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Sin salida
Karl se sentó frente a Marek, sintiendo la presión del ambiente.
El despacho del profesor olía a cuero y libros antiguos.
A su derecha, Zarek lo observaba en silencio.
A su izquierda, Rayo mantenía la mandíbula apretada.
Marek cruzó los dedos sobre el escritorio.
-No estás aquí por casualidad, Karl.
Karl se mantuvo firme.
-¿Ah, no? Entonces explíquemelo.
Marek sonrió, pero sus ojos seguían fríos.
-No nos gusta perder el tiempo. Tienes dos opciones:Aceptas lo que te ofrecemos y trabajas con nosotros.
O nos aseguramos de que no interfieras en nuestros planes.
Silencio.
Rayo se puso de pie.
-¿Nos estás amenazando?
Marek ni siquiera lo miró.
-Estoy siendo honesto.
Karl exhaló lentamente.
Sabía que no tenía otra opción.
Pero eso no significaba que aceptaría sin más.
Karl apoyó los codos en la mesa y habló con calma.
-Si voy a hacer esto, lo haré bajo mis condiciones.
Zarek lo miró con sorpresa.
Marek levantó una ceja.
-¿Condiciones?
Karl asintió.
-Primero, quiero saber qué están haciendo en Mö Wara.
-Segundo, quiero elegir en qué me involucro.
-Tercero, si veo que esto va en contra de mis valores, me largo.
Marek soltó una leve carcajada.
-Eres inteligente, Karl. Pero no eres tú quien dicta las reglas.
Karl mantuvo la mirada firme.
-Si quieren que confíe en ustedes, entonces demuéstrenme que puedo hacerlo.
Marek lo observó por unos segundos.
Luego, miró a Zarek.
-Explícale lo del evento.
Zarek asintió y se giró hacia Karl.
-Hay una reunión dentro de tres días. Un evento importante donde se decidirán cosas clave para el futuro del país.
Karl frunció el ceño.
-¿Y qué tiene que ver conmigo?
Marek sonrió.
-Nos interesa que veas cómo funcionan las cosas desde dentro.
Karl entrecerró los ojos.
-¿Un simple evento?
Zarek negó con la cabeza.
-No es un simple evento. Es donde conocerás a las personas que realmente toman las decisiones.
Silencio.
Karl sabía que esto era una prueba.
Una manera de medir hasta dónde estaba dispuesto a llegar.
Rayo lo miró con desaprobación.
Pero Karl ya había tomado su decisión.
La sombra en la distancia
Cuando salieron de la oficina, Karl sintió que alguien los observaba.
Miró a su alrededor.
Y entonces, la vio.
A lo lejos, en el otro extremo del pasillo, la mujer misteriosa de antes.
Seguía ahí.
Mirándolo.
Karl sintió un escalofrío.
No sabía quién era.
Pero sabía que no era una simple profesora.
Y algo en su mirada le decía que su papel en todo esto era mucho más grande de lo que imaginaba.
La gente que importa
Esa noche, Karl y Rayo fueron llevados a un aula privada dentro del ICEN.
Sobre la mesa, había un dossier grueso.
Zarek lo empujó hacia Karl.
-Esto es lo que necesitas saber sobre el evento.
Karl lo abrió.
Las primeras páginas eran fotografías de personas influyentes.
Empresarios. Funcionarios del gobierno. Militares.
-No es solo una reunión -dijo Zarek-. Es un punto de encuentro para la gente que realmente mueve los hilos del país.
Karl pasó las hojas con cautela.
Varios nombres tenían marcas rojas.
-¿Y estos?
Zarek se apoyó en la mesa.
-Son las personas con las que debemos hablar.
Karl frunció el ceño.
-¿"Debemos"?
Zarek sonrió.
-Bienvenido al juego.
Un nuevo hogar en el ICEN
A la mañana siguiente, Karl y Rayo fueron llevados a sus nuevas habitaciones en el ICEN.
Eran cómodas pero frías.
Todo estaba perfectamente ordenado. Demasiado perfecto.
Karl dejó su mochila sobre la cama y miró alrededor.
Rayo se dejó caer en un sillón, suspirando.
-Esto ya parece una maldita cárcel.
Karl no respondió.
Porque, en cierto sentido, lo era.
Un hombre con traje entró sin tocar la puerta.
Les entregó un par de cajas.
-Dentro tienen la ropa que usarán para sus actividades y para el evento.
Karl levantó una ceja.
-¿Actividades?
El hombre sacó un sobre y lo dejó sobre la mesa.
-Desde hoy, asistirán a clases específicas.
Karl abrió el sobre.
