Capítulo 4

Mateo se recuperó lentamente en su cuartucho.

Elena Benítez, el ama de llaves, lo curaba en secreto.

Ella siempre había dudado de su culpabilidad.

Intentaba ocultar sus quemaduras bajo la ropa.

Pero un día, Sofía lo vio cambiándose.

Las cicatrices eran horribles.

"¿Qué es esto, Mateo?" preguntó ella, una extraña inflexión en su voz.

¿Sospecha? ¿Preocupación?

Mateo no podía permitírselo.

Inventó una historia cruda.

"Una pelea en la cárcel. Por una mujer. Ya sabes cómo es."

Quería reforzar su imagen de villano.

Alejarla.

La repulsión en el rostro de Sofía fue instantánea.

"Eres un animal, Mateo. Me das asco."

Se giró y se fue, furiosa.

"Lamento haberte amado alguna vez."

Sus palabras lo hirieron profundamente.

Pero era necesario.

Él se quedó solo, el dolor de las quemaduras se mezclaba con el dolor del alma.

Un sacrificio por el futuro de ella.

Unos días después, Javier le pidió a Mateo que lo llevara a la ciudad.

Algo en su tono alertó a Mateo.

Conducían por una calle tranquila.

De repente, Javier abrió la puerta y se arrojó del auto en movimiento.

Rodó por el asfalto, gritando.

Simuló un accidente.

"¡Mateo intentó matarme! ¡Me empujó del auto!"

La gente se arremolinó.

Sofía llegó poco después, alertada por Javier.

Vio a Javier en el suelo, "herido".

El trauma de la muerte de su madre resurgió con violencia.

Sus ojos se inyectaron en sangre.

Vio a Mateo junto al auto.

"¡Asesino! ¡Lo hiciste otra vez!"

Cegada por la ira, por el dolor, subió a su propio auto.

Arrancó el motor.

Aceleró.

Directo hacia Mateo.

Él no se movió.

La vio venir, el rostro descompuesto por el odio.

Casi una liberación.