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La radio en la casa de Karl seguía funcionando con estática.
Desde hacía días, la señal de la emisora local era inestable. Su padre decía que solo era una falla en la antena, pero Karl sabía que era otra cosa.
Mö Wara ya no era seguro.
Terminó de empacar su mochila con movimientos rápidos. Ropa sencilla, un par de latas de comida y una navaja que su tío le había dado cuando cumplió quince años.
No podía llevar más. Tenía que viajar ligero.
Pero cuando salió de su casa, Rayo ya lo estaba esperando.
-Si vas a la ciudad, voy contigo -dijo su amigo, cruzado de brazos.
Karl no respondió. Sabía que no había manera de disuadirlo.
Suspiró y asintió.
-Pero tienes que hacer lo que yo diga.
Rayo sonrió.
-Siempre lo hago.
Karl sabía que no era cierto.
Salieron de Mö Wara antes del amanecer.
Las motos de los cazadores se escuchaban a lo lejos, rugiendo en la selva. Sabían que si los atrapaban, no habría segundas oportunidades.
El primer tramo del viaje fue a pie.
Cruzaron el río en una canoa vieja que Karl había escondido años atrás. El agua era oscura y tranquila, pero cada vez que el viento soplaba, se escuchaban disparos en la distancia.
-¿Crees que sigan cazando? -preguntó Rayo en voz baja.
Karl apretó los dientes.
-Ya no están cazando aves.
Rayo tragó saliva.
A medio día, llegaron a las vías del tren.
El ferrocarril había sido la gran promesa del gobierno en los años 70, pero el proyecto se quedó a medias.
Los trenes aún pasaban, pero solo unos pocos. El resto de las vías estaban cubiertas por el óxido y la maleza.
-Podemos seguir las vías hasta la ciudad -dijo Karl, revisando el viejo mapa que su padre le había dado.
-¿Y si nos encuentran aquí? -preguntó Rayo.
Karl guardó el mapa.
-Los cazadores no usan el tren.
No tenían elección. El camino principal estaba vigilado.
Caminaron sobre las vías por horas. El calor tropical era insoportable, y Karl sentía el sudor pegajoso en su espalda.
Los postes de telégrafo viejos aún seguían en pie, pero los cables habían sido cortados hace años.
Cuando el sol comenzó a bajar, escucharon un silbido en la distancia.
-¿Es un tren? -preguntó Rayo.
Karl sintió cómo su corazón se aceleraba.
-¡Corre!
El metal bajo sus pies vibró.
Se apartaron de las vías justo antes de que una locomotora negra pasara rugiendo a toda velocidad.
Rayo se tiró al suelo, cubriéndose la cabeza.
Karl, en cambio, se fijó en los vagones.
No llevaban pasajeros.
Eran vagones de carga, con símbolos gubernamentales en los costados.
Y en el último vagón, había hombres armados.
Karl sintió un escalofrío.
La ciudad estaba enviando algo importante.
Y él tenía que averiguar qué era.
Caminaban entre los arbustos, siguiendo la carretera de lejos, cuando vieron el primer puesto de control.
Era un pequeño cuartel de concreto con una bandera roja en la entrada.
Un viejo televisor en la garita mostraba un noticiero en blanco y negro.
Karl y Rayo se escondieron detrás de un árbol.
-Si seguimos por aquí, nos atraparán -susurró Rayo.
Karl miró alrededor.
A un lado de la carretera, había una camioneta con una lona cubriendo la carga.
Si lograban subir sin ser vistos...
Karl tomó una decisión.
-Vamos.
Rayo no discutió.
Esperaron el momento exacto y, cuando los soldados miraban hacia otro lado, se deslizaron debajo de la lona.
La camioneta arrancó minutos después.
Karl sintió cómo su corazón latía con fuerza.
Habían cruzado el primer obstáculo.
Pero la ciudad aún los esperaba.
La camioneta se detuvo en las afueras de la ciudad. Karl y Rayo se bajaron rápido, mezclándose con la gente.
La ciudad era una mezcla de edificios viejos y carteles propagandísticos.
Un anuncio en la pared mostraba el rostro del líder del gobierno con la frase:
"ORDEN Y PROGRESO: EL FUTURO ES HOY"
Rayo lo miró con cara de disgusto.
-¿Cómo puede la gente vivir aquí?
Karl no tenía respuesta.
Dobló una esquina y, sin querer, chocó contra alguien.
La persona tropezó y él la sostuvo antes de que cayera.
Cuando levantó la vista, vio a la chica más hermosa que había visto en su vida.
Su cabello negro caía en ondas suaves, sus ojos eran de un verde imposible. Su ropa era modesta pero limpia, sin rastros de la suciedad de la ciudad.
Karl sintió algo extraño. Ella no pertenecía a este lugar.
-Lo siento -dijo rápidamente.
La chica le sonrió.
-No fue nada -respondió con voz tranquila.