Las materias eran extrañas:Estrategia y comunicación política.
Psicología de masas.
Persuasión y negociación.
Historia del poder.
Silencio.
Rayo soltó una carcajada sarcástica.
-¿Nos están entrenando o qué?
Zarek apareció en la puerta.
-Consideren esto como una oportunidad.
Karl lo miró con seriedad.
-¿Oportunidad para qué?
Zarek no respondió.
Pero Karl ya empezaba a entenderlo por sí mismo.
Un respiro antes de lo inevitable
Esa noche, Karl y Rayo decidieron salir al patio del instituto.
Era una de las pocas áreas sin cámaras.
Rayo se dejó caer en el césped y miró el cielo.
-Nunca pensé que terminaríamos aquí.
Karl se sentó junto a él, jugueteando con la moneda en su mano.
-Ni yo.
Rayo giró la cabeza para mirarlo.
-¿Confías en Zarek?
Karl tardó en responder.
-No.
Rayo sonrió levemente.
-Bien. Porque yo tampoco.
Karl exhaló y cerró los ojos por un momento.
Mañana sería el gran evento.
Y tenía la sensación de que nada volvería a ser igual.
Entre sombras y cigarras
El patio del ICEN era extrañamente tranquilo.
La ciudad se alzaba en el horizonte, con luces parpadeantes y el eco de autos en la distancia.
Pero allí, entre los muros del instituto, el tiempo parecía suspendido.
Karl se recostó en el césped, cruzando los brazos detrás de la cabeza.
A su lado, Rayo sacó una pequeña piedra del suelo y la lanzó al aire, atrapándola en el puño.
-Nunca había visto un lugar tan frío -murmuró.
Karl no respondió.
-Ni siquiera huele a tierra mojada -continuó Rayo-. Huele a metal.
Karl entrecerró los ojos.
Tenía razón.
Todo en el ICEN era demasiado artificial.
Ni siquiera las plantas parecían naturales.
Como si este lugar estuviera diseñado para controlar cada detalle.
Rayo dejó caer la piedra.
Luego giró la cabeza hacia Karl.
-Si todo esto se sale de control... ¿qué harías?
Karl frunció el ceño.
-¿A qué te refieres?
-Si llegamos a un punto donde ya no haya salida -explicó Rayo-, ¿qué estarías dispuesto a hacer?
Karl sintió un leve escalofrío.
Rayo no hablaba en broma.
-No lo sé -admitió Karl.
Rayo asintió lentamente.
-Yo tampoco.
Silencio.
Las cigarras seguían cantando en la distancia.
Karl se incorporó, inquieto.
Había una sensación extraña en el aire.
Como si alguien los estuviera observando.
Y no era paranoia.
Desde una esquina del patio, una figura se deslizaba en las sombras.
Karl y Rayo se pusieron de pie al instante.
La figura se detuvo bajo la tenue luz de un farol.
Era una mujer.
Alta, delgada, con cabello recogido y un abrigo oscuro.
La misma mujer que había visto antes en el ICEN.
Sus ojos se clavaron en Karl.
Y luego, sin decir una sola palabra, se dio la vuelta y desapareció en la noche.
Karl sintió su corazón latir con fuerza.
Rayo lo miró con desconfianza.
-¿Quién demonios era esa?
Karl negó con la cabeza.
-No lo sé.
Pero algo dentro de él le decía que esa mujer no era una simple profesora.
Y que su presencia no era una coincidencia.
La noche antes del evento
Más tarde, ya en su habitación, Karl se sentó en el borde de la cama.
El sobre con los documentos del evento seguía sobre la mesa.
Sabía que debería repasarlo.
Memorizar nombres, cargos, estrategias.
Pero no podía dejar de pensar en la mujer misteriosa.
¿Quién era? ¿Por qué lo observaba?
Y, sobre todo, ¿qué sabía que él aún no entendía?
Karl apagó la lámpara de su escritorio.
Mañana sería el evento.
Y algo en su instinto le decía que no estaba listo.
Las cigarras seguían cantando en la distancia.
El silencio antes del golpe
Karl no pudo dormir.
Dio vueltas en la cama, inquieto.
El aire en su habitación se sentía denso, sofocante.
Finalmente, se sentó en el borde del colchón, frotándose la cara con las manos.
Entonces, escuchó el sonido.
Un clic metálico.
La puerta de su habitación se abría.
Karl giró la cabeza, alarmado.
Pero antes de que pudiera reaccionar, una sombra se deslizó hacia él.
Algo fuerte y frío le cubrió la boca.
Intentó luchar, pero varias manos lo sujetaron.
