4 4

Valeria no durmió una sola hora esa noche. Cada vez que sus ojos se cerraban, una imagen de la masacre en el evento de caridad aparecía ante ella. Los disparos, los gritos, el sonido de los cristales rompiéndose, y luego... el rostro de Alexander. Esa imagen era la única que parecía clara entre las sombras de su mente.

Había algo perturbador en él. Algo que no terminaba de encajar. Había salvado su vida, sí, pero la manera en que lo había hecho, como si fuera una rutina, como si fuera un hombre acostumbrado a hacer mucho más que solo proteger, le ponía los pelos de punta.

De alguna manera, lo sabía. La gente como él no salvaba vidas sin tener algo que ganar. Y sin embargo, ahí estaba él, dormido en la habitación contigua, aparentemente indiferente a todo lo que estaba en juego. O tal vez lo que lo mantenía tranquilo era saber que, mientras estuviera con ella, no tendría que preocuparse por nada más.

Las primeras luces del amanecer empezaron a filtrarse por las rendijas de la ventana cuando finalmente, agotada por la tensión y el cansancio, Valeria se levantó. Caminó sigilosamente hacia la ventana y, al asomarse, vio el mundo de París despertar a lo lejos. La ciudad continuaba con su ritmo, ajena al caos que la rodeaba esa noche.

Pero algo la detuvo. Desde la esquina de la calle, un coche negro había estacionado, y dos figuras de pie vigilaban la entrada del edificio. No podía ver sus rostros, pero podía sentir la amenaza en el aire.

-¿Crees que no me daría cuenta?

Valeria se giró rápidamente, encontrándose con los ojos de Alexander, que ya estaba de pie, con el rostro impasible.

-¿Qué...? ¿Quiénes son ellos? -preguntó, su voz temblorosa.

Él se acercó lentamente, sus pasos firmes, y miró a través de la ventana.

-Son los que intentaron matarte. El hombre que los dirige no es alguien con quien quieras tratar. Pero no te preocupes, no tienen idea de que estamos aquí.

-¿Y qué vamos a hacer?

Alexander la observó unos segundos, y luego, con una frialdad desconcertante, comenzó a preparar su equipo. Se acercó a la mesa donde había dejado un conjunto de armas y herramientas, y comenzó a organizarlas con precisión.

-Lo primero es que tienes que entender algo. Esta es una guerra que no eliges, pero en la que no puedes quedarte atrás. Ellos saben más de ti de lo que piensas. Están siguiendo cada uno de tus movimientos desde hace semanas. Y si no actuamos rápido, no solo te atraparán, sino que te destruirán.

-¿Destruirme? -preguntó Valeria, sin poder ocultar la incredulidad en su voz.

-Destruirte. Tu vida, tu reputación, todo. Estás metida en algo mucho más grande de lo que crees. Ese artículo que publicaste no solo tocó la corrupción dentro del gobierno, tocó algo mucho más oscuro, algo que la gente en el poder prefiere mantener oculto. Y ahora ellos te ven como una amenaza.

Valeria sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones. La idea de que su vida pudiera ser destruida por algo tan insignificante como un artículo la aterraba.

-¿Qué quieres decir con "algo más oscuro"?

Pero Alexander no le respondió de inmediato. Se acercó a ella y le puso una mano en el hombro, una acción que, aunque parecía tranquilizadora, solo sirvió para aumentar la tensión en el aire.

-Eso, Valeria, es algo que no puedo explicarte aún. Pero lo haré, te lo prometo. Solo confía en mí lo suficiente como para salir de aquí con vida.

La mirada en sus ojos era intensa, casi desesperada. Como si él también supiera que el tiempo se les estaba agotando.

-¿Dónde vamos? -preguntó Valeria, sintiendo una mezcla de desconfianza y necesidad de escapar.

Alexander hizo una pausa y la miró por unos segundos, como si se estuviera preguntando si debía decirle la verdad o seguir ocultándosela. Al final, simplemente le dio la respuesta.

-A un lugar seguro. Un lugar donde podamos planear nuestro siguiente movimiento. Pero primero tenemos que salir de la ciudad, y rápido.

Valeria asintió, a pesar de las mil dudas que seguían cruzando su mente. No tenía más opción. No podía quedarse allí, donde sus perseguidores ya sabían dónde encontrarla.

-¿Y si me quedo aquí? -preguntó, con una mirada desafiante.

-Entonces ellos vendrán a ti. Y no habrá forma de salvarte. -Alexander la observó por un momento más-. Si eliges quedarte, solo te quedarás con un cadáver. El tuyo.

Valeria tragó saliva, sintiendo el peso de sus palabras. No había marcha atrás. Si quería seguir viva, tendría que ir con él.

Se acercó a la mesa y recogió su chaqueta. La colocó sobre sus hombros, sintiendo el frío en la piel. Alexander se giró hacia ella, listo para partir.

-Vamos. Y, por favor, no hables ni preguntes más. Solo sigue mis instrucciones.

Sin más palabras, ambos salieron del departamento, bajando las escaleras con cautela. La ciudad aún estaba en silencio, como si el día esperara el próximo movimiento. Pero Valeria sabía que, fuera lo que fuera, nada volvería a ser igual. Su vida, hasta ahora tranquila y ordenada, se había desmoronado en cuestión de horas.

El coche negro seguía ahí. Pero en ese momento, no estaba sola. Ahora tenía un aliado, aunque no pudiera confiar completamente en él. Y esa, quizás, era la única verdad que podía sostenerse en medio de las sombras.

            
            

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