Rayo la miró con la boca abierta.
Pero antes de que Karl pudiera decir algo más, un vehículo negro apareció al final de la calle.
Un hombre con uniforme salió y la llamó por su nombre.
Karl no lo escuchó bien.
Pero vio cómo la expresión de la chica cambiaba.
Antes de alejarse, ella sacó algo de su bolsillo y se lo puso en la mano.
Era una moneda.
-Ten cuidado -susurró.
Se dio la vuelta y desapareció en el vehículo
Karl la observó irse, sin entender lo que acababa de pasar.
Miró la moneda. No era una cualquiera.
Era una de las monedas del gobierno.
Pero tenía un pequeño símbolo grabado a mano en el reverso.
Karl sintió un escalofrío.
Esta chica no era lo que parecía.
La habitación era fría y tenía un olor a humedad y papel viejo.
Karl estaba sentado en una esquina, observando a las personas que los rodeaban.
Rayo se mantenía tenso, con el ceño fruncido.
Liss, la chica de la moneda, seguía de pie, estudiándolos con una expresión enigmática.
Ivann, el hombre alto, se acomodó contra la pared y encendió un cigarro.
-Deben estar preguntándose por qué están aquí -dijo con voz tranquila-. No se preocupen. Nosotros también nos lo preguntamos.
Karl entrecerró los ojos.
-Zarek nos trajo.
Ivann sonrió de lado.
-Zarek ha aprendido a moverse entre dos mundos. Y quiere que ustedes aprendan también.
Karl miró a su viejo amigo.
-¿Es cierto eso?
Zarek suspiró y pasó una mano por su cabello.
-No es tan simple, Karl.
Karl cruzó los brazos.
-Explícalo, entonces.
Zarek lo miró fijamente. Y entonces, comenzó su historia.
El otro lado de la ciudad
Tres años atrás, cuando Zarek llegó a la ciudad, pensó que todo sería más fácil.
El Instituto de Comunicación y Estrategia Nacional era imponente, Tenía altos muros de piedra, ventanas largas y una arquitectura sobria.
La mayoría de los estudiantes venían de familias influyentes.
Zarek era diferente.
Él venía de Mö Wara. Un lugar que la mayoría solo conocía en los mapas de la escuela.
Los primeros meses fueron difíciles.
No tenía dinero, no tenía conocidos, y tenía que aprender rápido.
Pero aprendió a observar.
Aprendió a escuchar.
Y, sobre todo, aprendió a callar.
En el ICEN había dos tipos de estudiantes:Los que creían en el sistema y los que querían usar el sistema en su beneficio.
Los primeros querían ser voceros del gobierno, periodistas oficiales, estrategas de propaganda.
Los segundos jugaban con las reglas del juego, pero a su manera.
Zarek no sabía a qué grupo pertenecía.
Hasta que recibió su primera moneda.
Zarek estaba en la biblioteca del ICEN cuando encontró la moneda entre las páginas de un libro.
Era idéntica a la que Karl tenía ahora.
Un símbolo grabado a mano. Una invitación.
Al día siguiente, recibió una nota anónima en su escritorio:
"Ven al salón 42 después de la última clase."
Cuando fue, encontró a un grupo de estudiantes mayores, reunidos en círculo.
-Así que este es el chico de Mö Wara -dijo uno de ellos, un tipo con traje y cabello bien peinado.
Zarek no entendía nada.
-¿Quiénes son ustedes?
-Somos los que realmente decidimos qué se dice y qué no en este país -respondió el hombre.
Zarek supo en ese momento que estaba entrando en un mundo del que sería difícil salir.
Pero también entendió algo importante.
Si quería sobrevivir en la ciudad, tenía que aprender su lenguaje.
Karl procesaba todo lo que Zarek había dicho.
-Así que te metiste en este juego.
Zarek asintió.
-No tuve opción.
Karl apretó los dientes.
-Siempre hay opción.
Zarek lo miró con una mezcla de cansancio y lástima.
-Karl, tú no entiendes cómo funciona esta ciudad.
Karl se cruzó de brazos.
-Explícamelo.
Liss intervino.
-Todo es información, Karl. Las historias que se cuentan, las que se ocultan.
Ivann exhaló el humo de su cigarro.
-Nosotros estamos aquí porque queremos contar nuestra propia versión.
Karl miró a su alrededor.
-¿Y qué quieren de mí?
Hubo silencio.
Finalmente, Zarek habló.
-Quiero que aprendas a jugar el juego.
Karl frunció el ceño.
-¿Y si no quiero jugar?
Zarek sonrió con tristeza.
-Ya estás jugando, Karl. Desde el momento en que recibiste la moneda.
Karl sintió un escalofrío.
Porque sabía que Zarek tenía razón.
Y también sabía que ya no había marcha atrás.
El sol de la mañana se filtraba por las cortinas rotas del cuarto donde se alojaban.