La oscuridad se lo tragó por completo.
Entre tinieblas
Cuando despertó, estaba atado a una silla.
El aire olía a humedad y metal oxidado.
¿Dónde diablos estaba?
Intentó moverse, pero sus muñecas estaban sujetas con fuerza.
Frente a él, una figura emergió de la penumbra.
Era un hombre.
Alto, con un traje oscuro y una cicatriz profunda en la mejilla.
No sonreía.
-Karl Baera -dijo con voz grave.
Karl no respondió.
El hombre se inclinó hacia él.
-Mañana es el evento.
Karl mantuvo la mirada firme.
-Lo sé.
-¿Y sabes lo que tienes que hacer?
Karl frunció el ceño.
-¿Qué se supone que debo hacer?
El hombre sonrió levemente.
Luego, sacó una fotografía de su bolsillo y se la mostró.
Karl sintió un nudo en el estómago.
Era su tío.
Estaba atado, con un vendaje en la cabeza y el rostro golpeado.
Karl sintió su respiración acelerarse.
-Si mañana fallas -dijo el hombre en un susurro-, él muere.
Karl cerró los puños.
-¿Qué quieren de mí?
El hombre retrocedió lentamente.
-No queremos que hagas nada extraño. Solo asegúrate de que la persona correcta reciba el mensaje correcto.
Karl frunció el ceño.
-¿Qué significa eso?
El hombre le mostró otra foto.
Esta vez, era un hombre de cabello gris, con gafas y un traje elegante.
-Debes asegurarte de que este hombre te escuche. Dile lo que se te indique.
Karl sintió que su estómago se hundía.
-¿Quién es?
El hombre guardó la foto.
-Mañana lo sabrás.
Karl respiró hondo.
No tenía opción.
Si no lo hacía, su tío moriría.
Pero algo dentro de él le decía que este era solo el inicio de algo mucho más peligroso.
De vuelta a la realidad
Karl no supo cuánto tiempo pasó en esa habitación.
Solo recordaba que, en algún momento, le inyectaron algo.
Cuando despertó, estaba de vuelta en su cama.
Como si nada hubiera pasado.
Pero su cuerpo dolía.
Y la foto de su tío seguía ardiendo en su mente.
Rayo llamó a la puerta.
-Karl, despierta. Hoy es el evento.
Karl cerró los ojos por un segundo.
Y luego, se levantó.
Sabía que no podía fallar.
Porque, ahora, había vidas en juego
El aula de las ideas controladas
Las aulas del ICEN eran frías y perfectas.
Karl se sentó en la última fila, observando a los demás estudiantes.
La mayoría eran jóvenes como él, pero con una mirada diferente: demasiado serios, demasiado calculadores.
El profesor entró sin decir una palabra y escribió en la pizarra:
"El poder no es lo que tienes, sino lo que los demás creen que tienes."
Karl arqueó una ceja.
-¿Quién puede explicar esta idea? -preguntó el profesor.
Un estudiante de lentes levantó la mano.
-El poder es percepción. No importa si eres fuerte o inteligente, importa lo que la gente piense de ti.
El profesor asintió con una leve sonrisa.
-Exactamente. La gente sigue a quienes creen poderosos, no a los que realmente lo son.
Karl se cruzó de brazos.
Había algo inquietante en la forma en que enseñaban aquí.
El comedor del ICEN era impecable, silencioso, casi mecánico.
Karl miró su bandeja.
Carne cocida perfectamente.
Verduras organizadas en porciones exactas.
Pan sin una sola imperfección.
No era mala comida.
Pero no tenía alma.
Karl cerró los ojos por un momento.
En Mö Wara, el almuerzo nunca era así.
Los platos eran grandes, desordenados, llenos de sabores vivos.
El aroma de frutas recién cortadas.
El jugo dulce que escurría entre los dedos.
El sabor ácido de una naranja recién arrancada del árbol.
Aquí, en el ICEN, todo era calculado.
Sin sorpresas.
Sin vida.
Karl mordió el pan, pero no sintió nada.
Después del almuerzo, Rayo lo encontró en el pasillo.
-No dormiste bien, ¿verdad? -preguntó, mirándolo de reojo.
Karl tardó en responder.
-No mucho.
Rayo asintió, como si esperara esa respuesta.
-Bueno, al menos estamos juntos en esto.
Karl quiso decirle lo que había pasado la noche anterior.
Pero se contuvo.
Porque sabía que, si lo hacía, Rayo se metería en problemas intentando ayudarlo.
Así que decidió cargar con la verdad él solo.
Por ahora.
