La primera noche como su sirviente fue un infierno.
Mateo durmió en un cuartucho helado en la mansión Aldao.
Apenas pudo cerrar los ojos.
El sonido de las risas de Sofía y Javier llegaba desde el piso de arriba.
Un eco doloroso.
Se sentía entumecido.
Por la mañana, Sofía lo llamó.
Su voz era fría, distante.
"Mateo, sube."
Él obedeció.
El dormitorio de ella era un desastre de ropa cara y sábanas revueltas.
Olor a sexo y perfume caro.
"Limpia esto."
Señaló la cama.
Una humillación calculada.
Él asintió, sin mirarla.
Javier entró en ese momento, solo con una toalla.
Intentó mediar, con falsa amabilidad.
"Sofía, querida, no creo que sea necesario..."
Ella lo cortó.
"Cállate, Javier. Él es mi empleado. Hará lo que yo diga."
Su mirada a Mateo era puro veneno.
"Quiero que sufras, Mateo. Tanto como yo sufrí."
Un plan oscuro se dibujaba en sus ojos.
Los días siguientes fueron una tortura constante.
Mateo la llevaba de compras, a cenas con amigos, a reuniones para la boda.
Siempre un paso detrás.
Siempre sirviendo.
Obligado a abrirle la puerta del auto a Javier.
A ver cómo se besaban.
A escuchar sus planes de futuro.
Cada gesto de afecto entre ellos era una puñalada para él.
Sofía le pagaba al final de cada semana.
Fajos de billetes arrojados con desdén.
"Toma, asesino. Para tus vicios."
Él recogía el dinero en silencio.
Cada billete lo acercaba a su Apu.
A su liberación.
Organizaron una gran fiesta de compromiso en la estancia.
Cientos de invitados. Lujo por todas partes.
Sofía estaba radiante del brazo de Javier.
La sociedad porteña los aclamaba.
La pareja perfecta.
Mateo servía las copas, invisible.
Recordó su propio compromiso con Sofía.
En ese mismo jardín.
Una promesa bajo las estrellas.
Un anillo sencillo que ella adoraba.
Todo perdido.
Escuchaba fragmentos de conversaciones.
"Pobre Sofía, lo que tuvo que pasar por culpa de ese monstruo."
"Menos mal que ahora tiene a Javier."
"Mateo Vargas debería haberse podrido en la cárcel."
Su imagen de villano estaba grabada a fuego.
Una tarde, Javier lo encontró solo en las caballerizas.
"Sigues enamorado de ella, ¿verdad?"
La voz de Javier era una mezcla de burla y triunfo.
Mateo no respondió.
"Ella es mía ahora, Mateo. Y sufre por tu culpa. Por lo que le hiciste a su madre."
Mateo apretó los puños.
"Pronto me iré," dijo Mateo, su voz apenas un susurro. "No volverán a verme."
Javier sonrió.
Tomó un costoso reloj de polo de su muñeca.
Era el reloj que Sofía le había regalado a Mateo años atrás.
Ahora Javier lo ostentaba.
Lo arrojó con fuerza al estanque fangoso.
"Búscalo, Mateo. Es una orden de tu futura patrona. Dijo que si no lo encuentras, te despide."
Un nuevo desafío.
Una nueva humillación.