Karl no había dormido bien.
Había pasado toda la noche girando la moneda entre los dedos, preguntándose si debía confiar en Zarek.
-No me gusta esto -dijo Rayo en voz baja.
Karl se giró hacia él.
-Lo sé.
Rayo se frotó la cara con las manos.
-No lo entiendes, Karl. Zarek cambió.
Karl suspiró.
-No teníamos muchas opciones.
Rayo lo miró fijamente.
-Y ahora estamos en su juego.
Karl se quedó en silencio.
Porque sabía que su amigo tenía razón.
Zarek apareció poco después, con ropa nueva para ambos.
-Nos vamos.
Karl frunció el ceño.
-¿A dónde?
-Al ICEN
Rayo se puso de pie de golpe.
-¿Quieres que entremos a ese lugar?
Zarek se encogió de hombros.
-Si quieren respuestas, es ahí donde las encontrarán.
Karl apretó la moneda en su mano.
Sabía que este era el siguiente paso.
Pero no tenía idea de lo que lo esperaba al otro lado.
La entrada al Instituto Nacional de Comunicación y Estrategia Nacional era imponente.
Los pasillos olían a papel viejo y café.
Los estudiantes caminaban con prisa, vestidos de manera impecable, con miradas calculadoras.
Pero lo que más incomodaba a Karl era el silencio.
A pesar de la cantidad de gente, nadie hablaba más de lo necesario.
Zarek los guió por un pasillo lateral.
-No estamos aquí como estudiantes -susurró-. Somos invitados de alguien importante.
Karl se tensó.
-¿De quién?
Zarek no respondió.
Simplemente siguió caminando.
Rayo lo fulminó con la mirada.
-Nos estás ocultando algo.
Zarek se detuvo.
-Si quieren irse, háganlo ahora. Pero no van a sobrevivir mucho allá afuera.
Karl lo miró fijamente.
Sabía que era cierto.
Y por eso siguió caminando.
Rayo, a regañadientes, lo siguió.
Zarek los llevó a una oficina en el ala sur del edificio.
Había una mesa larga, libros alineados con precisión y una ventana con vista a la ciudad.
En el centro de la habitación, un hombre de unos cuarenta años los esperaba.
Vestía un traje oscuro, con el cabello perfectamente peinado y una mirada que parecía atravesarlos.
Zarek cerró la puerta detrás de ellos.
-Karl, Rayo... Les presento al Profesor Marek.
El hombre sonrió levemente.
-Un placer conocerlos al fin.
Karl sintió un escalofrío.
Porque en los ojos de Marek había algo más que cortesía.
Había conocimiento.
Y Karl odiaba no saber qué era lo que él ya sabia...
Susurros en el pasillo..
Karl y Rayo avanzaban por los pasillos de ICEN
tratando de no llamar la atención.
Zarek caminaba delante de ellos, seguro de sí mismo.
Pero Karl notó algo extraño.
Cada vez que pasaban cerca de un grupo de estudiantes, algunas conversaciones se detenían.
Algunas miradas se desviaban hacia ellos.
Rayo también lo sintió.
-Nos están observando -susurró.
Karl asintió.
No era paranoia.
Algo no estaba bien.
Mientras Zarek los guiaba, Karl vio algo por el rabillo del ojo.
Una puerta entreabierta.
Había un grupo de personas adentro, hablando en voz baja.
Karl fingió tropezar y se detuvo.
-Sigan sin mí -dijo rápidamente.
Zarek lo miró con sospecha.
-Karl...
-Solo necesito un minuto.
Antes de que pudiera protestar, Karl se deslizó hacia la puerta y desapareció.
Dentro del aula, cinco estudiantes estaban reunidos.
Parecían mayores, con ropa elegante y expresiones serias.
En el centro, había un proyector encendido, mostrando un mapa de Mö Wara.
Karl contuvo el aliento.
Uno de los estudiantes señaló la imagen.
-La extracción ha disminuido. Si esto sigue así, no podremos cumplir con la cuota.
Otro estudiante, una mujer con gafas, frunció el ceño.
-El problema no es la extracción, sino el control. Los locales ya no confían en nosotros.
El tercer estudiante apoyó los codos en la mesa.
-Si los locales dejan de cooperar, tendremos que... acelerar el proceso.
Silencio.
Karl sintió un escalofrío.
Estaban hablando de Mö Wara como si fuera una simple pieza en un tablero.
Como si su gente no importara.
Karl dio un paso atrás, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
Pero en ese momento, sintió que alguien lo miraba.
Giró la cabeza lentamente.
En el otro extremo del pasillo, una mujer lo observaba en silencio.
No era una estudiante.
Era mayor, con cabello negro recogido y un traje oscuro.
Sus ojos no reflejaban ninguna emoción.
Karl intentó actuar con naturalidad.
Pero sabía que lo habían visto.
Y que ahora, alguien sabía que había escuchado algo que no debía.