Cuando llegó la noche, Karl se sentó en la cama y miró el techo.
Esta noche era el evento.
Y él tenía que asegurarse de que un hombre en particular lo escuchara.
O su tío moriría.
Karl cerró los ojos y respiró hondo.
No podía permitirse fallar.
La clase que no esperaba ganar
El aula estaba llena de mapas, diagramas y viejos libros.
La materia del día era estrategia y planificación de recursos.
El profesor se ajustó los lentes y escribió en la pizarra:
"Recursos ocultos: la ventaja de lo invisible."
Karl suspiró.
Todo esto le parecía otra forma de hablar de control.
-Hoy resolveremos un caso práctico -anunció el profesor-. Ustedes son una nación al borde del colapso. Su único recurso natural es una especie rara que nadie ha estudiado en profundidad. Si logran entenderla, pueden cambiar su destino.
Karl se removió en su asiento.
¿Un recurso natural? ¿Algo que nadie entendía?
Eso le recordaba demasiado a Mö Wara.
El profesor señaló un mapa con ríos, bosques y montañas.
-Aquí hay un ave en peligro de extinción. ¿Cómo aprovecharían su presencia para reconstruir la economía?
Los demás estudiantes comenzaron a hablar de estudios de mercado, inversión extranjera, regulaciones.
Karl escuchaba en silencio.
Todos pensaban en números.
Nadie pensaba en el ave en sí.
Finalmente, levantó la mano.
El profesor asintió.
-Dinos, Karl.
Karl se aclaró la garganta.
-Si el ave es rara, debe tener un patrón de migración específico.
Algunas miradas se volvieron hacia él.
-Si sabemos dónde anida, sabemos qué recursos usa. Si sabemos qué recursos usa, podemos crear un ecosistema que la beneficie en lugar de destruirla.
El aula quedó en silencio.
-Sigue -ordenó el profesor.
Karl apoyó las manos en la mesa.
-No es solo un animal. Es un indicador de su entorno. Si sobrevive, el ecosistema está sano. Si desaparece, algo está fallando.
El profesor lo observó con interés.
-Entonces, ¿qué harías?
Karl se encogió de hombros.
-No estudiaría al ave primero. Estudiaría lo que la rodea.
Los otros estudiantes intercambiaron miradas.
Nadie había pensado en eso.
Karl miró al profesor, esperando que se burlara.
Pero en lugar de eso, sonrió levemente.
-Interesante. Muy interesante.
Karl no se dio cuenta.
Pero alguien lo estaba observando.
Desde el otro lado de la puerta, una figura permanecía en silencio.
Había seguido a Karl desde que llegó al ICEN.
Había dudado de él.
Pero ahora, al escuchar su respuesta, lo entendió.
No se equivocaron al traerlo.
Karl era justo lo que necesitaban.
La sombra en la puerta sonrió levemente y se alejó sin hacer ruido.
El peso de lo que viene
Esa noche, Karl se sentó en su habitación.
La clase lo había dejado pensando.
No porque se sintiera orgulloso.
Sino porque por primera vez entendió algo aterrador.
Aquí, en el ICEN, no eran simplemente estudiantes.
Eran herramientas.
Y él acababa de demostrar que era una herramienta valiosa.
Mañana, sería el evento.
Y ahora, sabía que lo estaban observando más de lo que imaginaba.
Karl cerró los ojos ya no había vuelta atrás.
Esa noche, Karl no podía dormir.
Salió del dormitorio y caminó por los pasillos del ICEN.
El edificio era inquietante de noche.
Demasiado silencioso.
El sonido de sus pasos parecía amplificado en la oscuridad.
Se dirigió a la biblioteca. Siempre había tenido curiosidad de explorarla.
Al entrar, vio que no estaba solo.
Un estudiante estaba sentado en una de las mesas, rodeado de libros abiertos.
Era alto, delgado, con el cabello oscuro y despeinado.
Parecía absorbido en la lectura.
Karl se aclaró la garganta.
-No pensé que alguien más vendría aquí a esta hora.
El chico levantó la mirada y sonrió levemente.
-No pensé que alguien más quisiera leer en este lugar.
Karl se acercó, curioso.
-¿Qué estudias?
El chico cerró un libro y le mostró la portada.
Era un tratado antiguo sobre sociedades y manipulación.
-Intento entender lo que enseñan aquí -respondió-. Y lo que no dicen.
Karl se sentó frente a él.
-Entonces, también notas las mentiras.
El chico lo miró con interés.
-¿Tú también?
Karl asintió lentamente.
Por primera vez en el ICEN, sentía que alguien hablaba su mismo idioma.
