Mateo Vargas salió de la prisión de Ezeiza.
El portón de hierro retumbó al cerrarse.
Cinco años.
Cinco años robados.
Su rostro estaba marcado, pero sus ojos, profundos, solo mostraban resignación.
Sacó un papel arrugado del bolsillo.
Un número.
El chamán de Salta.
Necesitaba organizar lo de sus cenizas.
Un Apu sagrado en los Andes.
Era una promesa antigua con Sofía.
Una forma de desaparecer.
Paradójicamente, estar donde soñaron.
Tenía pocos ahorros de la prisión, apenas un adelanto.
Y poco tiempo.
El mesotelioma avanzaba. Meses, le dijeron.
Quizás por el asbesto en aquel trabajo precario antes de la cárcel. O dentro.
Ya no importaba.
Recordó a Sofía.
Su amor de juventud.
Ex-promesa del polo argentino él, ella la heredera de los Aldao.
Grandes estancieros.
Ahora él era un ex-convicto.
Para el resto del viaje y el ritual, necesitaba más dinero.
Consiguió trabajo como lavaplatos.
"El Bandoneón Doliente", un club de tango en San Telmo.
Exclusivo. Frecuentado por la élite porteña.
Una noche, el destino.
Sofía Aldao entró.
Del brazo de Javier Correa.
Su "mejor amigo". Ahora, el prometido de ella.
Planeaban su boda en la estancia.
El corazón de Mateo se encogió.
El odio de Sofía lo taladró desde el otro lado del salón.
Ella era bella, elegante, pero fría.
Una amargura que ocultaba una herida.
Mateo recordó.
Su romance apasionado.
Los sueños de viajar a los Andes.
La tragedia.
Isabel, la madre de Sofía.
Sufría un trastorno bipolar no diagnosticado.
Episodios de manía y depresión.
Una tarde, Isabel, en plena crisis, tras un desliz con un joven capataz, le suplicó a Mateo.
Él la había encontrado, angustiada.
"Guarda mi secreto, Mateo. Por Sofía."
Poco después, confusa, desesperada, se arrojó.
Delante de la camioneta que Mateo conducía en la estancia.
Mateo, para proteger a Sofía del escándalo, de la verdad sobre su madre, se autoinculpó.
Un crimen pasional, dijo.
"Isabel nos descubrió, a mí y a otra. En un arrebato, la atropellé."
Mentira.
Sofía, devastada, lo había hundido.
Lo envió a prisión con su testimonio.
El odio de ella era su escudo.
Ahora, en el club, un amigo de Javier lo reconoció.
"¡Mirá quién está acá! ¡El asesino!"
Lo humilló.
Le hizo derramar una botella de Malbec de colección.
Lo obligó a limpiarlo de rodillas.
Sofía intervino.
No por piedad.
"Levántate, Mateo."
Su voz era hielo.
"Vas a trabajar para mí. Serás mi chófer. Mi sirviente."
Una tortura diaria.
Le pagaría.
Fajos de pesos.
Mateo los aceptaría.
Para su último viaje.
Para sus cenizas en el viento sagrado.
Aceptó el trato.
Sería testigo de la felicidad de Sofía con Javier.
Cada día, una nueva espina.
Pero él guardaba el secreto.
Por ella. Por el honor de su familia.
Su amor inquebrantable contra el tormento.
El dolor físico de la enfermedad.
El dolor del alma infligido por Sofía.
Todo por ese final en los Andes.