Hablaron durante horas.
El chico se llamaba Elias.
Su historia no era muy diferente a la de Karl.
-Vine aquí con la promesa de una educación -dijo Elias-, pero lo que realmente enseñan es algo más oscuro.
Karl lo escuchó en silencio.
-Nos están moldeando -continuó Elias-. No nos educan. Nos preparan para algo.
Karl recordó las palabras del profesor en la clase.
"El poder no es lo que tienes, sino lo que los demás creen que tienes."
Elias cerró el libro y se inclinó hacia él.
-Sé que no confías en esto.
Karl no respondió.
-Si alguna vez necesitas a alguien, puedes contar conmigo.
Por primera vez desde que llegó al ICEN, Karl sintió que no estaba completamente solo.
Cuando Karl se fue a dormir, Elias permaneció en la biblioteca.
La habitación estaba vacía...
Excepto por una sombra en la esquina.
Alguien había estado escuchando.
Elias ni siquiera se inmutó.
-Lo viste, ¿verdad? -susurró.
La sombra dio un paso adelante.
Era el mismo hombre de la cicatriz que había secuestrado a Karl.
-Habló más de lo que esperaba -dijo Elias con calma.
El hombre sonrió levemente.
-Entonces, ¿lo seguimos vigilando?
Elias cerró su libro y se levantó.
-No. Karl ya está haciendo justo lo que queremos.
El hombre asintió.
Y desapareció en la oscuridad.
Elias se quedó en la biblioteca, solo.
Su expresión cambió.
La leve sonrisa desapareció.
Miró en dirección a los dormitorios y susurró para sí mismo:
-Espero que sepas en qué te estás metiendo, Karl.
Y apagó la lámpara.
Un día sin preocupaciones (o casi)
El sol brillaba sobre la ciudad.
Por primera vez desde que llegaron al ICEN, Karl y los demás podían salir libremente.
O al menos, eso les habían dicho.
-¡Mira este lugar! -dijo Rayo, con una sonrisa enorme-. Es la primera vez que veo tantos edificios juntos.
Estaban en el distrito comercial, rodeados de tiendas, cafés y mercados callejeros.
Karl se sintió extraño al ver todo tan normal.
Era difícil creer que, en unas horas, estarían en un evento donde su futuro (y el de su familia) estaba en juego.
-¡Vamos a comer algo! -dijo una de las chicas del grupo-. Si nos van a explotar, al menos que nos exploten con el estómago lleno.
Todos rieron.
Karl se sorprendió de lo natural que sonaba la risa.
Por un momento, todo parecía real.
Entraron a un pequeño restaurante.
El menú era muy diferente a la comida del ICEN.
Karl pidió un plato sencillo, pero al probarlo...
No sabía a nada.
No es que estuviera mal hecho.
Pero era insípido comparado con la comida de Mö Wara.
Rayo notó su expresión.
-¿No te gusta?
Karl sonrió con nostalgia.
-No es eso... Es que no es lo mismo.
Rayo asintió lentamente.
-Sí... Nada es lo mismo.
Karl vio la ventana.
Gente caminando.
Niños corriendo.
Parejas riendo.
Era difícil imaginar que, en las sombras, había personas moviendo los hilos.
Como si toda esta paz fuera solo una ilusión.
Después de comer, se quedaron en una plaza, viendo la gente pasar.
Karl se sintió extraño.
Era la primera vez, desde que llegó al ICEN, que no estaba pensando en estrategias, en manipulación o en sobrevivir.
Solo estaba ahí.
Con sus amigos.
Rayo se estiró en la banca.
-Si tuvieras que elegir, Karl... ¿te quedarías aquí o volverías a Mö Wara?
Karl no respondió de inmediato.
-No sé.
Rayo arqueó una ceja.
-¿En serio?
Karl exhaló lentamente.
-Aquí hay oportunidades que en Mö Wara nunca tendríamos... pero siento que todo esto tiene un precio.
Rayo lo miró fijamente.
-Entonces, solo hay que asegurarnos de que no nos cobren más de lo que podemos pagar.
Karl sonrió levemente.
-Eso es lo que me preocupa.
Rayo rió.
-Mira, amigo. Todavía no hemos perdido.
Y por primera vez en días, Karl casi le creyó.
Cuando el sol comenzó a bajar, un mensaje llegó a sus relojes electrónicos.
Era una simple notificación:
"Vuelvan al ICEN. Prepárense."
El momento de libertad se había acabado.
Karl miró a Rayo.
Rayo lo miró de vuelta.
Ambos sabían lo que significaba.
El evento estaba a punto de comenzar.